Este es un nuevo capítulo sobre técnicas y reflexiones literarias, que también es compatible con la vida misma. Y, aunque ya he dado algunos apuntes en el pasado, recientes lecturas de literatura erótica que me han llegado al correo me han animado a proyectar algunos pensamientos nuevos sobre esta difícil faceta de las letras.
Nota: cuando hablo de alma, hablo de nuestro ser interior, eso que nos hace humanos. Por supuesto, queda libre a cualquier otra interpretación por parte del lector.

La literatura erótica es tan antigua como el ser humano, pero son muy pocas las obras que han pasado a la historia como verdaderas obras de arte. Y no me refiero a literatura que contenga elementos de erotismo, sino que contengan básicamente el erotismo como su tema central.
Tanto en poesía como en prosa, la literatura erótica de calidad sigue lo que yo creo es un patrón base completamente fundamental. Dicho patrón se puede argumentar, en mi opinión, de la siguiente manera:
«La verdadera literatura erotica es aquella que desnuda ante todo el alma antes que cualquier cuerpo».
Efectivamente. Lejos de un erotismo crudo y descarnado, que va directamente al estómago y a los genitales, el erotismo de calidad es aquel que primero estremece la mente y el alma. Porque, no lo olvidemos, son estos dos elementos la clave de la actividad onírica del ser humano, y su fuente primaria de deseo y placer.
Mente y alma conforman un todo unido que debe estimularse antes que cualquier otro aspecto cuando hablamos de erotismo. Si no es así, lo que tenemos no es erotismo, es básicamente alguna forma de pornografía. Y yo no tengo nada en contra de la pornografía de por sí, aunque luego habría mucho que discutir sobre su naturaleza, pero sí tengo mucho a favor del erotismo. Porque es este, y no aquel, el que realmente sitúa barreras y dificultades tremendamente complejas de ser superadas por un poeta o escritor.

Suele ser habitual pensar que son más las mujeres que los hombres afines a este género a la hora de producir obras literarias. No llevo una contabilidad, pero la sensibilidad de una mujer suele ser mucho mayor que la de muchos hombres. Y no me juzguen mal; hay muchos hombres sensibles.
Pero entendamos una verdad catedrática y fundamental: a los hombres se nos enseña a pensar en el sexo como una victoria frente a la mujer. Y lo he visto cientos de veces. Las mujeres, por otro lado, aprenden que el sexo es más grande y poderoso cuando primero pasa, una vez más, por la mente, y por el alma. Porque entonces sigue siendo sexo, pero tamizado con el poder que da una mente humana. Deja de ser pornografía, y se convierte en arte, y en belleza.
Todo ello deriva del modelo de sociedad actual sobre el sexo, que promueve el modelo masculino directo y centrado en el placer físico. No se enseña a estimular la mente, sino los genitales. Y de ahí derivan muchos problemas sociales.
Vivimos en un mundo que nos dicen erotizado por la gran cantidad de estímulos sexuales que vemos y sentimos constantemente. Yo, sin embargo, no veo un mundo erotizado, sino un mundo pornográfico. Y es pornográfico porque la televisión, el cine, incluso muchas obras literarias, van directas al órgano sexual, sin pasar por la tan necesaria, pero tremendamente compleja, fase de la mente y el alma.

Ejemplos: el artista que quiere ir directo al grano; el publicista que sabe que una imagen vale más que mil palabras; el director de cine que incluye un desnudo sin ningún sentido; todos ellos nos están vendiendo pornografía. Aunque no lo parezca. Y, una vez más, no tengo nada contra la pornografía. Solo pido una cosa: que no traten de engañarnos, y nos digan que es erotismo. No lo es. Ellos lo saben. Lo sabemos nosotros. Solo falta que la sociedad, en su conjunto, reflexione. Quizás sea pedir demasiado.
El erotismo es, ante todo, sensaciones. Un corazón que late. Una piel que vibra. Un sentimiento de angustia, de deseo oculto, de misterio, de fuego, de una pasión controlada y que trata de desbordarse. El erotismo es, en definitiva, el camino que va de la mente al cuerpo, pasando por el alma. Entonces se encienden todas las luces de la pasión y el calor lo invade todo. Pero despacio. Con calma. Hasta el momento y el climax final.
No veo mucho televisión, pero muchos anuncios están plagados de detalles que son pura pornografía. Porque tratan de vender, y para vender no hay que ir al alma o a la mente, sino directamente a los instintos más básicos y primarios. Y esto, una vez más, no es bueno o malo. Dejar llevarse por los instintos más básicos en el sexo es un ejercicio sano y poderoso. Por supuesto que sí. La pasión lo desborda todo y la cama y el aire tiemblan a mil grados. No seré yo quien diga que no es un camino exploratorio para conocer al ser humano y a uno mismo. Uno más.
Pero no nos confundamos. Debemos entender que hay una gran diferencia. El erotismo es una corriente de aire suave, cálida, y húmeda, que hace erizar el vello, y desata la imaginación. Es un camino de una luz tenue que nos lleva a un misterio profundo. Es, una vez más, estimular los sentidos que hay en el alma y en la mente. Porque esa es la llave para abrir las puertas a mundos de sensaciones inimaginables.

Todo eso ha de tenerlo en cuenta el escritor de erotismo. Un ejercicio reservado a unos pocos elegidos. Pero que, cuando se descubre en jóvenes escritores, y, como digo, sobre todo jóvenes escritoras, realmente se convierte en un nirvana para la mente.
Todo el mundo debería probar ese camino. Porque vivimos en un mundo colapsado de pornografía dura y directa. Dejemos por un rato toda esa dureza, y encontremos un camino más sensual, más profundo, y mucho más cálido de llegar al lector. O al amante.
Porque de lo que se trata, en definitiva, es de hacer el amor. Y la misma frase lo dice: el amor se hace, y se expresa. Nunca se ejerce. Entonces ya no es erotismo. Es lo que ustedes quieran. Muchas gracias.
Un comentario en “Literatura erótica: el orden de los sentidos”
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