Los años sesenta supusieron una revolución en la música como no se había visto desde la llegada de Mozart al panorama de la composición. Pero, a finales de aquella década, los modelos y patrones para nuevos sonidos se habían agotado. Bajo, batería, guitarra, piano, y órgano (el famoso Hammond, wah wah wah…), eran ya demasiado recurrentes. Algo de trompeta, de saxo, o trombón por supuesto, en el jazz y otras corrientes. Pero el sonido en el rock no acostumbraba a tener viento metal.
Sin embargo, en aquellos años aparecía una nueva dimensión del sonido, propulsada por la llegada de la electrónica. La analógica por supuesto. Lo digital aún quedaba lejos. Con esa tecnología se construyeron los primeros sintetizadores, instrumentos programables con cables conectados a placas para crear sonidos increíbles, profundos y espesos.
Pero esos teclados eran carísimos y pesados. Solo unos pocos podían permitírselo. Así que, visto el panorama, a alguien se le ocurrió una brillante idea: crear un teclado sintetizador bueno, bonito, barato, y portátil, capaz de ir a conciertos. ¿Estás loco amigo? le dijeron. A ese hombre, un tal Robert Moog, no le preocupaban las críticas. Se puso manos a la obra, y creó el Minimoog. El primer sintetizador con un precio accesible.

Robert Moog pensaba vender unos pocos. Se vendieron miles solo el primer año. Fue una locura, y además contribuyó a crear nuevos estilos musicales basados en aquella maravilla electrónica. ¿Su secreto? Fácil de programar, con sonidos ya incorporados de fábrica, y con dos novedades. ¿Ve esas rueditas de los lados? Hoy en día todos lo llevan. Se trata del pitch y el bend. El primero permite hacer algo parecido a lo que hacen los guitarristas con las cuerdas cuando las elevan en el mismo traste: elevar la nota. El segundo permite «doblar» el sonido, darle un sonido más «hueco», algo parecido al wah. Hay que oírlo para entenderlo, como pasa en Matrix.
El Minimoog se convirtió en un éxito que se fabricó desde 1970 a 1981, aunque han salido luego versiones mejoradas. Curiosamente, los primeros teclados digitales, como el Yamaha DX7 o el Roland D50, dos maravillas que usábamos en mi grupillo de barrio hace décadas, no podían imitar aquellos sonidos. Hoy en día obviamente sí se puede, pero el Minimoog sigue siendo muy apreciado por músicos de todos los tipos y niveles.
Una particularidad del Minimoog era que, para abaratar costes, era monofónico. Es decir, solo sonaba una nota a la vez. Pero eso poco importaba: los escenarios se llenaron de grupos que convirtieron al Minimoog, y a otros sintetizadores posteriores, en los reyes del escenario. Sintetizadores o «sintes» como los llamábamos entonces. Yo todavía conservo mi viejo Yamaha DX7. Y un colega me mandó el otro día una foto con su Roland D50. Junto al Korg M3 formaban una tríada increíble.
Si quieren un ejemplo rápido y directo del sonido del Minimoog, nada mejor que Emerson, Lake & Palmer, más conocidos como ELP, y su pieza «Peter Gunn». Una pieza cuyo acorde base es siempre el mismo. Increíble.
Hoy en día un ordenador con un software musical hace maravillas. Pero aquellos tiempos eran increíbles. Aquellos sintes no solo eran instrumentos: eran la entrada a un universo casi infinito de posibilidades.
Señoras y señores, con ustedes: Emerson, Lake, and Palmer.
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