Recientemente hemos terminado de vivir un confinamiento, una cuarentena, que nos ha mantenido a muchos en casa. Pero hemos podido seguir en contacto con nuestras familias, amigos, trabajos, gracias a las telecomunicaciones, a los ordenadores, teléfonos y tablets. Y a una gigantesca infraestructura muy compleja que ha permitido dar soporte a los cientos de miles de conexiones en toda España, y en todo el planeta, que yo por ejemplo tengo familia en Argentina, y seguir las incidencias de allá es un tema de prioridad absoluta.
Antes las cosas no eran así. Antes, cuando te distanciabas, tenías el teléfono. Pero, ¿y antes? En el siglo XX mis padres y abuelos fueron testigos de muchos seres queridos y amigos que se iban a otros países, especialmente a lugares como México, Argentina, Venezuela, Brasil, y cualquier otro lugar donde se pudiera encontrar un nuevo futuro. Pero entonces no había Internet. Las despedidas eran eso: despedidas. Aparte de las cartas, no había otra forma de contactar. Luego llegaron los teléfonos y las «conferencias», pero eran carísimas, y tardaron en ser un medio de comunicación de acceso para muchas familias con pocos recursos.
Las despedidas eran eso: despedidas. Ahora podemos seguir en contacto casi al minuto, con Whatsapp, con Telegram, con Zoom, etc. En aquellos tiempos, la gente se iba, para no volver. Tengo familia también originaria de la antigua Checoslovaquia, que tuvieron que irse a Argentina, y perdieron el contacto para siempre, sobre todo tras los sucesos de la segunda guerra mundial.
Mi madre me explicaba ver aquellos barcos en el puerto, llenos de emigrantes, marchar para siempre, para nunca volver. Gentes, muchas gentes que fueron a buscar una nueva vida. Muchos nunca volvieron. De muchos, nunca más se supo. Tiempos muy duros, tiempos terribles, tiempos aciagos, donde el dolor por ver alejarse seres queridos, muchas veces para siempre, se convertía en una pesadilla, al perder el contacto para el resto de la vida.
Yo, hoy, escuchando una canción del eterno Nino Bravo, ese cantante maravilloso de los sesenta que tenía aquella voz portentosa, he recordado estos hechos, cuando he escuchado, después de muchos años, «Un beso y una flor», uno de sus temas más grandes. Y no es que tenga otros, porque tiene muchas canciones increíbles: América, Libre, Voy buscando, Noelia, Te quiero te quiero, Tu cambiarás, y muchos otros.
Pero hoy he querido traer aquí «Un beso y una flor» porque refleja muy bien cómo eran aquellos tiempos, y aquellas despedidas, sin Internet, sin posibilidad de saber nada de aquel ser querido, durante meses, o años, o quizás, para toda la vida.
Siendo como es un día especial para mí hoy, por sucesos personales que no vienen al caso, pero que han impactado de forma profunda en mi corazón y en mi vida, he querido recordar la frase del poeta:
«Caminante no hay camino; se hace camino al andar».
Debemos seguir adelante. Siempre. Y no perder nunca la esperanza. Debemos ser fuertes. Y debemos entender que vivimos en un mundo en el que la tecnología nos acerca a nuestros seres queridos. Algo que no contemplaron nuestros antepasados. Merece la pena ese logro. Y merece la pena poder ver una sonrisa, aunque sea en una pequeña pantalla. Porque esa es la diferencia entre la nada y el todo. Entre el llanto y la risa. Entre el sueño y la realidad.
Una despedida es un acto heroico. Quien se ha despedido una vez, ha luchado contra la vida, y contra su propio dolor. Y se ha hecho más grande. Y más fuerte.
Con ustedes, sin más preámbulos, Nino Bravo: «Un beso y una flor».
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