Como muchos de ustedes sabrán, se está viviendo en Afganistán una auténtica locura, con la llegada de los talibanes a la capital, Kabul, y el terror que han desatado.
¿Tiene solución? No. ¿Tienen los talibanes la capacidad de crear un gobierno estable? No. ¿Van a aprovecharse de los enormes recursos naturales otros países, que ven una oportunidad única, sin importar para nada el respeto a los derechos humanos? Sí. ¿Va a hacer algo occidente? No, hasta que comiencen los atentados fuera del territorio de Afganistán. Algo que llevará su tiempo. Pero terminará pasando.

Verán. Los talibanes no son políticos, es evidente. Ni siquiera son generales. Son simples soldados ignorantes, empujados desde jóvenes a servir en la disciplina de la guerra y el fanatismo, sin cultura, sin una base racional, sin nada más que un AK-47 o un M4 robado a los americanos. Fíjense que no tienen armamento pesado, mucho menos tecnología, porque, como ignorantes que son, no podrían usar ni mantener ese equipamiento.
La vergüenza de las imágenes que se han visto en el aeropuerto de Kabul son devastadoras, y son otro ejemplo de que esta sociedad no tiene futuro. Es una pena, pero es así. Y recuerde: los afganos que hoy vemos en la tele, mañana podríamos ser nosotros. Porque la vida da muchas vueltas, y el hambre y la miseria se expanden fácilmente por todas partes.
De todas formas, para comprender la naturaleza de los talibanes, les explicaré una vieja historia que escuché hace muchos años. Dice así:
Un día, el pastor y el lobo comprendieron por fin que podían ser amigos. Sí, eran distintos, y cada uno tenía sus ideas. Pero, ¿no era mejor unir fuerzas, y colaborar, que combatir constantemente el uno contra el otro?
Esa era la idea de ambos, y se sentían felices por ello.
Un día, el pastor tuvo que salir de viaje. Y este le dijo al lobo:
—Tengo que partir unos días, y no tengo con quién dejar las ovejas.
—No te preocupes —le contestó el lobo—. Conmigo estarán protegidas.
—Sí, pero eres un lobo, y no lo he olvidado. —El lobo pareció molestarse.
—¿Y nuestra amistad? ¿Y nuestro acuerdo? Yo tengo palabra, amigo pastor. Cuando prometo algo, lo cumplo. Y, si te prometo que cuidaré de las ovejas, lo haré. Por nuestro acuerdo, y, más importante, por nuestra amistad.
El pastor escuchó las palabras, sonrió, y se despidió alegre del lobo.
Al cabo de unos días, el pastor regresó. Y le preguntó al lobo:
—¿Cómo están las ovejas, amigo lobo? —El lobo señaló al rebaño. Y el pastor vio algo que le dejó mudo: todas las ovejas estaban muertas.
El pastor se volvió al lobo, y le dijo:
—¿Por qué has matado a las ovejas? ¿No me habías prometido, por nuestra amistad y nuestro acuerdo, que cuidarías de ellas? —El lobo respondió:
—Sí, es cierto. Lo prometí. Es verdad.
—¿Entonces? ¿Por qué has matado las ovejas?
El lobo se mantuvo un momento en silencio. Finalmente, le respondió:
—Mi amistad contigo es muy importante, amigo pastor. También la promesa que te hice… Pero, a pesar de ello, tuve que hacerlo. Tuve que matarlas a todas.
—¿Por qué?
—Porque, más allá de acuerdos, y de amistades, yo, amigo pastor, soy un lobo…

En efecto siempre sale nuestra esencia.
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