Oppenheimer y el peso de la historia

La frase de la semana nos la trae Robert Oppenheimer, un nombre quizás no demasiado popular, aunque fue el padre tecnológico de la bomba atómica. No el padre teórico, porque otros ya habían teorizado con la idea de la fisión nuclear y probado que era posible. Oppenheimer lo llevó a la realidad, y creó las dos primeras bombas atómicas: Little Boy, basada en uranio, y Fat Man, basada en el plutonio.

La primera fue lanzada sobre Hiroshima, y la segunda sobre Nagasaki, con las consecuencias que todos conocemos, o que deberíamos conocer. Porque no debemos olvidar ese horror nunca.

Como nota curiosa, solemos hablar de «bombas atómicas», pero en términos técnicos, una bomba atómica es aquella basada en la reacción de átomos, es decir, las convencionales. Estas bombas de uranio y plutonio deberían ser llamadas «bombas nucleares». Pero bueno, este es un pequeño detalle.

La frase que nos dice Oppenheimer, fue pronunciada ante la comprensión final de lo que había creado: un verdadero monstruo destructor de mundos, literalmente. Pero la frase, a fuer de ser sinceros, no es de Oppenheimer. Él la cita en referencia a un antiguo libro sagrado Hindú, el Bhagavad-Gita, como bien se comenta en la increíble película «Octubre rojo». La frase es:

«Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».

Oppenheimer luego fue acusado de ser comunista, en esa época de los cincuenta y sesenta del siglo XX en Estados Unidos, donde un senador llamado McCarthy acusó de ser comunistas a una gran cantidad de artistas y científicos, destrozando la vida de muchas personas. Ese fenómeno, una mancha negra en la historia de Estados Unidos, se conoce como Macartismo. Oppenheimer nunca fue comunista, ni se probó nada de lo que se le acusó, como ocurrió con otros miles de falsos acusados.

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Aspectos técnicos y humanos de la «bomba H»

Se habla mucho últimamente de la «Bomba H» o bomba de hidrógeno. El caso está, por supuesto, relacionado con el problema de Corea del Norte, y del iluminado que gobierna ese país. En base a una práctica prácticamente suicida de disuasión, que se basa en trabajar sobre una política de hechos consumados, el líder coreano tiene al mundo en vilo.

Podríamos estar relativamente tranquilos si al otro lado de este ring político hubiese un hombre de la talla necesaria como para gobernar un país como Estados Unidos. Pero el país es gobernado por otro hombre que es dado al populismo y a hablar por hablar, además de gustar hacer demostraciones de fuerza. Es decir, en ambas partes tenemos a dos personas inestables, con comportamientos inestables e impredecibles. Si a eso se suman amenazas de guerra nuclear, la preocupación es totalmente razonable.

paz
Una máxima de la diplomacia dice: «en diplomacia no existe una última palabra; siempre hay tiempo para una nueva reunión, un nuevo debate, una nueva oportunidad para la paz»

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