Estados Unidos lleva décadas inmersa en una eterna discusión sobre el control de las armas de fuego. Su segunda enmienda, escrita hace siglos, cuando los civiles debían defenderse ellos mismos porque no existían fuerzas del orden adecuadas para protegerlos, sirven hoy para pagar a un grupo de empresas, y a una organización, la NRA (Asociación Nacional del Rifle), que vive gracias a la sangre de miles de personas inocentes de su propio país, muchos de ellos niños.
Son esos inocentes, son esos niños, los que sostienen una industria sádica y cruel, sin que ni esas empresas, ni esa esa organización, sientan el más mínimo repudio por ello. Al fin y al cabo, ¿qué importan unas miles de muertes, cuando se puede obtener un estupendo beneficio con la vida de tus propios ciudadanos, de tus compatriotas, de esos que dices proteger?

Esa es la lógica de la industria de las armas. Lo importante es vender las armas. Quién vive, y quién muere, es un asunto de segunda categoría. La lógica que dice que para obtener un arma de defensa se requiere un fusil de asalto AR-15, o un subfusil MP5, o una pistola automática UZI, son los mismos que llevan luego ese dinero a sus paraísos fiscales, evadiendo ese dinero, que se usará muchas veces en actividades ilegales. Porque, no lo olvidemos, la venta de armas está ligada con actividades ilícitas por todo el mundo.
Pero vamos a plantearnos una pregunta. Si hay mercado, es porque la gente compra esas armas. E insisto, una pistola de nueve milímetros, incluso un revólver del 38, serían suficientes como arma de defensa. ¿Por qué, entonces, se venden armas tan potentes como los fusiles de asalto AR-15, que son, al fin y al cabo, la versión civil del fusil militar M16? ¿Por qué se permite este tráfico de armas tan potentes, capaces de destrozar vidas constantemente, y con cifras que serían propias de un estado de guerra?
La razón es que las armas dopan. La pólvora dopa. Y me explicaré. Tener un arma en la mano, especialmente si ese arma es potente, dota a su propietario de una falsa sensación de poder. De un poder enorme. Disponer de un fusil AR-15 en las manos genera sensaciones similares a la acción de drogas de recompensa, que actúan como la dopamina, y confieren al individuo de una sensación de bienestar y confianza.
Por su lado, disparar un arma confiere al individuo de una enorme sensación de seguridad y de control. Millones de estadounidenses, y por supuesto gentes de otros países, están literalmente enganchados a las armas, aunque es en Estados Unidos donde este tipo de adicción es completamente legal, y está totalmente protegido por la constitución, además de ser un derecho. Quienes se encuentran enganchados a las armas actuarán como actúan drogadictos de drogas tradicionales. No reconocerán su adicción, ni querrán entender la problemática que supone las armas, ni atenderán a razonamientos de lógica. Son adictos. Y como tales adictos, no dejarán sus armas por ningún motivo.
Es más. Si hay una matanza, como ocurre desgraciadamente con bastante frecuencia, argumentarán cualquier razonamiento sin sentido, e incluso terminarán culpando a las víctimas por no portar armas. O pedirán que todos vayan armados, para de este modo cerrar el círculo de su obsesión por las armas. Gentes armadas en cada ciudad, en cada barrio. En los colegios, en las ciudades. En los campos. Recientemente se hablaba de armar a los profesores, incluso a los alumnos de primaria. Niños menores de diez años con armas de fuego. ¿Puede existir una filosofía más retorcida y sádica?
Naturalmente, son millones de estadounidenses los que también están en contra de las armas de fuego. Pero la industria de las armas, y su poder para poner y quitar líderes políticos, es demasiado grande como para enfrentarlos, y mucho más para derrotarlos. Sí, cada vez que hay una masacre, se habla y se habla, pero la NRA, y la industria de las armas, saben que es cuestión de dejar pasar un tiempo, para que todo vuelva a la normalidad. Y así hasta la próxima matanza.
Podría, finalmente, hablar de casos personales que he conocido, y de mi propia experiencia con armas de fuego. Pero no quiero aburrir al lector con mi vida. Sí le diré que sé que las armas son una verdadera droga, que pueden volver loco a cualquiera, y lo he visto personalmente. Pero no es necesario que explique nada. Observe el vídeo inferior, y vea usted mismo ejemplos de cómo se pueden usar armas de formas peligrosas e inseguras.
Lo raro, lo verdaderamente sorprendente, es que no haya más muertes. Solo espero que, algún día, ese gran país que es Estados Unidos, un país maravilloso y lleno de gente increíble, reaccione y comprenda que, en definitiva, el camino de las armas es, sin duda, el camino de la muerte. Ojalá sea así, y se terminen las matanzas. Para siempre.
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