«El fin de los dioses se acerca. Un solo dios viene a sustituir a los muchos dioses. Los espíritus del bosque y la niebla guardan silencio»…
Esta frase, pronunciada por el personaje del mago Merlin en la magnífica obra cinematográfica «Excálibur» (1981), resume de forma ejemplar lo que fue la llegada del cristianismo a las tierras de lo que actualmente es Reino Unido, así como a los países escandinavos y los pueblos germánicos. Los druidas, los dioses paganos, y los seres mágicos que pueblan los bosques, como las hadas, los elfos, o los gnomos, fueron sustituidos por una fe nueva que llegó para transformar sociedades enteras. Curiosamente, hoy vemos renacer esas religiones, y esa fe.
En el mito del rey Arturo, el mago Merlin se retira de este mundo de hombres y de un solo dios. «Mi tiempo ha acabado» dice. Si alguien quiere paralelismos, lo mismo ocurre en «El Señor de los Anillos», cuando los elfos viajan a los Puertos Grises, para marchar para siempre. «Es la era del hombre» se narra en la obra de Tolkien. Pero Tolkien es un heredero de Arturo. No le resta valor, pero, si queremos conocer la esencia, el origen, debemos viajar siglos atrás, a una era de mitos, leyendas, y grandes héroes.

Y esa era es la del Rey Arturo. Nadie sabe con seguridad de dónde nace su historia. Algunos creen que era un general romano que decidió quedarse con sus legiones en lo que es hoy Gran Bretaña, cuando cayó el Imperio Romano. Existen otras hipótesis. Pero son eso: hipótesis. Lo que sí es cierto es que muchos abogan por volver a ese mundo noble, lleno de buenas intenciones, y de una Madre Naturaleza que cuida de sus vástagos.
La imagen siempre es la misma: la magia deja paso a la ciencia. Los dioses diversos de los bosques y los montes dejan paso a un dios único. La ciencia de la alquimia que crea mitos y leyendas deja paso a la física y a la química, que crea un mundo de polución, venenos y muerte. La pureza y la esencia del contacto con la naturaleza desaparece, enterrada en toneladas de cemento y asfalto.

Ese es el sueño de muchos soñadores de hoy: volver a ese mundo alquímico de la magia y de los dioses. Pero ese mundo está enterrado en leyendas. Y no volverá nunca. Porque nunca existió. La naturaleza mágica que actúa como una madre protectora es solo el sueño del ser humano de volver al útero materno perfecto, donde todo es paz y calor. Un mundo que nunca existió. La vida entonces era cruel, dura, y despiadada. Pero las leyendas artúricas, como todas las leyendas, nos muestran imágenes estereotipadas de un pasado donde el ser humano tenía que elegir entre el bien y el mal, sin colores intermedios. De eso habla, precisamente, la leyenda artúrica.
La leyenda artúrica está cargada de ingentes cantidades de simbolismo. Claro que la misma leyenda tiene tantas variantes y versiones como ocurría con los mitos de Troya y del héroe Aquiles, y del inteligente Odiseo, o del perspicaz Telémaco, o de la paciente Penélope. Hasta que un hombre, que es curiosamente también un mito, escribió la poesía de «La Iliada» y luego de «La odisea». Veintiocho siglos después, un joven muchacho de quince años tomó esos libros en sus manos. Luego leyó las leyendas artúricas, y «El señor de los Anillos» y su mente y su espíritu se transformaron para siempre. Aquel joven era yo. Y esa es la magia de la literatura. Duerme un sueño eterno, hasta que despierta de nuevo, y transforma almas y sociedades enteras.
Hay muchas conexiones entre la leyenda artúrica y la de Homero. En ambos casos, hubo una historia inicial, que se transformó en mito, que fue recogido y adaptado por alguien que dio forma a la historia. En ambos casos se ensalzan héroes, y se perfilan valores morales y éticos que son guías para los lectores sobre cómo actuar. Y en ambos casos la leyenda borra cualquier atisbo de la humanidad que hubo en aquellas actuaciones, convirtiendo en mitos a aquellos héroes inmortales.

Puede que los dioses no existan, o puede que sí; pero estos textos dejan claro que es el ser humano el que puede ocupar el lugar de los dioses, dadas las cualidades necesarias. De mortales a inmortales, estas obras nos enseñan que todos podemos convertirnos en leyendas imperecederas. En las páginas de estos textos sus obras vivirán para toda la eternidad, hasta que la propia humanidad caiga para siempre.
Dentro de las obras de cine que se han creado sobre la leyenda artúrica, hay mucha mediocridad, pero también grandes obras. Una destaca sobremanera: «Excálibur», largometraje de 1981, que vio a actores que luego se convertirían en grandes estrellas. Esta película transcribe, como ninguna otra, la leyenda del rey Arturo, y desde el principio hasta el fin nos lleva a recorrer los mitos y leyendas de la historia del rey Arturo.
Tiene por supuesto muchas concesiones al guión, pero es que la leyenda de Arturo cambia con cada generación. Los mitos y las leyendas son el soporte cultural, emocional y moral de los pueblos, que buscan en esos mitos y héroes las figuras a las que seguir, y que enseñan cómo deben comportarse los verdaderos hombres y mujeres que aspiran a la inmortalidad. En ese sentido, Excálibur es sin duda un ejemplo de altísimo nivel de un cine que nos convierte en espectadores aventajados de los sueños de la humanidad.

No verán ustedes muy buenas puntuaciones de esta película, y sí muchas críticas. Créanme si les digo que, en mi muy modesta opinión, se equivocan. Personalmente creo que esta película nos muestra la leyenda del rey Arturo como nunca antes o después la hemos podido ver. Pero también nos muestra los sueños de gloria, honor, poder, envidia, y destino de una sociedad cuya única meta es convertir en leyenda a Arturo.
Aunque las actuaciones de todos los actores son en general brillantes, hay dos actores que destacan: una es Helen Mirren, en su papel de Morgana. Helen Mirren, actriz premiada con el Óscar, es de las pocas actrices que han ganado los cuatro premios importantes con una misma película: Bafta, Óscar, el Globo de Oro, y el premio del Sindicato de Actores. Helen Mirren es de esas actrices que llenan la pantalla solo con su presencia, y su fuerza y poder son evidentes durante todos los momentos en que aparece. Si quiere una referencia que posiblemente le suene, «The Queen» (la reina) de 2006 fue la película donde actúa como la reina Isabel II, y por la que ganó estos premios.

El segundo actor que quiero destacar en esta película es Nicol Williamson, que hace el papel de Merlin, y que desapareció recientemente. Nicol Williamson es el Merlin perfecto, y que me perdonen Gandalf y Saruman, pero Merlin, en esta película, es la esencia misma del mago que trasciende al bien y al mal, y que sirve a un propósito: el destino del rey Arturo.

Sin duda es la química entre estos dos actores, ella como joven aprendiz que quiere conocer los secretos de la naturaleza y el encantamiento de la creación, y él, que no es realmente humano, porque ningún mago auténtico es humano, y se ríe de ella, hasta que ella le aprisiona en sí mismo con el mismo conjuro de la creación. Ese conjuro invoca a la Lengua Original, la lengua de las bestias y las plantas, la lengua que, quienes la conocen, pueden determinar el nombre real de cosas y seres, y controlarlos. Este concepto es muy popular en la mitología anglogermánica, y podemos verla por ejemplo también en «Historias de Terramar», la maravillosa serie de obras literarias fantásticas de Ursula K. L. Guim, de la que ya hablé en su momento.
«La búsqueda del Grial es la búsqueda de lo que hay de divino en nosotros». Esto lo dice uno de los personajes de la tercera película de «Indiana Jones», concretamente el decano de la universidad. En «Excálibur» los Caballeros de la Mesa Redonda parten a buscar el cáliz de la Última Cena, pero enseguida ese camino se convierte en un viaje iniciático, en el que solo la pureza del alma, conseguida tras años de sufrimiento y de limpiar el alma de impurezas, permite conocer la Verdad del Cáliz de Cristo.

Ese es el mismo concepto que se emplea en la Biblia cuando Jesús viaja por el desierto, cuando Moisés cruza el desierto, o cuando el pueblo judío debe vivir cuarenta años viajando de un lugar a otro. Es, en definitiva, un camino de pureza para conseguir alcanzar el Cáliz de la inmortalidad, que solo pueden alcanzar los héroes. Y eso nos lleva, una vez más, al mito, y a la leyenda. La del rey Arturo.
Del mismo modo que la pureza se encarna en el Último Viaje, aquel que lleva al barco ardiente al mar de los dragones, el camino de la pureza requiere de un esfuerzo que convierte al rey mortal en un dios inmortal, y tras ello, en el mito que hombres y mujeres adorarán por toda la posteridad.
«¿Qué es lo más importante en un caballero?» Le pregunta Arturo a Merlin en un momento de la obra. Merlin responde: «La verdad. Solo la verdad. Cuando un hombre miente, mata a una parte de sí mismo…». Una reflexión excelente, que resume de forma clamorosa la esencia del principio de todo caballero: la verdad es la que ennoblece al guerrero. La mentira empozoña el alma, y la llena de tinieblas…

Los tiempos nobles y bellos no volverán. La comunión entre ser humano y naturaleza no está frente a nosotros. Porque nunca existió. El mundo que hemos creado no es perfecto; pero no lo era tampoco el que dejamos atrás. Las vidas cotidianas nos obligan a arrastrarnos en la desidia, la frialdad, y el dolor de soportar los avatares de la vida.
Es entonces cuando la mente despierta, y empieza a imaginar un mundo nuevo lleno de los sueños de nuestros antepasados, que serán los sueños de nuestros herederos. Sueños que forja la humanidad para aliviar su dolor. Sueños que solo los más valientes podrían convertir en realidad, si la humanidad es capaz de superar sus miedos, sus temores, y su visión tan borrosa de la realidad. Entonces podrá tener una oportunidad. Solo una. Quizás baste. O quizás vea a esta especie convertirse en polvo y arena en el desierto. En su mano está.
Dejo aquí un fragmento de la película con subtítulos en español, cuando el rey Arturo ha unificado todos los reinos, y las guerras han acabado. Una sola tierra., Un solo rey. Y entonces llega la magnífica advertencia de Merlin, tan profética como verdadera…
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