Es miércoles, el día de la música.
Amigo escritor, o amiga escritora: ¿sigue temiendo al blanco papel embrujado, que es incapaz de mostrar esas líneas que se arrastran en su interior, y que son incapaces de surgir de sus dedos? Ya hablé de ello una vez. Ahora vamos a intentar superar ese bloqueo. No lo dude. No es necesaria una fórmula mágica, ni nada en especial. La música es la respuesta. Pero no cualquier música.
Yo empleo profusamente la música clásica para escribir, y creo, sin ningún género de dudas, que la música clásica sinfónica es un puente para conectar la soledad del alma de un escritor con su inspiración. La música nos transporta, nos lleva, nos arrastra suavemente, nos permite conectar con nuestro yo interior. Y, una vez obrado el milagro, las palabras empiezan a surgir espontáneamente. Porque vienen directamente del corazón, empujadas por el sonido de las cuerdas de los violines, de las violas, de los chelos.

Hoy traigo una de esas piezas que es capaz de transformarme. Es un adagio, pero no el famoso adagio de Albinoni. Es el adagio para cuerdas, Opus 11, de Samuel Barber. Por cierto, ¿qué es un adagio? Es una pieza que comienza con una estructura melódica, que se va repitiendo, mientras incorpora nuevas cadencias que acompañan a la primera. El resultado final es una armonía perfecta de cuerdas, que juntas crean una obra mayor.
Y un detalle: esta pieza es del siglo XX, lo cual quiere decir que, al contrario de lo que algunos creen, es posible crear música clásica maravillosa después de los siglos dorados de las composiciones sinfónicas.
Cierre los ojos. Déjese llevar por esta música. Respire hondo, suavemente. No deje que nada ni nadie le perturbe. No existe la ciudad. No existe la habitación. No existen los problemas cotidianos. Todo ha desaparecido. Solo queda usted, con los ojos cerrados, y el adagio. Sumérjase en su profundidad, deje que le lleve a las estrellas. Al lugar más bello que jamás haya podido soñar.
Luego, cuando sienta que ha alcanzado ese punto infinito de paz, abra los ojos. Lentamente. Y comience a escribir. Las palabras surgirán solas. Del alma. Y del corazón. Y usted comprenderá que está en comunión con el universo.
No tenga miedo. No se deje llevar por formas, por el qué dirán, por sentimientos de vergüenza. No se preocupe si le tildan de loco, pues loco es aquel capaz de alcanzar las estrellas porque sueña con ellas. Abandónese a la música, y comience a escribir. El resto, vendrá dado por sí mismo.
Pruébelo. Merece la pena. De verdad. Es la mayor verdad que usted podrá encontrar.
Por cierto, el adagio sonaba mientras escribí estas palabras. ¿Lo ve? No es tan difícil. Solo es necesario echarse a volar.
Debe estar conectado para enviar un comentario.