En anteriores entradas ya he dejado clara mi postura sobre las redes sociales, y su altísima capacidad para pervertir todo tipo de relaciones humanas, convirtiéndolas en simples modelos básicos «me gusta/no me gusta», con el agravante de modelos como Facebook o Twitter, donde solo se emplea el «me gusta».
Ese modelo, lejos de evitar la frustración por los «no me gusta», incide aún más en la necesidad constante de reafirmación del usuario cuando ve que va perdiendo «me gustas», y su actividad ya no tiene el eco que tenía antes, y sus estadísticas van cayendo.
Hoy vengo con una nueva entrada, motivada por un caso reciente que he visto y vivido recientemente. Y me preocupa que gente maravillosa e increíble tenga que sufrir por una causa que no es real, y que solo nos condiciona porque la sociedad nos dice qué es bueno y qué es malo.
No. Vamos a aclarar ideas. Y vamos a dejar frustraciones y depresiones de lado, o, al menos, vamos a intentarlo y poner todo nuestro esfuerzo en ello. No quiero ver ni a una sola persona más frustrada por culpa de las redes sociales.

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