Nota: ya lo he comentado otras veces, y lo repito: no escribo para traer buenas noticias sino información que pretendo sea lo más real y directa posible, y este texto es un ejemplo. Pero sí escribo para explicar que, tras cualquier desgracia, puede, y debe, haber esperanza. Incluso en las peores situaciones, incluso con la pérdida de todo aquello cuanto amábamos y teníamos. Si perdemos el futuro, lo único que nos queda es construir otro. Cualquier otra posibilidad ha de ser eliminada de nuestras vidas. Muchas gracias.

Qué bonito nos lo ponen todo en la tele. Gente feliz, sonrisas, aplausos, etc. «Quédate en casa», «todo va a salir bien», «juntos ganaremos»… De acuerdo, hay que animar al personal. Hay que animar a la población, aunque un mensaje demasiado persistente produce el efecto contrario.
Pero hay que dar esperanza a millones de personas que viven, que vivimos, con el agua al cuello. La realidad es que esta pandemia se está llevando por delante muchos sueños, y está demostrando que la vida no es ese mundo de cristal y colores que nos han querido vender durante décadas.
El mundo, la realidad, ha sido mostrada de forma violenta, brutal, a millones de seres asustados, porque nunca han recibido ni una sola dosis de la vacuna de la realidad. La vacuna de la realidad no es una quimera, ni se está investigando en laboratorios. No. La vacuna de la realidad es gratuita. Está en todas partes. Pero la gente no se la inyecta. Y no lo hacen porque prefieren vivir la fantasía que la televisión pone delante de nuestros ojos para mantenernos en un estado catatónico constante, en lugar de aceptar la realidad que esa vacuna provoca.
Y ahora hemos despertado, y hemos visto la brutalidad de esa realidad.
Yo lamento no traer a este blog sonrisas amables y frases hechas sobre lo bien que va a salir todo, pero es que en la vida ya me he enfrentado a cosas así. A pequeña escala claro, pero con consecuencias muy duras. Y ahora veo cómo la gente, sobre todo gente joven, se encuentran que no están vacunados contra el virus de la realidad. Y me gustaría traer una vacuna de realidad a todos aquellos que se sienten desesperados ahora mismo. Porque sí hay salidas, pero no son las de las sonrisas y los aplausos, aunque puedan ser una ayuda circunstancial y momentánea. Luego llega el día siguiente, y ya no hay aplausos ni sonrisas. Pero sí hay que seguir sobreviviendo a la realidad.

La vacuna de la realidad, dolorosa, pero tremendamente necesaria.
Las últimas generaciones actuales de Europa y Norte América, también Australia y Nueva Zelanda, y países como Japón o Corea del Sur, han vivido en un mundo que es básicamente una ilusión: un mundo perfecto de paz, con luz, agua, alimentos, higiene, educación, cultura, y futuro. También en ciertas zonas de Centroamérica y Sudamérica. No a todo el mundo le ha tocado vivir esa ilusión, es cierto, pero sí a millones y millones de acomodados seres humanos de lo que se ha dado en llamar Occidente.
No, el mundo no es así. Vivimos en una maravillosa burbuja de cristal, pero mi madre, que estoy hablando de mi madre y no de una lejana antepasada, vivía de joven en una casa sin luz, sin agua corriente, y sin gas. Sin coche, sin calefacción, y sin sanidad. Iba caminando a una fuente a por agua, y tenían un agujero en una pequeña caseta con un pozo para ir al baño. Todo esto con alimentos que no habían pasado ninguna inspección, y que eran tan naturales que mucha gente moría solo por probarlos, debido a la cantidad brutal de parásitos e infecciones que portaban.
El mundo actual se ha creado y se sostiene bajo la falsa creencia de que será eterno. Mucha gente que ha vivido solo este mundo tienen la falsa sensación de que siempre fue así, ha sido así, y será así eternamente.
Y ahora, con la llegada del SARS-Cov-2, ese mundo ideal de cristal y de luces de colores se ha venido abajo. Resulta que el mundo es un lugar duro, frío, tosco, en el que la vida se mide por el temor atávico a un peligro indeterminado que se encuentra ahí fuera. Nadie lo ve; nadie puede sentirlo ni olerlo. Pero puede matar. Y mata de una forma terrible, creando un caos que no solo destruye familias, sino que destruye ciudades, países, y continentes. Y, si no ha destruido civilizaciones es porque hemos tenido mucha, mucha suerte, porque esa letalidad de 10% que se indica en los paneles no es cierta, por supuesto. El virus tiene una letalidad que se calcula en el 1%, algunos dicen del 0,8%. El Mers tiene una letalidad diez veces mayor. De haber sido el Mers-Cov el causante, podría haber sido mucho, mucho peor.
Miedos atávicos.
¿Y ahora qué ocurre? Que somos seres orgánicos, con un sistema de alertas heredado de nuestros antepasados, y que nos avisa de peligros que antes eran habituales. Peligros del vivir en bosques, en llanuras, en zonas donde cualquier depredador podía acabar con nuestras vidas. Eso desarrolló en el ser humano, y en otros mamíferos superiores, lo que se llama el «miedo atávico», es decir, un tipo de miedo que es una señal de peligro ante los peligros que tuvimos que soportar durante milenios como especie para sobrevivir.
Ese miedo nunca desapareció; lo teníamos escondido frente a un mundo perfecto que lo ocultaba. El miedo ha reaparecido, y se puede ver en esas peleas que tiene la gente en supermercados, intentando arrebatarle esa bolsa de papel higiénico, o esa caja de manzanas, o esas botellas de alcohol para limpieza. La ley del más fuerte se hace evidente desde el primer momento, y ya nada lo detiene.
A nivel de países, volver a abrir las fronteras llevará tiempo. Los países han aprendido que no pueden confiar en sus vecinos, y proyectos como la Unión Europea caen como castillos de naipes, empujados por el viento de la insolidaridad y la constatación de que somos amigos para lo bueno, pero jamás para lo malo. Que estamos unidos para repartir ganancias, pero no para ocuparnos de las pérdidas. Eso ha creado un recelo que llevará años, décadas, recuperar. Esa libertad que vivimos costará mucho volver a recuperar.

Los niños, las víctimas de un mundo nuevo que llega.
¿Qué me preocupa de todo esto? Los niños y los jóvenes sobre todo. Porque yo ya tengo mis miedos atávicos controlados desde joven. Me obligaron a controlarlos lo quisiera o no, era una cuestión de supervivencia. Pero los jóvenes de hoy han vivido sobreprotegidos por padres sobreprotectores, que fueron criados por padres a su vez sobreprotectores. Niños que, tras la burbuja de cristal de una sociedad alejada de la realidad, aún se han distanciado más de esa realidad, en una segunda burbuja, donde a cada niño se le ha introducido la idea de que todo está controlado, que papá y mamá se encargan de todo, de que no tiene nada de que preocuparse, y de que puede hacer lo que le apetezca, porque se les ha introducido la falsedad de que la libertad consiste en eso, en hacer, en cualquier momento, aquello que a los niños se les antoje.
Qué alejado de la realidad. La vida es disciplina, y la disciplina es algo que se ha perdido actualmente. La disciplina no consiste en coartar la libertad de los niños; consiste en enseñarles que cada momento tiene una acción, y cada acción tiene consecuencias, que deberán asumir. Pretender que un niño actúe con criterio y según sus intereses reales es como esperar lanzar un barco al mar, conectar los motores, y esperar a que llegue al puerto deseado sin más que dejarlo navegar.
Por eso, esos niños están protegidos, en su mayor parte, del virus Covid-19, pero están sufriendo un virus mucho mayor: el de tener que enfrentarse a la realidad del mundo, sin que nadie les haya preparado para ello. Las consecuencias, por supuesto, serán nefastas en aquellos niños que vean cómo sus familias zozobran ante el embate de la realidad social y económica a la que se van a tener que enfrentar. Porque si la familia dispone de recursos, podrán sobrevivir. Pero son millones las familias en occidente que van a tener que enfrentarse a una nueva realidad, en la que los políticos hablan y hablan pero no dan soluciones, esas soluciones las tendrán que encontrar ellos por sí mismos.

Aprendiendo a caminar de nuevo.
Estos niños tendrán que aprender, a marchas forzadas, que esa burbuja de cristal ya no existe, y que, cuanto antes se enfrenten a la realidad, antes podrán aprender a adaptarse. Con un coste emocional y traumático de primer orden por supuesto. Pero, ¿no es la vida supervivencia? Eso es lo que tendrán que aprender a hacer: sobrevivir. Y hacerlo cuanto antes, porque esta crisis ha llegado para quedarse. No de forma eterna, claro que no. Pero sí durará años. Décadas, hasta que todos sus efectos socioculturales, políticos y geoestratégicos pasen. Por geoestratégicos me refiero a que vamos a ver un nuevo status en las relaciones entre países, y podremos llevarnos algunas sorpresas. ¿Qué tal un acuerdo entre los países del sur de Europa con una posible Francia?
Es evidente que el virus pasará, claro. El mundo que deja, ese nunca será ya el mismo.
Mientras tanto, el control de esos miedos atávicos, y la capacidad de adaptarse a unas circunstancias durísimas pero reales, serán las herramientas con las que tendrán que trabajar para poder salir adelante. Porque aquí no hay atajos ni trucos. Esto es la vida, y la vida ha sido, durante el 99,99% del tiempo de la humanidad ,un macabro juego de supervivencia.

¿Hay esperanza? Sí. Pero no la busque en los anuncios de la tele. Búsquela en los libros de historia. En las historias que cuentan nuestros mayores, esos que vivieron guerras, y ahora están sufriendo el embate del virus. ¿Se ha fijado en la actitud de muchos abuelos? Se enfrentan al virus con respeto, pero sin que les domine el pánico. Eso es lo que tenemos que enseñar a las nuevas generaciones. Porque solo ese camino les llevará a salir de la burbuja de cristal, y empezar a controlar el nuevo mundo que llega.
Esa es la realidad. Para muchos millones de sere humanos. También para mí. Así que será mejor que empecemos ya a hacernos a la idea.
Porque el virus del Covid-19 es terrible. Pero el virus de la de la realidad es todavía mucho más terrible. Para ese sí tenemos vacuna. Póngasela, usted y su familia. Estamos a tiempo. Aún tenemos una oportunidad.
Debe estar conectado para enviar un comentario.