Estaba esta mañana leyendo tres noticias relacionadas con el Mobile World Congress 2019, la feria internacional de telefonía y comunicaciones que se ha celebrado en Barcelona. Y me encuentro con las noticias:
- ¿Dónde están las mujeres?
- Cuanto más altas, más cobran.
- Cuando te piden ser guapa como reclamo.
Las tres noticias aparecen a la vez, en el mismo periódico, y sobre el mismo tema. ¿Lo peor de todo? Los comentarios de la mayoría de los lectores. Esos comentarios demuestran el largo y difícil camino que nos queda para llegar a una igualdad plena, y al respeto de la mujer en todos los entornos, incluido por supuesto el laboral. Quisiera explicar aquí mis impresiones sobre lo que he vivido alrededor de este asunto, y contar una experiencia en una de estas ferias. Y no es la primera vez que hablo de estos temas tan graves. Ni será la última.

Este que expongo a continuación es el texto de un anuncio real para el Mobile World Congress 2019:
Se busca azafata. Razón: la celebración del Mobile World Congress. Requisitos: que hable cuatro idiomas, que tenga una talla 36 o 38, que lleve falda corta y medias delgadas, maquillaje obligatorio y cinco centímetros de tacón. Bonus track: las azafatas que midan más de 1,75 metros cobrarán 7,2 euros brutos la hora. Las que midan por debajo, cobrarán un euro menos.
Tres son los casos más cercanos que he vivido sobre este tema. Uno de ellos con un familiar, que trabajó de modelo un tiempo, aunque ella no quiere ni oír hablar de aquello. La otra, una gran amiga con la que tuve una relación muy cercana durante un tiempo, de esas amistades en las que ambos son confidentes, de esas personas en las que puedes confiar al cien por cien. Esa amiga trabajó como modelo, y recuerdo con qué angustia me explicaba los tocamientos a los que era sometida por el fotógrafo. O el dinero que le ofrecían por pasar una noche con alguien. O las invitaciones a conseguir ascender y conseguir nuevos encargos a cambio de favores sexuales.
Pero lo que más recuerdo no es tanto los hechos concretos en sí, sino sus emociones al explicármelo. Tengo cierta empatía, no es que sea yo una persona especialmente social lo reconozco. Pero sí soy capaz de entender perfectamente, y sentir con cercanía, el dolor y el sufrimiento de alguien que está a mi alrededor, contándome algo difícil de explicar.
¿Lo peor de aquello? Que se sentía culpable. Como si ella fuese la responsable de lo que le sucedía por ser modelo. Eso, probablemente, es lo más terrible, lo más abominable de todo. Que una mujer no solo sea acosada sexualmente, sino que, además, luego se la acuse de ser la responsable de ese acoso. Junto con el acoso en sí, ese es el punto más difícil de gestionar en un asunto como este.

Un caso llamativo me ocurrió durante mis primeros años como profesional. Como analista de sistemas parte de mi trabajo ha consistido en acudir a empresas donde se requerían nuevas herramientas de software para la gestión de esas empresas, recogíamos los requerimientos, y desarrollábamos el software necesario.
En una ocasión, hablo de 1987, o sea que como puede ver hace algún tiempo de aquello, mi empresa acudió a un evento de un estilo al Mobile World Congress. Los dos primeros días solo fue personal comercial para gestionar las ventas, yo me quedaba en la oficina trabajando con mis compañeros. eran tres comerciales, todos hombres.
Los comerciales volvieron el primer día, y más el segundo, acalorados por una de las modelos que la empresa había contratado para el stand. Modelos cuya finalidad es entregar notas informativas de la empresa con minifalda y una amplia sonrisa, y que realizan un trabajo extremadamente duro. No solo por tener que estar todo el día en el evento, durante cuatro o cinco días, con unos tacones impresionantes que les destrozan literalmente los pies. También porque se ven sometidas a acosos de todo tipo.
Los comerciales de mi empresa eran un ejemplo. Eran tres chicos jóvenes, como yo, y volvían casi aullando. Pero decían que la chica era imposible. No había forma de «acceder a ella». Yo escuchaba aquellas conversaciones, llenas de comentarios lascivos que prefiero no replicar aquí, mientras me imaginaba el calvario que estaría pasando esa chica.
Pero ocurrió algo. El tercer día me ordenaron ir a trabajar allá, porque había gente que hacía preguntas técnicas, y necesitaban un informático para responderlas. Eso sí, debía llevarme trabajo allá, y estar trabajando con uno de los ordenadores expuestos.
Fui para allá en coche con los comerciales, que seguían aullando con lo de la chica. Cuando llegué a la feria de informática, la vi por fin. Sí, era una chica muy atractiva, de eso no había duda. Tengo ojos en la cara. Pero eso no significa que pueda o deba hacer nada. Me han mandado allí para trabajar. Y durante toda mi vida he tenido sobre mi mesa de trabajo siempre la misma premisa:
En el trabajo, no hay hombres ni mujeres: hay personas.
Yo estaba trabajando, y aquella chica no era más que una compañera más que estaba en nuestro entorno laboral. E insisto: sé reconocer que la chica era muy atractiva, por supuesto que lo era. ¿Y qué? Que tocaba trabajar, no ir rondando alrededor de aquellos ojos azules, y fíjese que hablo de sus ojos porque sí, eran unos ojos preciosos. Eso no tiene nada de malo, lo recuerdo perfectamente. ¿Por qué no debería recordarlos?
Pero el trabajo es el lugar donde dedicarse a hacer lo que toca: sentarse y trabajar. Y no me las doy de responsable o de comprometido con la empresa. Simplemente es una cuestión de profesionalidad.
Pero ocurrió algo. Aquella chica se sentó frente a un ordenador. Quería sacarse el tedio que llevaba de estar tres días ya allá aburrida todo el día. En el ordenador de al lado del mío había algunos juegos instalados. Se puso a jugar a uno de esos juegos. Yo veía que se disgustaba. La razón: la mataban en el juego a menudo. He estado muchos años jugando a videojuegos, y aún tengo la consola en casa y hago alguna partida de vez en cuando, por lo que conocía perfectamente el juego, y lo que le ocurría.
Así que me animé, y me acerqué a la chica. Le dije: «perdona, pero es que te matan por esto y por lo otro. Haz esto y aquello y verás cómo mejora la puntuación».
La chica me hizo caso, y yo seguí a lo mío. Empezó a mejorar en su juego, y me hizo otra pregunta sobre el juego. Yo le contesté, y poco a poco empezamos a hablar. Me preguntó qué hacía allá, y le dije que era el técnico que tiene que decirle «no» a los clientes que previamente han escuchado «sí» a todas las promesas que les han hecho los comerciales con tal de vender. Le expliqué que era analista de software para productos financieros.
Ella entonces me dijo que se llamaba Ana. Me hizo la pregunta de mi nombre, le dije que era «Iñaki», y luego llegó la pregunta que siempre viene cuando digo mi nombre: «¿eres vasco?» Con la respuesta que viene siempre a esa pregunta: «sí, de Bilbao».

Me explicó que era estudiante de empresariales, y que hacía aquello para sacarse un dinero extra para los estudios. Luego seguimos hablando, yo de mi vida, ella de la suya, y del padre que tenía, que era muy estricto y tenía que hacer aquello porque sino no podía pagarse la matrícula.
Poco a poco seguimos hablando, y después de terminar la sesión estuvimos un rato de charla mientras se iba cerrando todo. Ella consiguió que yo me riera, y yo conseguí lo mismo con ella. Pero lo más curioso era que, mientras tanto, los tres comerciales de mi empresa miraban estupefactos la escena.
Al final nos despedimos, ella me dio su teléfono, y yo el mío. Quedamos en llamarnos otro día, porque ella terminaba ese día.
Al volver en el coche, los tres comerciales me acosaron a preguntas. ¿Cómo era posible que hubiese ligado tan fácilmente? La respuesta era, por supuesto, extremadamente obvia: yo no había «ligado», entre otras razones porque eso de «ligar» es algo que no ha ido nunca para nada conmigo. No me gusta, no es mi estilo, no me ha interesado nunca «ligar». Lo que me ha interesado siempre con una mujer es conversar, hablar, conocer, charlar, y disfrutar de un buen rato en un bar, delante de una cerveza, en un ambiente tranquilo, y escuchando buena música. Luego, lo que pueda venir, ni lo sé ni me importa. Eso queda para los momentos personales de cada uno.
Eso es lo que ellos no podían entender. Por eso aquella chica nunca les daría ni un milímetro de espacio para comenzar una conversación. Por eso pude hablar con ella: porque no la acosé. Porque charlamos, disfrutamos, y nos reímos.
Siempre he considerado la amistad por encima de todo. Y el trato a cualquier mujer con la que haya estado, un asunto extremadamente delicado. Yo puedo ser antisocial, puedo ser muy raro, puedo ser un poco paranoico, algo esquizofrénico si usted quiere. Todo eso es verdad, soy todo eso probablemente, y más cosas. Pero soy alguien que considera el respeto un elemento fundamental en la vida de las personas.

Queda un último punto: ¿Y Sandra? ¿Por qué la he metido en el título de este artículo? Es fácil. Porque alguien podría pensar: «pues para respetar a las mujeres, la protagonista de tu libro es un reclamo publicitario sexual de primera categoría».
Y es cierto. Sandra es, ante todo, una mujer bellísima. De esas que hacen que la gente se vuelva por la calle. ¿Por qué he introducido, como personaje principal, a una mujer así en ocho libros de la saga?
Precisamente porque los libros de Sandra, entre otras cosas, denuncian este problema del que he estado hablando. Sandra se tiene que enfrentar muy a menudo al acoso sexual. Y ese acoso me permite explicar la naturaleza del ser humano con todo el detalle del que soy capaz. Sandra también manipula a quienes quieren aprovecharse de ella por su aspecto físico. Y eso forma parte de su estrategia para conseguir superar los retos a los que se va enfrentando.
Pero, si quiere más detalles, puede leer los libros, especialmente «Operación Folkvangr», donde ella aparece por primera vez. Ahí hablo de la naturaleza del ser humano. Y de por qué Sandra es como es.
Es una pena que las cosas sigan igual después de tantos años. Sí, ahora se denuncia más, y se habla más de todo ello. Pero los comentarios de los periódicos son los mismos que los que tenían mis compañeros del trabajo aquellos días.
Eran, y son, comentarios que demuestran que muchos hombres sienten y ven a la mujer como un simple objeto sexual y de entretenimiento. Cambiar eso va a costar, mucho, mucho tiempo, y esfuerzo. Pero hay que intentarlo. Porque una sociedad realmente justa y equitativa jamás deberá permitir estos hechos.
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