Nota: esta es una reflexión personal, sin otro motivo que pensar sobre la vida y el camino que hemos de andar.
He estado revisitando recientemente un capítulo doble de la serie «House», en la que el famoso doctor va a un centro psiquiátrico para recibir tratamiento, debido a su adicción a la vicodina.
Aparte de que personalmente esta serie me parece fantástica, estos dos capítulos me han retrotraído a una época, hace ya demasiados años, en la que estuve visitando a una amiga que se encontraba ingresada en una unidad psiquiátrica de un importante hospital. Recuerdo intensamente aquellos días, por el caudal enorme y brutal de sensaciones que recibí de todas aquellas personas, en muy diferentes estados, y en situaciones a veces difíciles de describir. Mi propia amiga sufría una enfermedad grave, y yo, que era bastante joven, no podía llegar a procesar todo aquel manantial de sensaciones que tenía que gestionar con cada visita.
Un día, la directora de la planta del hospital, una mujer fría y dura, porque, en esas circunstancias y en ese trabajo se ha de ser duro y frío, me sentó en su despacho y me dijo algo muy directo y claro: «tu amiga no tiene solución. Estará así el resto de su vida. Es importante que te vayas olvidando de ella, y comenzando una vida nueva».
Yo me quedé helado, sinceramente. ¿Cómo podía aquella mujer decir algo así, con esa frialdad? ¿Cómo podía esperar que yo ignorase todo aquel dolor, aquel sufrimiento?
Con el tiempo, y luego, con los años, comprendí que, a pesar de que pueda parecer contrario a cualquier principio humano, lo que me dijo aquella mujer fue un consejo absolutamente lógico, y totalmente cierto; existe una frontera, tras la cual, la mente ya no espera soluciones, o nuevos caminos, o nuevas sonrisas. Solo espera sobrevivir en una oscuridad eterna, sin salidas. Sin retorno a la luz. Siempre en tinieblas. Siempre fría. Siempre alejada de la realidad.
Existe una frontera tras la que no queda otro remedio que asistir a la caída de una mente, y a esperar que, dentro de los limitados conocimientos de la ciencia, esa persona pueda existir en unas condiciones mínimas de salud, de dignidad, y de calidad de vida. Y, cuando digo mínimas, me refiero a alguien que ha abandonado este mundo, sin llegar a hacerlo. Almas que se encuentran atrapadas en la frontera entre la vida, y un universo de tormentas y caos, que enfrentan al ser humano con una realidad que no puede comprender, mucho menos asimilar.
Tenemos que amar a nuestros seres queridos, pero tenemos que comprender que no podemos, y no debemos, hundirnos con aquellos a los que amamos. Porque, si es trágico perder una vida, más trágico es perder dos, por el simple hecho de que la segunda esté atada, con una cadena invisible, a la primera.
El mundo de la mente es un oscuro túnel donde puedes entrar, pero será difícil, muy difícil, salir. Cuando hay esperanza, debe lucharse hasta la última fibra del ser. Pero, cuando se han superado todas las fronteras sin resultado, es importante llevar a cabo una retirada, y comenzar una nueva vida. Eso no es despreciar a esa persona amada; eso es proteger nuestra propia vida, que es lo que esa persona amada querría para nosotros, y lo que nosotros querríamos para nuestra persona amada, de encontrarnos en una situación así.
No se trata de abandonar físicamente a un ser humano que ha cruzado esa frontera de la mente para no volver. Claro que no. Se la debe cuidar, y dar todo el apoyo y el cariño posibles. Pero sí se trata de romper emocionalmente, y seguir adelante, por mucho que cueste. No podemos hundirnos, para consolarnos con ello, por no haber hecho un sacrificio que nos parezca insuficiente. El sacrificio es seguir viviendo, a pesar del dolor, y salir adelante.
Esa es la clave de la vida: seguir adelante. Sobrevivir, y encontrar un camino de luz. Si otros viven en las tinieblas, no podemos responsabilizarnos por ello, ni sentirnos culpables. Intentaremos darles toda la luz que sea posible, pero no apagaremos nuestra luz en ese camino. Eso, nunca deberemos hacerlo.
No me gustaría acabar de una forma triste esta entrada, que entiendo no es agradable, pero sí es parte de la vida. Y yo en este blog hablo de la vida, que es por lo que escribo. Así que, para dar un poco de luz a todo el que lea esto, le dedico esta maravillosa pieza de Bach, magníficamente interpretada, y llena de profundidad. No en vano, el chelo nos lleva a un mundo de amor, paz, pero también profundidad. Y esa es la magia de la música, y de la literatura. Felices notas. Y muchas gracias por existir.
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