Hoy quisiera traer una nueva reflexión sobre la pandemia del SARS-CoV-2, con una perspectiva algo distinta: la perspectiva del virus, el cual nos ve de una forma muy evidente: somos su alimento favorito. Tanto es así, que se ha especializado en nosotros. Y nuestra incapacidad y nuestras obsesiones y conspiraciones ha convertido a la humanidad en simple alimento del virus.
Si algo ha demostrado el SARS-CoV-2 es que la famosa frase de Darwin «No sobrevive el más fuerte, sino el que mejor se adapta» es una verdad sin paliativos hoy día. La humanidad presume de ser la cumbre de la evolución, pero casi la mitad de los seres humanos no creen en la ciencia, ni mucho menos en las vacunas. Que no son perfectas, que no evitan contagios, pero sí evitan los cuadros graves del Covid-19.
En ese sentido, podemos ver que el SARS-CoV-2 nos ha adelantado por la derecha y sin despeinarse, y una simple capa de lípidos que protegen a una simple molécula de ARN ha sido capaz de poner a toda la orgullosa humanidad de rodillas. El virus ha demostrado que, ni somos tan inteligentes, ni sabemos adaptarnos, ni somos la cumbre de la evolución.

Es importante que entendamos algo. En el modelo evolutivo del ser humano, el cerebro no ha evolucionado para crear toda la ciencia que conocemos hoy día. La capacidad intelectiva humana es una propiedad emergente del cerebro debido a su desarrollo, pero a la evolución le interesa y le importa muy poco si sabemos resolver ecuaciones y construir cohetes. El cerebro está diseñado para adaptarse y poder sobrevivir, y ha fracasado estrepitosamente frente a un simple virus.
Los negacionistas no son toda la humanidad, pero serán los responsables de que la humanidad fracase en su intento de sobrevivir. Negar la verdad, negar los resultados, negar las pruebas, demuestra que somos una especie con graves problemas adaptativos a la realidad, y que estamos lejos, muy lejos, de poder ser considerados como seres realmente inteligentes. Nuestra obsesión por explicarlo todo gracias a un dios todopoderoso, y negar los hechos científicos, demuestra que estamos a merced de la evolución. Y aquí debemos recordar otra frase fundamental:
«El último paso de la evolución de cualquier especie es la extinción».
Los virus son simples. Diríamos que están muy atrás en el modelo evolutivo. Sin embargo, aparecieron miles de millones de años antes que el ser humano, y seguirán aquí cuando cualquier rastro de la humanidad sobre la Tierra haya desaparecido. ¿Quién es entonces el verdadero rey de la naturaleza? Parece bastante claro.
El virus ha conseguido algo más, muy importante también: debido a nuestra incapacidad de tomar medidas severas, y de evitar que los países africanos y otros países del tercer mundo tengan sus vacunas, el SARS-CoV-2 puede evolucionar y perfeccionarse como la máquina perfecta para contagiar seres humanos.
Dicho de otro modo: el virus se ha especializado en el ser humano. ¿Por qué? Porque le ofrecemos todo lo que necesita: millones de ejemplares, muy poco control de contagio, y la posibilidad de evolucionar muy rápidamente.
El resultado es la variante Delta del Covid-19: la máquina perfecta para contagiar seres humanos. La cumbre evolutiva del virus, y el asalto final al ser humano.
Esta especialización, sin embargo, también provocará que, dada una tasa de infección suficiente, el virus no pueda seguir mutando, y desaparezca. Eso ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la humanidad, pero esta hubiese sido una ocasión para hacerle frente al virus con la ciencia; sin embargo, la falta de vacunas en muchos países por un lado, y los antivacunas por el otro, han conseguido que el virus se adueñe de la humanidad, y la convierta en su plato preferido.
Piénselo: somos alimento del virus. Tanto que hablamos de cocina, ahora nosotros somos el plato fuerte del virus. Se alimenta de nosotros, y al virus le da igual las consecuencias. Simplemente penetra en nosotros y nos usa como el alimento que somos.
Por último, una pregunta: a esos que dicen que esto del virus no es tan grave, porque solo han muerto cuatro millones de seres humanos (dejando aparte los millones de seres humanos con secuelas), a esas personas que dicen que cuatro millones no son nada frente a los siete mil millones que somos, yo les preguntaría:
¿Cuántos muertos tiene que haber para que empiecen a darle importancia al virus? ¿Diez millones? ¿Cien millones? ¿Mil millones?
No. Una sola muerte es suficiente para preocuparnos. Una sola muerte es suficiente para que tomemos medidas. Es estupendo que a ellos no les haya tocado perder familiares o amigos. Pero decir que no pasa nada porque solo han muerto cuatro millones de seres humanos es, cuando menos, monstruoso.
El virus seguirá con nosotros mientras pueda. Y luego vendrán otros, que nadie lo dude. Que sea el virus la cumbre de la evolución, o que demostremos por fin que somos nosotros, es algo que está por verse. Mis esperanzas son pocas. No creo en la humanidad, sí creo que las lecciones enseñan. Que pueda aprenderse la lección es algo que espero.
Pero no soy, sinceramente, demasiado optimista. Mejor dicho: no soy nada optimista. El orgullo humano y su ceguera son impresionantes. Y el virus seguirá usándonos como alimento mientras pueda. De nosotros depende. Solo de nosotros.
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