¿Sexo? ¿He dicho sexo? Esta entrada tendrá más visitas de las habituales. Por qué? Porque uso la «palabra mágica»: sexo. La otra palabra mágica es dinero, pero les aseguro que no tiene ni la mitad del poder de la primera.
Voy a hablar de sexo en la literatura. Pero que nadie se engañe: el sexo es el imán que mueve el mundo. Y los escritores también lo saben. Algunos incluso lo practican.
Vamos pues con una nueva entrada sobre técnicas de literatura, y en esta ocasión quiero traer a este pequeño blog el tema siempre caliente y candente, sin duda complejo y discutido: el sexo, y su aplicación en las obras literarias. Un tema por supuesto controvertido, de mucho debate, y que provoca grandes disgustos por asuntos como la censura y la persecución. Eso sí, si se habla de asesinatos y destrucción, entonces no pasa nada. Pero es mencionar el sexo, y todo tiembla. ¿Por qué?
Por la herencia moral cristiana y musulmana en la que vivimos. Ambas religiones tienen un gran enemigo en el sexo, y, a diferencia de lo que pasaba con griegos y romanos, el sexo es visto como algo sucio, algo demoníaco incluso, que debe ser escondido y menospreciado. Pecado, lujuria, lascividad, hay muchos adjetivos diseñados expresamente para culpabilizar al sexo. Demasiados quizás.
Recordemos el axioma básico del sexo y la literatura:
El sexo en la vida real es una retahíla de esperanzas vanas y deseos frustrados, con algún momento placentero. El sexo en la literatura es el que nos permite alcanzar nuestros más salvajes y oscuros sueños.

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