Antes de nada, he de decir que no tengo nada en contra de Reino Unido y de Estados Unidos. Al contrario, son dos grandes países, y personalmente creo que hay muchos aspectos admirables en su historia y su cultura. Pero parece que últimamente han decidido que deben dejar de lado ciertos aspectos de su pasado como grandes países, y aislarse del mundo tras murallas de piedra y de ideas. Son libres de hacerlo, por supuesto. Pero no deberían olvidar que el aislamiento significa precisamente dar la espalda al mundo. Si ellos creen que solos van a ser y a vivir mejor, adelante. Pero la historia, que es tozuda, nos explica otras cosas. Este documento habla de gobiernos. Nunca de los pueblos que sufren esos gobiernos. Vamos a verlo.
Quién iba a decirlo. La vieja Europa, siempre renqueante desde que perdió el vigor de la juventud, desangrándose en incontables guerras, especialmente muy cruentas en los siglos XVIII a XX, ha visto cómo los demás eran los que manejaban sus hilos políticos y económicos. Desde antes de la segunda guerra mundial, Europa se ha ido arrastrando pidiendo una limosna a quien pudiera dársela, con el fin de recuperar un orgullo que perdió no sabe cómo. Tuvo que reinventarse dos veces, y la segunda vez, en 1945, necesitó de una vía de dinero fresco y constante de allende los mares para poder al menos rehacer la cabeza.
Europa ha sido desde entonces una comparsa mundial. Aunque dos países europeos, Reino Unido y Francia, tienen derecho de veto en las siempre inútiles negociaciones de las Naciones Unidas, ambas han bailado, especialmente Reino Unido, al ritmo de la mano que le dio de comer, y le procuró un sustento, para poder sostener el orgullo patrio. Especialmente Reino Unido, que sigue creyendo que su Imperio sigue vigente, y sueña con aquella grandeza que perdió hace ya tantas y tantas décadas.
Desde la creación de la Comunidad Económica Europa (CEE), y luego de la Unión Europea (UE), que no son lo mismo aunque se confunda muchas veces, el Reino Unido ha sido una astilla en las políticas del continente europeo. Dirigida su mano por el hermano americano, el trabajo de Reino Unido ha sido siempre el de torpedear las políticas europeas en todos los frentes, especialmente en el económico y social.
Porque ahí está la clave. Las políticas neoliberales de Europa, especialmente desde la entrada del euro, han sido su ruina, sobre todo para los países con menos capacidad. No solo a nivel económico, sino, sobre todo, como fuente de inspiración para los ciudadanos europeos, que han visto en esa unión una fuente inagotable de pérdida de recursos, de poder adquisitivo, de políticas sociales, y de libertades. El resultado es evidente: auge desmedido del nacionalismo, y la vuelta al refugio seguro, al “hogar”. A levantar muros, a querer romper con todo, y a volver a la situación posterior al fin de la segunda guerra mundial. El nacionalismo cala hondo en las mentes cuando se somete a los pueblos a crisis de identidad sumando una fuerte crisis económica. Los años veinte y treinta del siglo XX disponen de numerosos ejemplos. La idea de «un pueblo, una nación, una lengua, una historia» como elemento diferenciado, y especialmente, como elemento de superioridad, ha sido una constante a lo largo de la historia.
Cuando se habla de neoliberalismo criticándolo, parece que uno lo hace desde una postura de extrema izquierda, un rojo radical amigo de Corea del Norte. Pero las cosas no son así. Estigmatizar a quienes hablan de derechos sociales y de justicia para todos es una estrategia que puede funcionar un tiempo, pero se acaba agotando por su propia falta de base. La derecha ha usado la crítica al sistema capitalista como excusa para intentar mezclar a quienes defienden otras medidas más controladoras con ser rojos masones afectos a la izquierda más radical.
No, señoras y señores, no se trata de eso. Se puede vivir bajo un sistema capitalista, se puede defender el modelo capitalista, y, sin embargo, se puede disponer de una justicia social adecuada para los ciudadanos de un país, o un continente. No se trata de intervencionismo. Se trata de que la frase “el capitalismo se regula a sí mismo” es solo una excusa para poder hacer en todo momento políticas agresivas que no tienen en cuenta nada excepto el capital. El intervencionismo nulo es tan malo como el excesivo. El equilibrio, como siempre, es el punto en el que las cosas suelen funcionar.
Lo más sangrante de esto es que estas políticas extremas de neoliberalismo consiguen destruir las clases medias, que son el verdadero motor de un país, y con ello, aumentar enormemente la distancia entre riqueza y pobreza. Pasado un punto, un país pierde la oportunidad de seguir creciendo, excepto en el mercado exterior, y en países que sí gestionan políticas económicas liberales adecuadas, y disponen de clases medias que puedan adquirir los recursos producidos.
Y llegamos al momento actual. Por un lado, Estados Unidos se aísla, y Europa espera aliarse con China para combatir el cambio climático, paso previo a otros acuerdos que puedan beneficiar a ambas partes. De momento está complicado, pero se han dado pasos. Si se me ocurre escribir una novela de ciencia ficción donde Europa y China son aliados y son además “los buenos” contra “los malos”, interpretados por Estados Unidos y Reino Unido, me dirían que una cosa es imaginar escenarios, y otra cosa, imposibles. Y, sin embargo, este escenario está aquí, y es real. Frente al eje angloamericano, se impone un eje francoalemán que no gusta a muchos, pero que ofrece la única oportunidad de Europa de llevar a cabo un frente económico que pueda darle a Europa una oportunidad.
Por otro lado, Reino Unido decide que ya está bien de tanta unión. Ellos son geniales, expulsarán a todos los extranjeros que hagan falta, pondrán las leyes que quieran poner, y, en definitiva, harán lo que han hecho siempre: lo que han querido, sin querer consultar a nadie, y sin contar con nadie. La salida de Reino Unido es un gran noticia para Europa, y las sonrisas de sus dirigentes, poco disimuladas, son una muestra del malestar que había. Sí, habrá problemas al principio, pero una vez aislados, como ya está aislándose Estados Unidos, se quedarán solos con ellos mismos. Y entonces, quizás, Europa tenga una oportunidad.
La cuestión no es baladí. En estos momentos Alemania y Francia están comprendiendo dos cosas:
Primero, que la salida de Reino Unido de la Unión Europa, y el aislacionismo que está viviendo Estados Unidos (el mismo que vivió en los años 30), supone una oportunidad para la europa continental de primera magnitud.
Segundo, que aliándose con China comercialmente, ambos, Europa y China, pueden convertirse en una potencia económica de primera magnitud, y plantarle cara a Estados Unidos, que está cada vez más aislada.
El caso del terrorismo es sintomático; exigen que no entren de fuera, pero el 95% de los atentados los llevan a cabo ciudadanos de los países donde suceden, y son hijos o nietos de inmigrantes. Eso solo lleva a una conclusión: el radicalismo usa a quienes ya están dentro; no necesitan mandar a nadie. Y los que están dentro podrían ser expulsados, pero ¿quienes? ¿Todos? No puede hacerse. No se puede expulsar a todos los inmigrantes, porque precisamente países como Reino Unido o Estados Unidos dependen de los inmigrantes para sostener la economía de sus países, haciendo trabajos que nadie más quiere hacer, y aportando mano de obra barata, que les permite a los demás llevar el ritmo de vida que llevan. Luego, si los expulsan, están hipotecando su propio futuro económico.
La conclusión es evidente: quien quiera que sea un terrorista, debe ser perseguido. Pero no puede usarse el color de piel, el origen, la raza, o el credo como punto de partida. Por no hablar de los extremistas de extrema derecha que también realizan atentados, y que no tienen nunca el mismo impacto social, porque no interesa mostrar que el demonio del terrorismo y la xenofobia está insertada en lo más profundo de muchas culturas.
Es un momento especial. Europa, por primera vez, se está dando cuenta de que tiene una oportunidad de ser grande. Por ella misma, y con el apoyo de China. Pero ¿por qué China se aviene al acuerdo por el cambio climático, y por qué tiende la mano a Europa? Porque con ello resta un poderoso aliado al mundo anglosajón, consigue un mercado gigantesco con millones de potenciales clientes, y puede conseguir convertirse en la próxima potencia mundial, a nivel económico primero, y militar después.
¿Es este un matrimonio contra natura, si es que llega a producirse? Sí, claro. Pero, ¿y qué importa? Cuando se hayan conseguido los objetivos de machacar a los anglosajones, la pista estará libre para una nueva partida. Los chinos lo saben. Se apoyan en Europa, y luego, cuando tengan el poder completo, ya tomarán las decisiones que crean oportunas, como han hecho todos los imperios a lo largo de la historia cuando han tenido un dominio absoluto sobre los demás.
¿Qué puede salir mal de todo esto? Estados Unidos es consciente de esta situación. Es de prever, como ya he comentado en otras ocasiones, que Trump sea defenestrado antes que después. La excusa, o la razón, no importan. Se busca una, y punto.
¿Y Reino Unido? Aquí no hay demasiados secretos. Seguirán en caída, ahondando más los problemas que lleva arrastrando especialmente desde la época de Margaret Thatcher, cuando destrozó el sistema de salud del país, como ahora lo está destronzando Trump en Estados Unidos. Solo les queda una oportunidad: si las próximas elecciones la señora Theresa May no gana con un valor holgado, va a tener problemas para llevar a cabo el Brexit duro que quiere ejecutar. Por no hablar de expulsar a los extranjeros, un elemento que ya está desestabilizando al país de una forma que no pueden ni empezar a imaginar.
Porque una cosa es hablar delante de un micrófono diciendo cosas como lo grandes que somos y lo geniales que vamos a hacer las cosas, y otra muy distinta tener que llevar a cabo políticas donde todos los agentes políticos, económicos y sociales, de dentro y fuera del país, se muevan de una forma mínimamente acorde a las necesidades, y satisfaciendo los requerimientos de cada parte implicada. Para eso no hacen falta grandes discursos ni palabras. Hacen falta cerebros, y hacen falta hechos. Y de ambos creo que vamos a ver poco a los dos lados del Atlántico.
Que nadie lo olvide: los muros funcionan brevemente y creando diferencias insalvables que son motivos de las peores situaciones que ha vivido la humanidad. Y esos muros, cuando funcionan, lo hacen en ambas direcciones. Aisla a los de fuera, sí. Pero también a los de dentro.
Y, con los muros, siempre ocurre lo mismo: los más aislados son los que quedan dentro. Pueden estar muy, muy seguros de eso.
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