Vamos con otro de esos temas tan recurrentes entre las preguntas que se hacen los escritores, y que tiene que ver con la realización de una obra literaria, y, más concretamente, con la finalización de una obra literaria. La pregunta a hacerse es:
¿Cuándo debemos dejar de escribir, y por tanto dejar inacabada, una obra literaria que estamos confeccionando? ¿Qué mecanismos mentales y físicos nos dicen que es mejor dejar una obra de lado? Un tema complejo, que no tiene soluciones fáciles, y que requiere de algo muy básico: sinceridad y honestidad para con uno mismo. Vamos a verlo.

Respondiendo a preguntas imposibles de responder.
Esta pregunta es muy difícil de responder de forma genérica, y tiene casi tantas respuestas como escritores existen. Porque cada escritor ve su obra a su manera, con sus sentimientos, con sus sensaciones. Los ingleses usan «what my guts say», que traducido significa «lo que me dicen las tripas», que vendría a ser el equivalente de la frase en inglés, y que refleja esa sensación que parece venir de nuestro interior, pero no de nuestro corazón, sino más bien de una sensación completamente física.
Yo tengo dos obras inacabadas, que seguirán así por los tiempos de los tiempos: una es «Mensajero del Nastrond«, que iba a ser un libro en dos partes, del cual solo existe y existirá la primera parte. La segunda parte, cuya portada llegué a confeccionar, nunca será redactada.
La segunda obra es la cuarta parte de «La Luz de Asynjur«, titulada «La maldición de Freyr», en este caso porque creo que el libro, con sus tres partes actuales, está lo suficientemente completo, y «La maldición de Freyr» no aporta nada nuevo ni especial al libro. La trama continúa en «La insurrección de los Einherjar» y creo que con eso es suficiente. Fíjese que digo «creo» porque yo mismo reconozco que en esto, como en tantas cosas, mi seguridad nunca es del cien por cien.
Tomando decisiones.
Y ahí está la clave: ¿cuándo decidir que una obra no debe acabarse? Cuando se siente que no aporta nada, que no añade nada, y que sí incluye elementos que, o bien son reiterativos, o bien no dan un valor añadido a una obra. En el cine lo hemos visto muchas veces. Las películas aparecen con un metraje, y luego aparece la famosa «director’s cut» (la versión del director) con metraje adicional. Hemos visto que, a veces, ese metraje es bueno, es interesante, a veces incluso primordial, como pasó con Blade Runner, cuyo metraje y cambios fueron fundamentales con respecto a la primera versión vista en cines.
Pero, en otras muchas ocasiones, no solo no aporta nada, sino que desvirtúa la obra completamente. Un ejemplo de ello, en mi opinión, es la versión extendida de «Alien: el octavo pasajero». Tengo las dos versiones, y me quedo siempre con la cinematográfica. La extendida solo confunde los elementos de la película. Sin embargo, en la segunda parte, «Aliens», la versión extendida añade escenas de acción y elementos que dan más vida a la película. Así que, como siempre, hay mucho de «guts» en todo este asunto, y es muy difícil valorar objetivamente una obra y cómo debe acabar, incluso si debe acabarse.
¿Cuál es la mejor manera de saber si se debe interrumpir una obra? Si como escritor no le llena, no le entusiasma, no le motiva, o, simplemente, no ve que aporte algo nuevo a su obra, definitivamente debe dejar esa obra. Pero esto tiene un secreto: requiere honestidad y sinceridad para con uno mismo. Y esto es bastante más difícil de conseguir de lo que parece. Amamos nuestra obra literaria. Amamos nuestro trabajo. Amamos nuestros sueños. ¿Cómo dejarlos de lado? ¿Cómo abandonarlos?
Esto es como cuando se tiene una pareja y se entiende que se ha acabado la relación. Mucha gente sigue con esa persona porque dar el paso para la separación es más difícil de lo que parece. Yo estuve en esa situación cinco de los ocho años de matrimonio, por lo que sé de lo que hablo. Por ello, debemos ser honestos. En una obra literaria tenemos una relación con esa obra. Y debemos ser valientes.
El libro no nos va a abandonar a nosotros, pero nosotros sí podemos ver que ese libro no nos está dando esas sensaciones que esperamos conseguir. Si no hay una conexión íntima y directa con nuestra obra, o si vemos que esa obra contiene elementos que son superfluos al contexto general de nuestro trabajo, es mejor ser sinceros con nosotros mismos, y abandonar.

Nunca dramatizar.
Muy importante es no dramatizar, que algunos parece que les han clavado alfileres en el alma cuando dejan su obra, y lo entiendo. Pero no merece la pena autoflagelarse. Esto de no terminar un libro no tiene que ser un drama, ni un momento de crisis. A diferencia de una separación entre dos personas, separarnos de una obra que no dejamos acabada porque no merece la pena acabarla, por las razones, que sean, debe ser un motivo de alegría y satisfacción: hemos sido valientes, hemos sido honestos, y hemos sido honrados con nosotros mismos. Luego, si hemos conseguido sincerarnos con nuestro interior, debemos celebrarlo, y debemos concluir que podemos dedicarnos a escribir otra obra literaria que sí alcance esos parámetros de satisfacción que buscamos y queremos.
Exigencias desmesuradas.
Atención, sin embargo, con ser demasiado exigentes con nosotros mismos. Siguiendo el símil de la pareja, si buscamos la persona perfecta para casarnos o simplemente convivir con esa persona, no la encontraremos. No existe la persona perfecta, no existe la pareja perfecta, porque nadie es perfecto. Por ello, debemos entender que no vamos a escribir la historia perfecta, el relato perfecto, la novela perfecta. Eso nunca lo haremos, ni en mil años.
Debemos entender que nuestra obra literaria podrá tener una calidad, y es lo que queremos que tenga. Una calidad literaria mínima y que permita al lector disfrutar de una obra que merezca la pena. Pero no vamos a escribir la obra perfecta, porque no podemos. Algunos se empeñan en criticarse y en negarse la oportunidad de terminar un libro por un afán desmesurado de perfeccionismo. Como decía al principio, es imposible ser objetivo. Cada cual tendrá que valorar si lo que le ocurre es que está intentando ser demasiado perfeccionista.

Cuidado con las ambiciones.
Otro elemento es la ambición. Cuidado con ser demasiado ambiciosos. Para «La leyenda de Darwan IV: Idafeld» estaba dispuesto a escribir una nueva trilogía. Luego me miré al espejo, vi al viejo que había delante, agotado ya y en su última etapa, y me di cuenta de que ya no tengo fuerzas para algo así. Hace diez años, incluso cinco, aún habría podido.
Ahora ya no estoy a ese nivel, ni lo estaré nunca más. De este modo, decidí que «Idafeld» será un libro completo sí, y que cierre toda la saga, pero con un solo volumen y un tamaño comedido. Doscientas páginas, doscientas cincuenta como máximo. Un final sencillo y que sea el colofón y el punto final a un proyecto que comencé a diseñar en 1970, tal como explico en el apartado del origen. Creo que con cincuenta años de trabajo, de 1970 a 2020, planificando y escribiendo la saga, hay suficiente.
De este modo, con esta visión, me veo con fuerzas de abarcar el proyecto, terminarlo, y dejar los quince libros de la saga cerrados y completados. Demasiada ambición lleva al desastre. Entonces nos desesperaremos por querer escribir algo del nivel de «El Señor de los Anillos», cuando Tolkien solo ha habido y siempre habrá uno y solo uno. No intentemos emular a los grandes, a no ser que realmente queramos superarlos. Respeto a esas personas que lo intentan, yo nunca me atrevería. No pasa nada por intentarlo, pero cuidado, porque esos grandes escritores son grandes por un motivo, y superar a gigantes así va a ser algo casi inabarcable.

Seamos modestos, y sinceros con nosotros mismos.
En definitiva, seamos modestos, seamos sinceros, y seamos honrados con nosotros mismos. Tratemos a las obras con cariño, pero entendamos que no todo lo que escribimos va a ser material para publicar. A veces, porque la calidad no es la mínima, pero también muchas veces, simplemente, porque no podemos encajar ese trabajo en nuestro perfil literario, sea porque no es acorde con el resto de nuestra obra, sea porque no vemos que aporte nada nuevo.
Entonces, ha llegado el momento de cerrar la puerta a ese sueño, sonreír, y comenzar sin miedo algo nuevo, distinto, y con mucha ilusión. Sobre todo, con mucha ilusión. Porque escribimos para ilusionarnos, y para transmitir esa ilusión a los lectores. Son ellos los depositarios de nuestros sueños. Y ellos son los primeros a valorar cuando escribimos. Al menos, yo siempre lo he visto así. Sin lectores, un escritor es como un avión sin alas. Puede moverse rápido. Pero nunca podrá alzar el vuelo. Muchas gracias.
La foto siendo un chiquillo es adorable 😊 «Sin lectores, un escritor es como un avión sin alas» si aire diría 💖 🐾
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Muchas gracias, quizás era adorable, luego dejé de serlo, testimonios tengo varios cientos je je, un abrazo.
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