Era una tarde de otoño, con un viento suave del este que auguraba un invierno fresco. Si no fuese porque el cambio climático había quemado gran parte del bosque de la abuelita, y había hecho que Caperucita Roja actuara como voluntaria de los bomberos aquel verano.
Pero, en la casa de Caperucita, tres individuos se aprestaban a organizar un golpe. El mayor golpe de sus vidas, que los retiraría del negocio de la venta de armas y de drogas para siempre…

En el interior de la casa de Caperucita, la mesa de la sala apestaba a alcohol, tabaco y odio. Todos los que se sentaban a su alrededor se miraban unos a otros recelosos. Pero sabían que, juntos, podían dar el golpe del siglo. El lobo, líder del grupo, habló:
—Yo lo veo así, compañeros: a las 20:00 horas, la abuela siempre cierra la casita de campo, tras lo cual baja al sótano, donde tiene su plantación de marihuana. Ese será el momento. —Caperucita Roja no pareció nada conforme, y repuso:
—¿Y vamos a jugarnos el cuello por un puñado de hierba, imbécil? —El Lobo Feroz la miró duramente unos instantes, antes de contestar:
—Algún día vas a servirme de cena, Caperucita. Y ahora escucha bien lo que voy a decir, antes de empezar con tus idioteces: la abuelita acaba de recibir un cargamento de cocaína pura desde América, que debe costar al menos cinco millones.
El cazador asintió interesado, mientras daba otra calada a su puro. Luego dijo:
—Ahora empiezo a entrar en calor con todo esto, Lobo Feroz. Continúa.
—Yo lo veo así: a las 19:50 Caperucita llegará a casa de la abuelita con el cestito, y le pedirá a la abuelita que la deje pasar. Luego, cuando abra la puerta, yo aparezco, y le meto una dosis de escopolamina en vena, que le inyectaré de un bocado. Luego, Caperucita bajará al sótano, meterá la mercancía en la cestita, y ambos nos iremos volando, mientras tú nos esperas con el cuatro por cuatro con el motor a punto. ¿Qué os parece?
Caperucita pareció dudar un instante. El lobo se dio cuenta.
—¿Qué te pasa, Caperucita? ¿Te vas a cortar ahora? ¿Te da miedo la abuelita? —Caperucita dijo una palabra irreproducible, y respondió:
—No me vengas con historias ahora, Lobo Feroz. Estoy siendo buscada viva o muerta en decenas de cuentos a lo largo de todo el país. Me llevaré la mercancía, y más te vale cumplir con tu parte. No sea que te arranque el pelo y me haga un abrigo de invierno.
—Está decidido —sentenció el cazador—. Nos vemos esta noche. Tendré el carro a punto. Ni un paso atrás, o tendréis que probar mi recortada.
La noche caía en el bosquecito de la abuela. El cuatro por cuatro apareció, y Caperucita Roja salió, con su caperuza roja y su uniforme militar, que dejaba ver los tatuajes en sus brazos y piernas con varias calaveras y símbolos demoniacos, y con dos agujeros de bala, de un pasado oscuro que esperaba olvidar algún día.
La abuela salió a la puerta de la casita sonriente. Miró a Caperucita Roja, y con rostro amable le preguntó:
—Hija mía, has venido a ver a tu abuela. Qué dulce niña eres. ¿Quieres que te ponga un té, o un café con pastitas?
—Claro, abuelita.
La abuelita abrió la puerta. En ese momento, apareció el lobo con una dosis de escopolamina. Se lanzó contra la abuela ferozmente. La abuela, sin embargo, que lo vio de reojo, se dio la vuelta, y, dando un salto en el aire, golpeó al lobo con una increíble patada giratoria, mientras se sacaba el traje de abuela, y abajo aparecía un uniforme negro de ninja. La abuela sacó dos estrellas de ninja, y las lanzó contra el lobo, que las esquivó por poco. Luego Caperucita Roja sacó un revólver Magnum del 45, pero la abuela pudo lanzar el arma de una patada al suelo.
Finalmente, Caperucita Roja y el lobo consiguieron reducir a la abuelita mediante una combinación de técnicas de karate y jiu-jitsu. La llevaron dentro de la casa, y, mientras Caperucita la sujetaba, el lobo le dijo:
—Esta versión del cuento está mucho mejor, abuelita. Ahora vamos a entendernos, tú y yo. ¡Caperucita, ve tú al sótano, a por la mercancía! ¡Ya me encargo yo de ella!
Caperucita bajó al sótano. Vio una sombra que se movía, con una bolsa. Enseguida se dio cuenta de que alguien se les había adelantado.
—¡Se llevan la mercancía! —Gritó Caperucita.
—¡Ve a por él! —Gritó el lobo—. ¡Yo voy a flanquearlo por el otro lado!
El lobo dejó inconsciente a la abuela. Luego salió corriendo. Él y Caperucita siguieron aquella sombra. Solo pudieron ver una figura oculta, que dijo:
—He vuelto a ganar, imbéciles. Este cuento nunca podrá terminar de otra manera.
—¡Es el cazador! —Gritó el lobo—. ¡Detenlo!
Caperucita intentó detener al cazador. Pero el cuatro por cuatro salió a toda velocidad, quemando rueda, con un ruido increíble, dejando una estela de polvo, y llevándose la mercancía.
El lobo miró a Caperucita, y esta a él. Finalmente, el lobo dijo:
—No podemos hacer nada más. Está claro que este cuento no es para nosotros, Caperucita. Pero me resisto a que termine de esta forma. Así que te voy a proponer algo.
—¿Y qué es lo que me vas a proponer?
—¿Te apetece ir conmigo a tomar una copa por ahí? Conozco un tugurio que te gustará. No te preocupes, la abuelita dormirá toda la noche.
—No me estarás pidiendo una cita, ¿eh?
—Claro. Te haré aullar de alegría. Ya lo verás.
Caperucita dudó un momento. Luego dijo:
—Vale. Está bien. Al menos, que esta versión del cuento tenga un final más feliz que el otro. Estoy harta de terminar siendo la pobre niñita salvada por los buenos.
—Tú sí que sabes, guapa.
—Llevas preservativo, ¿no? —El lobo puso cara de tonto. Caperucita asintió, y dijo:
—Ya veo. Ni en los cuentos los tíos sabéis estar a la altura.
Dicho esto, Caperucita sacó algo de su bolsillo. Era un preservativo. El lobo la miró sonriente, y dijo:
—Nena, ahora entiendo por qué este cuento tiene tu nombre. Siempre sabes dar el toque melodramático a la última escena.
—Déjate de historias, y espero que cumplas. Quiero un doble de whisky. Y mucha marcha.
Caperucita y el Lobo se fueron en un deportivo, y la noche los devoró en un instante.
Al cabo de un rato, la abuelita se despertó. Recibió una llamada.
—¿Abuelita? Soy el cazador. Tengo la mercancía. Te daré tu parte, tal como acordamos. —La abuela asintió, y dijo:
—Así me gusta. Ahora nos hemos librado por fin de esos dos en el cuento. Vamos a vender la mercancía. La próxima versión del cuento tendrá un palacio como escenario para mí, y tú, tu querido yate de veinticinco metros, pista de aterrizaje de helicóptero, y dos motores. Ahora llamo al comprador. Espera la mercancía mañana.
El cazador sonrió al otro lado del teléfono, y contestó:
—Tú sí que sabes, abuelita…
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