Mis tres noches con Calipso (2/2)

Nota: para leer la primera parte pulse en este enlace.

Esta es la segunda parte de un nuevo relato para el libro de relatos románticos que estoy preparando. El título de este relato: “Mis tres noches con Calipso”. Como sabrán, Calipso era una ninfa que retuvo a Odiseo siete años según se narra en “La Odisea” de Homero. La Calipso de esta historia es algo distinta, pero siente una gran pasión por la mitología. Y también siente una gran pasión por complicarle la vida a los demás en asuntos turbios y oscuros.

Este texto, ambientado a principios de 1990, se unirá al relato que tengo pendiente situado en la segunda guerra mundial. En ese momento el libro estará disponible tras el correspondiente montaje y edición.

Por último, este relato es naturalmente una ficción, y cualquier personaje, elemento, o dato que aquí aparece no tiene nada que ver con la realidad, ni con hechos de mi vida pasada. Bueno, excepto algún detalle que otro…

Nota: el relato completo se puede descargar de este enlace de Lektu (epub, mobi, pdf).

3 de marzo 1990. Madrugada sábado.

La caja de las sorpresas.

Tras unos minutos de viaje, llegamos a un viejo motel de carretera. Tuve la sensación de que Jessica había estado allí antes. ¿Negocios? ¿Amantes? ¿Eran realmente ambos términos lo mismo para ella?

Entramos, y Jessica me señaló un armario.

—Ahora vas a ducharte, y luego cámbiate con la ropa de ese armario —dijo taxativa, mientras iba hacia una caja sobre una mesa.
—Ah, ¿sí? ¿Y por qué debería ducharme ahora? Ya me he duchado en el coche. Con mi sudor.
—Te vas a duchar porque te lo ordeno yo, y porque te meteré el cargador completo de mi pistola en el trasero si no obedeces —contestó, sin ni siquiera mirarme, mientras sacaba de la caja un extraño aparato, con una pequeña antena parabólica, que colocó y activó de forma experta.
—¿Qué es eso? —Pregunté extrañado.
—Un aparatito muy mono. Es un magnáfono SEAL modelo MX2020. Y ahora deja de hablar.

¿Un magnáfono? ¿De verdad? Se trataba de un sofisticado sistema de comunicación por satélite militar, usado principalmente por la US Navy, la división de la marina de Estados Unidos, con banda encriptada de alta seguridad. Aquello no era un juguete, ni un teléfono móvil. Acceder a un instrumento de ese nivel no estaba al alcance de cualquiera. Tener autorización para su uso aún menos. Jessica seguía con las sorpresas. ¿Es que no se iban a acabar esa noche?

Alguien se puso al otro lado del aparato. Jessica dijo:

—¿Coronel? Soy Bossard. Código de referencia Tango Sierra Víctor Cinco Uno… Sí, confirmado. La línea está asegurada. Estamos en el punto alternativo Bravo. Punto Alfa fue comprometido. El paquete está a salvo.

¿Paquete? ¿Qué paquete? ¿De verdad se refería a mí con lo de «paquete?

Lo entendí enseguida, mientras me miraba de reojo con cara de «no te muevas o te romperé todos los huesos». Efectivamente; se refería a mí. Yo era el “paquete”. Ella continuó:

—Sí… Sí… Entiendo, señor… Sí, creo que valdrá. El paquete está bien, dentro de lo que cabe. Tiene la confusión habitual en casos así… Sí, no se preocupe, es dócil, fácil de manejar, como un perrito. No tendré problema.

¿Yo era “dócil como un perrito”? ¿Quizás pensaba adoptarme, comprarme una caseta en el jardín y sacarme a pasear?

—Sí, señor… No, no ha habido tiempo. Aún no se lo he explicado. Lo haré mañana… Por supuesto, señor. No aceptaré un no como respuesta.

Un “no” como respuesta… ¿Qué iba a pedirme? ¿Que ejecutase una majestuosa caída desde el puente del Golden Gate al amanecer?

Jessica desconectó el magnáfono. Luego me miró, y dijo, mientras señalaba con el dedo una puerta:

—¡A la ducha!
—Oye, pero quién era ese coronel con el que hablabas… —Jessica ignoró mi pregunta.
—Ahora, como te he dicho, te duchas, te pones algo de ropa cómoda, y a dormir como un angelito. Dormiremos hasta el amanecer. Yo en la cama de matrimonio. Tú puedes usar el sofá, o el suelo. Este lugar no debería de estar comprometido. Estaremos relativamente seguros.
—»Relativamente». Quieres decir que no nos freirán a balas a los diez minutos.
—Espero que no.
—Qué bien, ahora me siento mejor —comenté consternado.
—Al amanecer pediremos algo de comer y desayunaremos aquí. Luego saldremos en otro coche que está en el parking.
—¿Y por qué tengo que obedecerte?
—Porque los que te han intentado matar continuarán intentándolo. Y tu única posibilidad de sobrevivir, en este momento, soy yo. Por otro lado, si huyes esta noche, yo misma te buscaré para matarte.
—¿Siempre eres tan enérgica y directa en tus afirmaciones?
—Estoy siendo magnánima contigo. Ahora, obedece y sé un buen chico.
—¿Quién eres, Jessica?
—De momento soy tu angelita de la guarda. Mañana sabrás el resto.

Me fui a duchar. Desde luego, como angelita de la guarda no me importaba tenerla de mi lado. Pero aquello comenzaba a ser desesperante. ¿Era una especie de espía? ¿Una militar de operaciones especiales? ¿La próxima agente 007? Tendría que esperar para averiguarlo.

La ducha duró lo mínimo imprescindible, y luego me tiré en un cómodo sofá de al menos cuarenta años. Pensé que dormir iba a ser imposible.
Me equivoqué. Me quedé dormido en dos minutos.

Confesiones.

Al amanecer desperté, cuando Jessica me llamó:

—Vamos, Scotty, despierta. Es hora de comer algo. Ya he traído algo de comida y café. Te necesito activo y con fuerzas.

Me incorporé, y me refresqué un poco la cara. Luego Jessica me indicó con el dedo que me sentara frente a ella. Empecé preguntando:

—¿Me explicarás ahora lo que ocurre, y de qué diablos va todo esto?
—Tendrás solo la información necesaria. Pero creo que te mereces una explicación contextual.
—Vaya, muy amable.
—No soy amable. Cumplo órdenes. Estoy colaborando con la N.S.A. —Yo asentí levemente.
—Ya veo. La Agencia de Seguridad Nacional. Una agente extranjera, es decir, perteneces en realidad a otra organización similar a la N.S.A. de otro país, pero estás colaborando con la N.S.A. —Jessica me miró con sorpresa.
—¿Por qué deduces eso? —Sonreí.
—Gracias por confirmarlo. No eres norteamericana. Tienes un entrenamiento increíble, eso ya he podido verificarlo. Y manejas armas y tecnología sin problemas. Así que eres algo así como una agente especial. Británica, alemana, francesa… Pero sigue.
—Veo que sabes usar el cerebro para otras cosas, además del sexo y la informática.
—¿Perdona? Estás con el maestro de las computadoras, pequeña.
—Vuelve a llamarme «pequeña» y verás cómo tu estómago te sale por la boca. Y ahora llegaremos a eso de las computadoras. Estoy colaborando con el ejército de Estados Unidos, y más concretamente con la Marina norteamericana. Estamos investigando recientes movimientos de datos, material y personal que se están llevando a cabo en Irak.

Así que eso era. Ni más ni menos que Irak. El medio oriente, y un polvorín en lo que fue una vez la antigua Babilonia. Aquello se empezaba a poner realmente interesante. Y yo empecé a sudar de nuevo.

—Así que Irak… Entiendo. Estáis investigando a Saddam Hussein y su situación delicada.
—¿Qué sabes de Irak?
—Lo que cuentan por la tele y los periódicos. También he entrado en algunas BBS furtivas. Pero no nací ayer. Aquello es un polvorín. Ocho años de guerra con Irán, el ataque israelí a la central nuclear de Osirak, las amenazas del propio Saddam…
—Veo que estás bien informado.
—Me interesan las noticias de internacional. Por otro lado, esto cada vez se pone mejor. Pero sigo sin entender qué tengo yo que ver en todo esto.
—Los datos principales de las intenciones de Saddam Hussein están concentrados en un servidor situado en Alemania, dentro de un sistema informático muy poco conocido aquí, en Estados Unidos.
—Eres alemana, o, por el apellido que diste, francesa, es evidente.
—Tú calla la boca.
—Lo eres.
—Está bien. Soy francesa. Y ahora calla te digo. Ese sistema informático en el que se almacenan los datos es alemán. Se trata de una computadora alemana, un sistema Nixdorf de la serie 8870. Este sistema funciona con un sistema operativo propio llamado NIROS: “Nixdorf Interactive Real-time Operating System”. Un sistema desarrollado en Alemania por la propia Nixdorf para sus computadoras.

Me quedé de piedra. Ahora empezaba a encajar todo por fin. Finalmente empezaba a intuir mi papel en aquel asunto. Jessica continuó:

Los especialistas de seguridad de Hussein eligieron este sistema por ser poco conocido y extraño a la mayor parte de la comunidad de expertos, incluyendo la N.S.A. Yo misma soy una experta en meter programas espía y virus en general en computadoras.
—Así que eres una hacker también. Muy versátil.
—Sí, de hecho la seguridad informática es mi especialidad.
—¿La defensa personal y las armas no son tu especialidad? —Pregunté asombrado.
—No. El acceso a sistemas informáticos es mi trabajo principal. También estoy entrenada como agente de campo, eso ya lo has verificado.
—Perfectamente —aseguré.
—Pero no tengo ni el tiempo ni los conocimientos para introducirme en este sistema alemán tan especial y minoritario. Necesitaría al menos una o dos semanas de estudio. Y tenemos localizado el servidor ahora. En unas horas, o días, podrían cambiar el sistema, transportarlo, o hacerlo desaparecer simplemente. Necesitamos esos datos. Y los necesitamos ya.
—Y ahora es cuando me cuentas la verdad de lo de anoche.
—No te he mentido en nada. Es cierto que gano dinero con el sexo. Es cierto que tiempo atrás tenía un trabajo patético y que era explotada. Lo que no te he contado es que el sexo y el trabajo en la N.S.A. están relacionados.
—Claro. No te acuestas con cualquiera, sino con aquellos que te pueden permitir acceder a datos, archivos, sistemas, o personas que puedan darte lo que necesitas.
—Así es. Personal que me permita obtener información. Hombres en general. También algunas mujeres, si es necesario, y cuando es necesario.
—Y funciona bien, por lo que veo.
—Algunos hombres sois imbéciles cuando se trata de sexo y poder, y no podéis separar los negocios de la cama. Y habláis y habláis, sobre todo después del sexo, explicando a la amante cosas que no le explicarían ni a su abogado, o su cura, mucho menos a su mujer. Y no es que me sienta orgullosa, pero tengo que hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque, aunque suene un poco fuerte, alguien tiene que abrirse de piernas para evitar que un loco con una bomba, o un país con poder, lleven a otros al desastre. Forma parte del negocio. Y has de aceptarlo.
—Muy bonito y romántico lo del sacrificio personal. Solo te falta cantar la Marsellesa con la mano en el pecho. Pero no me lo trago, Jessica.
—Bueno… también está la paga. Tiene muchos ceros. Y no espero seguir en este negocio muchos años. Luego me retiraré a una isla perdida. —Yo asentí levemente.
—Ahora empezamos a entendernos. En todo caso, quiero que me lo cuentes todo. Pero veo a dónde quieres ir. Ahora sí.

Jessica asintió. Por fin estaba surgiendo todo lo que tenía que surgir de la madriguera de Alicia y el País de las Maravillas.

—Te contaré lo que necesitas saber. Y nada más. Estuvimos investigando personal que hubiese trabajado con los sistemas Nixdorf 8870 y con el sistema operativo NIROS. Encontramos poca gente que pudiese ser candidata. Pero, de pronto, alguien nos contó tu pequeña aventura.
—Entiendo.
—Hackeaste un sistema 8870 en la primera empresa en la que estuviste. ¿No es así?
—Digamos que… intenté encontrar sus límites.
—Es decir, hackeaste el sistema. Y te metieron en un despacho, donde te explicaron que el consejo de administración de la empresa había pensado en dos posibilidades para ti: despedirte y acusarte de acceso indebido a un sistema informático, o convertirte en el responsable de seguridad de la empresa. Optaron por lo segundo. —Yo asentí. Sin duda sus fuentes de información eran tremendamente fiables.
—Así es. Fue muy loable por parte de la empresa.
—Y muy inteligente. Luego te fuiste de la empresa porque tuviste una oferta mejor en sistemas más populares, concretamente con computadoras Unix.
—Así es.
—Pero aquella anécdota del 8870 empezó a correr por ciertos círculos. Hasta llegar a nosotros. Ya teníamos a nuestro hombre. Solo faltaba que, una vez más, esa imbecilidad masculina frente a una cara bonita y unas piernas pusiese en marcha el plan.
—Entiendo. Y ahí entras tú, y tu mirada a mis libros. Caí como un tonto frente a tu mirada y tus piernas.
—No te lo reproches. Los hombres funcionáis en automático cuando de sexo se trata. Lo de los libros no estaba planeado claro, pero me sirvió para añadir un componente emocional al encuentro. Pero es cierto: me encanta la mitología griega.

Bueno, al menos se había interesado por mis libros, no por mí. Lo habitual en mi vida.

—¿Quienes eran esos tipos que nos dispararon anoche?
—Mercenarios. Antiguos soldados a sueldo de Irak, Libia y países amigos, que por un módico precio llevan a cabo cualquier operación, en cualquier lugar del mundo, sin pedir explicaciones. Sospechamos que saben que estamos investigando sus movimientos. Pero no saben que hemos descubierto que los datos están en Alemania. Es cuestión de tiempo que lo sepan. De ahí que tengamos que actuar rápidamente.
—¿Y el uso de un Kalashnikov AK-47 por tu parte?
—Vaya, veo que conoces las armas.
—Soy un adicto a las películas de Rambo.
—Ya veo. La policía local entenderá el intercambio de disparos como una refriega entre bandas rusas o de medio oriente.
—¿Sois así todos en tu familia?
—Mi familia tiene una larga historia militar. Yo soy civil, pero tengo raíces profundas con el ejército.
—Entiendo. Pues mi actividad en ese ámbito se circunscribió al servicio militar obligatorio. Y no acabó demasiado bien aquello…

Jessica se acercó, se puso de cuclillas a mi lado, y me tomó la mano. Yo no pude por menos que tragar saliva.

—Escúchame bien, Scotty. Esto va en serio. Muy en serio. Con algo más de tiempo hubiésemos buscado un experto profesional acostumbrado a este mundo. O yo misma habría investigado el sistema. Pero tenemos que actuar rápidamente, y tú eras la opción evidente más a mano. De hecho, pensamos que tuvimos suerte. Sabemos que muchos de los expertos alemanes en los sistemas 8870 están vigilados. Algunos comprados. Necesitábamos buscar fuera. No esperábamos encontrar a nadie.
—Nadie tan estúpido ni tan fácil de arrastrar a esta historia, claro. Pero, ¿cómo resistirse a esas manos y a esa mirada? —Jessica sonrió.
—Eres un buen hombre, Scotty. Sí, como todos los demás con respecto al sexo, fácil de engañar y manipular. Pero tienes cualidades también.
—Qué bien —asentí sin demasiado convencimiento—. No todos los hombres nos vendemos por sexo.
—Es cierto. Hay muchos hombres honestos. Pero, en general, aquellos llenos de ambición suelen mezclar ambas cosas de forma muy peligrosa.

Jessica se levantó, y dijo:

—Vamos a salir ya. Tenemos un Humvee disimulado como vehículo civil esperando.
—¡Vaya! ¡Ahora es un Humvee! ¿No iban a sacar un vehículo a la venta derivado del Humvee?
—Exacto. Este es un prototipo de preproducción con blindaje de protección de armas de hasta doce milímetros. Vamos. Debemos trasladarnos al punto Charlie, a pocos kilómetros de aquí. Allí tenemos lo necesario para conectarnos remotamente al sistema en Alemania.
—¿Tienen el sistema conectado a Internet?
—Sí. Mediante telnet y ftp. Solo en ventanas de cuatro horas. Tenemos tiempo para la próxima ventana. Hackear esos protocolos no es problema, ya lo sabes. Esa parte la puedo hacer yo fácilmente. El problema es acceder al sistema NIROS una vez se ha establecido la conexión.

La situación era muy clara. Así que alcé los hombros ligeramente.

—¿Y a qué esperamos? Vamos, y acabemos con esto. —Jessica sonrió.
—Buen chico.
—Díselo a mi madre. Le encantará oírlo.
—Puede que lo haga.

Conexión incierta.


Accedimos al Humvee. ¡Qué maravilla de vehículo! En menos de un día había conducido dos de las más conocidas joyas de las ruedas: el Mustang, y ahora todo un Humvee en un prototipo de versión civil que se terminaría llamando Hummer. Nos dirigimos a unos kilómetros del motel, y llegamos a una pequeña casa con jardín. Aparqué delante, y entramos en la casa.

Allá, en una habitación oculta en un sótano, se podía encontrar una sala completa con todo tipo de sistemas de comunicaciones. Rápidamente Jessica accedió mediante telnet al sistema 8870. Pronto apareció la pantalla del sistema NIROS. Jessica me pasó una página con instrucciones del manual. Estaba escrito en alemán. Era evidente que sabían que conocía el idioma:

SET REMOTE ID
Diese Funktion ermöglicht es, ein “Remote Kennwort” zu ver-„ geben. Beim Anmelden im KDS-System wird dieses Kennwort als “REMOTE KENNWORT” zusätzlich zum “KENNWORT” angefordert.
Das Einstellen des Remote Kennworts wird mit folgendem Text
REMOTE ID (Y/N): .CURRENT VALUE: REMOTE ID (Y/N): ‘
ENTER REMOTE ID (MAX. 1a CHARACTERS):

NIROS 5.0/03

El sistema operativo NIROS no era especialmente sofisticado. Como todo producto alemán, estaba hecho para ser robusto, fuerte, y simple. Pero la seguridad no era desde luego su elemento primordial. Yo no era un hacker de alto nivel. Pero sí tenía ciertos conocimientos, y entendía la arquitectura del sistema con el suficiente detalle como para poder encontrar lo que se denomina un “exploit”, o elemento a ser usado para romper la seguridad del sistema.
Tras unos minutos, miré a Jessica. Ella me miró con cara impaciente.

—¿Ya está?
—Depende de cómo lo entiendas —respondí. Ella pareció ponerse más nerviosa.
—¡No juegues a acertijos ahora!
—El sistema se podría explotar, Jessica. No creo que haya problema.
—¿Entonces?
—No puede hacerse mediante telnet. El protocolo KDS del 8870 filtra ciertos comandos y parámetros de escape, que impiden poder explotar la seguridad.
—¿Cómo? ¿Estás seguro?
—Totalmente. Nunca me había conectado antes a un sistema NIROS por telnet. No podía saberlo. Pero es así.
—¿Y cuál es la solución?
—¿Volverme a mi casa, y olvidarme de todo esto, tomarme una cerveza, y hundirme en una partida de poker con mis amigos?

De vuelos y de sorpresas.

Jessica dio vueltas por la sala. Llamó por el magnáfono a ese coronel con el que había hablado. Desconectó rápidamente, se dio la vuelta, me miró, y dijo:

—Tenemos suerte.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Cerca de aquí hay un aeródromo de aeronaves ligeras. Iremos a la base aérea de Edwards en una Cessna.
—¿A Edwards? ¿Qué se nos ha perdido allí? ¡Eso está al norte de Los Angeles!
—Exacto. Estacionado en la base aérea de Edwards se encuentra un avión de transporte militar Lockheed C-5 Galaxy. Mi contacto va a ordenar de inmediato que el avión deje cualquier operación que estuviese preparando, se cargue de combustible, y lleve dos pasajes a Berlín. Un vuelo camuflado como de transporte de material y personal. Sin preguntas, y con prioridad máxima. Allí se encuentra el sistema 8870 al que nos estamos conectando.
—¿Nos vamos a Alemania? ¿Así, sin más?
—Venga, llévate el manual por si lo necesitas, y vamos al aeródromo. ¡Rápido!

Salimos a toda velocidad de la casa. Llegamos al aeródromo, y Jessica alquiló una Cessna 172.

—¿Sabes pilotar este trasto? —Pregunté asombrado. Jessica, mientras ponía en marcha la aeronave y sin mirarme, contestó:

—¡Por supuesto!
—Recuérdame que no te pregunte qué más sabes hacer.
—Cosas que ni querrás imaginar.
—Ni quiero, ni puedo —contesté.

La Cessna despegó. Pronto llegamos la base aérea de Edwards, donde dos cazas F-16 se encontraban volando bajo.

—¿Esos aviones están para protegernos?
—Por supuesto —aclaró Jessica.
—Veo que el tío Sam no repara en gastos en este asunto.
—Más le vale, tú no tienes ni idea de lo que supone todo esto.

La Cessna aterrizó, y un jeep nos llevó hasta el transporte C-5.

Rápidamente despegamos. Tras unos minutos, Jessica dijo:

—Bien, ahora descansa un rato más. Tenemos una buena cantidad de horas hasta llegar a Berlín.
—¿Qué apoyo tenemos allí?
—Ninguno. Las autoridades alemanas no saben nada, ni deben saberlo. Bastantes problemas tienen ya con la reunificación de las dos alemanias. Nosotros solo somos dos especialistas técnicos para la base aérea de Berlín, que van para hacer tareas de mantenimiento con material y repuestos.
—Pero, ¿no son los alemanes de la República Federal nuestros aliados?
—Toda amistad tiene unos límites —sentenció Jessica.
—Ya veo. Así que estaremos… solos.
—Solos en la noche. ¿A que suena emocionante?
—Recuérdame llevar ropa interior de sobra. Creo que me va a hacer falta.

Jessica me miró un momento de una forma distinta a esa mirada dura y fría que había mantenido desde que salimos del pub. Susurró:

—Quiero decirte que siento mucho el lío en el que te he metido.
—Tranquila, es la historia de mi vida —observé—. Cada mujer a la que me acerco me patea el hígado mientras ríe socarronamente.
—Eso no es verdad —repuso Jessica—. No te hagas el mártir. Ha habido mujeres en tu vida.
—Sí. Mi madre.
—No intentes engañarme. Alguna reciente. Esa tal…
—Irina. Fue una aventura. Como todas. Estuvo bien. Pero no era mi estilo. Quedamos para vernos de vez en cuando todavía, cuando ella viene desde Londres por trabajo. Pero no tiene ningún futuro. Y, por cierto: ¿también conocéis mi vida sentimental?
—Lo sabemos todo de ti. Al menos, todo lo que nos pueda dar información sobre tu personalidad y carácter. Se hace siempre un estudio de perfil psicológico de los individuos externos que van a participar en una misión. Y aquella chica de tu vida… —Yo me sentí incómodo por primera vez.
—Eso es mejor dejarlo enterrado en el pasado, y no tocarlo —afirmé.
—Lo sé. Y lo siento. Fue una pérdida terrible.
—Lo fue. Y ahora, si no te importa, preferiría dejar ese tema.

Jessica sonrió levemente, y asintió. Yo recordé brevemente aquellos sucesos de mi pasado. Pero eran el pasado. Ahora estaba metido en un asunto grave. Y me habían asignado un papel. Lo haría. Aunque solo fuese por demostrar que era algo más que un perdedor profesional en asuntos de amor y de vida…

Domingo 4 de marzo. Dos es soledad.

Llegamos a Berlín a las cero horas del domingo. Para entonces llevaba algo más de veinticuatro horas en las que mi vida había cambiado, probablemente para siempre.

Bajamos del C-5 Galaxy, y de inmediato un coche nos llevó a un barrio cercano al muro de Berlín. Allá nos dejaron solos.

—Muy bien —comentó Jessica—. A partir de aquí es cosa nuestra.
—Es cosa tuya —aclaré.
—Te volarán la cabeza si no tienes cuidado. Solo yo puedo evitarlo. Así que obedece hasta la última de mis instrucciones con una precisión milimétrica.
—¿Y yo no tengo pistolita?
—¿Sabes usar un arma?
—Una vez disparé en la feria. Conseguí un osito para mi ligue.
—Encantador. Vamos. Tenemos que ir al lado este de la ciudad.
—¡Pero está el muro de Berlín! ¡Las ametralladoras! ¡La Stasi, que es como la Gestapo! ¡Las torturas al estilo Stalin! —Jessica me miró con cara de aburrimiento. Finalmente, dijo:
—Has visto demasiadas películas de espías. La Stasi ya no es la de antes. Y el muro ya no existe, cayó hace unos meses. ¿Es que no ves la tele?
—No sé si podré soportar esto, Jessica. Yo no soy un héroe.
—Yo espero no serlo nunca. Los héroes son los primeros en caer. Harás lo que has venido a hacer. A veces la vida se nos complica en exceso. Créeme, sé de lo que hablo. ¡Vamos! No tenemos toda la noche.

Caminamos unos minutos. Jessica había memorizado el mapa en el avión mientras yo dormía. ¿Es que no se cansaba nunca? Finalmente, llegamos a una calle de Berlín este con aspecto de monumento al comunismo más exacerbado, con aquellos edificios de cemento gris que eran una cacofonía interminable del espíritu del muro de acero. Un mundo que caía en ruinas, mientras Berlín se preparaba para cambiar para siempre.

—Habrá un ejército controlando el sistema central —comenté acongojado. Sin mirar atrás, Jessica contestó:

—No pueden, ni quieren, llamar la atención. Habrá un sistema de cámaras, probablemente controladas por remoto. Y entre dos y cuatro soldados bien entrenados. Los datos que me han pasado no indican más vigilancia.

Llegamos al edificio donde se albergaba el sistema 8870. Se encontraban alrededor del perímetro no menos de treinta soldados con fusiles AK-47. Incluso algunos portaban granadas de mano. Yo comenté:

—De acuerdo. Ahora sales y te los llevas a todos por delante con tu mirada.
—Eres muy gracioso. Si hay tanto control es porque van a trasladar el sistema a otro lado. Saben que estamos aquí.
—Genial. Volvamos al C-5 de vuelta a casa. Ha sido un placer. Mándame una postal por navidad.
—Calla. Hay un callejón en un lateral. Sígueme.

Dimos un rodeo, y vi que, efectivamente, en una zona de la calle había un pequeño callejón. En ese punto solo había tres soldados. Jessica me señaló un punto y me indicó con el dedo que me mantuviese en silencio. Se dirigió a los tres soldados. Pensé que daría un par de patadas giratorias en el aire, seguidas de un triple salto mortal, cayendo sobre los cuellos de los soldados con cada pierna en sus yugulares, y rematando al tercero.

Pero esto no era una película de acción. Era el mundo real y frío de Berlín. Jessica se limitó a sacar la pistola, a la que le había añadido un silenciador. De forma sorprendente disparó tres balas. Dos de ellas en las cabezas de dos de los soldados, a una velocidad que no pude ni imaginar. La tercera en la pierna del que era un cabo, que quedó extendido en el suelo.

Jessica se acercó. No hablaba alemán, pero en inglés le preguntó por el código de control de patrulla. ¿Código de control de patrulla? El soldado le dijo en alemán algo realmente grosero. Jessica accionó la herida a la vez que le tapaba la boca. Finalmente el soldado cedió. Eran cuatro cifras en alemán, que ella pudo entender. Tras tener los cuatro dígitos, le disparó a la cabeza. El soldado cayó muerto de inmediato.

Luego me indicó que me aproximara. Yo le pregunté:

—Esto… eso ha sido… bastante duro. —Jessica asintió, mientras le quitaba una radio del cinturón.
—Sí, es cierto. Así es este trabajo. No hay sitio para la moral ni la ética en estos asuntos, Scotty. No es agradable. Pero es necesario.
—¿Necesario? ¿De verdad? Deberían existir otras formas de solucionar las diferencias en el mundo. Con diálogo, con entendimiento entre los pueblos…
—Ahórrame el discurso pacifista, Scotty, me lo sé de memoria. Esos soldados de ahí fuera nos meterán diez balas en el estómago a cada uno sin preguntar. Y lo que preparan, si se confirman las sospechas, es una invasión al reino de Kuwait. Y te aseguro que no será una invasión de paz y amor. Asesinatos, robos, saqueos, violaciones… Eso solo para empezar.
—¿Haces esto a menudo? —Le pregunté.
—Los sábados de tres a cuatro. Y ahora, quítate la ropa.
—Esa era mi idea el viernes contigo, pero ahora…
—Venga, date prisa. Ponte la de este. Yo me pongo la del otro. Y movemos los cuerpos al fondo.

Nos cambiamos la ropa, y tiramos los cadáveres a unos contenedores con nuestra ropa. Aquello se estaba yendo mucho más lejos de lo que jamás hubiese imaginado.

—Bien, te diré lo que vas a hacer —indicó Jessica—. En cualquier momento pedirán confirmación del puesto desde control. Eso significa que querrán saber si los soldados de este callejón están aquí. Responde con esta radio. Para activar el modo habla pulsa este botón. Suéltalo para oír. Simplemente di los cuatro números: 6456. Solo esos números, de uno en uno. ¿Me has entendido?
—Perfectamente.
—Más te vale. Si sospechan algo los tendremos aquí en treinta segundos como máximo.
—¿Y tú qué vas a hacer?
—Abrir la puerta de esta casa, para acceder al interior y pasar al edificio donde está el sistema.
—La puerta está cerrada.
—Sí, por eso voy a dar un rodeo. Espera aquí, y haz lo que te he dicho. Y, por cierto, sujeta el fusil. Todos los soldados llevan su AK-47 siempre. Si viene un soldado, les dices que los otros han ido al baño, o estás esperando refuerzos, o cualquier cosa.

Jessica me lanzó el fusil. Lo sujeté, y me lo puse en el hombro con el cinto, mientras sujetaba la radio con la otra. Luego Jessica subió al techo desde un contenedor, dando un par de saltos. Parecía una gacela. Esta chica no paraba de sorprenderme.

No hubo error. Al cabo de dos minutos, la radio se activó. Preguntaban por la posición y estado. Me limité al clásico «ja» seguido de los cuatro números. Escuché un «conforme».

Pasaron los minutos. Comencé a ponerme nervioso. Al cabo de un rato, por fin se abrió la puerta. Y lo que vi me dejó completamente fuera de lugar.

Rescate.

Se trataba de un par de soldados de Alemania del Este. Me preguntaron dónde estaban los otros. Les respondí que ni lo sabía ni me importaba. Parecieron aceptarlo, no eran demasiado disciplinados.

Los soldados me dijeron que les siguiera. Entré, y me condujeron hasta una sala. Allá, sentada en una silla, y atada con cuerdas, estaba Jessica. Algunos soldados reían. Otros la insultaban. Ella se mantenía en silencio.

Me dijeron que iban a preparar un transporte, evidemente del sistema informático 8870, y que me quedará con otros dos soldados, más dos interrogadores civiles, quizás de la Stasi, quizás de los servicios secretos iraquíes.

Cuando aquellos soldados se hubieron ido, los dos interrogadores, con gabardinas y de civil, comenzaron a hacerle preguntas a Jessica, y a lanzarle amenazas. Ella solo decía que era una refugiada de Alemania del Este que buscaba llegar a Berlín oeste para encontrar a su familia de ese lado. Algo que era bastante habitual. Pero no la creían. Porque iba vestida de militar, con el fusil al hombro.

Así que, de pronto, tras la tercera bofetada, tomé una determinación. Fue algo automático. Inconsciente. Porque, si lo hubiese pensado un microsegundo, jamás lo habría llevado a cabo.

Con disimulo me coloqué el fusil en la mano. Monté el arma, y, cuando más o menos todos estaban distraídos… disparé. A los soldados primero, y a los dos interrogadores después. Los cuatro quedaron tirados en el suelo.

Jessica me miró mientras yo estaba paralizado. Gritó:

—¿A qué esperas? ¡Sácame estas ataduras!

Salte sobre ella, y le quité las cuerdas. De pronto, y en un instante, ella me besó. No fue un beso largo. Ni muy intenso. Pero fue sincero. Y real.

Pero fue un instante. Luego volvió a ser ella. O, al menos, la Jessica que había visto el 99% del tiempo con ella. Tomó uno de los AK-47 y un par de cargadores y dijo:

—El servidor está en un sótano. Y esto será una locura de soldados en cuanto descubran que el puesto del callejón y estos cuatro han caído.
—No creo que necesite más de unos diez minutos.
—Tendrá que bastar. No creo que tengamos mucho más. Y, por cierto, dos preguntas.
—Dime.
—¿Qué ha sido de tu pacifismo?
—Lo perdí al verte ahí, atada, y golpeada.
—Entiendo. Esas escenas suelen ser bastante estimulantes para eso. ¿Y tu manejo del AK-47? Ha sido impresionante, y te lo dice alguien que suele conocer este tipo de situaciones. Tú no has disparado solamente escopetas de feria, ¿verdad?
—No. Mi padre y mi tío me enseñaron a disparar armas de cañón largo desde joven. Mi padre había sido tirador especialista en el ejército. Me enseñó técnicas de disparo como francotirador. En el ejército vieron esas cualidades, y las mejoraron. El entrenamiento incluyó el uso del AK-47, además del M-16.
—Entiendo. Pues ha sido una suerte, más que nada porque me ha permitido seguir viva.
—Yo nunca… había hecho algo así —susurré cabizbajo—. No me siento especialmente bien, la verdad.

Jessica me levantó la barbilla con la mano, sonrió, y dijo:
—No serías humano si no notases nada ante algo así. Es muy duro, lo sé perfectamente. Y no lo olvidarás en tu vida. No es algo de lo que sentirse orgulloso. Pero me has salvado la vida. Recuerda eso cuando recuerdes esta escena.
—Lo haré —declaré sonriente. Ella asintió.

—Vamos ahora. Tenemos trabajo.

Descifrando datos.

Bajamos por una escalerilla, y accedimos al servidor. Jessica se encargó de los dos soldados de guardia. Yo me senté frente a un terminal.

—Niros activo —confirmé—. Ahora veremos si vuestra apuesta por mí ha merecido la pena.
—No hables. Concéntrate —ordenó Jessica, mientras miraba a todas partes con el AK-47 en las manos.

Estuve trabajando en romper la seguridad mediante el proceso de conexión directa. Se trataba de una inyección de datos al estilo sql en el sistema de entrada, pero añadiendo una secuencia de escape que evitaba que el filtro de control del sistema pudiese verificar la inyección, al considerar que había terminado la lectura de control. Luego ese texto rompería la clave.

Tras diez minutos, no conseguí nada.

—Es una versión más moderna. Tiene un bloqueo adicional.
—¡No importa! ¡Busca alternativas!

Entonces me acordé. Cuando el password se olvidaba, se podía resetear el sistema de seguridad completamente mediante una secuencia de control especial. Normalmente los administradores modificaban esa secuencia al instalar el sistema con un password nuevo. Pero los iraquíes habrían reinstalado el sistema para tener un servidor totalmente inicializado, y probablemente no conocían ese truco, y el password por defecto continuaría activo.

—¡Lo conseguí! —Exclamé—. ¡Estoy dentro!
—¡Bien! ¡Copia todo en la cinta de datos! Voy a mandar un mensaje cifrado de confirmación a mis superiores.

Conecté una cinta de copias, y comenzó a grabarse una imagen del disco. Pronto se empezó a escuchar un ruido que provenía de fuera.

Pronto el ruido comenzó a ser más evidente.

—¡No tenemos tiempo! —Gritó Jessica—. ¡Van a entrar en cualquier momento!
—¡Necesito dos minutos!

Pasaron los dos minutos, y me metí la cinta en el bolsillo. Jessica disparó todo un cargador sobre el sistema, probablemente para hacerles creer que era un atentado para anular el sistema, y no un robo de datos. Podría funcionar. O no. Pero la idea era buena.

Salimos, y vimos a varios soldados, que empezaron a disparar. Hicimos lo mismo, y fuimos hacia el corredor del callejón. Pero era probable que esa salida estuviese colapsada de soldados.

Entonces, sucedió. De pronto, justo cuando empezaba a amanecer, aparecieron dos helicópteros. Eran estadounidenses, modelo AH-1 Cobra.

—¡Dijiste que estábamos solos! —Grité.
—¡Me equivoqué! —Respondió Jessica.

Los dos helicópteros realizaron disparos de advertencia cerca de los soldados. Fue suficiente para que corrieran en dirección este. En cuanto estuvo despejado, apareció otro helicóptero, esta vez de transporte, un UH-1 Huey. En el portón lateral se encontraba el misterioso coronel, gritando y haciéndonos señas.

Subimos al helo, que despegó y maniobró de tal forma que casi me rompo la cabeza. Pronto estábamos en la base militar de la zona de Estados Unidos.

Me toqué la cabeza, los brazos, y las piernas. Estaba entero y de una pieza. Y Jessica miraba por el portón abierto indiferente. ¿Era realmente humana? Coin esa mirada parecía que volvía del paseo con el perrito por el campo…

Datos y decisiones.

Una vez en la base, nos llevaron a dos habitaciones, donde pudimos quitarnos los uniformes, ducharnos, y ponernos ropa más cómoda. Descansamos hasta las 16 horas, momento en el que se estableció una reunión de alto nivel.

En aquella reunión se encontraba Jessica, el misterioso coronel, y un general de tres estrellas de Estados Unidos. Fue este el que comenzó a hablar.

—He estado revisando vuestro fin de semana y la operación para conseguir los datos. Impresionante. Buen trabajo.
—Gracias, señor —respondió Jessica. El general continuó:
—Teníamos que intentarlo. Debíamos demostrar que íbamos a hacer todo lo posible por conseguir esos datos. Nadie me creyó cuando dije que era posible conseguir la información con un plan algo loco y destartalado, pero bien atado en sus ideas básicas. Y ha funcionado. Muy bien.

El coronel intervino:

—Ahora los tenemos donde queremos, señor. —El general asintió, mientras apuraba su puro. Tras unos instantes, dijo:
—Efectivamente. Hemos analizado los datos. Los iraquíes piensan llevar a cabo una invasión del vecino reino de Kuwait a finales de julio, o principios de agosto de este mismo año. Incluso tienen ideas de invadir los pozos petrolíferos del norte de Arabia Saudí. —El coronel asintió:
—Podremos empezar los preparativos para un ataque preventivo enseguida, señor. Hablaré con el secretario de defensa de inmediato.
—Usted no hará eso, coronel. —Todos nos miramos.
—Pero señor, los datos…
—He recibido instrucciones de arriba. Hace una hora. Están asombrados de nuestra eficacia. Y usted, Jessica, recibirá un premio especial por ello. Además de un agradecimiento al servicio de inteligencia francés.
—Gracias, señor —respondió Jessica—. Pero no entiendo qué instrucciones ha recibido…

El general se mantuvo un momento en silencio. Luego dijo:

—Vamos a destruir todos los datos obtenidos. Todos. Sin excepción.
—¿Qué? —Gritó Jessica, mientras el coronel se llevaba las manos a la cabeza. Jessica añadió:

—¿Me he jugado la vida, y la de Scotty, para destruir los datos? —El general repuso:
—Los de arriba no quieren ataques preventivos. Las unidades de combate estarán listas. Incluyendo los nuevos F-15E Strike Eagle, que serán los primeros en movilizarse. Pero en territorio norteamericano. Si se organiza un plan preventivo, o un ataque, sin que Saddam Hussein ataque primero, estaremos solos en Oriente Medio, y seremos nosotros los acusados de invasores. Necesitamos el apoyo de al menos Kuwait, Arabia Saudí, y puede que de los Emiratos Árabes Unidos. Quizás también de Jordania y otros países de la zona. Aparte del apoyo de la ONU por supuesto.

Se hizo el silencio. Yo me atreví a comentar:

—Es como en Pearl Harbor. Esperar al ataque para responder con una fuerza superior y obtener apoyos externos.
—No sé de qué me habla, joven —repuso el general. Yo sonreí.
—No. Claro que no.

El general tomó los papeles de su mesa. Se levantó. Nos levantamos todos.

—Está decidido. Ustedes dos saldrán mañana por la mañana en el C-5 de vuelta a la base aérea de Edwards. Allí usted, Jessica, dará parte a sus superiores en la zona. Usted, Scotty, podrá volver a su vida. Con una paga. Y, por supuesto, entrando en el plan de protección de testigos.
—¿Qué? —Pregunté asombrado—. ¡Eso significa dejar atrás mi vida!
—Eso es. Se le dará alojamiento en cualquier parte del mundo. Nueva identidad, nuevo trabajo, nueva vida. Es una orden que viene de arriba. No puede ni va a negarse. Nadie sabrá quién es el nuevo usted. Ni siquiera yo. Ni Jessica. Ni nadie.

El general se fue a la puerta, saludó, y dijo:

—Señora, señores: ha sido un placer. Han hecho un trabajo magnífico. Sus países no lo olvidarán.

El general desapareció por la puerta. El coronel se dirigió a los dos.

—Gracias por todo. Id a vuestros cuartos. Descansad. La cafetería y las otras zonas de esparcimiento de la base están a vuestra disposición. El avión despega a las cero setecientos del lunes 5.
—Sí, señor —confirmó Jessica.

El coronel se fue. Nos quedamos Jessica y yo solos.

—¿De verdad está ocurriendo esto? ¿Mi vida va a desaparecer para siempre? ¿Una nueva identidad? —Pregunté.
—Es lo normal en situaciones así —confirmó Jessica—. Sabes demasiado. O se te elimina, o se te da una nueva identidad. Se ha optado por la segunda opción.
—Vaya, qué amables —dije con evidente sarcasmo.

Jessica sonrió. Me dio otro beso. El segundo. Luego se fue a la puerta.

—Has estado extraordinario. Y me has salvado la vida. Nunca lo olvidaré.
—¿Y de qué me sirve? Ahora tendré otro nombre, otra identidad…
—Ahora tendrás una vida por delante, Scotty. Dinero para vivir, una casa, el trabajo que quieras…
—No me interesa todo eso. Me interesa ser yo. Además…
—¿Qué?
—No podré volver a verte.
—No. Forma parte del tinglado, Scotty. No sabré nada de ti. Y yo desapareceré, como es habitual en mi trabajo. Pero lo superarás.
—Claro. Como siempre.

Aquella noche me metí en el cuarto pronto. Había estado viendo las noticias alemanas sobre la reunificación en la habitación, en una pequeña televisión. Parecía un sueño hecho por fin realidad.

De pronto, sonó la puerta.

—Está abierto. —La puerta se abrió levemente. Apareció la sonriente cabeza de Jessica.
—¿Estás visible?
—De momento sí. Pero al parecer seré invisible a partir de mañana.

Jessica entró. Se sentó en una silla cercana.

—Todo listo para volver mañana a Estados Unidos.
—Qué bien —contesté malhumorado.
—Queda lo de tu pequeño acto de valentía conmigo.
—No fue nada, de verdad. No podía permitir que te hicieran daño.
—No todos se hubiesen jugado la vida por una desconocida.
—¿Desconocida? Después de estas tres noches, creo que serás para mí cualquier cosa menos una desconocida.
—Eso es cierto. Y vamos a asegurarnos de ello.

De pronto Jessica se quitó la bata. No llevaba pijama. Solo la ropa interior. Yo, tras unos instantes de confusión, repuse:

—No… no tienes que hacer eso para agradecerme nada, Jessica.
—No soy Jessica.
—Ya te dije que no me creí ni por un momento tu nombre.
—Soy Bossard, ese es mi apellido. Mi nombres es Pauline. —Yo asentí.
—Pauline. Es bonito.
—Gracias. Y no te hagas ilusiones de que me vaya a acostar contigo porque me salvaras la vida.
—Exacto. Esa es la idea.
—Me acuesto contigo porque me da la gana. ¿Te enteras?

Yo iba a contestar. Pero ella no me dejó de una forma muy directa.

Lunes 5 de marzo de 1990. La vuelta.

El C-5 Galaxy despegó de Berlín, y llegó sin novedad a la base aérea de Edwards. Allí me esperaba un agente del F.B.I. y un coche.

Bajamos del avión, y me volví a Jessica. O mejor dicho, a Pauline. Solo dije:

—Pauline… —Ella sonrió. De nuevo me alzó la mirada sujetándome la barbilla. Me dio un largo beso.
—Cuídate mucho, por favor. Y busca el amor verdadero. Lo encontrarás. Estoy segura.
—Yo creía haberlo reencontrado ya. En ti.
—Mi vida es un absoluto caos, Scotty. Y tú ahora desapareces. De mi vida, y de la vida de todos.
—No te olvidaré nunca. Todo esto… no es justo —aseguré.
—La vida no es justa muchas veces. Pero estamos vivos. Y esa realidad es la que nos ha de hacer seguir adelante. Día a día. —Yo asentí.
—Puede que sea cierto.
—Lo es. Sube al coche. Yo tampoco te olvidaré nunca. Pero la vida sigue. Sé fuerte.
—¿Más todavía? ¿Sabes lo que me está costando no serlo?

Uno de los agentes del F.B.I. se acercó.

—Tenemos que marchar ya. —Yo le miré. Asentí. Me volví a Pauline, y le dije:
—Por favor, cuídate.
—Claro que sí. Sube al coche ahora.

Subí al coche. Mientras me alejaba creí ver unas lágrimas en sus ojos. O quizás fue un reflejo. Nunca lo sabré.

Desde entonces mi vida ha seguido siendo básicamente igual. Nuevos amigos. Nuevo pub. Y nuevas partidas de billar. Y una imagen: que una noche, de forma mágica, apareciese Pauline en el pub. Quizás una noche se haga realidad. Quizás un día…

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

Un comentario en “Mis tres noches con Calipso (2/2)”

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