No sé qué me pasa últimamente que estoy todo el rato citando frases de la Biblia. Quizás es que presiento que me voy a morir, con lo cual pasarán dos cosas: daré una alegría a mis muchos enemigos, y mis libros se venderán a millones, haciendo rica a mi hermana y a mi sobrino. Malditos roedores, seguro que lo tienen todo planeado.
Pero en fin, vamos a centrarnos en un tema al que llevo tiempo dándole vueltas, aprovechando la anécdota que comenté el otro día. Esa de la niña de dieciséis años que me confesó que no lee nunca, pero que quería leer un libro mío. Un detalle emotivo, pero que invita a la reflexión. Porque esa niña representa a una importante parte de la población juvenil que no ha leído un libro nunca. Y eso es terrible. Y no me importa ni me interesa saber este o aquel criterio o argumento que pueda tamizar y decorar la verdad. Y la verdad es terrible: no se lee nada.

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