Cuando escribo estas líneas falta un día para una votación en España que es peculiar en diversos aspectos. Aparte de la aparición de nuevos partidos, el hecho de que se presente con fuerza un partido de extrema derecha ha trastocado todos los planes de las estrategias llevadas a cabo por los dirigentes políticos.
Yo siempre he sido muy respetuoso con toda idea política, de derechas o de izquierdas, y exijo a los líderes políticos de todos los partidos que, igualmente, sean respetuosos con los adversarios en las votaciones. Lo exijo porque democracia es diferencia. Y, como dijo Winston Churchill:
«La democracia es la menos mala de las formas de gobierno».
Y tenía razón. La democracia no es perfecta, y podemos ver también las palabras de un antiguo senador de Roma del siglo I a.C.:
«Prefiero la más corrupta de las democracias a la más perfecta de las dictaduras».

Las democracias corruptas pueden depurarse. Puede tardar tiempo, pero el sistema se termina ajustando, si la democracia es real. Las dictaduras simplemente omiten que son corruptas por naturaleza, e imponen sus ideas y modelos de forma sistemática y brutal. Cualquier forma de pensamiento que no sea la suya es sistemáticamente perseguida y eliminada.
Solo hay que viajar a la Europa de los años treinta del siglo XX para entender que los partidos extremistas nacen de la desesperación, el astío y el cansancio de los pueblos. Estos partidos extremos imponen soluciones con un lenguaje fácil y directo: «nosotros somos buenos y patriotas, ellos son malos y antipatriotas». Gritos, banderas, himnos, cánticos, y todo el mundo vuelve a casa feliz, creyendo que eso va a solucionar el paro, la falta de inversiones en I+D, la educación, la sanidad, la pobreza, y tantas otras cosas.
No. Que cada cual ondee las banderas que quiera. Y que cada cual grite lo que quiera. Pero, si las soluciones pasan por acusar a otros, antes de hablar de estrategias reales y efectivas, el camino es estéril y vacío.
Lo cierto es que hay ciertos movimientos que conocen bien todo esto, y emplean las viejas técnicas que durante siglos se han usado para azuzar a los pueblos. Pueblos que olvidan rápidamente su pasado. Lo decía el personaje de Merlin en «Excálibur», película de la que hablé recientemente. Cuando ha llegado la paz, Merlin les advierte:
«La perdición del hombre es el olvido».
España ha olvidado. Y vuelve a sus antiguos caminos de solucionarlo todo a base de gritos, aspavientos, y patriotismo. El patriotismo es muy respetable, pero no dará de comer al pueblo. Las banderas, y me refiero a todas las banderas, son preciosas ondeando al viento, pero no llenarán los centros de investigación de jóvenes promesas. Los cánticos patriotas hacen emerger sentimientos de unidad. Pero no abrirán las puertas a nuevos hospitales modernos y bien equipados, con los mejores médicos y tecnologías, que es lo que necesitamos y queremos.
El domingo por la noche va a haber muchos disgustos, muchos comentarios, y muchas preguntas del tipo «cómo hemos podido llegar a esto». Le daré la respuesta: porque hemos olvidado. Porque siempre optamos por el camino fácil. Por el discurso fácil. Por buscar enemigos, y culparlos de todos los males, en vez de ser responsables y buscar soluciones reales. Porque es más fácil acusar a otro que entender la culpa propia. Porque es más fácil jugar con la demagogia y la manipulación que buscar resultados.
Recordemos otra frase:
«Un político es el que vive pensando en su gobierno los cuatro años siguientes. Un estadista es aquel que piensa en su país los cuarenta años siguientes».
¿Dónde están los estadistas en España? No los veo. Veo peleas y peleas, acusaciones, promesas que nunca se cumplen, y programas que, esta vez sí, van a solucionar todos los problemas de España. Y luego pasan cuatro años, y vuelta a empezar.

Solo me queda entender que, como observador político y aficionado a la historia, estoy viviendo, de primera mano, la vuelta de fuerzas extremistas a España. ¿Qué ocurrirá esta vez? ¿Volveremos a cometer los errores del pasado? ¿O seremos sensatos dentro de cuatro años, cuando hayamos comprendido que el odio, la ira, y los dedos acusadores, las banderas, los himnos, y los cánticos, no van a traer soluciones de ningún tipo a España?

Lo veremos. De momento amanece en España una nueva era política. Y la vamos a padecer todos. Los que voten a unos. Y los que voten a otros. Porque el pensamiento único termina destruyendo incluso sus propias bases ideológicas.
Hay muchas razones para votar. Ahora más que nunca. Porque en España caben las ideas de izquierdas y de derechas. No se trata de quién es patriota o no. Se trata de que acusar a un grupo de antipatriota es una vieja técnica para apartarlos de la vida política, e intentar mandarlos al ostracismo. Quienes se visten con la bandera y la hacen suya, se la están negando a los demás. Y la bandera es de todos. El país es de todos. Sin excepciones.

Pero no son las banderas las que llenarán los estómagos y darán los recursos para científicos y artistas; sino políticas con sentido, vacías de patriotismo barato, y llenas de argumentos rigurosos, basados en economía real y sensata. Cada cual entiende esa economía a su manera, la derecha y la izquierda tienen distintas ideas. Pero todas son respetables, y todas han de respetarse. Si no, no es democracia; es demagogia.
Termino con unos versos de Martin Niemoller, víctima de los horrores de la segunda guerra mundial. Son un recordatorio. Y una advertencia: «la ira de unos son el terror de muchos, en un círculo vicioso que se retroalimenta, y que termina, irremediablemente, destruyéndolo todo».
«Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.»
Martin Niemoller
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