Pueden leer el libro completo de «La luz de Asynjur» en pdf en descarga gratuita en este enlace.
Son las pequeñas sorpresas de la vida las que hacen que vivir sea lo más grande.
Recientemente me ha ocurrido algo que se puede definir como poco corriente, pero realmente estimulante para un escritor aficionado como yo. Estaba en la cafetería donde acostumbro a acudir para encontrar ese café que me permita despertar al mundo, cuando, al irme, la camarera se ha acercado a mí.
Es una jovencita amable y siempre con una sonrisa dispuesta para todo el mundo. Esta jovencita parecía un poco nerviosa, y finalmente me ha dicho:
«Yo no leo nunca. Excepto lo que me dicen que tengo que leer en el instituto. Pero me gustaría leer algo tuyo». Mi sorpresa ha sido enorme e inesperada.
¿Qué se dice, qué se hace, ante algo así? La verdad es que no me lo esperaba. Una niña que no lee nunca, y de repente se le ha metido en la cabeza que quiere leer alguno de mis libros. ¿Cómo ha llegado esa niña a interesarse por mi trabajo? Probablemente las otras camareras más antiguas, que saben que escribo, incluso alguna tiene algún libro mío, le habrá comentado, y ella se ha animado a pedirme un libro.
Así que, por supuesto, al instante le he dicho que naturalmente le voy a dejar algo, pero para siempre. Un libro en papel que se puede quedar para ella. Un pequeño obsequio por ese interés repentino.
¿Qué libro es conveniente para alguien así? «La luz de ASynjur», por supuesto. La historia de Skadi, antes de los hechos de «La insurrección de los Einherjar», cuando Skadi todavía es una joven princesa, y le suceden una serie de avatares que la van formando para ser alguien de provecho en el futuro. Un libro que me pidió una editorial, y que finalmente no se publicó. Pero el libro se acabó, y luego yo lo amplié con dos relatos más, quedando finalmente en tres relatos. El primer relato ve a Skadi con nueve años, el segundo con quince, y el tercero, con veintiuno.
Este es el tipo de cosas que lo reconfortan a uno con la literatura. Pero no porque se pueda interesar por mi trabajo;
Lo verdaderamente importante es que haya conseguido que se interese por la literatura.
Si consigo que el mundo tenga una nueva lectora, mi trabajo habrá merecido la pena. Si esa niña comienza a amar la literatura, los libros, y las letras, ella abrirá el camino a su vez para más soñadores de la literatura.
No concibo sueño más hermoso que crear nuevos lectores y enseñarles a volar con la imaginación que da la palabra escrita.
Y sobre «La luz de Asynjur», les dejo con un fragmento del libro. Skadi tiene quince años, y ha viajado a una isla al sur de las islas de Nueva Zelanda llamada Rakiura, para pasar una prueba de soledad. Pero se encuentra con una extraña dama, Idún, que parece saber mucho de ella. Una dama que vive en la isla, y no se sabe de dónde ha salido, ni qué quiere exactamente. Muchas gracias.
P.D: La Idún de «La insurrección de los Einherjar» y la de «La luz de Asynjur» son el mismo personaje, pero en situaciones y naturalezas tremendamente distintas. Ello se explica y conoce en «La insurrección de los Einherjar».
Idún hizo un gesto con la mano, Y Skadi entendió que quería que la
acompañara. La princesa comenzó a recoger sus cosas, pero Idún la
interrumpió:
—No temas, puedes dejar tus cosas aquí. No las necesitarás. Skadi
dudó unos instantes, pero la fuerza y convicción de aquella dama
eran enormes. Dejó sus cosas, y caminó en silencio con Idún en
dirección al oeste, a través del bosque. Al cabo de un rato, Skadi
preguntó impaciente:
—¿A dónde vamos? —Idún la miró extrañada.
—No sé a dónde vamos. Tú comenzaste a caminar. Yo te sigo.
—Eso no es cierto —negó Skadi—. Me has indicado el camino. Con
la mano.
—¿Yo? Qué va. Estaba quitándome una pelusilla del vestido. En ese
momento te pusiste a caminar, y yo te seguí.
—¿Me tomas el pelo? —Preguntó Skadi con enojo. —Idún se
detuvo, y observó a Skadi con los brazos cruzados.
—¿Yo? Me parece que no comenzamos muy bien, mi joven e
impetuosa princesa.
—Eso creo yo —confirmó Skadi.
—¿Tú sabes a dónde vamos?
—No. Tú has indicado el camino. Yo te he seguido.
—Así que alguien a quien no conoces te dice que la sigas, y tú
obedeces. ¿No es así? ¿No te das cuenta?
—¿Cuenta de qué? —Preguntó Skadi sorprendida.
—Eres una princesa. Serás una reina en el futuro. ¿Cómo se te
ocurre seguir a alguien solo porque te lo pide?
—Pero…
—Pero nada —cortó Idún—. Si has de ser una gran líder, son los
demás los que han de seguirte y obedecerte. Siempre. ¿Has
entendido, princesa cabezota?
—Sí, supongo que sí —contestó Skadi bajando la cabeza.
—¿Y ahora? ¿Vas a seguir cometiendo errores? —Skadi comenzó a
impacientarse.
—¿Qué error he cometido ahora?
—¿Cómo permites que alguien te diga que eres cabezota, y te dé
consejos sin más?
—Pero…
—Pero, pero. ¿Sabes decir algo más que “pero”? Los grandes líderes,
los grandes reyes, escuchan lo que se les dice, pero no se dejan
amilanar por palabras huecas y gentes que les someten. Tienes que
tener tu propio criterio, Skadi.
—Es… ¡es muy complicado! —Idún negó con la cabeza.
—Veo que voy a tener mucho trabajo contigo. Ahora, sigamos.
—¡Seguiremos cuando yo lo ordene!
—Vaya, la señorita se ha enfadado —comentó Idún.
—¿No me has dicho que se me ha de obedecer?
—Sí, es cierto; pero eso no significa que puedas imponer tu criterio
libremente y con exigencias. Si das una orden, debe ser con calma,
con respeto, y con una intención clara y precisa. Y, por supuesto, sin
imponer tu liderazgo. Los verdaderos líderes, Skadi, lo son cuando
la gente los acepta como tales, no cuando se les impone por ley.
—¿Y por qué me explicas todo esto?
—¿Cómo que por qué? ¿No vas a ser reina?
—Sí, voy a ser reina.
—Si has de ser reina, debes aprender que de ti dependerán muchos,
y que la calma, la tolerancia, y el respeto, serán la base para crear un
mundo donde todos puedan vivir en paz y armonía. Ven, te lo
demostraré…
De pronto, el bosque desapareció. Una luz impresionante apareció
blanca y brillante, pero no hacía daño a los ojos. Skadi quiso decir
algo, cuando, de pronto, se encontró en un camino empedrado. Al
fondo se podía ver una ciudad. Era muy distinta de cualquier otra
que hubiese visto antes. Edificios bellísimos de piedra se podían ver
por todas partes, y en lo alto de una colina, un conjunto de edificios
todavía más bellos, con una enorme estatua que Skadi reconoció
enseguida. Exclamó, señalando con el dedo:
—¡Es Nuestra Señora, la Divina Atenea! ¡Está ahí, esa estatua!
—Así es, joven princesa. Esa es la estatua de Atenea Promakhos,
defensora de la ciudad, y garante de su supervivencia. Y esos
edificios tan bellos son la Acrópolis de Atenas. —Skadi se dio cuenta
de que algo raro ocurría:
—¿Dónde estamos? ¿Dónde está el bosque?
—¿Qué bosque? No recuerdo ningún bosque. Caminábamos cuando
te has detenido, y has señalado la estatua. —Skadi se dio por
vencida. Aquella dama era realmente muy rara.
Fue entonces cuando Skadi vio llegar desde la ciudad a una
comitiva. Varios hombres escoltaban a otro que caminaba en el
centro. Llevaba un extraño casco sobre la cabeza. El hombre,
sorprendentemente, se dirigió a Skadi, y la interpeló:
—Princesa Skadi, mi nombre es Pericles, líder de la ciudad de
Atenas, y tengo el honor de haber sido elegido por mi pueblo para
representar a mi ciudad. En mi nombre, y en el de mi pueblo, os doy
la bienvenida. Quieran los dioses que vuestra estancia en nuestra
ciudad sea de vuestro agrado, y que podamos acordar beneficios
mutuos para nuestros mundos. —Skadi miró de reojo a Idún, que
con un gesto con la mano le dejó claro que debía contestar a aquel
hombre.
—Eeeh… Hola, señor… Pericles… Yo soy Skadi, princesa del Reino
del Sur, y me siento muy feliz de encontrarme en vuestros brazos,
quiero decir, en un abrazo de amistad eterna entre nuestros pueblos.
Skadi se giró hacia Idún, que con las cejas alzadas y cara de
preocupación le movía el dedo como diciendo que no la mirase.
Pericles le preguntó:
—¿A quién miráis, noble princesa? —Skadi se volvió a Pericles. Era
evidente que ni él ni su escolta podían ver a Idún.
—A nadie… Solo bromeaba.
—Ah, sí, me han dicho que tenéis muy buen humor. Y buena
puntería con el arco.
—Soy la mejor con el arco —aseguró Skadi orgullosa.
—Demostradlo.
Skadi se quedó asombrada. Pero, antes de que quisiese darse cuenta,
ya tenía a un soldado hoplita griego a su lado, entregándole un
carcaj con flechas y un arco. Era muy diferente del suyo, pero ella no
iba a intentar poner excusas. Pericles indicó un árbol cercano, y
sobre el mismo colocaron una diana.
Pericles disparó primero. Casi dio en el blanco. Luego lanzó Skadi.
La flecha ni siquiera tocó el árbol. Se escucharon algunas risas
contenidas. Skadi sacó otra flecha. Dio en el borde del árbol, más
cerca, pero sin tocar la diana siquiera. Otras risas se oyeron
alrededor. Pericles miraba fijamente a la princesa. Esta dijo con
enojo:
—Este arco está defectuoso. Me has engañado con un arco mal
equilibrado. No es justo. —Pericles negó con la cabeza, y respondió:
—No es el arco el que falla. Es tu brazo. ¿No lo ves, joven princesa?
—¿Qué he de ver?
—Que este arco es distinto a los que tú has usado en el pasado.
Conocer un arco no significa conocerlos todos. Que sepas reinar en
un mundo no significa que puedas reinar en todos. Cada arco tiene
su técnica y su estilo, y cada mundo tiene su rey, y sus reglas.
Cuando aprendas que otros reinos distintos al tuyo tienen otros
reyes, y otros arcos requieren de otras técnicas, crecerás como
princesa, crecerás como arquera, y habrás dado un gran paso para
convertirte en reina…
Pericles dijo esa frase, y, de pronto, desapareció. Estaban de nuevo
en el bosque de la isla de Rakiura. Idún estaba a unos metros,
sentada en una piedra, leyendo un pergamino, al lado de un
pequeño río que serpenteaba por el bosque. Skadi no entendía nada.
Se acercó a Idún, y preguntó:
—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Pericles?
—Eso no importa, joven princesa —respondió Idún indiferente—.
Has suspendido la prueba del arco.
—¿Qué prueba? ¿Eso era una prueba?
—Todo en la vida es una prueba, joven princesa. Aquella en la que
tú has de adaptarte al arco, y no el arco a ti. Cada nuevo reto es
diferente en la vida, Skadi. Cada nuevo problema supone comenzar
de cero. Puedes valerte de la experiencia de momentos pasados.
Pero un arco nuevo, distinto al tuyo, te hará aprender otra técnica.
Cuando seas reina, tu reino tendrá una forma, y un estilo. Pero
deberás aprender que otros reinos tienen otras formas, otros estilos.
Y deberás adaptarte a ellos si quieres que ellos se adapten a ti, te
comprendan, y te respeten. ¿Te ha quedado claro? —Skadi torció la
boca levemente, y respondió sumisa:
—Creo que sí. —Idún sonrió, y revolvió el rojo cabello de Skadi con
la mano diciendo:
—Muy bien. Veo que eres cabezota, pero no está todo perdido
contigo —y volvió a leer el pergamino. Skadi miró lo que leía, pero
no entendía nada. Preguntó:
—¿Qué lees? ¿Es algún libro? —Idún se volvió, y respondió:
—Sí, claro. Es un libro. ¿No lo ves?
—Claro. Pero no entiendo nada. ¿Qué símbolos son esos?
—Son los textos de la historia de una raza lejana, que vive en otro
mundo.
—¿Es eso posible? ¿Hay otros mundos? —Idún asintió levemente, y contestó:
—Claro, Skadi. Hay infinitos mundos, y están todos en nuestro
interior.
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Que bonito lo que cuentas de haber atraído una lectora. Es una prueba más que si se da con las personas correctas, el daño que hacen las lecturas obligatorias se puede corregir.
Por cierto el fragmento de la historia que has incluído brutal. Muchas enseñanzas de golpe. ¡Menudo crack que eres!
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Muchas gracias, lo escribí con mucho cariño, ¡un abrazo!
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