Tercera parte en este enlace.
Primera parte en este enlace.
Nota1: versión corregida por un error de WordPress.
Nota2: esta es la cuarta parte del cuarto relato (4/4), que se incluirá junto a los tres anteriores, del libro “La Luz de Asynjur” (descarga gratuita). Este relato narra los hechos anteriores a “La insurrección de los Einherjar”, centrándose en la vida de Skadi, que ahora ya tiene veinticinco años, y es reina junto a su amado rey Njord.
Este cuarto relato de “La maldición de Freyr” tiene un tono algo más adulto, es más extenso, y deja de lado el formato relato puro adentrándose en la novela corta. El texto conecta ya de lleno con el estilo del posterior libro en dos partes de “La insurrección de los Einherjar”.
El texto final constará de seis partes, y narrará la historia de Skadi, que con veinticinco años se ve envuelta en una conspiración, con un rumor que implica una maldición a su hijo Freyr.
Cada relato del libro es independiente, y juntos conforman el origen de Skadi, y su destino como princesa y reina del Reino del Sur. Muchas gracias.

Padre, esposo, rey.
Njord se encontraba sentado en la Gran Sala Blanca, dentro del castillo de Helgi, despachando asuntos de estado con uno de los oficiales del Reino del Sur, responsable de las tropas y defensa del estrecho de Te Moana-o-Raukawa. Este estrecho era la zona de mar que separaba las dos islas, y el punto eterno de fricción entre los dos reinos.
Fue entonces cuando apareció Lytir, de la Guardia del Castillo de Helgi, y hombre de confianza del rey. El rostro de Lytir dejaba claro que no portaba buenas noticias…
—¿Qué nuevas me traes, Lytir? ¿Has hablado con la reina? ¿Están ella y Freyr bien?¿Has podido conversar con Tyr?
—Mi rey, lamento informaros de que la reina no está en el templo de Nuestra Señora, la Divina Atenea, en el monte Aoraki. Tampoco Freyr, ni Tyr. —Njord frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con que no están en el templo? ¿Han ido de viaje a algún otro lugar?
—No, mi rey. He traído a la Gran Sacerdotisa. Ella os dará la información de primera mano. Y temo que no os va a gustar.
Una mujer de unos cuarenta años apareció. Alta alta y enjuta, con un rostro fuerte y sereno. Era también la Gran Sacerdotisa del Monte Sagrado Aoraki. Su rostro era serio. Dijo al rey:
—Mi rey: la reina Skadi y Freyr, y también Tyr, Jefe de los Ejércitos, han desaparecido. Los hemos buscado por todo el templo. También por los alrededores.
—¿Qué? ¿Han sido quizás secuestrados? —Preguntó el rey iracundo.
—No lo parece, mi rey —respondió la sacerdotisa—. Tomaron al parecer dos caballos, uno de ellos era del establo de Nuestra Señora, la de los ojos claros. Ensillaron los caballos, y se equiparon con víveres, agua y algunos utensilios de viaje. Y se fueron al abrigo de la noche. Pensamos que podría ser una treta, pero no se encuentran en el recinto ni en perímetro del templo.
—¿Se fueron? ¿Así, sin más?
—Sí, mi rey. —Njord farfulló algo con gesto contrariado. Luego dijo:
—Pues haremos una batida enseguida por toda la zona —ordenó—. Llamaremos al Tercer Ejército, para que deje el campamento y se movilice de inmediato.
—Sí, mi rey —susurró la sacerdotisa.
—Esto es otra loca idea de Skadi, estoy seguro —continuó Njord. Lytir confirmó:
—Sí, mi rey. Parece su estilo.
—¿Su estilo? Su estilo es complicarlo todo aún más, cuando todo está ya complicado. Espérame aquí, Lytir. Voy a mis habitaciones a prepararme, y cuando vuelva, yo mismo te acompañaré a preparar las órdenes para el Tercer Ejército. Vamos a encontrar a la reina usando todos los recursos disponibles. Hasta el último hombre. El quinto Ejército está al norte, quizás lo llamemos también. —La sacerdotisa le repuso:
—Señor, antes de que emprendáis cualquier acción, ¿puedo hablar un momento con el rey, en privado? Es importante.
—Por supuesto. Vamos a la sala adjunta.
Ambos se fueron a otra habitación. La sacerdotisa le entregó una carta cerrada y sellada. La había dejado Skadi sobre la mesa de la habitación del templo antes de partir. Solo decía: «Orión 25-03».
Njord releyó la nota un par de veces. Luego asintió levemente sin mencionar el contenido a la sacerdotisa. Quemó la carta con una antorcha cercana. Suspiró, y dijo:
—La reina dice que se va del templo por razones que no quiere comentar, y que no me preocupe. Al menos se confirma que la reina está bien, o al menos lo estaba cuando escribió esto, y no fue raptada o forzada a huir.
—Esas son buenas noticias —confirmó la sacerdotisa.
—Supongo que sí —respondió Njord sin demasiada convicción—. Otra cosa es lo que esté haciendo ahora; quizás invocar la guerra a los demonios de más allá del Manto de Odín.
—No digáis esas cosas, mi rey —advirtió la sacerdotisa—. Trae mala suerte.
Njord no respondió. Dejó marchar a la sacerdotisa, que partió hacia el templo de nuevo. Luego subió las escaleras hacia sus aposentos en la torre principal, mientras susurraba algunas palabras. LLegó a su armería personal, donde se encontraban las joyas más valiosas en armas que el reino podía tener. Una espada de un acero irrompible fabricado por los mismos dioses, y una cota de malla formada por un extraño material llamado grafeno, con el poder mágico de ser impenetrable a cualquier hoja de acero, o a cualquier flecha. Era un legado de los antepasados, de la época en la que las Crónicas de los Einherjar hablaban de los dioses, que se enfrentaron por una guerra que destruyó el mundo.
Njord estaba colocándose la cota y revisando su espada, cuando sintió una presencia a su espalda, oculta en las sombras. Inmediatamente se dio la vuelta y blandió la hoja para prepararse para atacar. Unos ojos azules le observaban en silencio. Njord suspiró profundamente. Guardó la espada en el cinto, y observó:
—Nuestra Señora, Atenea, la de los ojos claros. Me habéis dado un susto.
—Merecido lo tienes —respondió ella con enojo, para sorpresa de Njord, que nunca imaginó verse en una situación así con la diosa, ni tan alterada. Atenea añadió:
—Las imprudencias se pagan caras en estos tiempos. Y tú estás siendo muy imprudente, Njord.
—Mi Señora, si vais a hablarme de nuevo de esa loca testaruda y cabezota de Skadi… —Atenea surgió de las sombras. Se acercó a Njord, y le dijo:
—De ella voy a hablarte, por supuesto. Dime algo, Njord: ¿no confías en Skadi?
—No se trata de eso, mi Señora; Skadi está desaparecida. Mi deber es buscarla.
—Tu deber es, efectivamente. Es tu esposa. Debes protegerla, como ella debe protegerte a ti. Y ambos debéis proteger el reino, y a Freyr.
—¿Entonces?… No entiendo…
—¿Qué es más importante, Njord? ¿El amor por tu esposa, o el cuidado del reino?
—No pueden compararse. Pero, si el reino está en peligro, el reino es lo primero.
—¿Sacrificarías a Skadi por el reino?
—¡Mi Señora! ¡Esa elección no es razonable! ¡Yo!… —Atenea levantó la mano, y dijo:
—Contesta ahora. Porque de las elecciones difíciles depende la templanza de un líder. Elegir es fácil en tiempos de prosperidad. Elegir en tiempos de crisis marca a los grandes líderes de los que solo son imitadores, que solo hablan para oírse a sí mismos y a sus fieles seguidores.
—Yo no…
—Deja de buscar excusas, Njord. Y deja de esconderte en tu orgullo. Tienes un deber. Y un destino. Hazte merecedor del mismo.
Njord suspiró. Dijo al fin, mientras miraba el escudo del reino sobre su pecho:
—El reino es lo primero. Ni Skadi, ni yo, somos más importantes, ni estamos por encima del Reino del Sur.
—¿Entiendes que eso es precisamente lo que piensa Skadi también?
—Lo entiendo, mi Señora.
—Entonces has de entender que, lo que hace Skadi, lo hace por el reino.
—¿Y qué es lo que hace, mi Señora? ¿A qué se debe todo este misterio? ¿A qué se debe su carta? Esto que está sucediendo ahora no es un juego de romances secretos de dos adolescentes, que quedan en un lugar secreto, un día concreto, para hacer realidad su amor.
—Es cierto —confirmó Atenea—. No es un juego de romances ni amores secretos, ciertamente. Precisamente por ello debes averiguar qué la hace actuar así. Pues alguna razón tendrá. Pero no lo harás anunciando con trompetas y soldadesca a todo el reino tus intenciones. Si ella guarda silencio, si incluso arriesga su vida sin avisaros para ocultarse, ¿no será que algo importante ocurre? ¿No será la sutileza la mejor arma para resolver este misterio?
Njord se mantuvo pensativo unos instantes. Al fin dijo:
—Así es, mi Señora. Me ha dejado una carta. La he quemado. Solo decía: «Orión 25-03».
—Lo sé. Y eso significa que Skadi quiere ser cautelosa. Por eso te manda ese mensaje que sólo tú puedes entender entre los mortales. Tú lo sabes. Ella lo sabe.
—Es cierto. Pero el uso del ejército parece una manera rápida de… aclarar este asunto.
—Las botas, las lanzas y las espadas con ejércitos de caballeros y soldados no son efectivos para resolver un misterio de una desaparición, o, en todo caso, una situación que requiere de prudencia, sigilo, y silencio.
—Es cierto, mi Señora. Quizás me he precipitado. Pero sigo pensando que Skadi es la mujer más cabezota y terca que ha existido en los últimos siglos. —Atenea asintió levemente. Sonrió, y dijo:
—Puede que tenga algo de eso, no lo niego. Pero sabe sacarle provecho. Y es bueno que hayas llegado por fin a la conclusión lógica a la que debías llegar. Ha costado. Ha requerido un esfuerzo. Pero se ha logrado. Una conclusión a la que has llegado con mi ayuda, después de que Skadi llegase a la misma conclusión, y sin ayuda alguna. Ella está dispuesta a sacrificar su vida, incluso la de vuestro hijo, por el bien del reino. Y tú solo piensas en batidas con ejércitos para buscarla, mientras sabes que una amenaza se cierne sobre ella, y especialmente sobre Freyr. No todo se resuelve con la fuerza de mil espadas, Njord. A veces, una sola espada templada y fría es más eficaz que un ejército completo de espadas y lanzas.
Njord se mantuvo en silencio unos instantes, cabizbajo. Se volvió para hablar con Atenea. Había desaparecido. No encontró sino un vacío. El mismo que sentía en su corazón.
Luego escribió un pequeño texto en un pergamino oficial, lo selló, y lo dejó sobre la mesa. Se ajustó la cota de grafeno, aseguró su espada y un pequeño cuchillo. Se colocó una ropa sencilla de campo que usaban en actividades diversas, y salió de sus habitaciones. Se dirigió a donde estaba Lytir, y le informó:
—Lytir, salgo en un viaje especial. Yo solo.
—No entiendo, mi rey. ¿Y el Tercer Ejército?
—Olvida el Tercer Ejército. Lee este documento oficial del que te hago entrega frente a la guardia como testigo.
Njord le entregó el documento que acababa de redactar. Mientras Lytir abría el documento y lo leía asombrado, el rey continuó:
—A partir de ahora, por mi voluntad, y según dictan las normas del reino, quedas al cargo, como Senescal, del Reino del Sur.
Lytir no podía creer lo que oía. Respondió:
—Pero, mi rey… —Njord levantó la mano, y continuó:
—Este documento que te he dado, con el sello oficial, te nombra Senescal del Reino del Sur, hasta la llegada del día de la Ascensión, en el que Freyr debe ser bendecido por Nuestra Señora, la Divina Atenea. Si yo no volviese, serías Senescal hasta la proclamación de un nuevo rey. La guardia, aquí presente, es testigo de mis palabras.
—Mi rey… —Njord le cortó de nuevo:
—Escúchame atentamente, Lytir. Te doy este encargo porque conocí a tu padre, y mi padre luchó con él, y pocos hombres como él han demostrado tanto valor como pasión por la verdad y la justicia. Sé tú también merecedor de esa honra, pues la misma sangre corre por tus venas. Y hazte valedor del cargo que te entrego. Confío en ti, porque hemos de confiar en los demás en los buenos tiempos; pero mucho más en tiempos duros y difíciles. Y tu corazón es noble y justo. ¿Aceptas?
—Mi rey, antes de contestar, perdonad que insista: el Reino del Sur no puede quedarse sin sus reyes. No en estos tiempos.
—El Reino del Sur es mucho más que sus reyes. Alguien acaba de dejármelo muy claro. El reino sobrevivirá. Con nosotros, o sin nosotros. No todos los actos de un líder han de ser discursos, proclamas, y aplausos. Ni grandes paradas militares, o grandes proezas. A veces es importante recordar que actuar en silencio y por el reino, fuera de la vista de las masas, para conseguir un objetivo noble y preciado, es incluso mucho más importante. Además, la ley prevé una situación legal así. Y tú eres el elegido. Te repito: ¿aceptas?
Lytir miró el documento. Luego miró al rey, y contestó:
—Juro por los dioses, y por los ojos claros de Nuestra Señora, la Divina Atenea, que, como Senescal del Reino del Sur, protegeré el reino hasta vuestro retorno, o hasta el Día de la Ascensión, o hasta que vuestra voluntad así lo ordene. Sea mi espada digna de vuestra confianza.
—Esas son nobles palabras, Lytir. Ahora, hazte merecedor de ellas con tus actos.
Njord comenzó a caminar con paso ligero y firme. Pero Lytir le detuvo.
—Vais en su búsqueda, ¿verdad? Vais a buscar el destino de la Luz de Asynjur. Solo. Sin protección. Sin guardias. Es una locura, mi rey. No debéis hacerlo. Es arriesgado. Sois el rey.
—Soy también un hombre desesperado por encontrar a su mujer y su hijo, Lytir. Pero me debo al reino; y actuaré como rey y en defensa de este reino. Sin soldados. Sin grandes batallas. En silencio. Los dioses han hablado. Y, cuando los dioses hablan, los mortales se hacen merecedores de sus palabras.
Lytir, con rostro apesadumbrado, puso su mano en el hombro de su rey. Njord sonrió un instante, y, sin decir palabra, se volvió de nuevo. Siguió caminando, mientras se colocaba la capucha sobre la cabeza.
Salió por una salida secreta del castillo, inspirado por las propias palabras de la divina Atenea. El destino le esperaba, era cierto. Y la propia diosa se lo había dicho: la sutileza puede ser un arma mayor que el mayor ejército de la Tierra.
- Njord
Revelaciones y destinos.
Mientras esto ocurría, la mañana había llegado al hogar de Glenr. Skadi desayunó algunas de las provisiones que habían llevado. Luego tensó el arco, comprobó el carcaj, y se lo colocó a la espalda mientras se dirigía a Tyr:
—Tengo que ir a Dobson esta noche, y sin falta, Tyr. Tú vendrás conmigo.
—Es un placer ver que me explicáis vuestros planes, aunque sea someramente, y que contáis conmigo para protegeros, mi reina —respondió Tyr. Skadi le miró con ojos complacientes, y afirmó:
—Nunca sé cuándo hablas en serio, y cuándo eres sarcástico. —Tyr asintió, y contestó:
—No importa demasiado, mi reina; que lo sepa yo es suficiente.
—Muy gracioso. Si hasta tienes sentido del humor, quién lo iba a decir.
Sif apareció desde el altillo de la casa, y comentó:
—Buenos días. ¿Qué planes tenemos tenemos para hoy? —Fue Tyr el que respondió:
—¿Dónde están tus… amigas? No las escuché salir, ni partir.
—Por supuesto que no; dormías como un caballo. Y ellas saben incluso dormir mientras se mantienen alerta. En todo caso, se fueron hace un rato, para una misión especial. —Entonces intervino Skadi.
—Sif, tus chicas cada día me sorprenden más. ¿Cómo eres capaz de entrenarlas de una forma tan eficaz? Hubo mujeres soldado antes, cuando yo era una niña. Pero no tenían esa preparación. Esa agilidad y velocidad. Son sorprendentes.
—Tenemos nuestros secretos —contestó Sif con orgullo—. Y bien, ¿cuál es el plan?
—Al parecer tenemos que viajar a Dobson —explicó Tyr—. Tendremos que estar allá esta noche. Como siempre, la reina no explica nada hasta que es el momento de no poder planificar nada, y tengo que improvisarlo todo.
—Explico las cosas a su momento —intervino Skadi—. Ahora comprenderás el por qué de mi actitud.
—Si mi reina puede conseguir que yo comprenda algo de todo esto, sin duda se merecerá llevar la corona muchos años. —Skadi rió vehemente. Sif intervino:
—Quizás si usases el cerebro podrías conseguirlo. Pero vamos a lo que importa: si ha habido algún resultado esta noche pasada, y se ha visto algo o alguien sospechoso, o incluso se ha capturado a alguien, me lo harán saber pronto. Tengo que reunirme en un punto no muy lejos de Dobson para recibir los informes y novedades. Lo que me preocupa de todo esto es Freyr. —Tyr repuso:
—Aunque no me gustó la idea, reconozco que su anonimato en algún lugar perdido y escondido es ahora la mejor opción.
—Lo fue, y lo sigue siendo —aseguró Skadi—. Tenerlo aquí mantendría mi alma en vilo y mi corazón latiendo como para desbocarse ante cualquier peligro. Es uno de los sacrificios que esta situación requiere.
—Ha sido una idea acertada —aseguró Sif—. Glenr cuidará de él con gran empeño.
—¿Y tú cómo lo sabes? Yo también lo creo, es cierto. Pero no la conoces.
—Pero conozco el carácter de las gentes de esta zona. Lo protegerá con su vida si fuese preciso.
Skadi se mantuvo pensativa, mirando por la pequeña ventana al exterior. Luego se volvió, y se dirigió a Tyr con estas palabras:
—Tyr, perdona que te haga esta petición, que sé no te va a gustar: ¿podrías, por favor, salir fuera un momento? Necesito hablar a solas con Sif. Es importante. —Tyr miró unos instantes a ambas, y respondió:
—Más secretos y misterios. No se acabarán nunca. —Skadi asintió.
—Es cierto. Hay cosas que es mejor que queden para nosotras solas. Al fin y al cabo, nos conocemos desde que somos muy pequeñas, ¿no es así, Sif? —Sif notó algo raro en el tono de voz de Skadi. Respondió:
—Por supuesto, mi reina.
—Tyr abrió la puerta, verificó la espada, y salió al exterior. La puerta se cerró detrás de él. Luego Skadi se dio la vuelta, y miró atentamente a Sif. Esta comentó:
—Tyr es un hombre inteligente. No es prudente dejar de explicarle vuestras ideas, mi reina.
—Lo sé. Está en juego el reino, y está en juego el futuro de mi hijo. Tyr es de mi plena confianza. Pero incluso él debe saber ciertas cosas a su debido momento. Y ahora, hemos de hablar. Porque hora es de que sepa la verdad. —Sif miró con extrañeza a Skadi, y preguntó:
—¿Qué verdad? ¿Algún problema, mi reina? —Skadi asintió lentamente. Y tardó unos segundos en contestar.
—Sí. Algún problema, mi querida Sif.
—No os entiendo. ¿Hice algo mal?
—No. De hecho, llevas tiempo haciéndolo todo bien. Demasiado bien. Tus mujeres guerreras. Son perfectas combatientes. Tu silencio al moverte. Imposible escuchar ni un suspiro. Tus habilidades para aparecer y desaparecer, tu capacidad para trasladarte de un lado a otro en tiempos increíbles…
—No os entiendo, mi reina. Es mi entrenamiento, que…
Skadi alzó la mano. Sif calló. Tras unos segundos, la reina continuó:
—Conozco el entrenamiento que practicáis. Yo misma lo he practicado también, contigo. ¿Recuerdas?
—Sí, mi reina.
—Claro que lo recuerdas. Eso que los antiguos llamaban artes de espada y de defensa avanzada. Conozco la habilidad para moverse en las sombras en perfecto silencio. La habilidad para derrotar a un enemigo, incluso armado, solo con las manos y los pies. Pero tú llevas todo eso a límites insospechados. Por otro lado, Sif siempre fue mucho más reservada. Yo entendía tu extroversión reciente porque ambas hemos crecido y madurado. Tienes ahora veintiséis años. Pero hace dos que has cambiado. Sif nunca solía bromear en tiempos de crisis, durante su actividad. Ni usaba términos como «elefante», que es un animal mítico de la era de los antiguos dioses, que nadie sabe si realmente existió. Ni hubiese bromeado nunca con Tyr, su gran amor imposible. En cuanto a Glenr, he visto cómo hablabas de ella con autoridad y seguridad. La conoces. La conoces bien. Tu voz te delata. Sabes que podemos confiar en ella, y que Freyr está seguro en sus manos. Pero no deberías conocerla. No hay ningún motivo para ello. Otra pieza que no encaja en tu historia. Así que dime quién eres en realidad, aunque he de suponerlo ya. Y la elección es evidente.
Sif se mantuvo pensativa y en silencio unos instantes. De pronto, cerró los ojos. Skadi, para su asombro, pudo ver cómo Sif se transformaba. Su cabello negro, la blanca piel, los ojos azules y brillantes… Allí, delante de ella, apareció Atenea, la de los ojos claros. Skadi caminó hacia atrás asombrada, tropezó con una silla, y a punto estuvo de caerse. Luego, con una voz temblorosa y cortada, dijo al fin:
—Era… exactamente lo que me decía mi corazón. Y, sin embargo, no quería creerlo… Mi Señora… —Atenea asintió levemente.
—Siempre fuiste muy perspicaz, mi estimada Skadi. La edad solo ha mejorado tu capacidad para ver más y más lejos que los demás. Eres digna del respeto de los dioses. Eres, sin duda, la Luz de Asynjur.
—Pero, mi Señora, ¿por qué?…
—Entiendo tu asombro, Skadi. Pero era necesario. Es necesario. Debo intervenir en este asunto. Aquí se mueven fuerzas y prodigios que exigen mi presencia. Pero eres tú la que ha de seguir los acontecimientos, no yo. Al menos, en lo que respecta a los mortales que intervengan en esta crisis.
—Pero, ¿dónde está Sif?
Atenea suspiró profundamente, con rostro abatido. Por un momento, casi le pareció humana a Skadi. La reina tembló en su interior. Temía la respuesta. Y sabía cuál era ésta. Atenea respondió:
—Tengo el doloroso deber de informar a la reina de que Sif, guardiana del reino y amiga de niñez y juventud, murió hace algo más de dos años. Estaba entrenando sola, en los acantilados del este. Le advertí del peligro. Pero me dijo que,sin riesgo, sin miedo, no hay aprendizaje. Tuve que darle la razón. Resbaló. La roca estaba húmeda, por la marea alta y el oleaje. Cayó, y se golpeó la cabeza contra unas rocas. Yo acudí en su ayuda enseguida. Pero nada podía hacerse.
—¿Nada podía hacerse? —Preguntó Skadi con voz rota y ojos temblorosos— ¿No sois una diosa?
—Los dioses tenemos poder sobre las cosas, Skadi. No sobre las personas. La vida y la muerte no son competencia nuestra. Somos consejeros y guías. No hacedores de la vida eterna.
Skadi se sentó en una silla temblando. Estaba apesadumbrada. Sus ojos empapados en lágrimas. Su corazón frío como el hielo. Luego se volvió a Atenea. Fue esta la que habló:
—Vas a preguntarme por qué he suplantado a Sif durante este tiempo.
—La pregunta se hace evidente, mi Señora. Y sí: es cierto; no entiendo esta actitud. ¿Por qué ocultarme algo tan importante? ¿Por qué tomar la forma de Sif para ocupar su puesto este tiempo? ¿Por qué negarme la muerte de mi gran amiga y compañera?
—Porque debía hacerse. Sif y sus mujeres soldado son un seguro para el Reino del Sur en estos tiempos aciagos. Las antecesoras de Sif ya resolvieron situaciones difíciles, a veces con mi ayuda, para evitar el caos en el reino. Yo mismo las entrené, tiempo atrás. Yo les di la formación original en combate y armas. Anunciar la muerte de Sif, en estos tiempos, hubiese sido un mensaje de desesperanza para sus compañeras. Más aún ahora, con esta situación tan crítica que vives, y que vive el Reino del Sur. Así pues, tomé una decisión: hace dos años me hice con el mando directo de todas las mujeres soldado del reino. Me ocupé personalmente de su entrenamiento. Las convertí en las mejores soldado que nunca hayan visto los Dos Reinos.
—Entonces, la muerte de Sif deberá ser anunciada en algún momento. Y su nombre recordado y respetado.
— A su tiempo, sí. Cuando esta crisis haya sido superada. Sif morirá por fin. Y se cantarán gestas en su honor. Pero cuando esta tarea haya terminado. Entonces sus compañeras podrán marchar a sus hogares, y dejar las armas si quieren. O seguir siendo soldados en la sombra. Será su elección. Pero ahora el Reino del Sur las necesita. Y yo habré de darles los ánimos y las fuerzas para superar los retos que les esperan. Por eso debo seguir siendo Sif. Hasta el final.
Skadi asintió levemente. Se meció el cabello, y dijo:
—Y este color de mi cabello… Y el de mis ojos… — Atenea asintió.
— Ha funcionado. Tal como esperaba.
— Eso me preguntaba. ¿Lo hizo mi Señora para ocultarme? ¿O para hacerme pasar por mi Señora?
— Para las dos cosas. Yo te di la propiedad de cambiar tu color de cabello y ojos. El resto es cosa tuya, Skadi. Tú has usado ese cambio para la mejor ocasión. Y eres una buena imitadora. Con tal de que triunfes, no me importará esa pequeña suplantación de identidad que llevaste a cabo con los líderes de la zona. Antes de la Ascensión tu cabello y ojos serán los mismos de siempre.
Skadi intentó asimilar todo aquel caudal de acontecimientos. El dolor ante la noticia de Sif era enorme. Se levantó. Recordó los buenos momentos vividos con Sif. Cuando Skadi tenía veintiún años, Sif fue una de las claves para solucionar el conflicto con el Reino del Norte, cuando su madre enfermó. Y ahora estaba muerta. Desde hacía dos años. Su amiga de sueños y juegos. Perdida por una mala caída.
Mirando por la ventana, Skadi preguntó:
—Decís, mi Señora, que se mueven fuerzas ocultas y oscuras en estos tiempos. Y que por ello debéis intervenir. ¿Qué fuerzas son esas?
Skadi se volvió. Atenea había desaparecido, como era costumbre en ella. Entonces salió afuera. Tyr la observó:
—Mi reina, no deberíais salir al aire libre. Podrían reconoceros.
—Ahora ya no importa nada, mi fiel Tyr. Saldré, y lucharé por esta causa. Basta de esconderse. Basta de esperar. Debemos saber si esta noche ha habido alguna acción de importancia, y actuar. Y debemos ir a Dobson. Es muy importante.
—¿Dónde está Sif? ¿Y qué son esas lágrimas? Nunca me contáis nada, mi reina. ¿No confiáis en mí?
Skadi no pudo reprimir nuevas lágrimas en sus ojos. Miró a Tyr, y colocó su mano derecha en la mejilla de su fiel amigo y defensor.
—No digas tonterías, por favor. Claro que confío en ti. Lás lágrimas son por el peso de saber cosas que son como una opresión infinita en el alma. Y, en cuanto a Sif, se ha ido. Está ocupada con los hechos que puedan haber acaecido esta noche.
—Es increíble que se haya ido sin que me diese cuenta. ¿Cómo lo hace?
—Deberás preguntarle a ella. Yo no puedo contestarte a eso.
—Algo ha ocurrido ahí dentro con Sif, mi reina. Algo grave. Algo importante. —Skadi ignoró el comentario. Solo dijo:
— Vamos ya, Tyr. Ensilla dos caballos. Tenemos una misión que cumplir. Y vamos a cumplirla. A cualquier precio. Salvaremos a Freyr. Salvaremos el reino. Y rescataremos a todos los desaparecidos que se encuentren vivos. Y, ay de aquellos que los han secuestrado, si no pueden devolverlos con vida. Porque entonces no tendré piedad. Y ni dioses ni demonios podrán detener mi ira…
2 opiniones en “La maldición de Freyr (IV) (u)”
Comentarios cerrados.