El fin del mundo se acerca. ¡Arrepentíos, pecadores! Cada seis meses surge en Internet la enésima profecía del fin del mundo. Algunas han sido hasta televisadas. Y luego, claro, queda en nada, hasta la siguiente.
Todas las mitologías tienen algunos puntos en común, y uno de ellos es que siempre definen un fin para el mundo, aquel en el que se desarrollaron claro. Los libros sagrados son esencialmente el resultado de los miedos, los sueños, y las pesadillas de los pueblos que los escribieron. Cada mitología nace del pueblo que le dio forma, y cada mitología se adapta a la cultura que la sigue y adora. Los dioses son el reflejo de las ambiciones humanas que nunca podrá alcanzar.
Ese fin del mundo se define como un final para todo cuando existe. Se producirá algún tipo de situación límite, sea un juicio, sea simplemente que el lobo-monstruo Fenrir se libera de sus cadenas, para comenzar una cadena de acontecimientos que den fin al universo como lo conocemos. Luego, también según cada mitología, se produce el fin de todo, o un nuevo ciclo, como el universo de Idafeld de la mitología escandinava, donde dioses y mortales vivirán en paz y armonía. En otras religiones los fines son los que soñaron aquellos hombres y mujeres de sus tiempos y formas de entender la vida.
Pero tenemos que entender que sí puede haber un final, y que, de hecho, el final es inevitable. Hemos visto sociedades muy poderosas caer en el pasado, y nosotros no tenemos nada en especial que nos haga diferente. Creemos, como creyeron aquellos pueblos del pasado, que nunca dejaremos de existir. Pero las civilizaciones, como los mortales, ceden a su caos final, y desaparecen para siempre. Luego llega una nueva sociedad, hasta que llegue la última. ¿Cómo sucederá? Aquí hablaremos de eso. Pero sin mitos ni dioses.

No nos engañemos: todo lo que sube, baja, y todo lo que crece, muere. La civilización actual se siente orgullosa de sus logros, pero hubo otras anteriores que también se creyeron inmortales. Las pirámides nacieron de la necesidad de dar una sensación de continuidad e inmortalidad a los faraones. Y la curva de nuestra civilización no ha hecho más que empezar a decaer. Los grandes logros científicos y humanísticos del siglo XX nos contemplan, en este siglo XXI cuya civilización languidece, propia de su propio éxito, sin entender que el mundo se sostiene por grandes hombres y mujeres que lo dieron todo en los siglos pasados, frente a los youtubers e influencers que lo dan todo por un click en Instagram o en Twitter.
Pongo un ejemplo: ¿cuánta gente que niega la llegada a la Luna, o las vacunas, o la medicina moderna, usan móvil? Todos, prácticamente. La población usa tecnologías en las que no cree, usa una ciencia que no comprende, y emplea conocimientos que no le importan a nadie. Y el sueño absurdo de volver a una nueva especie de Edad Media ecológica y natural que nunca existió se expande por las mentes de millones de seres humanos, que piensan que la tecnología nos corrompe, cuando es nuestra actitud y nuestra ignorancia la que lo hace.
En sus manos tienen teléfonos que se conectan a una red de satélites cuya sincronización depende de la teoría de la relatividad general, y de fenómenos cuánticos, ingeniería tremendamente avanzada que existe gracias, entre otras, a ciencia y las tecnologías que se crearon para ir a la Luna. Pero ellos niegan todo lo que no comprenden, y no comprenden porque se sienten orgullosos de sí mismos, creedores de ser los únicos poseedores de la verdad.

Esa es la receta perfecta para el desastre: una civilización que subsiste en base a unos medios y conocimientos que se desprecian, se ignoran, y se minusvaloran. Y mientras un youtuber, un influencer o un jugador de futbol mueve millones de dólares, unos investigadores científicos tienen que ir rogando becas para encontrar una solución al cáncer o al Alzheimer. Paradójico, y lamentable.
Así que, cansado y harto de todo, me he dicho a mí mismo: vamos a destruir la Tierra, claro que sí.
Vamos todos a destruir la Tierra. Somos el ángel que toca la trompeta que anuncia el fin de la civilización. Al menos, hasta que surja otra que se crea superior a ninguna de las anteriores.
¿Cómo podemos destruir la Tierra, de una forma rápida, cómoda, y sostenible? Vamos a verlo a continuación con siete posibilidades potenciales más un bonus especial.
Nota: este texto es altamente especulativo y reflexivo, pero los sietes caminos para el fin del mundo, más el camino adicional, son perfectamente factibles dentro de sus posibilidades, por las razones que explico a continuación. No se trata de ser catastrofista; se trata, lisa y llanamente, de hablar de catástrofes, para poder evitarlas.
Porque solo se puede combatir lo que se conoce y se entiende, no lo que se teme y se ignora.
Modelos de destrucción de la Tierra.
1- Uso de armamento nuclear.
Esta posibilidad la vivíamos a diario en los años setenta y ochenta del pasado siglo XX. El botón rojo estaba siempre dispuesto a lanzar una enorme masa de misiles, no solo rusos y estadounidenses, sino también franceses, británicos, indios, pakistaníes, e israelitas.
Hoy en día no es nada descabellado pensar en una guerra nuclear. La India y Pakistán son potencias nucleares, y usarían su armamento nuclear si fuese necesario. Israel lo usaría también como último recurso para salvar su territorio, si finalmente fuese invadido, o incluso para detener un peligro como el ver a un Irán nuclear. Algo que no es nada descabellado.
Una guerra nuclear puede basarse en una sola bomba, pero es difícil imaginar que no habría represalias con las mismas armas. Unas docenas de bombas son suficientes para destruir la civilización humana mediante un invierno nuclear radioactivo, pero existen miles de bombas todavía activas. Es una forma de morir curiosa: o quedas abrasado por el fuego nuclear, o te deshaces por la radioactividad, o mueres de inanición por la falta de alimentos debido a la muerte de cosechas y animales. Usted elige.

2- Asteroide.
El clásico asteroide, podría no caer en la Tierra en diez mil años, o caer dentro de una semana. Se hace un seguimiento de asteroides, pero el presupuesto es escaso, y muchos no están controlados todavía. De hecho van pasando algunos rozando la Tierra, que son detectados poco antes de su paso.
El asteroide es el ejemplo de cómo la humanidad vive ciega ante los peligros que supone ignorar la verdad. Mientras sigue en su eterna canción «para qué ir a otros planetas si tenemos que cuidar el nuestro», resulta que el nuestro podría explotar en cualquier momento, y no tendríamos a dónde ir. Imaginemos que hay una nave para ir a Marte donde se puedan salvar algunos. ¿Quiénes estarían los primeros en la cola? Esos que decían que toda la investigación espacial no sirve para nada.
El asteroide no puede definirse como un peligro inmediato. Pero, si aparece, entonces será absolutamente inmediato.

3.- Bacteria resistente.
Las bacterias ya no son lo que eran. Causantes de millones de muertes en el pasado, como la famosa peste negra, mucha gente moría de enfermedades bacterianas, hasta que se desarrollaron las sulfamidas primero, y los antibióticos después. Dicen que la evolución no existe, pero lamentablemente sí existe: y las bacterias han evolucionado, y se han hecho resistentes a los antibióticos. Cada año mueren ya personas por enfermedades bacterianas causadas por bacterias resistentes a los antibióticos.
La investigación para encontrar una solución a esto cuesta mucho dinero, y las farmaceuticas son reacias a invertir dinero en ello. ¿Por qué? Porque, de momento, los antibióticos siguen dando resultado, son baratas, y producen buenos beneficios económicos. Así que unos cuantos muertos por no haber investigado nada nuevo no importa; cuando la situación se complique se pondrán a investigar, aunque podría ser demasiado tarde. Y vivir una plaga, con una superbacteria resistente a todo, que haría que la peste negra fuese un paseo por el campo. Las comunicaciones actuales harían que esa nueva peste del siglo XXI se repartiese por todo el planeta, matando a millones de seres humanos. La civilización no resistiría algo así, y viviríamos como en las películas de Mad Max, más o menos. Claro que sin Charlize Theron, una pena.
Las bacterias no van a estarse quietas mientras las aniquilamos. Llegaron a la Tierra tres mil quinientos millones de años antes que nosotros. Y seguirán aquí cuando la humanidad sea un recuerdo. No lo olvide: nosotros construimos puentes. Ellas sobreviven a todo. Y sin necesidad de puentes o Internet.

4- Virus resistentes al sistema inmunitario.
Los virus son esas cosas que no sabemos si están vivos o no, pero sí sabemos que matan con una facilidad asombrosa. Se calcula que se desconocen varios cientos de millones de tipos de virus en la Tierra todavía, muchos de ellos en zonas como las selvas del Amazonas, donde están empezando a entrar en contacto con el ser humano gracias a la deforestación y destrucción de esas selvas.
El ser humano no tiene defensas contra esos virus. Muchos son inofensivos o el sistema inmunitario puede combatirlos con relativa facilidad. Pero pueden aparecer virus muy potentes, que podrían destruir millones de vidas humanas. No olvidemos que un virus tan conocido como la gripe puede mutar y matar a millones de personas, como pasó con la gripe española en 1918.
Los virus pueden destruir vidas humanas con mucha más facilidad que las bacterias. Su sistema y estructura se basan en simples secuencias de ADN (virus) o ARN (retrovirus). Estos útimos mutan enormemente, debido precisamente a que el ARN tiene una capacidad de mutación exponencialmente mayor al ADN. Los virus pueden mantenerse estables mucho tiempo, y de pronto aparecer una variante que acabe con cientos, miles de millones de seres humanos, teniendo en cuenta la densidad de población actual y las comunicaciones.
De hecho, médicos y biólogos actualmente no se preguntan si habrá una nueva epidemia vírica mortal; se preguntan cuándo y cómo aparecerá. Y entonces veremos a los antivacunas rogando por una solución que salve a sus hijos, mientras estos caen y fallecen por millares. Una pena. Pero la vida es muy dura, y la ignorancia humana es aún más dura.

5- Cambio climático.
El cambio climático está aquí, y es imparable. Dicen que quedan unos años para poder detenerlo, si se toman acciones radicales. No le dé más vueltas: aparte de unos cuantos movimientos aquí y allá, y algunos países más o menos concienciados, además de unos cuantos amantes y protectores de la naturaleza, los que importan, las grandes potencias, no van a hacer nada para parar el cambio climático. Repito: nada. Y que Europa o Canadá o algunos países más hagan algún esfuerzo no sirve de nada si China o Estados Unidos o la India no hacen nada.
El desastre del cambio climático es otro caso de no preguntarse si va a ocurrir, sino de cómo confrontarlo para sobrevivir. Las consecuencias ya las vemos ahora, pero lo de ahora es un pequeño detalle con relación a lo que vamos a ver de aquí a treinta años: destrucción, muerte, devastación, pérdida completa de cosechas, que llevarán la hambruna a millones de personas. Desecación, muerte de animales de granja, más hambruna, y la población de la Tierra desplazándose hacia el norte, porque solo esa zona será completamente habitable y productiva. Y ahora me quiero imaginar a los estadounidenses intentando saltar el muro construido en Canadá. Qué paradojas.
Solo algunas zonas quedarán protegidas, sobre todo Canadá, Escandinavia, la parte norte de Rusia, y en el sur especialmente Australia, y sobre todo Nueva Zelanda, por su posición, y estar completamente rodeada de mar. De hecho Nueva Zelanda será prácticamente el único paraíso en la Tierra.

6- Guerra convencional.
Que el punto 1 trate sobre armamento nuclear no quita que no pudiese haber, perfectamente, una tercera guerra mundial convencional. Se puede iniciar de cualquier modo absurdo, como empiezan la mayoría de las guerras. Por ejemplo, yo te retengo un petrolero, tú me retienes otro, yo me enfado, tú te enfadas, dos pilotos juegan a ser Tom Cruise en Top Gun, y uno derriba al otro.
Y, a partir de ahí, comienza una escalada, primero local, luego regional, luego continental, luego mundial. Y ya lo tenemos todo listo: medio mundo matando al otro medio mundo, a base de armas convencionales. Algunas ya en el espacio, y sin olvidar por supuesto la guerra en el ciberespacio, que requiere un capítulo aparte.
Una guerra convencional podría pasar a ser nuclear con relativa facilidad sin embargo. Digamos que un bando está perdiendo y no tiene esperanzas de ganar la guerra. ¿Qué les queda? Lanzar las bombas nucleares, claro que sí. Vamos a terminar la fiesta con lo mejor que tenemos.
La guerra convencional no solo mataría con balas y bombas. Armas químicas y bacteriológicas podrían ser usadas indiscriminadamente, lo cual toca los puntos 3 y 4. Gases letales, envenenamiento masivo de los pozos acuíferos que dan de beber a la población, cosechas envenenadas con químicos o productos radioactivos, o una combinación de todos ellos. La guerra convencional podría destruir la sociedad perfectamente, sin necesidad de bombas nucleares.

7- Decadencia por agotamiento.
Una forma poco conocida, o poco nombrada, de que una civilización acabe es por agotamiento. Esto significa que sus valores, sus ideas, sus motivaciones, dejan de ser el impulso que mueve a la sociedad. Por ejemplo, volviendo al ejemplo de la Luna, ¿por qué mucha gente no cree que se llegara a la Luna? Porque esa gente nunca sería capaz de conseguir un logro así. Están desmotivados, no tienen fe en el futuro, y mucho menos tienen fe en sí mismos.
Esa carencia de fe les lleva a creer que, si ellos no la tienen, en el pasado menos debieron tenerla sus antecesores. ¿Por qué? Por lo que decía antes: cada nueva generación humana se cree la mejor de todas. Pero no es así; hubo mejores generaciones en el pasado reciente, que hicieron cosas increíbles, que esta generación nunca sería capaz de llevar a cabo. Eso es lo que provoca toda esa desidia, y ese miedo, que se esconde en una frase final: «eso es imposible».
Y, con tantos imposibles, ahí se quedan: aletargados y congelados, mirando sus pantallas del teléfono, chateando y poniendo «me gustas» en whatsapp, mientras les cuentan una mentira sobre otra, y no creen en nada excepto en lo que les dicen que deben creer.
Por lo tanto, y como puede usted ver, no es necesario un desastre fantástico para destruir una civilización. No hace falta que pase como en las películas, que un acontecimiento brutal se lleva todo por delante. Una sociedad puede caer por sí misma, como bien se explicaba en «Wall-E», la gran película de Pixar.

Resumen.
Podemos destruir la Tierra. Pero es seguro que cambiaremos también en el proceso. La Tierra ha sobrevivido a cinco grandes extinciones registradas, una de ellas, la del Pérmico-Triásico, se llevó por delante el 99% de las especies terrestres, y gran parte de la vida marina. Ahora nos encontramos en la sexta extinción, que ya se ha cobrado miles de especies, muchas de ellas provocadas directamente por el ser humano.
¿Puede el mismo ser humano extinguirse en ese proceso? ¿Podemos provocar nuestra propia extinción? Naturalmente. No solo podemos, estamos haciendo grandes esfuerzos porque así sea. En nuestro orgullo y vanidad de creernos por encima de todo, superiores al bien y al mal, jactanciosos de nuestro poder tecnológico e industrial, nos hemos olvidado que somos criaturas muy débiles, que nuestra sociedad pende de unos hilos muy finos, y que podrían romperse en cualquier momento.
El mismo Sol, adorado por los antiguos y fuente de la vida, podría volverse contra nosotros, y destruir, al menos toda tecnología existente. Un pulso como la tormenta solar de 1859, pero hoy día, quemaría casi todos los satélites, muchos ordenadores, y millones de aparatos eléctricos, incluyendo los transformadores, dejando a toda la humanidad a oscuras. Sería el octavo pasajero de los desastres. Un pasajero que podría suceder en cualquier momento. El bonus del título.
No más Internet. No más chats. No más Facebook o Twitter. Y no más pan ni agua. Sin las redes sociales podemos vivir. Sin pan y agua, la cosa se complica. Pensémoslo. Busquemos formas de conciliar el progreso con la naturaleza. Está en nuestra mano tratar a la Tierra con respeto. Ser justos con el planeta. No solo por nosotros, sino por nuestros herederos. Ellos se merecen un mundo mejor que el nuestro. ¿Vamos a negárselo por un ansia de poder desmedida? Parece que eso es lo que buscan las grandes potencias. Y ellos, nuestros herederos, sufrirán las consecuencias. ¿Sabrán perdonarnos?
Para terminar, vamos a animarnos un poco, a pensar que hay solución, y a cerrar los ojos mientras escuchamos el Ballet suite de Gayaneh. Una obra maravillosa, hipnótica, que Kubrick empleó para describir el viaje de la nave Discovery en su camino a Júpiter, en la eterna e inmortal obra «2001: una odisea del espacio». Vamos a soñar un poco. Aún nos queda una oportunidad. No la desaprovechemos.
Excelente post, realmente bastante interesante toda la informacion acumulada en tu blog, espero esta información pueda llegar a mas gente y que pueda abrir la conciencia de todos, un saludo y mis respetos por toda la investigación para estos datos.
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Muchas gracias por tus palabras, es importante que seamos conscientes de los problemas para poder enfrentarlos. Me preocupa enormemente. Un cordial saludo.
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