Dejo mis sueños en mi camino,
y en polvo los torna el tiempo.
Dejo de soñar contigo,
y te vas yendo , flotando en el viento.
El viento de la noche me trajo tu mirada,
y me abracé a ella con todo mi ser,
y ahora que ha llegado la mañana,
quisiera que no volviese a amanecer.
Son tantas las estrellas condenadas,
a brillar mucho en pocos días,
y a transformarse luego en nadas.
Son tantas las batallas por ti ganadas,
pero fue aquello que más querías,
lo que jamás en verdad imaginabas.
El barro cubre hoy mi sangrienta senda,
y me lleva perdido a la noche fría,
y estoy solo en el vacío de tu ausencia,
por perder a la mujer que tanto y tanto quería.
El inmortal nombre que forjaste en tu alma,
es sólo un recuerdo de lo que fue antaño,
bañado en tu mirada que tanto me calma,
parezco perderme ayer, hoy, año tras año.
Y tú, que cubriste para siempre mi sueño,
de esperanza, amor, anhelo,
sé para siempre la voz, mi sendero.
Y tú, que diste fe a este mortal perecedero,
dame tu mano y llévame presto
a encontrar el sueño que fue nuestro amor eterno.
Fuimos dos, fuimos camino,
fuimos uno en la tierra y el cielo.
Camina ahora, búscame entre tus miedos,
entre tus esperanzas y sueños necios,
y llévame a casa, donde curar pueda,
el dolor que tanto sufro y siento.
Fuimos sólo un sueño.
Mas fuimos, en verdad, sueño eterno.
I. Campomanes. Diciembre 1986.
(Del libro «Círculo eterno y otros relatos cortos». Portada diseñada por A.R. Cano).

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