Recientemente hemos terminado de vivir un confinamiento, una cuarentena, que nos ha mantenido a muchos en casa. Pero hemos podido seguir en contacto con nuestras familias, amigos, trabajos, gracias a las telecomunicaciones, a los ordenadores, teléfonos y tablets. Y a una gigantesca infraestructura muy compleja que ha permitido dar soporte a los cientos de miles de conexiones en toda España, y en todo el planeta, que yo por ejemplo tengo familia en Argentina, y seguir las incidencias de allá es un tema de prioridad absoluta.
Antes las cosas no eran así. Antes, cuando te distanciabas, tenías el teléfono. Pero, ¿y antes? En el siglo XX mis padres y abuelos fueron testigos de muchos seres queridos y amigos que se iban a otros países, especialmente a lugares como México, Argentina, Venezuela, Brasil, y cualquier otro lugar donde se pudiera encontrar un nuevo futuro. Pero entonces no había Internet. Las despedidas eran eso: despedidas. Aparte de las cartas, no había otra forma de contactar. Luego llegaron los teléfonos y las «conferencias», pero eran carísimas, y tardaron en ser un medio de comunicación de acceso para muchas familias con pocos recursos.
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