Cuando escribo esto comienza la segunda semana de cuarentena. El entusiasmo de la primera semana, los aplausos, las canciones, las buenas intenciones, quedaron atrás. Ahora comienza a pesar el confinamiento. Las noticias de los miles de infectados, y cientos de muertos, que crecen cada día. La opresión de las paredes. La angustia de las imágenes de las calles vacías. El incesante bombardeo informativo de noticias. La angustia por la situación personal y laboral de miles y miles de personas. El miedo, la ansiedad y la angustia atávicos, pero razonables, de que haya parámetros no controlados.
Y, en definitiva, el temor a que podamos terminar contaminados, y valorar si realmente todo este esfuerzo mereció la pena.

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