Este es un fragmento de «La leyenda de Darwan III: los dientes de Fenrir». En el mismo, el Presidente, el líder de una sociedad increíblemente avanzada, habla con Helen, proclamada líder de un grupo de seres humanos, que luchan en una guerra casi eterna y desesperada. Ambos mantienen una conversación sobre las causas de la guerra, y sobre todo, sobre las consecuencias.
— No estoy bromeando – prosiguió el Presidente. — Pero hay una diferencia importante: tú eres una líder innata. Y un ser razonable.
— ¿Un ser razonable? Ahora es cuando empiezo a preocuparme de verdad, Presidente. Si dices eso de mí, es que estás realmente desesperado. – El Presidente se mantuvo en silencio unos instantes, mirando fijamente a Helen, que sintió una fuerza enorme, pero que no venía ni tenía nada que ver con poderes mentales.
— Sal de esa coraza, Helen – dijo finalmente el Presidente. – Sal ya de esa coraza. Tú quieres la paz tanto como nosotros. – Helen se quedó fría.
— ¿La paz? ¿La paz has dicho? – gritó Helen. – ¡Naturalmente que quiero la paz! ¡Y unas vacaciones en las Islas Maldivas! ¡La paz! ¿Eres capaz de entender, con esos dos maravillosos cerebros que tienes, que llevo tres mil millones de años viviendo en una situación de guerra constante? Perseguida, acosada, torturada por tu gente… ¿Recuerdas que me trajeron a este universo desde la tumba para combatir contra tus antepasados? ¿Crees que estamos satisfechos, o contentos, o que somos felices, con todo esto? —gritó Helen. La sala quedó completamente muda. Ni siquiera el resto de LauKlars se atrevieron a comentar nada mentalmente. Karl miraba asombrado a Helen.
— Lo sé – respondió al cabo de unos instantes el Presidente tranquilamente. – Sé todo eso. Sé lo que quieres decir.
— ¿Estás seguro? ¿Completamente? – preguntó Helen con ira.
— Completamente. Por eso, por ti, y por tu gente, y por todo lo que habéis pasado, vas a tener que dar un paso adelante. Por ti, y por tu pueblo. Vas a tener que aceptar la paz con los LauKlars, y con el resto de especies de la Galaxia. Debes saber que, habiendo creado el caos y traído el dolor a mi especie como nunca lo hubiera imaginado, mi primer impulso sería llevar la guerra a la especie humana hasta sus últimas consecuencias. Y es entonces, cuando pienso en las últimas consecuencias, cuando veo, y entiendo, que es necesario terminar con todo esto. Porque las últimas consecuencias son tan horribles, tan horrendas, que la conclusión lógica es esta: solo la paz puede ser menos dolorosa que continuar una guerra que terminaría con cualquier esperanza para toda la Galaxia.
Helen suspiró. Y luego, al cabo de un momento, susurró una frase: “no hay un camino para la paz; la paz es el camino”.
— ¿Qué decías, Helen? – preguntó el Presidente.
— Nada, recordaba una frase de un antiguo líder humano de la Tierra en lo que llamamos el siglo XX.
— Debes escuchar a esa voz.
— ¿Escuchaste la frase?
— Naturalmente, Helen, podemos leer vuestros pensamientos formados. ¿Acaso lo has olvidado?
— No. No lo he olvidado.
— ¿Y qué vas a hacer?
— ¿Quién me va a convencer de algo así, Presidente? ¿Quién me va a convencer de que un hipotético camino a la paz es mejor que la guerra, especialmente cuando Deblar tiene en este momento el triunfo tan cerca?
— Yo lo voy a hacer. Y además, tú lo vas a aceptar, y vas a luchar por ello, con todas tus fuerzas y todas tus energías. Deblar no tiene tan cerca su triunfo. No estamos en una posición fácil. Pero tenemos opciones.
— ¿Qué opciones?
— ¿No lo ves, Helen? Que estemos aquí, hablando, es lo peor que le puede pasar a Deblar. Esa es ya una opción. Pero hay más.

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