Una de las canciones con la que me siento más identificado en la discografía de Joaquín Sabina es «Nacidos para perder». Es una maravillosa composición literaria honesta, profunda, y directa, que nos lleva a recordar esos tiempos donde todo lo que teníamos eran sueños de juventud, demasiada inocencia, y ganas de soñar en sueños que nunca se harían realidad.
Ahí estaba yo, en clase de latín, con mi guitarra, cantando en latín unos versos de Ovidio. ¿Qué diablos hacía yo cantando a Ovidio en clase de latín? Había musicado unos poemas del famoso poeta romano, y se lo comenté al profesor de latín, que entonces trabajaba en su doctorado. El hombre no solo se sorprendió, sino que me pidió que de inmediato le hiciese una demostración. Y así fue; allá, en medio de la clase, saqué mi guitarra, y me puse a cantar en latín.
Ni qué decir tiene que el profesor estaba encantado de que alguien musicara esos versos latinos después de dos mil años escritos en las arenas de la historia, y los compañeros estaban encantados de no tener que soportar al profesor y sus explicaciones sobre la tercera declinación. Así pasamos aquella hora, con música en latín, unos versos antiguos, y un poco de diversión. Creo que Ovidio se asomó un momento por la puerta, para salir huyendo de nuevo hacia su descanso eterno.

Ese fue un momento divertido de mi vida de estudiante, pero hay que decir que mi personalidad rebelde, el cuestionar a todos los profesores constantemente, y no aceptar normas ni los modelos de conducta sociales establecidos me pasaron factura en forma de expulsiones y acusaciones.
Pero no importaba. Yo era yo y mis circunstancias. Luego, cuando fui al servicio militar, aquellos oficiales se encargaron de bajarme los humos. No digo que el ejército sea bueno, ni digo que sea necesario que los jóvenes vayan al servicio militar. Al contrario; si yo ya era un caso perdido, el servicio militar terminó de estropear mi vida y mis posibilidades de convertirme en algo útil para la sociedad. Por eso cuando volví del ejército seguí dando bandazos, algo que no he dejado de hacer hasta hoy. Pero ahora sé disimularlo más. Mi rebeldía se ha enfriado, pero ese espíritu contestatario sigue ahí, y me ha creado tantos problemas que podría escribir un buen libro. O dos.
Pero algo bueno tuvo que mi vida fuese un desastre. Ese fue uno de los moldes donde dibujé los primeros elementos de lo que luego se convertiría en La leyenda de Darwan y la saga Aesir-Vanir. Ahí, en esas páginas, he volcado todas mis experiencias, y de hecho los libros esconden algunos secretos de mi vida. Como «Ángeles de Helheim», que es en muchos aspectos un libro autobiográfico, disfrazado de ciencia ficción, pero con un poso de mi realidad.
Yo, como Sabina, nací para perder. Y perdiendo mi vida entre la confusión y el caos, he ganado un mundo completo de literatura y de sueños. ¿Ha merecido la pena cambiar el uno por el otro? Yo creo que sí. No he sido popular. No he hecho muchas amistades. No he sido un hombre bueno y noble. No seré precisamente recordado con buenas palabras cuando deje este mundo, por los pocos que me recuerden. No caerá una sola lágrima cuando me vaya al infierno, el lugar de donde provengo. Pero dejaré un legado para quien quiera leerlo. Un legado sincero, real, y honesto. Eso no lo podrá negar nadie. Como en el retrato de Dorian Grey, mis letras se han mantenido puras, mientras mi cuerpo se ha ido deteriorando. Las letras han sido mi vida, y mi tabla de salvación. Y las letras han sido también mi puente. Un puente que ha conectado la realidad con mis sueños y mis fantasías.
Sí. Sin duda ha merecido la pena el viaje. Como dice la canción de Sabina, «la única medalla que me ha dado la vida, en el escenario la gané». Yo la gané con mis letras. Y es una medalla que llevaré siempre dentro de mí. La única medalla que me llevaré de este mundo es la de haber cumplido el sueño de creer que los sueños pueden convertirse en letras; y las letras, en un camino de libertad. Ese es mi legado. Y eso me llevo de este mundo.
Lo demás, bueno, quedará olvidado en las arenas del tiempo. Para toda la eternidad. Pero, ¿por qué preocuparse por la carne y el alma, cuando tenemos las letras para llenar ambas?
Es una maravillosa canción de Joaquín Sabina «Nacidos para perder», es una buena acomposición literaria que nos recuerda los sueños que tenemos en la juventud y que esos sueños nunca se nos aran realidad.
Me gustaLe gusta a 1 persona