Fragmento de «Sandra: relatos perdidos»

Este es un fragmento de «Sandra: relatos perdidos. Tras los sucesos de «Las entrañas de Nidavellir» las cosas solo han seguido complicándose para Sandra, que debe huir y esconderse constantemente. En ese viaje sin final llega a Lyon, Francia, donde es recibida y acogida por la familia de su amiga Yvette Fontenot.

En ese hogar, oculta en el taller de carpintería de la familia, pasa su primera noche, cuando es invitada por el hijo del matrimonio y su pareja para una sesión de jazz. Sandra acepta, con cierta preocupación, pero debe dar una imagen de normalidad, y de que es una simple refugiada que trata de rehacer su vida…

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Le Péristyle, jazz en estado puro

El concierto empezó. La banda era realmente buena. Y François Bidault era sin duda soberbio con la trompeta. Le acompañaba una mujer al piano, un batería, un bajista, y un guitarrista. Tocaron una selección de piezas clásicas de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, que hicieron que el público disfrutara enormemente. No se solía escuchar mucha música de esa época. Luego apareció una cantante, que cantó algunos blues, haciendo que la sala vibrara de un lado al otro. Sandra miró a la mesa en un momento dado, y vio que Michèle y Jules se habían levantado, y se alejaban. La mesa se ocupó inmediatamente. Su plan había triunfado. Aunque, era evidente, tampoco ellos habían opuesto demasiada resistencia, una vez les había allanado el camino. Las hormonas estaban por las nubes, y era evidente que los sucesos se iban a desarrollar como solía ocurrir en estas ocasiones.

Sandra continuó escuchando a la banda, y se dio cuenta de que el guitarrista, un hombre de unos treinta y tantos años, miraba de reojo hacia su zona de forma interesada. En un momento dado, se cruzaron las miradas, y él sonrió. Ella sonrió a su vez. Se cruzaron otra mirada. Él le guiñó un ojo.

El concierto llegó al descanso. El ambiente era caluroso. La gente estaba animada y disfrutando. El guitarrista dejó el escenario, y salió caminando hacia la barra. Se colocó al lado de Sandra, y pidió dos cervezas. No había cervezas, se habían acabado, así que pidió un par de copas de vino. Luego se volvió hacia Sandra, que miraba al infinito.

—¿Vino? —Preguntó el guitarrista. —Sandra se volvió, haciéndose la sorprendida.
—Perdón, ¿se dirige a mí?
—¿Y a quién, si no? Tendría que estar loco para verte y no ofrecerte una copa. Aunque algo me dice que eres más de cerveza.
—El vino está bien, gracias. Tocas muy bien. —Él asintió levemente.
—Gracias. Me llamo Mark Vai.
—Yo soy Sandra. ¿Y de dónde eres? No pareces de aquí.
—No lo soy. Soy de ese antiguo gran país que fue una vez Estados Unidos, y que cayó a causa de su orgullo desmedido y su hipocresía. ¿Te suena la historia? —Sandra asintió levemente.
—Sí, lo cierto es que sí. Es como si lo hubiese vivido.
—¿Ah, sí? ¿Has estado por allá alguna vez?
—En mi juventud solamente. —Mark rió.
—¿En tu juventud? ¿Y qué eres ahora, una vieja?
—Bueno, tengo más años de los que aparento.
—Ya, claro.
—Oye, me ha gustado mucho cómo tocas. En el segundo tema, «Body and Blues», con la cantante, esa improvisación ha sido genial. La combinación, con ese riff pausado y sugerente, ha sido impresionante. Casi parecía que la guitarra cantaba con la cantante.
—Vaya, vaya —susurró Mark—. Si resulta que sabes música.
—Oh, no, sólo algunas nociones.
—Ya, claro. ¿Tocas algún instrumento? —Sandra pensó la respuesta. Finalmente, respondió:
—Sí, toco la guitarra… ¡Como tú! —Mark puso una cara de evidente sorpresa.
—Ah, ¿sí? ¿Y cuál es tu estilo?
—Pues… no tengo un estilo particular. Soy… a lo que salga. El jazz y sus derivados siempre me han gustado. La improvisación es un arte que requiere una destreza y una habilidad realmente enormes.
—Ya veo. Quizás podrías hacernos una demostración. —Sandra le miró sorprendida.
—¿Yo? Qué dices, ¿estás loco?
—Naturalmente. Desde que te he visto.
—Qué tonto eres.
—Eso también es cierto. Pero ahora tengo dos razones.
—¿Dos razones? ¿Para qué?
—Para intentar saber más de ti. Una, esos ojos. Otra, tu habilidad con la guitarra. Creo que tengo ahora mismo más interés en esa habilidad.
—Solo tengo nociones.
—No lo creo. Por cómo has descrito mi actuación, es evidente que conoces el jazz. Venga, vamos.
—¡Eh! ¿Qué haces?

Mark tomó de la mano a Sandra, y la llevó hasta un lado del escenario, abriéndose paso entre la gente. Llegó a una caja, y la abrió. Dentro había algo que hizo que Sandra se sorprendiera. Exclamó:

—¡Una Gibson ES-175! ¡Y parece auténtica, de 1959! —Mark asintió sonriente.
—Exacto. Has acertado incluso en el año, fantástico. ¿Ves cómo no puedes engañarme? Efectivamente. Esta guitarra ha pasado por manos de muchos músicos, algunos de ellos muy famosos. Finalmente llegó a mí, a causa de la guerra, y de circunstancias difíciles. Suelo tocar con ella de vez en cuando, no quiero usarla demasiado. Pero hoy la vas a usar tú.
—¿Estás loco, Mark? ¡Yo no sé tocar!
—Y yo soy un invasor de otra galaxia. Vamos, pruébala.

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Mark le dio la guitarra a Sandra, que analizó la madera. Era sin duda auténtica, y también sin duda una joya de la historia de la música. La madera había sido reprocesada tres veces, pero la guitarra era básicamente la misma de mediados del siglo XX. Sandra se colocó la guitarra entre las piernas, y probó algunos acordes. Instintivamente la afinó, a pesar del ruido de la sala, sin usar el amplificador, ni ningún afinador mecánico o electrónico.

—Tienes buen oído —comentó Mark—. ¿Vamos?
—¿A dónde? —Mark se dirigió a François, el trompetista. Este miró a Sandra, y asintió levemente. Mark le indicó con la mano que se acercara. François se dirigió a ella:

—Así que tú eres la que estaba hablando con mi hija.
—Eh, pues sí, yo…
—Tranquila. Ya me han dicho que eres prima de ese chico, ese tal Jules Fontenot. Conozco a su padre. Un buen hombre, y un buen patriota. Me alegra que mi hija esté con Jules. Lleva un tiempo detrás de él, y es de buena familia. Un padre siempre ha de considerar esas cosas. Solo espero que no cometan ninguna tontería, más allá de las cosas típicas de su edad. Pero confío en mi hija, y en el chico.
—Por supuesto —afirmó Sandra.
—Dice Mark que sabes mucho de guitarra. ¿Estás segura?
—¿Eso le ha dicho?
—Sí, y tiene buen instinto. Cuando está sereno, al menos. Vas a hacernos una demostración. Si no me convences, yo mismo te sacaré a patadas. ¿De acuerdo?

Antes de que Sandra pudiese contestar, tenía la guitarra colgada, y un cable conectaba a un amplificador de válvulas, que parecía una réplica perfecta de aquella época, o quizás lo era. Todo al estilo de mediados de los años cincuenta del siglo XX. Jolie y Paul la saludaron sorprendidos y sonrientes desde una mesa, y ella les devolvió el saludo.

El bajista comenzó lentamente, acompañado del batería. Luego, poco a poco, se fueron introduciendo el piano, y la trompeta. Tocaban una pieza propia del trompetista, basada en una antigua pieza clásica de mediados del siglo XXI. Sandra reconoció la estructura. Poco a poco, comenzó a improvisar. Comenzó un juego combinado de improvisación con el piano, luego con el bajista, y finalmente, con el trompeta.

Pronto, el ritmo fue in crescendo, así como la fuerza. Sandra siguió improvisando solos cada vez más complejos. Empezando por blancas, luego negras, luego corcheas, luego semicorcheas… Hasta que los dedos parecían volar sobre el mástil de la guitarra, a una velocidad impresionante, con una fuerza que provocaba que los demás tuvieran que esforzarse como nunca lo habían hecho en su vida. El propio Mark acompañaba con la otra guitarra, mirando a los demás con una cara de asombro que no podía quitarse del rostro.

Finalmente, todos pararon, y Sandra realizó, durante dos minutos, un final que terminó cerrando apoteósicamente el batería, acompañado de los demás. La gente simplemente se levantó de sus sillas, y empezaron a gritar y a jalear a Sandra. Los aplausos, gritos y silbidos duraron varios minutos, mientras ella sonreía, y Mark y los demás aplaudían. El propio Mark sonreía, y asentía levemente mientras la miraba, y ella le miraba a él.

Luego, cuando se hubo calmado el público, y el local empezó a despejarse, Mark se acercó a Sandra, y le dijo:

—Esta noche me has sorprendido dos veces. Primero, con tu presencia. Luego, con tu habilidad. ¿Qué más sabes hacer?
—Más de lo que te puedas imaginar —contestó Sandra sonriente.
—Genial. Estoy deseoso de ver esas habilidades.
—Pero ahora debo irme. Es mi primer día en la ciudad, y han pasado muchas cosas. —Se acercó François, que acababa de guardar su trompeta. Le comentó:
—Creo que no te echaré a patadas.
—Menos mal —comentó Sandra sonriente.
—Tienes una habilidad increíble. Pero no te dejes engañar por Mark; está loco. No es un buen negocio para ti. —Sandra rió, y contestó:
—Tendré cuidado, señor. —François se alejó, y Mark intervino:
—Bueno, ¿te llevo a casa?
—No, gracias. Vivo no lejos de aquí. He venido con Jules, pero me parece que estará muy ocupado en estos momentos. Volveré sola, hoy al menos, gracias.
—Pero hay que tener cuidado. No es buena idea.
—No, de verdad, no te preocupes. Sé cuidar de mí misma. Estudié… artes marciales.
—¿Artes marciales? —Rió Mark— Chica, eres una caja de sorpresas.
—Bueno, sí. Pero debo irme. Me esperan en casa. Volveré, y haremos otra sesión, otro día. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —confirmó François—. Espero verte por aquí. He disfrutado mucho con tu arte.
—Yo también he disfrutado. ¡Hasta la próxima!
—Hasta otra. Y deja de romper corazones.

Sandra se despidió con la mano, sonriente. Luego volvió a casa de los Fontenot. Llamó, y salió Pierre enseguida. Nadine estaba al lado. Sus caras eran de preocupación…


Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

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