Ya he comentado alguna vez cómo me cautivó «2001: una odisea del espacio» cuando la vi por primera vez. Corría el verano de 1970, y me invitaron a ir a verla. Quien me invitaba sabía de mi gran afición por la ciencia ficción. También me advirtió que era una «película rara». La advertencia no fue necesaria.
En fin, aquella película me transformó, sin ninguna duda. Le debo muchas cosas a esa obra maestra de Stanley Kubrick. Y la base de «La leyenda de Darwan» tiene que ver muchísimo con la inspiración que recibí de aquel largometraje.
De entre las muchas escenas increíbles, una realmente conmovedora es la de la nave «Discovery» de camino a Júpiter, mientras parte de la tripulación se encuentra en estado de hibernación, y uno de los astronautas hace ejercicio en la zona principal de la nave. Siempre bajo los atentos ojos de «HAL 9000», probablemente una de las computadoras de ficción más famosas del mundo.
Durante esas escenas, suena una música de fondo que me fascinó. Es una pieza poco conocida, pero realmente profunda: La suite «Gayane Ballet», un adagio compuesto por Aram Khachaturian, un compositor soviético que nos trae una pieza que nos arrastra con sus cuerdas a lugares increíbles. La música acompaña a esa gigantesca nave a su destino final, que no es otro que dar un nuevo paso en la escala evolutiva de la humanidad, hacia una nueva comprensión del universo.
Pruébelo: en un lugar tranquilo, con poca luz, o sin luz, sentado o echado cómodamente, ponga esta música, cierre los ojos, y déjese llevar por las cuerdas y la vibración de esta pieza, corta, pero llena de sentimiento y fuerza. Viajará más allá de las estrellas, como el protagonista final de 2001.
Sin duda, un viaje a la mente y al alma maravillosos, que siempre llevaré conmigo. Gracias, maestro Kubrick, por esta maravilla.