Existen dos caminos en la vida para conseguir los sueños y propósitos que cada uno se plantea. Uno es el camino largo, complejo, lleno de baches y dificultades. Es el camino del trabajo honesto y la lucha diaria por ser mejor cada día. Es el camino de la perfección, que nunca se alcanza pero que siempre se espera.
El otro es el camino fácil, por supuesto. El rápido. Aquel en el que embaucamos a personas, manipulamos datos, empleamos la soberbia, y usamos a los demás con una vara muy sencilla: o estás conmigo, o estás contra mí.
Ambos caminos pueden llevar al éxito y a cumplir los sueños personales y profesionales de cada uno. Pero el haber tomado un camino u otro tendrá consecuencias muy distintas una vez alcanzado ese éxito.
Recientemente me han expulsado de un grupo literario precisamente por denunciar el camino corto que una joven escritora ha tomado para llegar al éxito. Rodeada de una potente agrupación de fieles y devotos seguidores, esta joven manipula a su antojo a las personas con el fin de obtener el éxito por la vía rápida, y sin tener que pagar el coste que supone caminar día a día por el largo camino del esfuerzo.
No solo eso. Si te atreves a advertirle de que lo que está haciendo está vacío de toda ética, y supone un agravio a otros escritores que no usan ese poder para su propio beneficio, el resultado es una cantidad inusitada de acusaciones. Y como no hay argumentación posible en contra, ella y sus acólitos se dedican a atacar a quien realiza la crítica.
Veamos el caso. Se produce la convocatoria de un concurso. Ese concurso requiere votos. Esos votos dirán quién es el ganador. Se invita a la gente a que vote a la joven promesa. Hasta aquí todo bien. No hay nada malo en pedir el voto para uno. Ni en pedir a los amigos que te voten.
El problema viene luego. Yo comento que no voy a votar porque considero que no soy amiga de la joven, y no tengo por qué darle un voto. Quizás si hubiese leído su obra, podría votarla. Pero no lo he hecho, y no por falta de interés, sino de tiempo.
Es entonces cuando se comienza a acusarme de desleal, de no ser solidario, de no ser un buen compañero, y de disponer de ingentes cantidades de envidia. Además de tildarme de fracasado. Gente que no sabe absolutamente nada de mí y de mi vida.
Más adelante, otro día, me entero de que esos votos que está obteniendo, y en los que yo no he colaborado al parecer por falta de solidaridad y compañerismo ante una completa desconocida, los consigue porque la joven, y un grupo a su alrededor, han organizado un sorteo. En ese sorteo, una vez votas, y atención, mandas un correo demostrando que has votado, entras en una lista para conseguir un lote de libros.
Sinceramente, yo comprendo que cada cual tenga su punto de vista. Personalmente, para mí esto supone dos cosas: una manipulación directa de las personas, y un insulto a los escritores que no disponen de esos medios, ni de esa organización, y que quieren ganar el concurso escribiendo el mejor texto, no ofreciendo el mejor paquete de libros en un sorteo que además exige que el votante sea verificado.
Naturalmente protesté, como es normal en mí protestar ante lo que considero una manipulación para ganar un concurso. Una manipulación donde no es el arte el que gana, sino la compra de votos mediante un suculento premio al que vote.
El resultado, por supuesto, ya puede imaginarse: expulsión del grupo. Me hicieron callar, sí, pero antes de eso pude decirle a esa joven escritora que existen dos caminos. Y que el que está tomando tendrá consecuencias en su vida. Obtener el éxito por la vía rápida y mediante la manipulación tiene un precio. Y ese precio se ha de pagar de muchas formas.
Luego me he enterado de que han sido expulsados otros escritores recientemente, por motivos similares, que son, en definitiva, o estás conmigo, o estás contra mí.
Me dijo esa joven que mi opinión no le importaba. Que tenía cientos de lectores que la admiraban. Y desde aquí me gustaría preguntarle: ¿son lectores? ¿O son acólitos?
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