Doña Sonrisa

La vida es un cúmulo de detalles, de pequeños gestos. De sonrisas. Y aquellos que han vivido una larga vida suelen tomar dos caminos: uno es el de la sonrisa, otros optan por la añoranza. Muchos se balancean entre ambos extremos. Pero es, sin duda, la sonrisa, la que abre las puertas a la esperanza.

Y eso es lo que veo cuando voy a comprar al supermercado, cerca de mi casa. Suelo bajar con el portátil para escribir unas líneas en la cafetería, cada vez menos, es cierto. Pero todavía con la esperanza, precisamente, de sonreír ante mi último texto. Luego puedo ir al super. Siempre hace falta algo para la nevera. Y cuando veo que Doña Sonrisa aparece, me pregunto qué derecho tengo a destruir mis sueños, cuando los sueños son los que nos sostiene al mundo, y nos hace sentir vivos.

Eso es lo que veo cuando la veo entrar en ese pequeño supermercado.

Llega sonriente, como siempre. Sus espaldas cuentan algunos más de ochenta años. Yo la llamo Doña Sonrisa, porque siempre tiene un gesto amable, una sonrisa dulce, una mirada de cariño. Arrastra el carrito mientras entra en el supermercado, con cuidado, no sea que tropiece con algo. Lo deja en su sitio, y toma una cesta de plástico.

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Noche eterna

Aquella mañana de otoño me desperté, como cada día, antes de que amaneciera. Después de una ducha rápida, le dije adiós a la almohada, y al hueco que mi exmujer había dejado en mi vida y mi alma. Qué importa el amor, cuando la soledad puede destrozar la vida de un ser humano con más facilidad, y a un coste menor.

Salí a la calle, mientras un molesto viento soplaba del norte. Miré al cielo, todavía nocturno, que estaba tachonado de estrellas. De hecho, se veían con asombrosa claridad. Era evidente que el viento se había llevado toda esa capa grumosa de humo y contaminación, dejando una ventana para contemplar un cielo aparentemente perfecto.

Subí a mi viejo Volkswagen, que tras varias patadas y juramentos consiguió arrancar, y me proyecté casi a la velocidad de la luz a una autopista que empezaba a cargarse, en aquel maldito lunes, para ir a aquella maldita oficina.

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Once de abril de 1983

Once de abril de 1983. Era un lunes. Sobre las nueve y media de la noche. Estábamos sentados, hablando de sueños, y de esperanzas. De miedos, y temores. De futuros prometedores que conquistaríamos con nuestros corazones. De ser los dos guerreros perfectamente preparados para luchar contra las peores inclemencias, contra nuestros miedos, y contra nuestras frustraciones.

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Minas en el corazón: el dolor no es el final

Aviso: esta es una entrada introspectiva y personal sobre el mundo de los sentimientos y los recuerdos. Lea bajo su propia responsabilidad. Muchas gracias.

Los seres humanos tenemos una alta capacidad para sufrir. Creamos un mundo propio en nuestro interior que muchas veces parece más un campo de minas. Ese campo es el mundo de nuestros recuerdos, y cada recuerdo es una mina que pisamos cada vez que pasamos por esas vivencias del pasado.

Y, lo más increíble es que, a pesar de caer varias veces en la misma mina, en el mismo lugar, volvemos, tiempo después, a atravesar esa zona, para que la mina explote de nuevo, llevándose por delante una parte de nuestro corazón.

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El virus de la lectura abre fronteras al infinito

Estamos pasando unos tiempos muy duros, sin duda. Confinados en casa, con una situación tremendamente compleja e incierta, esta crisis sanitaria va camino de cambiar muchos aspectos de la vida de muchas personas, y de sociedades enteras.

Afortunadamente, el mundo de la cultura se ha abierto a compartir mucho de su material de manera gratuita, y vemos actos culturales online por todas partes. Y un elemento que puede acompañar a estos tiempos perfectamente es la lectura. Los libros siempre han sido amigos de la soledad, y han hecho que muchas almas desconectadas pudieran enlazar con la mente de autores y sus sueños mediante las obras literarias.

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«Te esperaré al anochecer» disponible en Lektu

Tengo que decirte que mi vida ha cambiado completamente desde que nos vimos aquella noche mágica. Sí, sé que suena a tópico, a lo de siempre. Sé que estuve casado antes, y que mi vida fue un completo tedio, más aburrido que encender la televisión esperando que algo, o alguien, te cambie la vida de algún modo.

Pero tu aparición logró eso, y mucho más. Aquel viernes mágico, riendo, hablando, mirando las estrellas con mi viejo telescopio, y jugando con las olas del mar, comprendí que la magia no es esperar que ocurra un milagro; la magia es dejarse llevar por el milagro de tu mirada azul y limpia, como el mar que besaste aquella noche.

Esta noche te esperaré otra vez. Te esperaré al anochecer. Porque quiero volver a compartir contigo las estrellas. La vida comienza para muchos cuando sale el Sol. Para mí empieza cuando se pone. Porque es entonces, y solo entonces, cuando siento que estás cerca.

Vuelve. Seamos, de nuevo, un corazón en busca de estrellas…

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Guerra en tres frentes

Nota especial: la entrada en la red literaria Lektu ha sido mejor de lo que esperaba, con casi 700 visitas y 40 descargas en una semana, y con «Somos los Hijos de la Tierra» entrando en la lista de tendencias de la red literaria cuando escribo estas líneas. Muchas gracias a todos por vuestro interés. Fin de la nota.

Nuevo fragmento de “La leyenda de Darwan IV: Idafeld”, Libro XV y último de la saga Aesir-Vanir. El fragmento anterior puede leerse en este enlace.

Tras ese viaje a un San Francisco recreado por Freyr, Helen no está dispuesta a perder ni un minuto más en encontrar una estrategia final para terminar con la amenaza que se cierne sobre su gente. Para ello tiene clara una cosa: ir a la fuente original que ha causado toda esa situación. Y esa fuente son esos misteriosos seres, los Isvaali, que nadie conoce.

Solo Sandra tuvo acceso a ellos. Y solo un hombre puede tener la respuesta al misterio de cómo interactuar con ellos. Pero antes, Helen querrá tener una conversación con su hija, resultado de un cambio en la historia del pasado, provocado por ella misma…

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El imperfecto mundo perfecto tras el cristal

Hace tiempo que lo vengo notando. Que lo vengo sintiendo. Que siento esa vibración que me avisa de que algo se ha roto. Por fin. Esa cadena de acero que me ataba a la realidad. Se ha roto. Y, en mi locura, te he vuelto a encontrar. Ese era el secreto: volverme loco era el camino seguro y directo para volverte a amar.

Todo empezó cuando llegué y crecí en este mundo. Este mundo que ha cambiado. Y me ha cambiado. Se ha hecho mayor. Ha perdido originalidad. Y frescura. Un programa llamado autotuning afina la voz de los cantantes si desafinan. Un efecto de Photoshop borra todos los fallos de esa imagen o vídeo, creando hombres y mujeres perfectos.

Las empresas sonríen con puestos de trabajo asombrosos donde todos trabajan sanos y felices. Los coches ya  no contaminan, sino que son contenedores de cinco sonrisas perfectas que viajan en su interior, y que contribuyen al bienestar del mundo. Los amigos ya no necesitan discutir entre ellos, basta con bloquearlos, mientras enseñan esas fotos perfectas de sus familias perfectas. Y los viajes son paradisiacos, a sitios increíbles, donde ocurren cosas increíbles que vemos con nuestros hijos increíbles y nuestra pareja increíble. Todo metido en una pantalla rectangular de cristal. Todo el mundo se ha concentrado en una pantalla de cristal…

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El último escritor

Para Su Alta Majestad:

Mi nombre es William Grey, ciudadano registrado con el código 147-DX-23230. Estoy aquí para una alta petición que ruego a Vuecencia me conceda, con…

Will borró el texto. Era la cuarta vez que lo empezaba. Y la cuarta ocasión en la que lo borraba. Su novia se acercó. Se sentó a su lado, y le pasó el brazo izquierdo por el cuello, mientras por el derecho le acariciaba el rostro.

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Cuando los recuerdos son cadenas de hielo y acero

Hoy voy a atreverme a hacer algo especial y muy personal. Algo que no he hecho más que en alguna ocasión. Pero hoy tengo la necesidad espiritual de traer de nuevo un texto al blog que publiqué hace un tiempo. ¿Por qué? 

Todo empezó ayer. Estaba trabajando como siempre en el ordenador, con un programa que no acababa de funcionar por algún problema oculto, diseñado para que mi cabeza explotara intentando encontrar el fallo.

De pronto, se me ocurrió poner un disco que no escuchaba hacía demasiado tiempo: «Wish you were here» del grupo británico Pink Floyd. 

Y, de pronto, me vi sumergido en una cadencia creciente de recuerdos y pensamientos. La música del disco me trajo a la memoria a viejos amigos, viejos sueños, viejos amores, y viejas aventuras de juventud que habían quedado borradas de mi memoria largo tiempo atrás. Me vi a mí mismo tarareando la canción que da nombre al disco, «wish you were here» (Ojalá estuvieses aquí). Y apareció en mi mente una figura de una joven mujer morena que perdí demasiado pronto, y que me miraba con sus ojos azules como dos estrellas en el firmamento.

Una cosa llevó a la otra, y a este relato que nació inspirada en su recuerdo, como tantos otros relatos y pensamientos. Así que, con su permiso, quiero traer de nuevo ese texto. Y disculpen mi atrevimiento. A veces solo nos queda la noche, una vieja canción, y unos cuantos recuerdos. Nacemos desnudos de cuerpo, y morimos desnudos de un alma que se rompe con el tiempo.

Es la vida, dicen. Sí. Es la vida. Pero puede ser un tormento. Por eso, nada como una vieja melodía para curar el alma de tantos recuerdos. Muchas gracias.

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