He sido muy malo en mi vida, y por lo tanto iré al infierno, donde me quemaré eternamente en una olla, mientras un diablo malo me pincha con un tridente…
Esta es, básicamente, la historia que nos contaban cuando era pequeño acerca del infierno. Un cuento absurdo, ridículo, y que nos asustaba, vaya si nos asustaba. Claro que pronto comenzamos a entender que aquel cura era peor que el propio diablo, y ya no teníamos miedo del Ángel Caído, sino de aquel tipo y sus cuentos.
Religiones: cuando la copia es la norma.
Tiene la palabra el abogado defensor.
Con la venia, Señoría, señoras y señores del jurado, procuraré no extenderme demasiado en mi defensa de mi cliente, Satán. Y comprenderán, una vez terminada mi dialéctica, que mi cliente no solo ha sido injustamente castigado por la historia; además, ha sido víctima de crueles mentiras, y lo más importante: se le ha negado la verdad más importante de todas: que mi cliente, Satán, es el responsable de que la humanidad sea libre, consciente, y, sobre todo, de su cualidad más importante y crítica: la posibilidad de albergar el Libre Albedrío.
Espero con ello convencer al jurado, y a su Señoría, de que mi cliente es inocente, y por ello le eximan de cualquier pena.
Un poco de historia.
Los cristianos temen al diablo, o Lucifer, o Satanás, llámelo como quiera. Satán, lo llamaremos así, era el ángel preferido de Dios, pero Satán se vino arriba y le hizo una OPA hostil a Dios, porque no le gustaba cómo gestionaba el universo. Dios se enfadó, y lo mandó al infierno, un lugar de fuego y azufre, elementos estos provenientes de los volcanes, razón por la que se le asociaron con el mundo donde se halla Satán.
Tengo que decirles a los cristianos que su idea del ser maligno que se rebela ante un ser superior no es nueva; los griegos ya lo inventaron cuando Zeus mandó a Hades al lugar del mismo nombre, el Hades. Y antes de ellos los egipcios ya inventaron el infierno con Apofis, que precisamente, qué casualidad, se representaba con una serpiente. ¿Les suena?
Efectivamente: el cristianismo tomó muchos de los mitos griegos y egipcios, y los hizo suyos. Como el concepto de virgen pura de Atenea, y especialmente de Artemisa, la diosa pura de la naturaleza.
Así que, Señoría, señoras y señores del jurado, amigos y amigas cristianos, recuerden: gran cantidad de mitos son prestados de otras religiones anteriores. Pero no han de preocuparse; esto ha ocurrido siempre con todas las religiones. Actualmente, una nueva religión, el Helenismo, resurge en todo el mundo, especialmente en Grecia, y trae a la vida de nuevo a Zeus y a los Doce Dioses. Doce dioses, doce apóstoles. Otra casualidad.
El Ángel Caído, un tipo con mala suerte.
Satán cayó por rebelarse a su jefe; podríamos decir que fue el primer sindicalista del universo, y Dios el primer patrón en despedirlo. Más allá de eso, siempre he pensado que conocemos la opinión de Dios sobre el asunto, es cierto. Pero, ¿y la opinión de Satán? ¿Por qué solo escuchamos a una parte, y no a la otra? ¿Por qué no atender a las razones por las que Satán se rebeló? ¿Tenía argumentos? Yo creo que sí. Y deben ser atendidos, si queremos impartir justicia divina, nunca mejor dicho.
Satán quería dar la inmortalidad a los seres humanos, y también el Conocimiento, entendido como tal la predisposición a conocer la esencia del universo, de la vida, y de la consciencia. Dios sin embargo prefirió mantener al ser humano en la ignorancia, como un simple títere, pero sin la capacidad de poder tomar decisiones. Por eso Satán da de comer del árbol del bien y del mal a Eva, y la humanidad cobra de esta manera la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo.
La humanidad pasa, de este modo, de ser un simple títere inconsciente a una entidad con una capacidad divina: saber que tiene la capacidad de tomar decisiones. Y más importante: sabe si esas decisiones son moralmente correctas o incorrectas. Cualidad divina que hasta entonces solo poseían Dios y sus ángeles.
Es decir, Satán dotó a la humanidad del libre albedrío, el elemento fundamental que nos hace libres, y conscientes de nuestros actos. Pasamos de ser algo parecido a un robot programado, a una entidad consciente y con capacidad de ser racionales y autónomos. Este mito es el mismo que el de Prometeo, que robó el fuego para dárselo a la humanidad: un símbolo divino en cualquier caso.
¿Y Dios qué hizo? ¿Alegrarse de que su creación fuese autónoma e independiente? ¿Felicitar a Satán por dotar a la humanidad de su propia capacidad de racionalidad? ¿Animar a Adán y a Eva a explorar su nueva capacidad de explorar el universo, y de hacer buen uso de su poder de tomar decisiones?
No; Dios, que ve en la humanidad un salto adelante que lo acerca a su poder, castiga a la humanidad, y la condena a una vida de dolor y sufrimiento. Lleva a la humanidad a sufrir por ser conscientes de sí mismos. Es decir: Dios condena al ser humano por ser libre, completo, y con capacidad de decisión.
Satán, el protector de la humanidad.
Visto lo visto, Señoría, me quedo con Satán. El Ángel Caído ha sido, desde siempre, el protector de la humanidad. Le ha dado la capacidad de tomar decisiones. Le ha permitido descubrir que es capaz de hacer el mal, pero también de hacer el bien. Es decir, le ha dotado de la capacidad de elegir, y no de ser un simple muñeco obediente de Dios.
Satán le ha enseñado a la humanidad a ser independiente de cualquier fuerza externa. Ha conseguido, en definitiva, que la humanidad aprenda a rebelarse ante la opresión de un dios que persigue cualquier acción que no sea su Voluntad. un dios que solo pretende que seamos sus humildes y fieles servidores, atendiendo a todas y cada una de sus instrucciones y deseos y sin poder, en ningún momento, criticar o negar cada una de las imposiciones que nos impone.
En definitiva, Señoría, Dios es un tirano que solo pretende que la humanidad sea su peón. Satán nos dio la oportunidad de entender que esa figura de peón podía, y debía, superarse. Satán nos dio el camino para elegir cómo queremos ser. Y, muy importante: qué queremos para nuestro futuro.
Una capacidad de elegir, el libre albedrío, que es la base de la condición humana, y de la divina libertad, inalienable y sagrada.
Por ello, Señoría, y señoras y señores del jurado, pido la libre absolución de mi cliente. Y el reconocimiento a su figura. Una figura imprescindible, sin la cual nunca podría usted, Señoría, juzgar. Si eso no vale una sentencia de libertad, no veo qué pueda serlo. Muchas gracias.
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