Vamos a hablar de trenes. De nuevo.
Cuando tenía la página de La leyenda de Darwan en Facebook, esta no tenía este nombre, sino que el nombre era «La cocina de Sócrates». Quise cambiarla para que fuese igual que esta página, y Facebook me lo prohibió. Arreglé el asunto avisando a los seguidores que tenía de que la página se iba a cerrar, y de que podían seguir las nuevas entradas desde aquí directamente. Lo lamenté mucho, pero, como expliqué en su momento, no voy a acatar las normas absurdas de empresas privadas que toman decisiones que conculcan nuestras libertades.
En aquella página de Facebook solía tener una entrada que se llamaba «historias del tren». Como uso mucho este medio de transporte, y además me paso dos horas diarias en el mismo, es obvio que surjan anécdotas y curiosidades de vez en cuando. Por eso he pensado que podría traer de nuevo aquí nuevas historias reales vividas en el tren. Hoy hablaré de un hecho producido esta misma semana.

Suelo sentarme en asientos de cuatro, sobre todo si tienen mesa, porque así coloco el portátil encima, y puedo escribir, mientras intento no dormirme sobre el teclado. En ocasiones hay «guerras de portátiles» sobre la mesa, de lo cual he tenido una anécdota hoy mismo, de la cual hablaré en la siguiente entrada que haga sobre este tema.
El caso es que hace un par de días iba como siempre intentando no dormirme, pero en esa ocasión esa posibilidad era remota. La razón: dos niñas de unos quince o dieciséis años, hablando a gritos las dos de sus cosas. Que digo yo que si quieren ser sopranos y cantar ópera se vayan a practicar a otro lado. En esos casos suelo ponerme los auriculares, que amortiguan (algo) las voces chillonas y (casi) infantiles.
Pero en esta ocasión la cosa fue distinta. Porque una de las niñas estaba hablando de la mala nota que le habían puesto en un ejercicio de matemáticas. El tema no tendría más importancia, si no fuese porque empezó a quejarse de que no consideraba la nota correcta. Y entonces comenzó a explicar por qué. El enunciado iba de teoría de conjuntos y de intersecciones entre estos conjuntos, y de agrupaciones de elementos en esos conjuntos según unos criterios. Su queja venía del enunciado: debían agruparse según un criterio concreto, pero ese criterio estaba mal definido, de tal forma que se producía una ambigüedad que no permitía dirimir si era el conjunto de elementos completo el que debía agruparse, o el subconjunto de elementos resultado de la intersección de los conjuntos.
De repente, me di cuenta de que esa niña era candidata para algo que en muchos países, desgraciadamente, se tiene casi completamente olvidado: la detección precoz, y la educación especial avanzada, de mentes capaces de ver el universo de una forma que normalmente no podemos contemplar la mayoría de individuos. Dicho de otro modo: esa niña estaba diciendo que es capaz de ver en el planteamiento de un problema soluciones alternativas basadas en argumentos no definidos matemáticamente, que incluyen aspectos cualitativos y no cuantitativos del problema, y que generan una paradoja para su resolución.
Alguien podría pensar que estoy yendo demasiado lejos. Bien, yo no lo creo así. Sí creo que esa niña, con seis años, probablemente ya estaría mostrando signos de una capacidad intelectual avanzada. Y voy a poner un ejemplo: Niels Bohr, uno de los padres de la física cuántica.
Cuando Bohr comenzó a estudiar ya daba muestras de unas capacidades asombrosas. Pero en aquellos tiempos estas cosas de los niños especiales no eran todavía motivo de comentario. Bohr, cuando sus profesores daban clase y le pedían resolver ejercicios, en vez de eso se ponía a discutir con el profesor el método de presentación de los temas de los que hablaba. Y luego proponía alternativas. No consideraba resolver aquel problema porque aquello era solo un mecanismo que requería conocer unas técnicas adecuadas. El corazón del conocimiento es conocer el problema, su base, su naturaleza, y aprender cómo se da, por qué se da, y luego, evidentemente, resolverlo. Pero nadie puede responder bien a una pregunta, si esta pregunta no está perfectamente planteada. Bohr fue sometido a estudio en su universidad. O lo expulsaban, o le daban una matrícula Cum Laude. Optaron por lo segundo. Aquel joven era prodigioso. Era arrogante, era directo, pero sus razonamientos eran reales y ciertos. Y la universidad valoró eso como el elemento esencial de un investigador. Sus capacidades debían estar por encima de otros argumentos.
De eso se quejaba, precisamente, la niña del tren. En ese momento, en otro mundo, y en otras circunstancias, yo mismo habría acudido a los padres de la niña, o a sus tutores, y les habría aconsejado realizar un examen de capacidad intelectual avanzada en el marco de la resolución de problemas complejos, midiendo su analítica, poder de resolución y análisis, y otros factores que permiten plantear, resumir, y analizar problemas matemáticos y físicos principalmente, pero también de otros ámbitos.
¿Por qué? ¿Por qué molestarse? Se lo diré. Porque la humanidad necesita, desesperadamente, mentes avanzadas. Mentes que puedan encontrar soluciones a los problemas que tenemos actualmente. Pero, sobre todo, mentes que puedan analizar problemas con detalle, y encontrar las soluciones idóneas. No podemos, no debemos, renunciar a mentes privilegiadas. No podemos dejar que individuos con capacidades avanzadas no puedan obtener todo su potencial, y expresarlo de la mejor forma posible.

En otros países existen planes para encontrar de forma precoz a este tipo de individuos, y ponerlos enseguida a trabajar en esas capacidades. Alyssa Carson, de la que ya he hablado en algunas ocasiones, es un clarísimo ejemplo. Esa niña del tren podría ser otra Alyssa Carson. ¿Por qué perdemos ese potencial? ¿Por qué no nos preocupamos por potenciar a esos jóvenes?
Deberían existir programas avanzados para este tipo de perfiles. Lamentablemente, vista la situación de la educación en España y en otros países, eso se hace muy difícil. Pero deberíamos entender que, si queremos un país avanzado, debería estar gestionado por personas con mentes avanzadas. Al menos en los puestos críticos y clave, especialmente en el marco de la educación, la investigación, y las empresas de alto nivel.
Solo cuando entendamos algo tan sencillo, pero tan importante, podremos construir una sociedad rica y moderna. El momento es ahora. Mañana, probablemente, sea demasiado tarde.
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