Primera parte en este enlace.
Tercera parte en este enlace.
Nota: esta es la segunda parte del cuarto relato, que se incluirá junto a los tres anteriores, del libro “La Luz de Asynjur” (descarga gratuita). Este relato narra los hechos anteriores a “La insurrección de los Einherjar”, centrándose en la vida de Skadi, que ahora ya tiene veinticinco años, y es reina junto a su amado rey Njord.
Cada relato es independiente, y juntos conforman el origen de Skadi, y su destino como princesa y reina del Reino del Sur…
Skadi y Tyr cabalgaron camino de Haast durante dos horas en silencio, tras lo cual Skadi habló por primera vez:
—Y aquí estoy. Viviendo la misma historia que vivió mi madre.
—Ninguna historia es exactamente igual que las anteriores —repuso Tyr—. No pueden serlo, porque nunca las personas son las mismas. Además, esta vez estáis conmigo. Yo no soy un dios, ni tengo ningún poder divino, pero mi espada puede dar respuesta a muchas amenazas. —Skadi sonrió.
—Sí. Nuestra Señora me lo dijo.
—¿Qué os dijo?
—Que no confíe en nadie más que en ti, y en el rey.
—Me halaga que una diosa diga eso de mí.
—Por supuesto. Nuestra Señora conoce tu valor, Tyr. El mejor soldado que una reina pueda tener a su lado. —Tyr negó levemente.
—Yo solo cumplo con mi deber. Y, si no cuido de mi reina, mi rey me lo advertirá con su espada sobre mi cuello.
—Njord no es así; primero te cortaría brazos y piernas.
—Es un alivio saberlo.
Skadi suspiró mientras decía:
—Es una suerte que Freyr duerma como si el mundo no existiese. Pero yo voy a necesitar descansar también, Tyr.
—Debemos esperar al amanecer, entonces buscaremos refugio. —Skadi suspiró de nuevo, y respondió:
—Al amanecer solo tendrás trozos dispersos de reina por el lugar.
Tyr se mantuvo pensativo unos instantes.
—Tenemos un pequeño almacén para las tropas, pero está lejos, y nos desvía de la ruta. Por esa zona parece haber una granja. Se ve el perfil a la luz de la Luna. Vamos a pedir refugio.
—A ti te pueden confundir con un campesino del Reino del Norte, Tyr. Además tu acento no es demasiado distinto, al haber tratado mucho con ellos. Y puede que mi rostro no se conozca en detalle. Mis sencillas vestimentas pueden confundir quién soy yo en la noche, sin duda. Pero mi pelirroja cabellera es casi exclusiva, y la firma del reino. Encerrada en el templo no me vería casi nadie. Aquí, si me ven, me va a delatar de inmediato. —Tyr miró de forma extraña a Skadi. Esta preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Mi reina, creo que no habrá problema con el cabello.
Skadi se tomó un mechón de su larga cabellera, y lo miró a la luz de la Luna. Tyr encendió un pequeño candil de viaje, y lo acercó al rostro. Ambos miraron el mechón. Era negro azabache. También los grises ojos de la reina se habían vuelto azules. Tyr comentó:
—Cabello negro, ojos azules… Parece un mensaje de Nuestra Señora, la divina Atenea. Son el mismo color de sus ojos y de su cabello. Sin duda aquí obran fuerzas más allá de nuestra comprensión, mi reina.
—Y ella está de nuevo protegiéndome —añadió Skadi sonriente—. Nuestra Señora debe seguir unas normas que ella misma rompe. Y eso me gusta. Y yo le debo todo lo que soy a ella.
—Sí, ambas parecéis expertas en romper las normas —aseguró Tyr—. Pero no creo que ella venga aquí ahora a resolver nuestros problemas . Ahora que sabemos que podemos ocultarnos sin ser reconocidos, la opción de pedir refugio es clara.
Ambos cabalgaron hasta acercarse a una pequeña estructura de madera y piedra, que era sin duda una solitaria granja, como muchas que había en la zona.
Tyr bajó del caballo, y dio los acostumbrados golpes en la puerta que formaban la palabra «Hoa». Tras unos instantes, se abrió levemente una pequeña mirilla. Tras ella, un hombre de edad avanzada escondía una pequeña espada corta de defensa. Miró detenidamente a Tyr, y luego a Skadi en el caballo. Tyr dijo entonces las acostumbradas palabras:
—Saludos, amigo. Que la luz de Nuestra Señora, la de los ojos claros, caiga sobre tu hogar y tu familia, y te colme de bendiciones. —El hombre, tras unos instantes, respondió:
—Que tu viaje encuentre paz y sosiego en el camino, y ella te proteja del viento y la noche. Podéis pasar.
Skadi bajó del caballo con el niño. Estaba realmente agotada. La puerta se abrió, y los tres pasaron al interior, una casa sencilla de dos espacios inferiores y un techado. Una mujer se acercó rápidamente y le espetó al hombre:
—¡Por todos los dioses! ¿Qué estás haciendo, Skirnir? ¡Esta joven viene destrozada del viaje con su pequeño hijo, y tú estás aquí, con la espada todavía en la mano! ¿No ves que atemorizas al pequeño y a la madre?
—¡Solo estaba siendo precavido, Glenr! ¡Ya sabes que son tiempos aciagos y oscuros! —Glenr miró inquisitivamente al que era su marido, y repuso:
—¡Naturalmente! ¡Una madre y un niño pequeño que pueden cortarte a pedazos con su mirada! ¿Dónde ha quedado la hospitalidad de la Isla del Sur?
Skirnir iba a responder, pero sabía que, en esas circunstancias, era mejor no decir nada. Tyr saludó a Glenr, y le dijo:
—Señora, es un honor para mí… —Glenr le interpeló:
—Déjate de presentaciones y galanterías, jovencito. ¿A quién se le ocurre llevar a esposa e hijo a estas horas de la noche por este bosque? ¿Es que no hemos tenido suficiente ya? —Skadi alzó ligeramente las cejas.
—¿Suficiente con qué, mi señora?
—¿Con qué? ¡Con esos rumores, y esas desapariciones que ha habido! ¿Cómo que con qué? —Skirnir intervino:
—Glenr, por favor, ¿es que no lo ves? El caballero lleva el Escudo del Norte en el cinto. Vienen de Te Ika-a-Māui, la Isla del Norte. ¿No es así? —Tyr asintió:
—Así es. Mi nombre es Val, y ella es mi esposa, Lánar. Venimos con nuestro hijo desde el Norte a ver a unos parientes que viven en la costa oeste. Creímos que podríamos abordar el viaje con tiempo para una posada más adelante, pero el niño necesitó cuidados, y la noche se nos echó encima. —Glenr miró con los ojos abiertos a Freyr, y preguntó:
—¡Oh, mi pequeño! ¿Qué le sucede?
—No es nada —aseguró Skadi—. Solo algo que no le sentó bien. Pero está mejor ya.
Glenr examinó al niño, que se encontraba adormilado en un pequeño hueco con algo de ropa que rápidamente aquella había acomodado. Dijo al fin:
—Este niño debe comer más, está malnutrido. —Skirnir replicó:
—¡Glenr, por favor! ¡Para ti todo el mundo está malnutrido! ¿Es que quieres que se coma una vaca entera?
—¡En mis tiempos los niños no eran tan escuálidos y delgados!
—¡Seguro! —Declaró Skirnir—. ¡En cambio a mí me matas de hambre desde hace cuarenta años!
Ambos siguieron discutiendo, cuando Tyr intervino:
—No se preocupen, de verdad. Les agradecemos el interés. El niño comerá bien mañana, tenemos alimento para él. Solo decidnos dónde dormir, y nosotros nos arreglaremos, no queremos causar molestias. Partiremos al alba temprano.
—Arriba tenéis sitio —informó Skirnir—. Podéis subir y descansar. Pero ni se os ocurra pensar en salir al alba. Primero tendréis que desayunar, y tomar víveres para el niño y vosotros. —Tyr replicó:
—Os agradezco la molestia, mi señor Skirnir. Pero hemos de partir temprano.
—No creo que sea necesario salir tan rápido —repuso Skadi—. Además, me gustaría saber algo más de esas historias. Esos rumores y desapariciones.
—»Mi amor», no creo que sea conveniente detenernos mucho tiempo, nuestros familiares nos esperan —repuso a su vez Tyr. Skadi contestó:
—Lo sé, «mi amor». Pero es mi voluntad conocer esos rumores y esas historias. —Tyr la miró fijamente. Conocía ese tono muy bien, y contestó:
—Claro que sí, «amor mío». Tus deseos son los míos.
Skirnir miró de reojo a Tyr, y le dijo:
—Mal os va a ir en la vida, mi joven amigo, si ya a esta edad os dejáis ordenar por una mujer. Las mujeres nacieron para obedecer, y para ser sensatas y precavidas en el hogar, mientras el hombre labora y combate; nunca para dar órdenes. —Glenr intervino rápidamente:
—¡Vuelve a decir eso y dormirás con las vacas, «mi amor»! —Skirnir se volvió, y le respondió:
—¡Yo hablaba de mujeres, no de viejas brujas! —Entonces Skadi rió mientras decía:
—Me recordáis a mis abuelos maternos. También discutían todo el día. Y también eran la pareja más feliz del mundo. —Glenr repuso:
—No me quedó otra. Este era el último que quedaba para sacar a bailar. Me pasó por llegar tarde aquel día. Los interesantes ya habían sido invitados.
—Y acepté —añadió Skirnir—. La peor decisión de mi vida… Y ahora, todo el mundo a dormir. El niño parece agotado. Mañana os bañaréis vosotros dos, y el niño también, repondréis fuerzas, lavaremos vuestras ropas, y luego podremos hablar de lo que queráis, antes de proseguir vuestro viaje.
Tyr y Skadi subieron a la parte superior por una pequeña escala, donde una cama de matrimonio les esperaba. Dejaron al niño en una pequeña cuna improvisada que subieron a la parte superior. Tyr sujetó un hilo casi invisible al cinto del niño. Al más mínimo movimiento extraño de que pudiera pasarle algo, tendría la espada preparada. No había tiempo ni recursos para organizar una guardia improvisada. Pero se suponía que aquel era un lugar medianamente seguro.
Luego ambos se acostaron en el viejo camastro. Ni Tyr ni Skadi pensaron ni por un instante que estaban durmiendo en la misma cama. Los tres se quedaron profundamente dormidos hasta que salió el Sol.
Amanecer.
Skadi se despertó. Había amanecido ya. Tyr y Freyr no estaban. Skadi se levantó rápidamente, y se asomó con la cabeza mirando hacia abajo por el agujero. Allí vio a Glenr, que estaba dando de comer a Freyr, mientras Tyr se encontraba de pie y pensativo a su lado. Bajó rápidamente de un salto gritando:
—¡No debí dejar al niño a solas! ¡Estoy loca! —Tyr la observó, y respondió:
—No temas, mi amor. Estaba sujeto a mí por una fina cuerda de pescador. Al más mínimo problema, mi espada se hubiese hecho cargo. Ahora son otros los problemas.
Skadi notó que la voz de Tyr era grave. Cuando hablaba así, solo podía significar una cosa: problemas. Y problemas importantes. Skadi preguntó, mientras Glenr le servía una jarra de leche:
—¿Qué ha pasado? —Fue Glenr la que habló:
—Mi marido, Skirnir. Ha desaparecido. No está ni en la cuadra, ni en los campos, y nunca sale sin avisar, menos por la noche. —Skadi miró a Tyr. Este parecía confirmar los hechos con su mirada. Skadi preguntó, sabiendo que su pregunta era un hilo casi inútil de esperanza:
—¿No se habrá ido a ver a algún familiar, un amigo, alguna granja cercana?
—No. Como digo, nunca sale sin avisarme —aseguró Glenr—. Si hubiese tenido que salir de urgencia, al menos me habría despertado. Se lo han llevado esta noche. Mientras dormíamos. —Entonces intervino Tyr:
—Pero, ¿no oíste nada? ¿De verdad que no sentiste nada?
—Nada —aseguró Glenr— Solo sé que esta mañana tenía un extraño sabor en la boca.
Skadi miró a Tyr señalándose la nariz. Este asintió:
—Sí, así es. Lo he comprobado. Glenr fue drogada para que no notase nada. Debieron usar alguna pócima para el sueño potente. Esperaron a que hiciera efecto, y se lo llevaron en la noche.
—Pero, ¿por qué a él? —Preguntó Skadi extrañada.
—No lo sé, ni lo sabe ella. Ya le he preguntado. No tienen enemigos. No tienen deudas que saldar, sean económicas o de sangre. No han recibido amenazas. Ni tampoco ha habido un robo. Los animales están en su sitio. Y los útiles de oro y plata también.
—Se lo han llevado como a los demás —aseguró Glenr—. Ha desaparecido en la noche. Y yo… yo no sé qué voy a hacer sin él.
Skadi se acercó a Glenr, y le sonrió mientras le pasaba un brazo consolador. Glenr le sonrió a su vez, mientras Freyr terminaba de comer con la ayuda de Tyr, y jugaba con unas maderas pintadas que le había dado Glenr, maderas que habían pertenecido a su hijo cuando era pequeño, y que siempre había conservado. Luego Skadi miró a Glenr, y susurró:
—¿Cuánto tiempo llevan ocurriendo estas desapariciones?
—Tres meses hace de la primera —confirmó Glenr—. Desde entonces, el número ha ido creciendo.
—¿No ha habido peticiones de rescate?
—Ninguna. Solo silencio.
—¿Y por qué no lo habéis denunciado?
—Al principio no pensamos que fuese algo sistemático, o parte de algún plan. Nos preocupamos, claro. Pero lo achacamos a accidentes, a la mala suerte, a la voluntad de los dioses… Desaparece gente todos los años, eso es lo normal. En accidentes, en los barcos de pesca, en caídas… Pero esto es distinto. Desaparecen de casa. De nuestras casas. En la oscuridad de la noche. Se ha extendido el rumor de que una maldición asola al Reino, y que el heredero, Freyr, está maldito. Esa maldición tiene forma de un ser que exige almas de mortales, hasta que su sed de odio y sangre sea saciada. Dicen que denunciar solo acrecentará el dolor y la maldición.
—Esos son tonterías —aseguró Skadi— Son habladurías. Las hubo, cuando la reina Skadi era pequeña, solo una princesa de algo más de un año de edad.
—Lo sé —dijo Glenr asintiendo levemente—. Lo recuerdo perfectamente, como si fuese ayer. Ahora estamos solos. Dicen que la Divina Atenea intervino entonces para salvar aquella crisis. Ahora… parece que las cosas serán distintas.
—Hemos de confiar en Nuestra Señora —advirtió Skadi sonriente—. Ahora y siempre. Y en denunciar estos hechos, para que los reyes, Skadi y Njord, aposten guardias y tropas si es necesario.
Glenr asintió. Freyr se acercó a esta, y le ofreció una madera. Ella sonrió, y tomó la madera en su mano. Luego le preguntó a Freyr:
—¿No quieres la madera? ¿Para jugar? —Freyr la miró un momento. Luego respondió:
—No. Ya tengo otras. Tú no tienes maderas.
Freyr salió corriendo para seguir jugando. Glenr le observó con curiosidad. Luego, dirigiéndose a Skadi, dijo:
—Es un niño muy especial. —Skadi asintió.
—Lo es, sin duda.
—En cuanto a las habladurías, supongo que tenéis razón —confirmó Glenr—. Las supersticiones y las habladurías no resolverán nuestros problemas. —Skadi asintió:
—Efectivamente, no lo harán. Y habrá que tomar medidas. Mi… marido y yo investigaremos estos hechos. —Tyr protestó:
—Pero… mi amor… debemos partir ya, recuerda a… nuestros familiares, que nos esperan pronto. —Glenr confirmó las palabras.
—Cierto es lo que dice. No podéis hacer nada.
—Sí podemos, mi pueblo… El pueblo está en peligro. Esto debe terminar ya. —Entonces Glenr dijo:
—No. Nuestros hombres y mujeres desaparecidos son importantes. Pero la protección del niño es incluso mayor. —Skadi miró con extrañeza a Glenr.
—¿Por qué decís eso? —Glenr sonrió. Tomó la mano de Skadi, y respondió:
—Porque a quien tengo delante de mí es ni más ni menos que a mi señora, la reina Skadi, y el que se hace pasar por vuestro marido no es el rey; es sin duda uno de los hombres de confianza del rey Njord. Y este niño que juega aquí es Freyr, el heredero del Reino del Sur. Bendecido por la propia diosa Atenea tras su nacimiento… Sobre él pesa la maldición de las habladurías, y por eso huis, disfrazada de campesina, con el cabello tratado, y los ojos transformados. Pero una vez, hace diez años, cuando habíais vuelto de vuestra visita a la isla de Rakiura, vi vuestra mirada, mi reina. Y esa mirada de amor y paz no se pueden olvidar. Se me clavó en el corazón aquel día. Y nunca ha desaparecido. Solo Nuestra Señora, la divina Atenea, tiene el cabello más negro y los ojos más azules, pero vuestra mirada no puede suplantarse, mi reina.
Se hizo el silencio. Tyr pensó que aquello podría ser bueno, o malo. No acababa de decidirlo. Skadi sonrió. Miró a Tyr, que alzó las cejas levemente. Los tres se mantuvieron en silencio. Finalmente, Tyr intervino:
—Yo soy Tyr, Jefe de la Guardia del Rey. ¿Desde cuándo sabes quiénes somos?
—Desde que pude cruzar mi mirada con la de la reina, al poco de entrar. No le dije nada al loco de mi marido, por supuesto, porque él habría organizado una fiesta que habría llamado la atención de la mitad de la isla, lo cual es precisamente lo que tratáis de evitar. Pero tenéis razón, Tyr. Debéis marchar. Proteger al niño de esa maldición, y tratar de salvarle la vida, hasta que todo esto se pueda aclarar.
Tyr caminó unos pasos por la sala, pensativo. Miró a Glenr y a Skadi, y luego al niño. Finalmente, sentenció:
—Sin duda hay una conexión entre la supuesta maldición de Freyr y estas desapariciones. Tú misma lo has dicho: la maldición exige almas mortales hasta que esta desaparezca. Esas son las habladurías. Y, tras las habladurías, debe esconderse la verdad.
—¿Y por qué dices que tiene que haber una relación? —Preguntó Skadi extrañada.
—Porque pueden crear un clima de tensión contra el reino. Ahora son secuestros, pero podrían ir a más. —Skadi asintió.
—Entiendo. Es de suponer que Bálder y Electra han decidido que van a preparar el terreno para una invasión, o, al menos, la posibilidad de crear un conflicto interno con el pueblo para que Njord, Freyr y yo seamos enviados más allá de los límites del Manto de Odín, a una muerte segura.
—Exacto —confirmó Tyr—. Pero secuestrar a individuos es algo complejo. Requiere una gran organización, medios, y un lugar en el que mantener a los secuestrados, si es que quieren mantenerlos con vida. Aquí operan fuerzas ocultas muy bien preparadas. —El rostro de Glenr cambió de repente. Tyr se dio cuenta, y dijo:
—He hablado solo de una posibilidad. No creo en absoluto que se atrevan a hacer daño a los secuestrados. Eso sería motivo de guerra. y no creo que quieran la guerra, al menos no de momento. Quieren crear una crisis interna.
—Es cierto —asintió Skadi—. Esto se parecía a algo similar a lo que le ocurrió a mi madre. Pero solo aparentemente. Es algo muy distinto. Mucho más elaborado. Y peligroso no solo para nosotros, sino para todo el pueblo del Reino del Sur. Está decidido. —Tyr la miró extrañado.
—¿Qué está decidido? Todo esto son especulaciones.
—Lo son. Por eso investigaremos todo este asunto. Interrogaremos a los familiares de otros desaparecidos. Y prepararemos un plan para capturar a alguno de los secuestradores.
—¿Los dos solos, mi reina? —Preguntó Tyr—. Aparte de que es imposible que nosotros dos podamos organizar algo así, no puedo permitir que la reina del Reino del Sur se exponga de esa forma ante un peligro tan brutal. Esta noche podríais haber sido secuestrada en lugar de Skirnir. —Skadi respondió:
—No, si tienen los secuestros ya planeados, Tyr. No sabían que estábamos arriba. Posiblemente estén secuestrando a personas de zonas donde sea fácil llevarlas en la noche. —Glenr asintió rápidamente.
—¡Sí, sí! —Exclamó—. ¡Eso es cierto! Son hombres y mujeres de granjas que se encuentran en zonas relativamente solitarias en el bosque y en el valle. Granjas como esta.
—Eso reduce el patrón de vigilancia —indicó Tyr—. Podremos controlar esas granjas, donde todavía no se hayan producido secuestros. Es evidente que no secuestran familias enteras, sino solo a un miembro, para crear confusión y miedo en el resto. Eso quiere decir que tendremos que vigilar las granjas solitarias que todavía no han perdido familiares. Pero somos dos. ¿Cómo vamos a solucionar eso?
Los tres se mantuvieron en silencio unos instantes. Luego, Skadi sonrió. Miró a Tyr y Glenr, y afirmó:
—Qué tontos somos. Tenemos a todo el pueblo del Reino del Sur para solventar este problema. Como ha ocurrido siempre.
—No os entiendo —comentó Tyr sorprendido—. No podemos llamar a soldados, ni mover tropas, ni colocar vigilancia de guardias que llamen la atención. Cualquier movimiento en ese sentido, y nuestro plan será descubierto. —Skadi negó con la cabeza, sonriente, y afirmó:
—No, Tyr, no. Eres un gran soldado. Y un gran estratega. Pero funcionas con la mente de un militar. Ves soldados y tropas, ejércitos y movimientos, guardias y armas, por todas partes. Esto requiere de algo más sutil. Mucho más sutil. Y, te aseguro, si lo organizamos bien, no sabrán nada de lo que ocurre, hasta que sea demasiado tarde. Y ya tengo a la ayudante perfecta para esto. —Tyr se rascó la cabeza.
—¿Decís… ayudante perfecta? ¿Es eso lo que decís?
—Eso es lo que digo —confirmó Skadi, mientras sonreía ampliamente.
—No os referiréis a la divina Atenea…
—No. No me refiero a Nuestra Señora. Ni a ayuda de dioses ni magia. Los dioses son caprichosos, se pueden permitir ese lujo. Los mortales no podemos.
Glenr miró a Tyr. Le dijo:
—¿Sabéis de lo que habla nuestra reina? —Tyr miró a su vez a Glenr, y con la mano en la barbilla, contestó:
—No, mi señora. No lo sé. Pero algo sí os puedo decir: cuando nuestra reina pone esa mirada, y esa sonrisa, podéis estar segura de una cosa: van a empezar a sucederse todo tipo de sorpresas…
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