Música: despedidas y caminos de soledad

Recientemente hemos terminado de vivir un confinamiento, una cuarentena, que nos ha mantenido a muchos en casa. Pero hemos podido seguir en contacto con nuestras familias, amigos, trabajos, gracias a las telecomunicaciones, a los ordenadores, teléfonos y tablets. Y a una gigantesca infraestructura muy compleja que ha permitido dar soporte a los cientos de miles de conexiones en toda España, y en todo el planeta, que yo por ejemplo tengo familia en Argentina, y seguir las incidencias de allá es un tema de prioridad absoluta.

Antes las cosas no eran así. Antes, cuando te distanciabas, tenías el teléfono. Pero, ¿y antes? En el siglo XX mis padres y abuelos fueron testigos de muchos seres queridos y amigos que se iban a otros países, especialmente a lugares como México, Argentina, Venezuela, Brasil, y cualquier otro lugar donde se pudiera encontrar un nuevo futuro. Pero entonces no había Internet. Las despedidas eran eso: despedidas. Aparte de las cartas, no había otra forma de contactar. Luego llegaron los teléfonos y las «conferencias», pero eran carísimas, y tardaron en ser un medio de comunicación de acceso para muchas familias con pocos recursos.

despedida

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Un mundo nuevo

Vuestras guerras, nuestros muertos.
Vuestras victorias, nuestras derrotas.

Vuestras medallas, nuestras tumbas.
Vuestros discursos, nuestros epitafios.

Vuestras balas, nuestra carne.
Vuestros dioses, nuestros demonios.

La senda está llena del dolor de nuestros antepasados,
de la sangre de nuestro presente que muere,
y de un futuro incierto que todo el mundo llora y teme.

Pero nos alzaremos con la fuerza
que nace de nuestros sueños,
y reclamaremos lo que es nuestro.

Un lugar donde encontrar esperanza
y donde crear un mundo nuevo
partiendo de cero.

Un mundo nuevo, un mundo bueno,
un mundo donde todos tengan cabida.
Porque mientras un solo ser humano sea esclavo
todos seremos esclavos.

Y, mientras un solo ser padezca sed de justicia
todos viviremos ahogados en el frío del odio.

Un mundo nuevo. Un mundo bueno.
Un mundo de paz eterno.

Vuestros odios, nuestros lamentos.
Vuestro cielos. Nuestro infierno.

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Sueño contigo

Dejo mis sueños en mi camino,
y en polvo los torna el tiempo.

Dejo de soñar contigo,
y te vas yendo , flotando en el viento.

El viento de la noche me trajo tu mirada,
y me abracé a ella con todo mi ser,
y ahora que ha llegado la mañana,
quisiera que no volviese a amanecer.

Son tantas las estrellas condenadas,
a brillar mucho en pocos días,
y a transformarse luego en nadas.

Son tantas las batallas por ti ganadas,
pero fue aquello que más querías,
lo que jamás en verdad imaginabas.

El barro cubre hoy mi sangrienta senda,
y me lleva perdido a la noche fría,
y estoy solo en el vacío de tu ausencia,
por perder a la mujer que tanto y tanto quería.

El inmortal nombre que forjaste en tu alma,
es sólo un recuerdo de lo que fue antaño,
bañado en tu mirada que tanto me calma,
parezco perderme ayer, hoy, año tras año.

Y tú, que cubriste para siempre mi sueño,
de esperanza, amor, anhelo,
sé para siempre la voz, mi sendero.

Y tú, que diste fe a este mortal perecedero,
dame tu mano y llévame presto
a encontrar el sueño que fue nuestro amor eterno.

Fuimos dos, fuimos camino,
fuimos uno en la tierra y el cielo.

Camina ahora, búscame entre tus miedos,
entre tus esperanzas y sueños necios,
y llévame a casa, donde curar pueda,
el dolor que tanto sufro y siento.

Fuimos sólo un sueño.
Mas fuimos, en verdad, sueño eterno.

I. Campomanes. Diciembre 1986.

(Del libro «Círculo eterno y otros relatos cortos». Portada diseñada por A.R. Cano).

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Dónde están los héroes y los sueños del siglo XX

Hace muchos, muchos años, y esto no es un cuento, escribí una canción con mi guitarra que se titulaba «Trovador de siglo XX». Aún anda la partitura por algún lado. El caso es que es cierto. Ahora, escuchando el disco «I Robot» (Yo Robot) de Alan Parsons, inspirado en el libro del mismo nombre del Maestro Isaac Asimov, me pregunto: ¿dónde ha quedado mi época? ¿Qué hago en este siglo XXI que ni entiendo ni puedo asimilar?

El siglo XX pasó, y las nuevas generaciones no conocen aquellos tiempos. Hablando hace poco con un chico que ahora acaba de cumplir 26 años, me daba cuenta de que le hablaba de grupos, de escritores, de sucesos, que ni conoce, ni probablemente le importan en su mayor parte.

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Nos lo arrebataron todo. Excepto los sueños

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No tenemos destino. No tenemos futuro. No tenemos caminos que recorrer. Pero tenemos sueños.

No tenemos dinero. Ni tenemos transporte. Ni tenemos zapatos. Pisamos el asfalto ardiente con la piel.

Pero tenemos sueños.

No tenemos hipotecas. No tenemos cuenta corriente. No tenemos VISA. No tenemos moto de mil caballos. Ni tenemos una pensión asegurada.

Pero tenemos sueños.

No tenemos acciones. Ni tenemos rentas. Ni tenemos inmuebles valorados en el dolor de aquellos que no pueden habitarlos, porque no se han ganado un sitio en el cielo materialista de un mundo que solo vive del dinero.

Pero tenemos sueños.

No tenemos lágrimas. Las dejamos atrás cuando forzaron nuestros cuerpos y nuestras almas. No tenemos sangre en las venas. La dejamos en las guerras que otros organizaron para llevar la victoria a sus bolsillos y sus bancos.

Pero tenemos sueños.

No tenemos futuro. Nos han robado incluso el tiempo que se halla frente a nosotros, y nuestros relojes se paran en una miseria eterna que nos ahoga y nos mata. Vivimos tras el muro del dolor, de la guerra y la mezquindad, acusados de haber nacido en el lugar donde no debíamos nacer, y tener la lengua, la cultura, y la vida que ofende a otros.

Pero tenemos sueños.

No tenemos nada que ocultar. Y no tenemos la oportunidad que otros tendrán. Pero nos tenemos el uno al otro. Y tenemos nuestras manos, para unirlas en un último esfuerzo de encontrar en nuestros corazones la paz que nos han robado y esquilmado tanto tiempo atrás.

No tenemos más que llagas, heridas, hambre y dolor. Pero tenemos sueños. Y con los sueños dejaremos atrás todas las pesadillas, y crearemos un mundo nuevo. Un mundo para nosotros. Un mundo de paz. Un mundo de libertad. Donde seamos libres. Donde la justicia no sea aleatoria. Donde el ser humano tenga una oportunidad.

Ellos lo tienen todo. Pero ellos no tienen sueños. Los sueños los tenemos nosotros. Y con sueños volaremos de nuevo. Lo haremos. Juntos. Porque nos lo arrebataron todo. Excepto los sueños. Y lo sueños serán el futuro para los dos. Te juro, por mi vida, que así será. Porque te quiero. Y quiero tu libertad.

 

«Creemos el hombre nuevo cantando» (Rafael Alberti)

Rafael Albertí es sin duda uno de los poetas que más influencia han tenido en mi vida. escribió una de las poesías que más han calado en mi vida y en mi alma: «Balada para los poetas andaluces», y este que traigo hoy, «Creemos el hombre nuevo», en el que hace una búsqueda para encontrar nuevos senderos para la humanidad y la poesía en general, en un mundo devastado por la guerra y la frialdad de un mundo que se transforma rápidamente.

La poesía no es trending topic en la actualidad. La poesía no llena los colegios, los patios, las universidades, ni los hogares. La poesía ha quedado denostada, marcada, ninguneada, olvidada en un oscuro rincón. Tenemos en España muchos hombres y mujeres que son grandes poetas, como el mismo Rafael Alberti, y parece que hemos olvidado que la poesía es la savia de la literatura, el alma mater de la expresión escrita, la esencia misma de la palabra.

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Nacidos para perder, cuando todo lo que queda es nada

Una de las canciones con la que me siento más identificado en la discografía de Joaquín Sabina es «Nacidos para perder». Es una maravillosa composición literaria honesta, profunda, y directa, que nos lleva a recordar esos tiempos donde todo lo que teníamos eran sueños de juventud, demasiada inocencia, y ganas de soñar en sueños que nunca se harían realidad.

Ahí estaba yo, en clase de latín, con mi guitarra, cantando en latín unos versos de Ovidio. ¿Qué diablos hacía yo cantando a Ovidio en clase de latín? Había musicado unos poemas del famoso poeta romano, y se lo comenté al profesor de latín, que entonces trabajaba en su doctorado. El hombre no solo se sorprendió, sino que me pidió que de inmediato le hiciese una demostración. Y así fue; allá, en medio de la clase, saqué mi guitarra, y me puse a cantar en latín.

Ni qué decir tiene que el profesor estaba encantado de que alguien musicara esos versos latinos después de dos mil años escritos en las arenas de la historia, y los compañeros estaban encantados de no tener que soportar al profesor y sus explicaciones sobre la tercera declinación. Así pasamos aquella hora, con música en latín, unos versos antiguos, y un poco de diversión. Creo que Ovidio se asomó un momento por la puerta, para salir huyendo de nuevo hacia su descanso eterno.

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Ovidio escuchando aterrado uno de sus poemas musicados

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