Dando forma a personajes sin forma

¿Puede un fin justificar un medio? ¿Es el camino al bien una trampa, incluso una excusa, para hacer todo el mal posible a un ser humano, o a la humanidad? ¿Son muchas veces las razones de tipo humanitario motivos para llevar a cabo objetivos mucho más personales, mundanos, y egoístas?

Esos son algunos de los aspectos que encierra Scott, probablemente el personaje más desorientador de la saga Aesir-Vanir. Sin forma, aún más sin fondo, es el tipo de personaje que busca que el lector se pregunte: «¿pero qué diablos?…».

A lo largo de su existencia y de los doce libros, Scott parece disfrutar pasando del bien al mal, y de nuevo al bien, sin que nunca quede claro qué quiere, o qué pretende. Algunos lectores me han preguntado quién es Scott. Yo siempre les digo lo mismo: es, en todo caso, esa sombra que se oculta tras nuestros sueños, y nuestras vanidades…

Fragmento de «Las entrañas de Nidavellir II». Scott e Yvette se encuentran en una habitación, solos y atrapados en la luna Titán de Saturno…

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—Isaac es bueno en su trabajo, eso es cierto  —aseguró Scott —. Muy bueno. Pero para todo lo demás, es un inútil. En la vida, y en la cama. ¿En qué pensabas mientras hacías el amor con él, Yvette? ¿En el próximo vestidito que te ibas a comprar? ¿En los desfiles de moda de Marte? ¿No te quedabas dormida con ese inútil en tus brazos?
—¿Cómo te atreves?… ¡Maldito cerdo! —Scott sonrió, y continuó:
—¿Qué te pasa, Yvette? ¿Llevas tanto tiempo sin acostarte con nadie que ya se te ha olvidado que eres una mujer? ¿Quieres que le pida a Richard que te traiga algún androide de compañía? Prometo no mirar, me partiría de la risa. ¿O quieres explorar nuevas posibilidades sexuales con su secretaria? Es muy atractiva. ¿No querías jugar a ser la niña mala y traviesa que explora nuevos universos prohibidos en el mundo del sexo? La verdad es que sería interesante verlo. —Yvette se acercó a él, e intentó darle una bofetada. Pero él detuvo la mano.
—Previsible, siempre previsible. Como resolver un dos más dos. ¿Es esta la sorprendente Yvette? ¿Es esta la genial Yvette que ha comenzado una nueva era? ¿La Yvette que ha descubierto nuevos universos infinitos? Anda, deja de jugar a soldaditos y al amor infantil, o a ser una diosa. Vuelve con tus muñecas, ingeniera, y con tus desfiles de moda, y deja que el destino del universo lo decida gente adulta. —Yvette explotó:
—¡Eres un maldito animal! —Gritó. Scott rió.
—Claro que sí, princesita; soy un animal. Yo soy lo que tú quieras que sea, jovencita, pero eso no te hará olvidar que eres la mocosa presumida que siempre fuiste. Y que siempre serás, Yvette. La niña malcriada que era el centro de las miradas siempre. Y ese es tu mundo. Todo esto te viene muy grande. ¿Querías jugar con el destino, con el futuro de la galaxia? ¿Ser su salvadora? Querías jugar a los soldaditos, al rescate… Y ahora, mírate… ¡Qué patética! Te han pillado a la primera de cambio. Prisionera en tu primera acción ofensiva, antes de cumplirse cinco minutos de esa nueva vida llena de sorpresas y aventuras que te prometías a ti misma. Has ganado el récord al fracaso más rápido y absurdo de la historia, Yvette. Vuelve a Marte, a los desfiles de moda, y a tus muñecas. Y a jugar a que eres una ingeniera respetada y aplaudida. Vuelve a los lugares donde disfrutas viendo cómo te desean los hombres a tu alrededor, mientras te haces la puritana casta y perfecta. Ese es tu sitio. Y lo será siempre. Robert tenía razón: eres una niña malcriada y consentida. —Yvette se mantuvo un momento en silencio, recordando a Robert. Luego afirmó:
—Todo mentira. Robert no piensa eso de mí. Él me quiere. Lo sé.
—Claro. Por eso se ha ido con una jovencita griega, que le da lo que tú nunca podrías darle en mil años.
—Él me respeta. Algo que deberías empezar a aprender. Tú eres un ser odioso y miserable.
—Yo creo otra cosa, Yvette. Creo que él ha pasado de ti, y tú estás dolida por ello. Y te escondes en tu experiencia con la nave para querer inventarte una nueva vida que solo existe en tu imaginación. ¿No los ves juntos, Yvette? Mira, puedes verlo tú misma. Están ahí, paseando cerca de la Acrópolis de Atenas. Mira cómo ríen Robert y su joven princesa griega. Mira cómo disfrutan, cómo pasan la vida juntos, cómo tienen hijos, cómo sueñan juntos cada día, cómo disfrutan de su amor día y noche. ¿No lo ves, Yvette? Es la joven griega quien está con él, no tú. Es la joven griega quien tiene a sus hijos, no tú. Es la joven griega quien se despierta cada día con Robert al lado, no tú. La joven griega fue el amor soñado por Robert, no tú. Y recordarás eso cada día. ¿No sientes al menos un poquito de dolor? Claro que sí. No un poco de dolor, sino un enorme dolor, que se clava en tu alma. Y tendrás que vivir con esos pensamientos y ese dolor, con esa frustración, toda tu vida. Esa es la gran Yvette; la gran ingeniera que lo ha perdido todo. Disfruta de ello toda la eternidad, Yvette. Disfrútalo.

Yvette gritó de rabia. Odiaba a aquel hombre. Quería matarlo. Quería destrozarlo. Quería que se comiese cada palabra. Se acercó, e intentó golpear de nuevo a Scott, y este de nuevo detuvo el golpe fácilmente, mientras le sonreía de forma despectiva y condescendiente, sin decir nada…

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

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