Historias del tren. Hoy: mentes y ciencia

Vamos a hablar de trenes. De nuevo.

Cuando tenía la página de La leyenda de Darwan en Facebook, esta no tenía este nombre, sino que el nombre era «La cocina de Sócrates». Quise cambiarla para que fuese igual que esta página, y Facebook me lo prohibió. Arreglé el asunto avisando a los seguidores que tenía de que la página se iba a cerrar, y de que podían seguir las nuevas entradas desde aquí directamente. Lo lamenté mucho, pero, como expliqué en su momento, no voy a acatar las normas absurdas de empresas privadas que toman decisiones que conculcan nuestras libertades.

En aquella página de Facebook solía tener una entrada que se llamaba «historias del tren». Como uso mucho este medio de transporte, y además me paso dos horas diarias en el mismo, es obvio que surjan anécdotas y curiosidades de vez en cuando. Por eso he pensado que  podría traer de nuevo aquí nuevas historias reales vividas en el tren. Hoy hablaré de un hecho producido esta misma semana.

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Uno de los trenes que suelo tomar a diario… Bueno, el de la foto es más moderno

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Escenas en el tren. Hoy: el ojo que todo lo ve

Mezclar tren y literatura tiene a veces recompensas divertidas. Hoy por ejemplo me he sentado, como siempre que puedo, en un asiento con mesa. La razón es que puedo colocar el portátil para mis estudios sobre física teórica. Vale, en este caso era sobre «Alice Bossard: historias de una cibercriminal», cuyo primer episodio estoy revisando.

A mi lado, una nena de unos 20 años más o menos, con un diccionario de francés español que temía cayese al suelo sobre mi pie, porque tendría que volver con muletas a casa. El caso es que me pongo a escribir, y, como suele suceder, noto un ojo que se cuela entre mi vista y la pantalla, disimuladamente. En ese momento estoy revisando una conversación entre dos personajes, Alice y Sandra. Sandra le cuenta a Alice que ese amor que Isabel, la hija de Javier Pascual, siente por ella, no tiene que incomodarla, ni preocuparla, ni hacerla sentir culpable. Que el amor se expresa en perfecta libertad cuando es amor, sin frenos ni muros que lo detengan. El ojo continuaba ahí, y yo continuaba revisando el texto. La verdad es que es un momento complicado. ¿Qué haces? ¿Cierras la pantalla? ¿Le dices que compre el libro? ¿Te vas a otro asiento? Me pasa un poco como a Alice, no sé cómo reaccionar ante situaciones así. Solo una vez, una mujer de mediana edad, se animó a preguntar.

Cuando llegué a la estación, cerré el portátil, y me levanté. Pasé la puerta de cristal que da acceso a la puerta de salida. Pero, antes de salir, miré el cristal. Por supuesto, por curiosidad. Tenía la sensación de que iba a encontrar algo. Y así ha sido. En el reflejo se veía una cabeza curiosa observando cómo el ordenador se alejaba, sin saber qué ocurría finalmente con el amor de Isabel y la angustia de Alice.

La vida es una historia que nunca sabemos cómo ni cuándo va a terminar. Pero una novela sí podemos saber cómo acaba. Cuando leas un texto, y quieras conocer el final, no temas preguntar. No temas leer. No temas investigar cómo obtener el siguiente capítulo. Si hay algo mejor en la vida que comenzar un libro, es acabarlo. Es triste, pero es una satisfacción que la vida nunca te dará.

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