Internet: El Paraíso perdido de los libros

Nota: este es el artículo número 1000 del blog. Pronto lo celebraremos. Nada de tener que hacer nada especial, ni de acertijos, ni de tener que compartir o dar «me gustas» para entrar en sorteos. Se tratará de un sencillo regalo para ustedes, sin distinción ni elecciones ni azar. Muchas gracias por su apoyo. A los veteranos, por seguir ahí, y a los que acaban de llegar, por haberse animado a seguir el blog. Yo intentaré seguir escribiendo sobre ciencia, humanidades y literatura mientras tenga fuerzas para ello. Muchas gracias.

En esta nueva entrada literaria, quiero ponerme nostálgico, recordando una época en la que un lector y un libro formaban una simbiosis perfecta donde nada ni nadie podía romper la magia que se produce entre el lector y el autor. Y no es que ahora no sea posible algo así. Es posible; pero existe un ruido que antes no existía. Un ruido que se mete y entromete en nuestras vidas, y que distorsiona nuestra realidad constantemente. Me refiero, por supuesto, a Internet.

El otro día estaba dando mi acostumbrado paseo de sábado por la playa, cuando pasaron frente a mí un nutrido grupo de jóvenes adolescentes con sus móviles. El caso es que era un grupo bastante numeroso, y todos tenían algo en común: iban caminando cerca de la arena, con el móvil en mano, mirando atentamente la pantalla, atrapados en el azul de la pantalla brillante. Parecía que estaban encantados por el Señor Oscuro mirando el Palantir, la bola mágica de El Señor de los Anillos donde aparece el Ojo de Sauron y que atrapó al hobbit Pippin.

Como sabrán, eso es peligroso, y se producen accidentes. No por mirar el Palantir claro, sino porque puede aparecer cualquier obstáculo peligroso que produzca aparatosos accidentes. Aunque el mayor accidente es perderse en la pantalla, teniendo la realidad delante de sus ojos.

pippin
Pippin quedó atrapado por la visión del Palantir. Algunos objetos mágicos tienen el poder de atrapar a sus usuarios. Los espejos son un clásico. Ahora algo similar ocurre con los móviles, pero no tiene nada de mágico.

Cuando vi a ese grupo de jóvenes atados a sus teléfonos, mi mente, que no necesita un estímulo muy grande para lanzarse al vacío universal, retrocedió varias décadas, a una época en que yo era joven también, y también paseaba por la playa. Porque yo también fui joven, aunque haya voces que lo pongan en duda.

En aquel tiempo yo iba siempre armado con, al menos, un libro. Eso como mínimo. Algunas veces, cuando el plan era estar fuera más de unas horas, era normal que llevase dos, incluso en alguna ocasión tres. Caminar con «El Señor de los Anillos» o con libros similares, de seiscientas, mil, mil doscientas páginas, era una forma de hacer ejercicio, caminando y llevando un peso que servía para hacer pesas por el camino.

Cuando vi a esos jóvenes me di cuenta de que yo era, en cierto modo, un privilegiado. ¿Por qué? Bueno, los que hayan vivido antes de la era de Internet lo saben muy bien: porque sabemos cómo era el mundo antes de Internet. Y por el aislamiento total de todo cuanto acontecía alrededor antes de la llegada de Internet. Un silencio que hemos perdido. Quizás para siempre.

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Aquí tenemos a toda una lectora. Qué importante es estimular la lectura en los chicos desde que son pequeños.

 

El mundo antes de Internet: un Paraíso perdido de silencio y soledad.

Hubo un tiempo en el que no existía Internet, ni las redes sociales, ni el whatsapp, ni nada parecido. Solo había teléfonos fijos, y no en todas partes, o no en todas partes estaban disponibles. ¿Cómo nos comunicábamos en aquel tiempo? Es muy sencillo: no nos comunicábamos. No a distancia. No podíamos hablar ni con nuestros amigos, ni con nuestra familia, ni con nuestra pareja, excepto en contadas ocasiones por teléfono fijo (y poco rato, que hay que pagar la conferencia), y, por supuesto, presencialmente.

Eso tenía una consecuencia maravillosa: llegar a casa, o al pub, después de un fin de semana fuera, y contarle a alguien, de principio a fin, dónde habías estado, y qué habías hecho. No había mensajes previos, y sí había un gran misterio. ¿Qué tal le ha ido? ¿Lo ha pasado bien? ¿Ha tenido algún problema? ¿Estará comiendo sano, o habrá encontrado un MacDonalds otra vez? Todo eran preguntas. Y misterio.

En mi círculo nos reuníamos en un pub llamado «Casablanca» y jugábamos al billar y a los dardos. Los fines de semana amanecíamos en un bar de 24 horas, hablando de dioses, de magia, de leyendas, de libros, de amores y de rupturas, de sueños y pesadillas, y de conquistas que emprenderíamos a lomos de nuestras plumas literarias.

Y éramos los que éramos. No había gente nueva en el chat. Porque el chat éramos nosotros. Y nada más. Sin interrupciones. Sin mensajes entrantes. Un beso nunca era interrumpido por el sonido de una nueva entrada de correo, o de whatsapp. Un beso podía durar una eternidad. Y no importaba nada más que el beso. No existía nada más.

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Cerveza, billar, dardos, y unos amigos. ¿Puede haber mejor combinación?

 

El libro y yo: dos amigos bien avenidos.

Esos eran nuestros sueños de juventud. Y había algo también apasionante en la era anterior a Internet: sentarnos en una terraza, ver caer el Sol, mientras veíamos a los críos jugando en la playa y a los papás llevando a sus retoños, y a los perritos paseando. Todo ello mientras un aire cálido y agradable mecía amablemente las hojas de ese maravilloso libro que estábamos leyendo.

Y aquí es donde se produce la comunión: la sagrada, perfecta, y sacrosanta comunión entre el lector y el libro. Sin interrupciones. Sin intermediarios. Sin voces terceras que aparecen de pronto con este o aquel mensaje, o esa publicidad invasiva que lo llena todo.

Nada de eso; era abrir el libro, dar un trago a esa cerveza fresca de la tarde, y comenzar una nueva aventura literaria. ¿Qué nuevas sorpresas me deparará este libro? ¿Qué magia introducirá este autor en su libro? ¿Podrá Saruman hacerse con el Anillo Único? ¿Cómo puedo advertir a Frodo del peligro que corre? ¿Corresponderá Arwen con su corazón finalmente al amor de Aragorn, hijo de Arathorn, y heredero de Isildur?

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Saruman, su codicia y el Palantir fueron su perdición. El mensaje que encierra su personaje es: no mires el futuro, porque te destruirá, y te perderá en las tinieblas para siempre

Todo esto era lo que vivíamos en nuestros tiempos los lectores. No existía nada más. Éramos dos: el libro, y las palabras. Una magia que duraba horas, y horas, hasta caer rendido en cualquier lugar. No importaba nada. Lo importante era pasar la página, y viajar con nuestros amigos de la Compañía para liberar a la Tierra Media del Daño de Isildur.

Y alguien dirá ahora: «bueno eso se puede hacer también en este momento; apaga el móvil y listo». Bueno… Sí. Y no.

Que levanten la mano.

De acuerdo. Vamos a hacer una pregunta a la sala: que levanten la mano los que apagan el móvil físicamente cuando empiezan a leer un libro. Ummmh… Una mano, al final de la sala.

Otra pregunta: que levanten la mano los que ponen el teléfono en silencio cuando van a leer un libro. Umhhhhh… Se levantan más manos.

Y ahora, la pregunta definitiva: de esos que ponen el teléfono en silencio, ¿cuántos no echan un ojo cada cinco o diez minutos al whatsapp, al Instagram, al Facebook o Twitter, o mucho peor, no se sienten tentados de mirar, y miran, ese mensaje que acaba de llegar? Y ya de paso contestar claro… Solo un par de manos veo alzadas. Me lo imaginaba.

Esclavos de los mensajes.

Bueno, esto es un ejercicio de imaginación claro, pero creo que se hace evidente que casi todos estamos esclavizados a los mensajitos del móvil. Mientras escribía la frase anterior me han llegado dos mensajes. ¿Los voy a ignorar? ¡Claro que no! Voy a mirarlos, un segundo…

Un correo del trabajo. Y otro automático sobre mi ejercicio diario, ya saben, esos programitas que cuentan pasos y te dicen que eres un inútil y un vago y que te mueves menos que el cerebro de una ameba. Por cierto, otro motivo para sentirse paranoico: los programas de ejercicio que te controlan a diario. ¡Haz ejercicio! ¡Muévete, soldado! De eso hablaré otro día.

Y otro mensaje… Ahora me ha llegado un mensaje sobre el Brexit. Boris Johnson sigue perdiendo votaciones para su separación de la UE. ¿Vamos nosotros a separarnos del móvil? No, claro que no. Es un servicio increíble. Pero somos esclavos de su presencia también. Con el móvil nos llega información con una frecuencia exasperante. Y eso termina siendo mentalmente agotador.

Todo es información, información, y, reconozcámoslo, exceso de información.

Desconectado por fases.

Con los móviles se da la paradoja de que nos abren las puertas al mundo, pero también nos esclavizan al mundo. No nos queda sitio para construir un pequeño remanso de paz y de desconexión total. Y puedo asegurar que pocas cosas más hermosas hay en la vida que un lector, un libro, y una tarde en la playa, o en la montaña, o en casa, respirando suavemente, y dejando pasar las horas lentamente. Ese es un lujo al alcance de cualquiera. Barato, sencillo, y estimulante.

Por qué nos hemos perdido.

¿Por qué se ha perdido? ¿Por qué nos hemos perdido entre tanto ruido? No puedo explicármelo. Hemos dejado que nuestro silencio se convierta en una rutina de anuncios, mensajes, y avisos. Y eso tendrá consecuencias. Para los veteranos que vivimos antes de Internet. Y, sobre todo, para aquellos que no saben que existe un universo de paz que ya no pueden sentir. Como esa primera generación que perdió la visión de las estrellas por la luz eléctrica. Ahora no son las estrellas las que se han perdido. Ahora son las palabras.

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Una imagen reciente de uno de mis paseos playeros. Sacada con el teléfono. Qué paradojas nos trae a veces la vida.

 

Gana el papel. Siempre.

Lo cierto es que la lectura de un libro de ficción es algo muy personal, muy especial. Creo que todos los que somos amantes de la lectura lo sabemos bien. Un libro en papel, por supuesto, nada de electrónica. Son muy útiles los libros electrónicos, no lo niego. Muy cómodos. Pero los libros viven en el papel. Ese es su hogar. Su refugio. Y su camino.

Y, por cierto, no solo viven; perviven en el papel. Los libros electrónicos quedarán destruidos con el tiempo. ¿No me cree? ¿Dónde están sus trabajos que hizo con el ordenador hace cinco, diez años? La mayoría en algún diskette o disco perdido, vaya a saber dónde. ¿Sus trabajos del colegio? Muchos continúan en esas cajas viejas, esperando en silencio resucitar de nuevo. ¿Lo ve? El colegio clásico gana a la electrónica. Una vez más, lo tradicional no es tan malo como nos quieren hacer creer.

Hoy los jóvenes no saben que hubo un mundo sin Internet. O mejor: lo saben, pero no les importa, o no lo echan de menos. Como los viajeros de una nave milenaria que se ha perdido en el espacio, no añoran la Tierra, sus puestas de Sol, su luna, sus estrellas. Pero sabemos que son necesarias para la vida.

Quizás es hora de que descubran de nuevo esa Tierra, y esas estrellas. Quizás eso les permita vivir un punto de vista distinto, y eso les dará una oportunidad de ser mejores, y más grandes. La Tierra nos espera. ¿Vamos a ignorarla para siempre?


 

 

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

4 opiniones en “Internet: El Paraíso perdido de los libros”

  1. Qué atados estamos a tanta tecnología. Y qué triste que los niños de hoy no sepan jugar como lo hacíamos nosotros. La verdad es que a veces se me olvida que yo también viví esa época en la que solo podías comunicarte con teléfono fijo. Qué reflexión tan bien enlazada. Un abrazo.

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  2. Has resumido a la perfección un montón de cosas sobre las que pienso a menudo. A veces me da miedo caer en eso de «cualquier tiempo pasado fue mejor» pero creo que, en este caso y sobre este tema, hay muchas posibilidades de que sea cierto. La inmediatez de la tecnología y la conexión instantánea con otros no está desconectando un poquito del entorno inmediato. Y en ese sentido me siento muy afortunado de haber vivido una infancia, adolescencia y esos locos años veinte lejos del reinado absoluto del móvil.

    Y buah, ¡qué cierto eso de leer con los cinco sentidos! Leí un artículo sobre cómo simplemente por tener el móvil cerca las personas desempeñaban peor tareas rutinarias. Una parte de nuestro cerebro tiene mono de desbloquear la pantalla y se distrae sin remedio. A mí me encanta leer y no puedo evitar caer en la tentación de pensar «oh, qué frase tan chula, voy a twitearla»,jaja. Fatal todo.
    ¡Enhorabuena por una entrada tan currada! Saludos

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    1. Muchas gracias por tus palabras Miguel. Sin duda los que vivimos la era anterior a Internet tenemos esa ventaja comparativa. Me preocupan los jóvenes, que nunca habrán conocido otro mundo que el de la hiperconexión. No digamos si un día Internet desapareciese, un tema no tan difícil que daría para otro artículo. Nosotros sabríamos adaptarnos en muy poco tiempo. ¿Ellos? Lo harían. Pero con dificultades importantes sobre todo al inicio. Un cordial saludo.

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