La mujer que no amaba a los ingenieros

Hoy vengo con una experiencia personal para reflexionar. Porque a veces pasan cosas en la vida que merecen ser pensadas.

Imagínense la escena, porque es de tragicomedia propia de los peores largometrajes de Hollywood.

Hace dos semanas recibo una llamada. Se trata de una mujer con la que he realizado varias colaboraciones en temas de ingeniería de software, y con la que me une una relación profesional sólida. Los dos somos de hablar directo y a la cara. Nos echamos los trastos por la cabeza si es necesario, y luego nos vamos a comer para hablar de trabajo y negocios. Me encanta; no se guarda nada, y yo no me guardo nada. Y por eso funciona.

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El caso es que necesita gestionar unas modificaciones en una página web de una de sus empresas. Para esas modificaciones tendré que estar a las órdenes de una joven de veintisiete años que se encuentra en Florida, Estados Unidos.

Hasta aquí todo normal. No tengo problema en trabajar a las órdenes de gente joven, al contrario, hay jóvenes muy capaces y preparados, y mi contratista me dice que es eficiente y muy capaz.

Pero las conversaciones con la joven no empiezan bien. Realizamos una primera videoconferencia, donde más o menos todo se especifica. La segunda videoconferencia, sin embargo, es un desastre. Su tono altivo y su sentido de superioridad me aburren, tanto es así que le confirmo tener diez veces su experiencia, seis veces su capacidad de trabajo, y doscientas veces su capacidad de empatizar con los demás. En definitiva, que ese juego duro, que intenta llevar a cabo, no va a funcionar conmigo, con lo que le recomiendo que lo cambie, si no quiere que corte la videoconferencia de inmediato.

Esto no parece sentarle bien. Amenaza con «despedirme» y buscar a otro. Le respondo que estaré encantado de que «me despida», y busque a otro.

A partir de ahí, por algún extraño y mágico poder, comienza a derivar su tono en gestos más amables, y su diálogo se hace menos estridente y duro. Al final de la videoconferencia llegamos a firmar un acuerdo de paz: en diez días tendré el trabajo, o podrá echarme a los leones, bañarme en ácido sulfúrico, y obligarme a ver todos los discursos de Donald Trump desde que es presidente.

¿Qué ha pasado tras esos diez días? Que la mujer contratista ha aceptado mi trabajo, terminado incluso antes de tiempo, y ella no ha hecho ni una cuarta parte del suyo. Solo ha dado instrucciones y órdenes, y ha escrito un par de documentos básicos del proyecto.

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¡A sus órdenes! ¡Seré un chico bueno!

El carácter no mueve el mundo.

¿Qué nos pasa? ¿A qué se debe ese tono desafiante que vemos cada vez más en la sociedad? ¿A qué se debe que tanta gente crea que las amenazas son el camino del éxito, y que las miradas altivas son la herramienta para someter a los demás?

Esa joven se ha encontrado con alguien que es ingeniero informático, pero que también ha sido director adjunto de una importante empresa de software española, dirigido equipos de ochenta personas en proyectos medianos y grandes, incluidos proyectos de banca y seguros, y gestionado reuniones con todo tipo de responsables de todos los ámbitos, tanto en empresa privada como pública.

Gestionar un proyecto: los aspectos humanos.

En este momento esa joven emprendedora, dura y segura de sí misma, está totalmente perdida. Se lo advertí además: soy empático, y la empatía no es un poder, ni es magia; puedo leer en los gestos, en los comportamientos, en las miradas de las personas. Las primeras miradas de la joven eran directas a mí, desafiantes y duras. Las últimas, en las recientes videoconferencias, sobre todo la última, se basaban en estar en órbita, mirando en cualquier dirección. Las manos, al principio, las tenía firmes sobre la mesa. Terminaron volando de un lado al otro, tocándose su media melena, y ajustándosela, en un clarísimo signo de nerviosismo. Su voz, que al principio era sólida y potente, se fue apagando, hasta el punto del susurro.

Consejo: si va a ser duro, haga un curso primero.

No. No podemos permitirlo. No podemos ir de duros por la vida, porque no sabemos qué nos vamos a encontrar. Pero, si vamos a ir de duros, tenemos que entender que vamos a encontrar tremendas dificultades para poder gestionar a las personas. ¿Qué escuelas son esas que enseñan que la arrogancia, la frialdad, la mirada directa, y la voz imperial son las claves para dominar a los subordinados? ¿En dónde enseñan que la altanería, la falta de empatía, y la actitud hosca y hostil van a llevar al éxito?

Aunque parezca increíble, muchos directivos son formados en esas directrices. Lo he visto muchas, muchísimas veces. No enseñan a ganarse el respeto; enseñan a exigir el respeto. Y el respeto, y la confianza, no se dan; se logran en base a actitudes lejos de la altanería y las muestras de poder.

Luego esas personas se encuentran conmigo, y comprenden que manipular a la gente no siempre es posible. Que algunos, simplemente, no aceptamos ese juego. Y no lo aceptaremos jamás.

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Recordando otro caso.

Recuerdo, hace años, a una mujer, subdirectora de una importante empresa, de unos cuarenta años, que tenía fama de dura. La primera vez que entré en su despacho comenzó, al cabo de dos minutos, a darme «una lección».  Inmediatamente alcé las manos, la corté, y le dije: «Alto, señora: o usted me trata a mí con la misma educación con la que quiere usted ser tratada, o le voy a traer una grabadora para que grabe lo que tenga que decirme, mientras yo espero en el bar a que termine».

Mano de santo, como se dice popularmente. La mujer se disculpó, y entendió que tenía dos opciones: echarme a patadas, lo cual significaba perder a uno de los mejores ingenieros de software que nunca habían pasado por su empresa, o retroceder en su actitud, y hablar en un tono comedido y de respeto. Optó por la segunda opción.

No podemos caer en la presión. Nunca.

Muchas, muchísimas personas abusan de nuestra condición de subordinados. Sin respeto, sin educación, creyéndose los reyes de la Creación, muchas personas, dotadas de un insignificante poder, pero que les da autoridad sobre terceros, abusan de esos terceros, vomitando sus frustraciones, sus miedos, su pánico, su inseguridad sobre esas personas. Y esas personas sufren verdaderos horrores diarios por ello.

No lo permita. De verdad, no lo acepte. Sí,  usted necesita el puesto de trabajo, y vivir. Pero también debe vivir como un ser humano, y no como una presa capturada y enjaulada para que experimenten cualquier cosa con nosotros cada día.

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No permitamos que nadie, en ninguna circunstancia, crea que tiene nuestra vida, personal o profesional, en sus manos

Sigo esperando…

En este momento estoy esperando, todavía, a que esa joven de Florida me pase la información que tenía que pasarme hace dos semanas para terminar el proyecto. Y nadie va a cobrar si no accede, yo tampoco.

Esa es la versión oficial, claro. Porque esa empresaria que me ha contratado ha visto que, finalmente, el amenazado por despido ha hecho su trabajo, y lo he cobrado. La segura y dura joven autoritaria sigue en el valle del olvido, quizás intentando comprender cómo ha podido caer ante un vulgar tipo como yo. Ella, la todopoderosa, derrotada por un simple informático. Qué dura es la vida a veces.

Sobre todo, sin rencores.

No le guardo rencor a esa joven por sus palabras y amenazas. Lo que sí siento es lástima por ella por creer que eso pueda funcionar como modo de tratar a los demás, y pensar que su actitud iba a hacer que yo me doblegara a su voluntad. Pero yo puedo ser alguien con aspecto vulgar, y al que dan ganas de echarle una limosna por la calle, es cierto. Mi imagen personal no es la mejor, lo reconozco. Pero que nadie se equivoque. Con la palabra, derrotarme es algo factible. Pero estoy esperando a quien pueda conseguirlo. Y esa joven, de momento, no ha podido. Quién sabe qué pasará mañana.

Vivamos respetando a los demás. Somos personas, no negocios. Somos humanos, no máquinas. Y somos dignos. No dejemos nunca esos preceptos de lado. Porque, el día que lo hagamos, dejaremos de ser humanos. Muchas gracias.


 

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

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