Once de abril de 1983. Era un lunes. Sobre las nueve y media de la noche. Estábamos sentados, hablando de sueños, y de esperanzas. De miedos, y temores. De futuros prometedores que conquistaríamos con nuestros corazones. De ser los dos guerreros perfectamente preparados para luchar contra las peores inclemencias, contra nuestros miedos, y contra nuestras frustraciones.
Todo explotó aquella noche. Como una bomba que cae en medio de un sueño, que se torna pesadilla en un instante. Se rompió el universo que ambos habíamos construido. Y tuvimos que salir corriendo, para no ser devorados por el fuego de la sinrazón, la desdicha, y la noche.
Sé que es tarde para contestar a tus palabras, y a tu llanto, y a tu dolor. Lo supe en el momento en que te vi allí, rota, destrozada, acabada. Pero no me culpes, ni me odies. Ya lo he hecho yo desde entonces. Porque te perdí entonces. Y fue por mi sinrazón y mi locura de creer que dominaba el tiempo, el espacio, y el amor. Y apenas sabía dominar mi pobre y pequeño corazón.
¿Y sabes qué? Últimamente me he dicho: al diablo con todo. Yo sé que estás a mi lado. Sé que no te fuiste de esa forma tan espantosa. Sé que, cada noche, tus ojos azules se posan en mí, como mis ojos cansados se posan en tu memoria, y ambos bailamos una maravillosa canción alrededor de la osa polar, y luego vamos a pasear por la Vía Láctea, mientras el Sol sonríe, y nos dice que no volvamos más tarde de las doce. Porque él se habrá acostado, y a la Luna no le gusta esperar.
Y caminamos por el mar de miles mundos perdidos en el universo, jugando con el agua, lanzándonos gotas de mares que nunca veremos, y riendo, con un eco que se expande por el universo, y que algunos confunden con ondas que solo son nuestras voces, cantando nuestro amor eterno.
Sé que te fallé. Pero cada noche voy a buscarte a tu estrella favorita, y salimos a pasear por las montañas de planetas y universos que nadie podría soñar. Y volamos como dos pájaros eternos en busca de amor, de canciones, de libertad. Y somos uno con los cielos y las estrellas. Y nada, nada, nos detendrá. Ni el dolor, ni el llanto, ni la noche, ni la muerte, ni un millón de años de soledad.
Fue mi error el que te llevó a caminar por las estrellas para toda la eternidad. Pero no temas, no tengas miedo, mi amor. Pronto caminaremos para siempre, unidos de nuestra mano, por un universo propio, donde tendremos una nueva oportunidad para amar, y para cantar una canción que nos dé la esperanza de que nunca, nunca más, nos quitarán la libertad.
Esa es mi promesa. Esta noche, y cada noche. La promesa de una nueva libertad. Tan grande, tan bella, que no puedes ni imaginar. Juntos, caminando por los mares y océanos de la Tierra, y de millones de mundos que juntos podremos explorar.
Esa es mi promesa. Una promesa de eterno amor y libertad.
Mantén el fuego del hogar a punto. El barco está a punto de zarpar. Para nunca, nunca, regresar.

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