Yvette Fontenot o Robert Bossard son personajes que nacen casi sin darte cuenta, y, de pronto, ves que crecen, que toman forma, y que se convierten en protagonistas de sus propias historias. Lo hemos visto mil veces en la literatura, y en el cine.
Algunas veces incluso superan al protagonista. Sus papeles secundarios se convierten en los ejes vertebradores de muchos de los aspectos del relato que se narra. Acaban teniendo su propia idiosincracia, y su propia historia. Esa es la grandeza de la literatura: sabes que algo nace, pero nunca sabes cómo va a terminar. Si eso no es magia, no me imagino qué puede serlo.

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