Odisea 2018 para recuperar la propiedad intelectual robada

Estas semanas he tenido una «lucha titánica» contra un gigante de la electrónica de consumo, de cuyo nombre no quiero acordarme, con el fin de que borraran tres libros de mi autoría que tenían alojados en su tienda de libros, dos de ellos de la saga Aesir-Vanir. Alguien, con gran «descuido» por su parte, los había subido, y los estaba vendiendo, naturalmente sin mi permiso, con el fin de ganar algo de dinero, si es que eso es posible.

No sé si el «descuidado» ha ganado algo, espero que no. Y no se trata de mí, porque esto está ocurriendo constantemente con miles de autores. Se trata de que, para este tipo de personas, es fácil robar el material literario ajeno de otros escritores, si son autores desconocidos.

poker

Si alguien sube los libros de Harry Potter sin permiso, va a ser detectado, y anulado, inmediatamente. Pero si sube libros de escritores anónimos y desconocidos como yo, entonces, hay una oportunidad de ganar dinero. No con mis libros; pero si sube cientos, miles de libros, de miles de escritores desconocidos, puede que, con un euro de aquí y un euro de allá, al final obtenga una cifra respetable.

Eso se llama abuso, se llama robo de propiedad intelectual, y se llama indefensión. Porque estamos indefensos ante esas prácticas. Estamos indefensos, porque somos escritores, también músicos, que no tenemos apoyo, no tenemos un nombre, y hay gente que cree que puede robarnos nuestro trabajo, y lucrarse con nuestro trabajo. Y, desgraciadamente, en la mayoría de los casos, aciertan. Porque mucha gente no puede, o no sabe, cómo defenderse de algo así. Y, cuando se descubre una situación de este tipo, esas grandes empresas te piden tantos y tantos datos, que al final muchos tiran la toalla. A mí me han pedido mil datos, que les he presentado (y tengo los correos para probarlo) y aún así seguían negándose a borrar mis libros.

¿Qué hacer? Es difícil. Es una cuestión de carácter. Explicaré dos casos en los que pude superar el abuso que se hace de la gente cuya creatividad no es reconocida, cuando no burlada. El primer caso me ocurrió en los ochenta. Yo por entonces tocaba el bajo eléctrico en un pequeño grupo de jazz, que dirigía un hombre de mediana edad, el trompetista, una bellísima persona, con muchos años de experiencia. Nos contrataron para tocar en un hotel relativamente importante. Fuimos allá, cargados con los trastos, y con mucha ilusión, como hacíamos siempre. Tocamos, y, cuando llegó la hora de cobrar, el director del hotel dijo que no nos pagaba. Inventó cualquier excusa. El trompetista insistió en que habíamos tocado, pero el director se negó en redondo. No había dinero.

Entonces me acerqué yo. Tenía entonces algo más de veinte años. Le pregunté por qué no cobrábamos, y me dijo que no teníamos la calidad suficiente. Yo le dije que en el cine veo películas muy malas, y no reclamo que me devuelvan el dinero a la salida. Aparte de que él había escuchado cintas con muestras de nuestro sonido. Me mandó al infierno, por supuesto.

Entonces le comenté que conocía a un par de importantes periodistas de dos periódicos de tirada nacional. Que teníamos un contrato firmado, y que habíamos cumplido nuestra parte. Y que, si se negaba a pagarnos, hablaría con los dos periodistas, que estarían encantados de estudiar el caso, y de publicar un par de fantásticos reportajes sobre el hotel, y su falta de respeto al trabajo y a los músicos. La prueba sería el contrato, y la grabación del hotel, aparte de los numerosos testigos, algunos de ellos amigos y familiares, y mi propia grabación.

Me dijo que eso era mentira, que yo no conocía a nadie. Entonces le pregunté si estaba dispuesto a arriesgar la reputación del hotel por un simple contrato a un simple grupo de jazz. Se quedó en silencio, se fue a su despacho, y vino con el dinero. Le pagó al trompetista, y entonces me dijo de todo. Yo le dije que los insultos no me afectan, ni me molestan. Lo que me molestaba era no cobrar. Y que, por supuesto, lo de los periodistas era completamente falso.

En el caso de estas últimas semanas, sobre mis libros vendidos por otros, tuve que hacer algo parecido. Tuve que mandar un correo indicando que mis abogados, de una prestigiosa firma internacional, estaban al corriente de los correos, y de la negativa de una importante y prestigiosa empresa a borrar unos libros, lo que les hacía, de hecho, cómplices del robo de propiedad intelectual. Al cabo de 24 horas llegó un correo con una simple indicación de que los libros habían sido borrados. Naturalmente no conozco ninguna prestigiosa firma de abogados ni nada por el estilo. Pero he jugado al póker, y he perdido unas veces, y ganado otras.

Es una pena, sin duda una verdadera pena, tener que llegar a este tipo de situaciones. Es una pena que las cosas solo funcionen cuando se llevan a cabo amenazas de tipo legal para defender los pocos derechos que como músicos o escritores anónimos tenemos. Mucha gente no protestará, no contará o mandará faroles como les que yo le hice al director del hotel, o a esa prestigiosa empresa de electrónica. Mucha gente verá cómo les roban su material, o no les pagan sus actuaciones, y les ningunean porque, al fin y al cabo, saben que, de una protesta, mil callarán y seguirán su camino.

¿Mi personal consejo? No se amilane. No calle. No agache la cabeza. No se deje llevar por el «es igual». No ceda a las amenazas. La mayoría de estas personas, y estas empresas, están acostumbradas a abusar de gente desconocida, sin recursos, sin medios. Pero, cuando ven que uno les planta cara, suelen ceder, porque les interesa más ceder ante uno, que se descubran sus comportamientos. Porque, por cada uno que protesta, mil no lo hacen. Y eso es triste. Lo comprendo, pero es triste.

No ganaré dinero con mis libros, eso es algo que ya sé desde hace décadas. Pero no permitiré que otros sí ganen dinero con mi trabajo. Puede que no valga nada, pero es mi trabajo, y lo protegeré hasta el final. Y creo que todos deberíamos hacer lo mismo. Es una cuestión de respeto, de reconocimiento, y de humanidad.


 

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

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