Guerra en tres frentes

Nota especial: la entrada en la red literaria Lektu ha sido mejor de lo que esperaba, con casi 700 visitas y 40 descargas en una semana, y con «Somos los Hijos de la Tierra» entrando en la lista de tendencias de la red literaria cuando escribo estas líneas. Muchas gracias a todos por vuestro interés. Fin de la nota.

Nuevo fragmento de “La leyenda de Darwan IV: Idafeld”, Libro XV y último de la saga Aesir-Vanir. El fragmento anterior puede leerse en este enlace.

Tras ese viaje a un San Francisco recreado por Freyr, Helen no está dispuesta a perder ni un minuto más en encontrar una estrategia final para terminar con la amenaza que se cierne sobre su gente. Para ello tiene clara una cosa: ir a la fuente original que ha causado toda esa situación. Y esa fuente son esos misteriosos seres, los Isvaali, que nadie conoce.

Solo Sandra tuvo acceso a ellos. Y solo un hombre puede tener la respuesta al misterio de cómo interactuar con ellos. Pero antes, Helen querrá tener una conversación con su hija, resultado de un cambio en la historia del pasado, provocado por ella misma…

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Hija y madre.

Yolande ordenó a Scott que se presentase en el despacho de Helen de forma inmediata. Pero Helen antes llevó a su hija a una pequeña sala de reuniones. Allí se sentó, y le pidió a Leena que se sentara frente a ella. Fue Helen la que habló:

—Verás, Leena, esto es un poco difícil para mí…
—Lo entiendo, mamá.
—¿Lo ves? Que me llames «mamá» ya desmonta mis esquemas hasta el infinito, ni te lo imaginas. Lo primero que tengo que decirte es que no te conozco de nada. Y cuando digo eso, me refiero a que, para mí, es la primera vez que te veo. Y eres toda una mujercita ya. No te vi nacer, ni crecer, ni te llevé al colegio. —Leena respondió:
—Lo sé. Y yo no estaba preparada para esto, aunque trataré de adaptarme. Puedo asegurarte que es muy, muy doloroso para mí que hayas perdido todos los recuerdos de mí. De nosotras.
—Leena, entiende que no he perdido los recuerdos; simplemente, no existías.
—Mamá, me temo que es algo más complicado que eso.

Helen suspiró. Se llevó las manos a la cara. Luego miró a su hija.

—Dices que es más complicado… Por qué será que no me extraña nada. Siempre tiene todo que ser «más complicado»…
—Así es, mamá. Y créeme cuando te digo que lo siento, yo también me he visto perjudicada. Hallaron mi ADN y mis engramas de memoria al lado de los tuyos. —Helen se extrañó ante aquella afirmación.
—Tus datos nunca estuvieron junto a los míos.
—No. No en el universo anterior a tu viaje. Luego sí. Alguien los puso allí.

Helen soltó un gruñido. La imagen de Scott se le apareció en la mente. ¿Quién otro podría ser? Ya lo hablaría con él. Pero no era prioritario. Además, ese gesto incluso tendría que agradecérselo algún día, si era él el responsable.

—¿Y… tu padre?
—No sé nada de él.
—Bueno, algo en lo que coincidimos… Yo tampoco… excepto por una noche loca de música, fiesta y alcohol que… Nunca se acaban las sorpresas. ¿Sabes, por otro lado, que por culpa de ese viajecito en el tiempo, ahora soy inmortal? —Leena asintió.
—Me lo advirtieron. Era una posibilidad. Yvette me lo contó todo. Ha sido muy buena y muy cariñosa conmigo siempre. Le debo mucho.

Helen recordó los hechos vividos en ese San Francisco recreado… De pronto, se dio cuenta de que, probablemente, le debía la vida a Yvette. O, al menos, el haber evitado quedarse encerrada en ese mundo para siempre…

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—Yvette —susurró Helen—. Y pensar cuánto la critiqué la primera vez que la vi. Que si va de chica mona, que si va de estrella de Hollywood, que si se cree que es una modelo de pasarela… Me equivoqué con ella. Completamente. Me ha ayudado. Nos ha ayudado. Y mucho. Es fuerte. Muy fuerte. Parece que no ha roto un plato en su vida, pero hay que ver qué carácter tiene cuando se enfada. Es mucho más dura de lo que parece. —Leena asintió.
—Sí, es cierto. Es más dura y fuerte de lo que parece, es cierto. Con ese aspecto delicado y angelical parece totalmente indefensa. No lo es.

Helen recordó la situación que vivió en el yate. Y se dio cuenta de que, a pesar de su entrenamiento, Yvette la había dominado fácilmente. Comentó:

—Ahora lo estoy recordando… En esa especie de mundo reinventado, Yvette me dejó completamente bloqueada, y no soy precisamente fácil de controlar, mucho menos de dominar. Creo que Yvette juega con eso: sabe que da una imagen de delicadeza, y permite que se la subestime.
—Esa es una buena táctica —respondió Leena sonriente.
—Sin duda… O sea, que Yvette y los demás sabían que eso podía pasar. Sabían que podía convertirme en inmortal. Y no me dijeron nada.
—No era seguro que pudiera ocurrir. Por otro lado, tenías que viajar al pasado, o no habría futuro. Pero mamá, ten por seguro que tú sigues siendo Helen. Y eso es lo importante.
—¿Estás segura? Algunas personas, tras ese contacto con esos seres, adquieren cualidades únicas. Yvette puede viajar en el tiempo, o enviar a otros. Freyr puede construir y destruir universos completos, además de haber perdido cualquier sentido de la realidad, creyéndose un dios. Scott tiene una habilidad especial con las matemáticas, y sobre todo con la estadística, y un conocimiento de física fuera de este universo, literalmente hablando. ¿Y yo? ¿Lanzo rayos por los ojos? ¿Puedo luchar contra el mal con mi capa voladora? ¿Crees que me admitirán en alguna película de superhéroes? —Leena rió, y contestó:
—Tú ya eres una superheroína, mamá. Con todo lo que has hecho por nosotros en dos guerras, y ahora.
—¿De verdad crees eso? ¿Tú sabes dónde querría haber mandado todo esto desde el primer día, cuando a un tal Vasyl Pavlov se le ocurrió promocionarme entre todos como la gran líder del universo? ¿La única, la poderosa, la inimitable, Freyja? —Leena rió estruendosamente.
—El viaje en el tiempo te ha venido bien, mamá. Ese buen humor cura cualquier herida.
—No me digas. Y tú no paras de reírte de tu madre.
—Sí, por supuesto; siempre lo he hecho.
—Serás caradura…
—Y al menos estás aquí, con nosotros… conmigo. Yo me hubiese quedado muy sola si te llega a pasar algo en el viaje de vuelta. Menos mal que Yvette pudo ayudarte. —Helen alzó las cejas.
—¿Sí? ¿Seguro que te habrías quedado sola? —Leena se sorprendió.
—Claro. ¿Acaso lo dudas?
—No dudo de eso. Pero, quedarte sola, sola…. ¿no tienes ningún, digamos, amigo, o amiga quizás, por ahí, qué?…
—¡Mamá!
—Hija, vas a hacer diecisiete años, y tu madre no es estúpida. Yo, a tu edad… mejor me callo. —Leena rió de nuevo.
—Sí, mamá, ya conozco algo de tu vida a mi edad. No demasiado, es cierto. Pero lo suficiente. Una vida de pecado. —Helen se sorprendió.
—¡De pecado dice! Ya veo que Yolande te ha estado llenando la cabeza de ideas sobre pecadoras.
—Yolande no me ha dicho nunca nada mamá, es muy reservada para eso, y para muchas cosas. Eso lo sé yo por lo que me has contado, y por lo que me he imaginado. Y me parece genial que te divirtieras esos años. Te lo mereces.
—Mucha imaginación tienes tú.
—El caso es que no hay nadie. Bueno, casi… —Helen cruzó los brazos.
—¿Cómo que «casi»? Vamos, habla ahora mismo. Lo quiero saber todo de él. O de ella. Quiero un informe completo y detallado.
—Es él. Un chico. Te hablé de él antes de irte. Es de la Charles de Gaulle.
—¿Y cómo es?
—Tiene veintidós años. Es moreno, alto. De ojos marrones oscuros. Se llama Samuel. Vivía en Colombia, en los años treinta del siglo XXI. Era mecánico de aviación. Murió en un tiroteo, cerca de la frontera con Venezuela. Y, como todos los demás, su ADN y memoria fueron almacenados. Ahora es técnico de mantenimiento de los motores secundarios de su nave. Su superior dice que es muy bueno.
—Ya veo. Pues tendrá que pasar mi revisión oficial de madre.
—¡Mamá!
—Soy madre, ¿no? Pues voy a ponerme al día…

Ambas se mantuvieron en silencio unos instantes. Finalmente, Helen rompió el silencio.

—Sigo sin creerme todo esto. Eres toda una sorpresa. Y una de las grandes.
—Soy real. Existo. Y soy tu hija. ¿Estás decepcionada?
—Ya te he dicho que no, pesada. Solo ha sido inesperado.
—Bueno, mamá, cuando se hacen ciertas cosas… —Helen alzó las cejas.
—¿Estás coordinada con Sandra desde el pasado para recriminarme y censurarme lo que hice? ¡Porque menudo discurso me dio! ¿Y qué forma es esa de hablarle a una madre?
—Pero mamá, yo no te censuro nada. No voy a oponerme a mi propia concepción, tenlo por seguro. Me alegro de que no hubiese preservativos por la zona.
—¡Leena! ¡Estás hablando de tu madre!
—Sí mamá, pero también estoy hablando de mi propia existencia. —Leena rió. Luego lo hizo Helen. Esta alzó el dedo sonriente, y comentó:
—Desde ese punto de vista tienes toda la razón… Mira, Leena, veo que eres una joven muy inteligente, y que me conoces muy bien, y yo estoy en desventaja. Esta conversación y este tema se cierran aquí y ahora, antes de que me dé cuenta de que sabes demasiado de mi vida privada y me muera de vergüenza. ¿Ha quedado claro?
—Sí, mamá.

Helen suspiró. Sonrió, y dijo:

—Está bien, está bien… Yo queriendo imponer medidas morales a mi hija, y yo misma soy un desastre. Pero piénsalo: una no llega del pasado todo los días y le dicen que ha sido madre con casi diecisiete años de retraso.
—Lo entiendo, mamá.
—¿Qué hacías durante las dos guerras?
—Bueno, era una especie de secretaria ejecutiva… y consejera.
—Vaya, me hubiese gustado recordar eso. Estuve muy sola.
—Estabas sola, mamá. Te encerrabas mucho igualmente. Confiabas en mí. Pero no querías que tuviese demasiada presión.
—Eso es normal. Eres mi hija. Bastante tienes con eso.
—Kim era tu asesor principal en muchos aspectos.
—Eso sí lo recuerdo.
—Y tu consuelo privado cuando…
—Eso prefiero no recordarlo. Mira jovencita, acabo de comentártelo: sabes demasiado de los aspectos íntimos de tu madre.
—Era necesario, mamá.
—¿Necesario? Supongo que sí, desde algún loco punto de vista. ¿Qué piensas de Vasyl y Yolande?
—Son encantadores. Yolande fue tu ancla en las dos guerras. y Pavlov, bueno, terco, machista e indisciplinado, pero… divertido.
—¿Divertido? A ti te voy a dar yo, divertido, tendrías que ver lo que es trabajar con él, mientras le das órdenes, no las cumple, y además hace lo que le viene en gana… ¿Y Scott? ¿Qué te parece? —Leena se mantuvo en silencio unos segundos.
—No lo sé, mamá. De verdad que no lo sé. Solo sé que, cada vez que me hago una idea de él, al día siguiente pienso lo contrario. A veces es simpático… Y a veces me da miedo…
—Entonces le conoces mejor de lo que crees, Leena.
—Siento que es un ángel. Y luego, un demonio. —Helen asintió.
—Probablemente es ambas cosas. ¿Y Karl?
—Me divierto mucho con Karl. En algunas ocasiones voy a verle tocar jazz, soul, country y folk en su bar virtual. Con su amigo Pitt había ido alguna vez también. Nos reíamos mucho.
—Bueno, eso está bien. Yo estuve alguna vez en ese bar virtual. Karl toca muy bien. Y me desnudaba con la vista de arriba abajo, todo hay que decirlo.
—Karl tiene… cierto interés por ti. Eso es evidente.
—Sí, eso también lo sé. No se lo censuro. Pero la excelsa diosa Freyja tiene que mostrarse fría, neutral y centrada frente al pueblo, y no se puede permitir tener romances. En todo caso, Karl es un loco, pero un loco sano y natural. Me gusta, sí. Pero definitivamente no es mi hombre.
—Pero mamá, para pasar un rato divertido… Ya sabes. —Helen alzó las cejas.
—¡Jovencita! ¿Qué comentarios son esos a una madre?
—Los de una hija preocupada por el bienestar de su madre. Una madre joven y llena de vida, que debe divertirse de vez en cuando.
—Ya, claro, esta juventud… En fin, voy a ver a Scott. Tengo que hablar con él.
—No seas demasiado dura con él, mamá. —Helen se extrañó.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es verdad que es un sociópata introvertido y esquizofrénico. Y que suele darme miedo. Pero fue clave en las dos guerras. Y sospecho que lo será también ahora. Además, te mantuvo con vida, mientras los médicos no se explicaban cómo lo lograba.
—Sí, ese es el problema. Que nadie sabe cómo, pero siempre tiene la última palabra. Y de eso quiero hablar con él. Procuraré ser amable. Pero tiene la propiedad de hacerme perder la paciencia con sus palabras vueltas del revés. Me veo en otra escena de las típicas con él.

Leena se levantó, y abrazó a Helen, que se acababa de levantar. Leena susurró:

—Estaré en mi habitación.
—¿Sola? ¿O acompañada de preservativos?
—¡Mamá!
—Está bien, está bien… Ve, y ya hablaremos.

Toma de decisiones.

Helen llegó a su despacho. Allá, sentado, y taciturno, se encontraba Scott. Helen pasó por delante de él, y se sentó en su mesa. Scott continuó con la mirada baja.

Así pasaron unos segundos. Luego Helen habló:

—¡Eh! ¡Hombre de hielo! ¿Sigues en la tercera galaxia? ¿O se puede establecer ya comunicación verbal contigo? Verbal no significa comprender lo que dices, por supuesto. —Scott alzó la mirada levemente.
—Siento lo que te pasó con el viaje de vuelta, con todo eso de… San Francisco. Freyr está cada vez más desesperado.
—Sí, ya lo he notado —advirtió Helen—. Y eso es bueno para mis planes.
—¿Qué planes?
—Los que voy a poner en marcha, una vez me expliques todo sobre esos Isvaali. Y esta vez no quiero que hables con jeroglíficos ni pistas ni acertijos, ni como un profeta de un libro sagrado. Quiero saberlo todo, o te retorceré un brazo hasta que se te salga por la cabeza, y luego te retorceré el cuello hasta que sea más delgado que un cabello. ¿Me has entendido? —Scott no respondió. Asintió levemente, y bajó de nuevo la cabeza.

Helen dio un golpe fuerte en la mesa con la mano. Scott saltó de la silla, como si acabase de despertarse.

—¡Te he dicho que nada de jeroglíficos! ¡Y préstame atención cuando te hablo!
—¡Pero si todavía no he dicho nada!
—¡Precisamente! ¡Esos silencios misteriosos son lo peor de ti, Scott! ¡Me tienes harta! ¿Te enteras? ¡Harta! ¡Empieza a hablar de esos bichos, y no te dejes nada! —Scott tragó saliva.
—Yo no puedo contarte mucho de esos seres. Fue en 1977. Estábamos en una misión. Habíamos despegado para una intercepción de algo que apareció en el cielo.
—Un momento, un momento… ¿Eras piloto de caza? ¿Persiguiendo ovnis?
—Sí. Y no.
—Scott, ¿qué te he dicho de los acertijos?…
—Sí era piloto de caza. Y no, no perseguíamos ovnis. Fue algo que apareció de improviso, una abertura del espacio-tiempo…
—Ay, Dios, Scott, eres una caja de sorpresas… Sigue, por favor.
—Yo me acerqué con mi avión a aquella… cosa de luz. Y nada más. Sentí algo extraño. Luego nada. Llegué a casa, y me encontraba bien. Pero, poco a poco, empecé a cambiar. El universo incomprensible delante de mí empezaba a tomar forma. La física, las matemáticas, la química… eran juegos de niños. Todos esos libros de universidad eran burdas aproximaciones a la realidad.
—¿Qué realidad?
—Una que no podemos ni llegar a imaginar. Una que va más allá de la ciencia, de los mitos, de la religión, de Dios…
—Tú nunca te has llevado bien con Dios.
—Dios es un niño jugando en un charco con una pala. La pala es su mano. El charco es el universo. Ese es Dios. Una simple criatura infantil, no demasiado diferente de Freyr. Un ser orgulloso, arrogante, jactancioso de su poder… Quizás es el precio que hay que pagar para ser adorado: disponer de un alma llena de orgullo, vanidad y poder…
—Te estás desviando, Scott…

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—No hay nada más que contar. Dejé a mi mujer, y a mis dos hijas. Toda la vida se me ha acusado de ello.
—Es normal, Scott. Un padre que abandona a su familia…
—No, Freyja. Las cosas no son tan sencillas.
—Otra vez. Mira quién fue que hablar…
—Tuve que marcharme. De todo. De todos. Tenía que poner en marcha la Operación Folkvangr. La Tierra se encaminaba hacia su fin. Mi familia no importaba. Yo no importaba. Solo la operación de salvamento de la humanidad importaba…

Helen entendió lo que le estaba diciendo Scott. Era una revelación absolutamente impresionante, y una sorpresa total. Por fin, tras cuatro mil millones de años de un viaje interminable, sabía la verdad. Y todo parecía encajar.

—Así que tú eres el responsable de que estemos todos aquí. Y de haber vivido dos guerras. Y de haber tenido que combatir a los LauKlars. Y de que los Xarwen recuperaran nuestros datos perdidos en el espacio…
—Exacto. Todo lo calculé con esa finalidad.
—Ya veo… Increíble. Y todo este tiempo el responsable de esta locura ha estado delante de mí… Lo voy a comunicar a la población. Y te dejaré en medio de la Gran Sala de Conferencias de la Charles de Gaulle para que te lo agradezcan como te mereces. Seguro que estarán contentos de saber que tú eres el responsable de todo esto. ¿Qué más?
—No hay nada más, Freyja.
—¿Te parece poco? Por tu culpa hemos vivido dos guerras. ¿Cómo prefieres que te mate?
—¿Con cuidado?
—Eres muy gracioso. Si hasta sabes ser sarcástico, cuando quieres.
—Vuestro Dios sabrá perdonarme.
—No es mi dios, Scott. De eso se ocupa Yolande.

Se hizo el silencio. Helen se levantó. Dio un par de vueltas a su despacho, y dijo:

—Increíble. De verdad. Eres el responsable de todo esto…
—Sí, pero tú ya lo imaginabas, Helen.
—Ahora soy Helen. Y sí, lo imaginaba. ¿Quién podría estar detrás de toda esta locura si no eras tú?… De verdad, eres imposible. Y romperte el brazo no me va a servir de nada. Pero tengo una pregunta: ¿cómo contacto con esos seres? ¿Con los Isvaali?
—No se puede. Nadie puede. Solo estableces un contacto parcial. Ningún ser vivo puede.
—Sandra pudo. Pavlov lo explica. Sandra pudo incluso hablar con ellos.
—Sandra no era un ser vivo.

Helen sonrió. Entonces llamó por el comunicador a alguien. Al cabo de un par de minutos, Mickey, el androide modelo QCS-70 que empleaba como ayudante, se presentó:

—¿Qué desea, mi señora?
—De momento, que permanezcas aquí.

Helen se acercó a Scott sonriente. Lo levantó de las solapas de la chaqueta, y lo puso delante de Mickey.

—Así que solo Sandra pudo contactar, porque no era un ser vivo. Perfecto. Ahí tienes a un ser no vivo. Dile cómo contactar con los Isvaali. ¡Vamos, no tengo todo el día! —Scott miró a Mickey, y luego a Helen.
—Freyja, este androide no es Sandra. Ni se le aproxima. Es…
—Has dicho que ningún ser vivo puede contactar. No has dicho que no se le pueda enseñar a un ser no vivo el contactar. llevamos mucho juntos, Scott. Hemos pasado juntos dos guerras. Nos vamos conociendo.
—Pero… —Helen se acercó a Scott. Le puso una mano en el pecho, y lo arrastró hasta la pared del fondo, donde quedó bloqueado por la mano de Helen. Esta insistió:

—¡Te he dicho que nada de juegos, ni de jeroglíficos, ni de acertijos, Scott! ¡Habla! ¿Puedes enseñar a este androide a contactar con los Isvaali, o no? ¡Responde! ¡Sí, o no! ¡Cualquier otra respuesta, y te lanzo por la esclusa más cercana! ¡Te lo juro! —Scott dudó un momento. Luego respondió:
—Sí. Se puede hacer.

Helen soltó a Scott. Luego se dio la vuelta respirando pesadamente.

—Siempre me lo pones muy difícil, Scott. Siempre. ¿Por qué lo haces?
—Porque yo no puedo darte las respuestas. —Helen alzó las cejas.
—Entiendo. Otra vez acertijos. Lo que quieres decir es que tú me diriges, pero soy yo quien ha de darse cuenta de las acciones a tomar. ¿Es así?
—Tú lo has dicho. No yo.
—Claro. Yo lo he dicho. No tú… Vas a preparar a Mickey para que contacte con los Isvaali. Y lo vas a hacer ya. Con carácter inmediato. Quiero una línea abierta con esos malditos bichos de inmediato. Me van a escuchar lo quieran o no, y lo van a hacer a través de Mickey. No admito peros, ni retrasos, ni dudas, ni mucho menos acertijos. Mientras tanto, yo voy a preparar un viajecito. Vamos a poner nervioso a Freyr. ¿Me has entendido?
—Perfectamente, Freyja.
—Bien. Ahora me voy. Cuando vuelva, quiero resultados. No acertijos. ¡Resultados! Quiero hablar con esos bichos como quien llama por un comunicador. ¿Comprendido?
—Se hará como tú digas.

Una mente en el infierno.

Helen dijo esto, y cayó al suelo desmayada. El androide la recogió enseguida. Scott dijo:

—Está completamente exhausta. Llévala a la enfermería.

Mickey salió del despacho. Scott salió detrás. Yolande, Yvette, Pavlov y Leena fueron a la enfermería. Allí estaba en la cama, con Mickey a un lado, y Scott al otro.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó Pavlov.
—Está agotada. Y… se está transformando. —Leena alzó las cejas levemente.
—¿Qué significa «transformando»?
—Es inmortal. Su cuerpo se está adaptando al cambio. Las consecuencias que de ello deriven no las sabe nadie. Ni siquiera yo.
—¿Puede ser peligroso? —Preguntó Yolande.
—No. Pero será traumático.

Yolande asintió. Y dijo:

—Bien. En ausencia de Freyja yo dirijo esta locura. Vamos a seguir el plan. Hemos establecido y elegido para nuestra primera operación de «descontaminación religiosa» a un conjunto de mundos que viven en una sociedad avanzada, con naves estelares que han conquistado varios planetas en un grupo de estrellas que conforman una esfera de cuarenta años luz. Se autodenominan Rymden, en lo que sería una aproximación a nuestro idioma. Su mundo natal se llama Rymdenlan. Su aspecto no es demasiado distinto al nuestro. Adoran a Freyr y le deben pleitesía. Vamos a ir allá. Y vamos a mostrarles que Freyr es un fraude.
—Yo me encargo —dijo Pavlov.
—Está bien. Parte ya, y mantennos informados. Tú, Yvette, cuida y protege a Helen. Avísame en cuanto despierte.
—Así lo haré. —Yolande miró a Scott, y dijo:
—Tú, ¿tienes instrucciones de Helen?
—Sí. Me ha dado instrucciones.
—Pues luego me informas de cuáles son. Y cúmplelas exactamente como te haya ordenado. Ni una coma cambiada de sus instrucciones. ¿Está claro?
—Muy claro, Yolande.

Yolande se acercó a Scott con rostro serio. En un apartado, le dijo:

—¿Seguro que está tan claro? Scott, sé que tenemos nuestras diferencias. Pero no podemos seguir jugando a las adivinanzas.
—Eso mismo me acaba de decir Helen. Quiere que contacte con los Isvaali. —Yolande alzó las cejas en un claro gesto de sorpresa.
—¿Es eso posible?
—Sí. A través de Mickey.
—¿El androide? —Preguntó Yolande intrigada.
—Sí. Pero la idea es de Helen. No mía.
—De acuerdo. Parece una idea muy coherente. Haz tu trabajo. Y mantenme informada. Sin trucos. Sin palabras vueltas del revés. Yo no tengo el carácter de Helen. Pero también puedo ordenar que te introduzcan en un reactor de fusión y te conviertan en combustible, si es necesario.
—Sí, Le Brun. Así lo haré.
—¿Y cuándo vas a decírselo? —Esta vez fue Scott el que se vio sorprendido.
—¿Decirle qué? ¿A quién?
—No me tomes por tonta, Scott. A Helen. ¿Cuándo vas a decirle que la amas?
—Nunca. Ya te lo dije. —Yolande suspiró.
—Sé que sufres mucho. Cada día. Cada noche. Díselo. Probablemente te mande al infierno, pero te quedarás tranquilo. Y puedes pensar en otra mujer.
—El infierno es de donde vengo. Y soy demasiado cobarde para decírselo. Por otro lado, nunca habrá otra mujer. Nunca la ha habido desde que empezó todo esto. Y nunca la habrá.

Yolande lo dejó por imposible. Al menos, de momento. Pero no le gustaba verle sufrir así. Era un ser humano después de todo. O quería serlo en ocasiones.

—Está bien. Lárgate con el androide. Y sigue las instrucciones de Helen al pie de la letra.

Scott se fue con Mickey. Leena se acercó a Yolande, y le preguntó:

—¿Y yo, qué hago?
—Quédate con tu madre y con Yvette. Helen te necesitará cerca, cuando despierte. Ahora mismo Helen es como una crisálida al parecer. Qué pueda surgir de ahí, nadie puede decirlo.

Leena asintió levemente con rostro preocupado. Cinco naves partieron camino de Rymdenlan con Pavlov al mando.

Tres frentes.

Yolande iba a volver al puesto de mando, cuando recibió un aviso. Alguien quería verla urgentemente. Venía del Palacio de Luz de Freyr. Ordenó que lo trajesen escoltado, y lo llevasen a su sala de conferencias.

Allí, esperando de pie con una escolta, entró una figura masculina. Se trataba de Tyr. Su rostro era serio. Y duro. Siempre lo era, sin duda. Pero más en aquella ocasión. Saludó con el brazo dando un golpe en el pecho a Yolande. Esta le preguntó:

—Tyr, un placer tenerte aquí, delante de una «simple» mujer. Pavlov habla muy bien de ti, a pesar de tu apoyo a Freyr en la actualidad. Si vienes a verle a él, te diré que ha partido en una misión.
—No, señora. No vengo a verle a él. Sino a ti. —Yolande se mostró confundida.
—¿A mí? ¿Vas a tratar de asuntos de estado con una mujer? ¿Te vas a rebajar hasta ese punto?
—Sí. Se lo dije a Pavlov: trataré contigo por respeto a él. Pero también porque he conocido tu historia militar. Es impresionante. Muchos hombres militares envidiarían tu capacidad estratégica en la guerra.
—No quiero ser recordada por mi historia militar —aseveró Yolande.
—Y también por tu sencillez. Poder, valor, y modestia. Las mejores cualidades de un general.
—¿Has venido a alabarme, o tienes algo que decirme?
—Vengo a decirte que estamos en guerra.
—Lo sé. Freyr está ansioso por acabar con nosotros. Y tiene todas las cartas a su favor. Pero nosotros tenemos nuestras ideas también.
—Estoy seguro. Pero no me he explicado bien. La guerra que ha empezado no es esa de mortales contra inmortales.
—Ah, ¿no?
—No. Es una guerra entre inmortales.
—No te sigo, Tyr. Empiezas a hablar como Scott.
—Me explicaré: La reina Skadi, la genuina reina de mi pueblo, se ha alzado en armas contra su hijo. —Yolande abrió los ojos como platos.
—¿Skadi? ¿Qué dices que ha hecho?
—Skadi dio un ultimatum a su hijo: o dejaba en libertad al pueblo humano mortal, o tendría que recordar la memoria de nuestros antepasados, y de su amado rey, Njord, que siempre veló por la justicia y la paz. Freyr se negó en redondo, y ha amenazado con destruir la galaxia, y reducirla a partículas si se le opone.
—Eso sería un genocidio de cientos de miles de especies.
—Exacto. Skadi ha organizado a un grupo de hombres y mujeres de nuestro pueblo que se han unido a ella. Entre ellas mi propia hija. Y han declarado la guerra a los seguidores de Freyr.
—Y tú te has unido a Skadi.
—Es mi reina. Freyr es un grande entre grandes, a pesar de su locura actual. Pero Skadi es mi reina, la mujer de mi mejor amigo, el rey Njord, y juré defenderla antes que a Freyr.
—¿Y algo más?
—La justicia ha de estar con los débiles. Y vosotros sois débiles.
—Vaya, muchas gracias.
—No me las des. Freyr puede usaros ahora como escudo para su defensa.
—Entiendo.

Yolande llamó a Karl, que organizó una reunión urgente. Allí, en la Sala de Mando, estaban Yolande, Karl, Tyr, y el grupo de oficiales del Estado Mayor. Mientras Pavlov iba a Rymdenlan, ella organizaría una defensa con las naves. Y se pondría en coordinación con Skadi a través de Tyr.

Ahora tenían a Skadi como aliada. ¿Cuál sería el estado de su corazón al alzarse contra su propio hijo? Sin duda, angustioso. Pero Skadi era una mujer noble. Siempre lo había sido. Confiaría en ella. Y confiaría en Tyr. Solo era necesario que Helen se recuperase. Hasta entonces, irían a la guerra. Y atacarían a Freyr en tres frentes: el de su poder, el de su ego, y el de su punto débil: los Isvaali, que le habían otorgado ese poder sin ni siquiera quererlo.

Era un tridente interesante. Una combinación poderosa para destruirlo. ¿Sería suficiente? Pronto lo sabrían…


Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

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