Hoy voy a hablar de infidelidades, esa actividad que tanto ayuda a Hollywood a facturar millones cada año. Porque la infidelidad vende, y los triángulos amorosos son parte integral de novelas y cine. Pero también forman parte de la vida diaria.
La infidelidad, por motivos diversos y variados, está presente en la vida de millones de seres humanos cada día. Y la gran mayoría lo quiere ocultar, pero la infidelidad de por sí no es más que un síntoma de algo mucho más importante: una crisis de pareja que se ha de tratar, y que a veces se podría arreglar. A veces.
La infidelidad era un delito para las mujeres en tiempos de la juventud de mi madre, y hablo de España. Desde entonces la evolución ha sido enorme, pero la infidelidad sigue siendo un tema tabú en muchos aspectos, y, además, oculta una cualidad innata del ser humano: el deseo de explorar lo prohibido por un lado, y por otro, denota una carencia que se perfila en personas que han quedado vaciadas de ilusión y de sueños. A veces con su pareja. Muchas veces, con ellos mismos.

La infidelidad está presente, todos los días, en cada momento. Por ejemplo, en un hospital de Barcelona, hace un tiempo, hacían una prueba de compatibilidad genética a los padres para detectar precozmente posibles problemas. Los médicos vieron que, en un porcentaje mucho más elevado del esperado, los hijos eran de la madre, sí. Pero el padre no era el padre biológico.
Esto significa que ha sido la mujer la que ha tenido el «desliz», pero, por supuesto, los hombres somos igualmente infieles. Yo por ejemplo he tenido más amantes que el rey emérito de España y Julio Iglesias juntos. ¡Todo un récord!
Bueno, eso no es cierto, pero esto que voy a contar sí lo es.
Hace unos días comentaba con mi hermano aquellos tiempos en los que yo me acababa de casar, y tenía una casa con tres habitaciones. Una era la habitación de matrimonio. La otra, un sencillo despacho. Y, la tercera, una habitación de invitados.
Pues bien. Lo de «habitación de invitados» era un evidente eufemismo. Por allí comenzaron a pasar parejas muy diversas, buscando su «oportunidad» de poder encontrarse en un lugar a solas, para hablar de física teórica, o del concepto universal del yo metafísico según Schopenhauer. Traducido a palabras llanas: aquello parecía un picadero del amor. Si yo hubiese puesto un alquiler por horas a aquella habitación ahora sería rico de verdad.
Pero lo importante de esta historia no es la habitación en sí, ni tampoco las parejas que pasaron por allá. Lo importante es que me permitió, de una forma directa y objetiva, comprobar que, en muchos casos, esas parejas no eran «la pareja». Vamos, dicho lisa y llanamente, uno de los dos, o los dos, eran verdaderos infieles pecadores de la pradera. Unos perversos que traicionaban a sus parejas de forma directa y sin concesiones. ¡Qué escándalo!
¿Por qué aquellas infidelidades? Bueno, recuerdo un caso concreto de un familiar en aquella época, la época de mi habitación para encuentros casuales, que luego tenía que limpiar yo por cierto. Ahora que lo pienso… podría haber puesto un banco de semen. ¡Maldita sea, y se me ocurre ahora!
Volviendo al tema, este familiar estaba cerca de casarse con su pareja, que residía a 600 km de mi ciudad. Pero, un día que hicimos una excursión con varios amigos, conoció a una amiga que nos acompañaba. Por la mañana ya estaban cariñosos el uno con el otro. Por la tarde aquel cariño se transformó en mucho más. Dicho y hecho, tras un baile erótico con música ligera en la sala, se fueron a «la habitación de invitados». Pensé en aquel momento que tendría que haber reforzado la cama aquella, porque creí por unos instantes que se iba a romper por cuatro sitios. ¿Dónde están los tapones para los oídos cuando uno los necesita? Menos mal que el amplificador de mi equipo hifi era lo bastante potente para acallar aquellos gritos…
En fin, la cama al final resistió heroicamente, pero también reflexioné. ¿De dónde le vino a este familiar la necesidad de aquella infidelidad? Es muy sencillo: no se trataba de haber conocido a una exótica mujer, en un arriesgado viaje lleno de aventuras y emociones. No. Era, lisa y llanamente, una excursión que habíamos efectuado por la mañana, y la oportunidad de tener un lío sexual en aquella cama de aquella habitación aquella tarde.
La razón de la infidelidad era muy sencilla: la ley de la oportunidad. Esa ley dice:
«Si puedes implantar tus genes en una nueva progenie, hazlo».
Es un simple instinto de supervivencia y reproducción biológica. Estamos programados para expandir nuestra herencia genética a la menor oportunidad, y nos retienen las normas sociales, morales y éticas de nuestra cultura. Pero el instinto de reproducción está ahí, y no va a desaparecer. Que esto sea bueno o sea malo, que sea ético o no, que se acepte o no, eso se lo dejo a ustedes. Lo que es innegable es que, si nos sometemos a un compromiso con una pareja, deberíamos ser respetuosos con esa pareja. Y, si tenemos un «desliz», deberíamos plantearnos si realmente estamos siendo honestos con nuestra pareja, porque parece evidente que algo falla.
Lo de mi familiar fue rápido, directo, y en menos de 24 horas. ¿Lo ven? Para ser infieles no hace falta montar una historia al estilo de Hollywood. Los seres humanos, algunos, son infieles a la menor oportunidad. ¿Y qué podría haber pensado la prometida de ese familiar, si lo hubiese sabido? Que se casaba con alguien que tenía una propensión innata por romper ese vínculo de fidelidad que se supone toda pareja debería tener.
No quiero ponerme moralista, por supuesto. Yo no soy quién para juzgar a nadie. No actué aquel día, ni les dije nada, ni tampoco a la prometida de mi familiar, una mujer encantadora y muy enamorada, eso era evidente. ¿Debería de haberle dicho algo a él o a ella? No. Es su vida. Son sus problemas. Yo no soy quién para ir dictando sentencias sobre qué es bueno o malo en la vida. Mi familiar podría reflexionar y arrepentirse, o creer que aquello era un «desliz», o cualquier otra cosa. Claro que el «desliz» se repitió un par de veces. Mi pobre cama de invitados pedía socorro para ser salvada.
Hace tiempo que no sé nada de ese familiar. Pero es evidente que aquello debería de haberle hecho reflexionar. Quizás el problema no es el desliz en sí; quizás el problema es no entender por qué ha ocurrido, y cómo gestionarlo con la pareja.
He visto infidelidades en todas partes: en la familia, en los amigos, en el trabajo… Ah, el trabajo. Cuántas infidelidades entre compañeros de la oficina. Podría escribir un libro con padres y madres perfectamente cristianos y perfectos, que en realidad ocultaban relaciones extramatrimoniales de todo tipo. Vi mesas enteras de oficinas que, al llegar, estaban formadas por solteros. Luego pasaban a casados. Y luego a divorciados, muchos de ellos con sus infidelidades como causa o complemento del fin de la relación. Por no hablar de descubrir a una pareja en pleno acto en algún lado oscuro de la oficina. Incluso, hace muchos años, en una ocasión en la sala de ordenadores. Cibersexo antes de que se inventara, quién iba a decirlo.
¿Y yo? ¿Soy un santito? Porque estoy aquí dando lecciones, pero tengo una carrera también.
¿He sido infiel yo alguna vez? No, al menos como yo lo entiendo. Cuando estaba en fase de separación de mi mujer, pero aún vivía con ella, comencé a salir con una chica, precisamente la que luego me inspiró para crear el personaje de Helen en «La leyenda de Darwan». Pero se lo dije a mi mujer desde el primer día. Aquel matrimonio hacía aguas, y yo conocí a aquella chica, amante de la cultura griega, y perfecta para pasar un fin de semana en Sitges. Lo pasábamos bien, nos reíamos, hacíamos tonterías y locuras, y, sobre todo, no teníamos prejuicios, ni dábamos nada por supuesto, ni valorábamos la vida del uno sobre el otro.
Mi mujer, al enterarse, rompió a llorar. Era ella la que pedía separarnos, y era ella la que lloraba cuando yo encontré alguien con quien era feliz. Esa aventura no iba en serio, pero era feliz. No tenía futuro, pero era feliz. No íbamos a construir un hogar. Pero era feliz. Y Helen era, sin ninguna duda, una liberación en mi vida. Bueno, no Helen, sino la mujer detrás del personaje claro.
Aquello no fue una infidelidad, aquello fue, efectivamente, una liberación. Una infidelidad es romper el respeto y el matrimonio con otra persona. Si el respeto se ha perdido, si no hay matrimonio real, no hay infidelidad.
Por eso muchas parejas, cuyas vidas matrimoniales están técnicamente rotas, tienen encuentros con terceros. Yo a eso no lo considero una infidelidad. Si mi pareja ya no me ama, si no tenemos una relación de pareja, no estoy siendo infiel. Lo importante, en esos casos, es romper definitivamente esa relación, y que cada cual se busque la vida por su lado. Adiós, gracias por todo, y sé muy feliz. Es lo que hice. E hice muy bien.
Ese es el problema de muchas parejas, que he visto y he vivido yo mismo: vivir por vivir. De una forma mecánica, rutinaria, absurda. Ya no se aman. Ya no hay calor. Ya no hay nada que les una, excepto un contrato legal de matrimonio. ¿De verdad alguien cree que no terminarán teniendo alguna aventura? Lo raro es que no ocurra. Lo raro es que no busquen fuera lo que ya no encuentran dentro.

Por eso tenemos que ser sinceros con nosotros mismos. Sinceros, y valientes. Si la relación ya ha dado de sí todo lo que puede dar, es hora de terminar aquella situación.
Es duro, sí. Es difícil, lo sé. Es amargo, por supuesto. Pero es mucho mejor que seguir engañando al destino, a la familia y amigos, y, sobre todo, a nosotros mismos.
Hola te dejo mi comentario por aquí, yo fui víctima de muchas infidelidades de mi ex , militar e incluso cerca de la urbanización tenía su desliz, yo en un principio fui perdonando eso, pues decía » soy como pez en el agua, agarró a quien se resbale» expresión textual de él, fui consciente y lo permití porque mis hijos pequeños, tantas cosas y porque todavía quizás había algo que nos unía, pero eso precisamente deteriora un matrimonio, porque si estás buscando mucho afuera significa que no eres realmente feliz, eso con el tiempo me hizo ver y llegar a la conclusión que » lo mejor estar solo que mal acompañado» un matrimonio de 29 años tirado por la borda, donde alguien simplemente no te amó nunca y que no tenía intensión de permanecer a tu lado. Pero, el amor propio es importante y debemos amarnos a nosotros mismos. Una pareja es para compartir lo bueno y lo malo, ser y respetar al otro, cuando eres infiel irrespetas al otro, y son mentiras, tras mentiras.
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Realmente y sin ninguna duda es, como dices, «debemos amarnos a nosotros mismos». Por encima de todo y de todos está nuestra persona, nuestra felicidad y nuestros sueños. Que podemos compartir con otra persona, pero solo si esa persona los comparte con nosotros. Sin duda 29 años son muchos, pero es importante superar etapas incluso con tantos años de relación. Te deseo lo mejor, y un afectuoso cariño desde España.
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Sí, pero a veces hay que tomar decisiones cuando el otro ya no tiene ni siquiera amor propio, porque alguien que no sabe lo que quiere, no puede amarse ni amar a otro. Abrazos virtuales desde Puerto La Cruz Anzoátegui Venezuela. Gracias por este excelente Post, porque debemos desarrollar la capacidad de comprender nuestras propias acciones.
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Lo que está claro es, que la cornuda y el cornudo, son los últimos en enterarse de su condición de astados.
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Sin duda, esa ecuación es más cierta que la de la relatividad general. Saludos.
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