La vida es dura, la vida es cruel, la vida es todo lo mala que uno quiera. Hoy hablaba con una mujer, cuya vida atormentada pasaba por negar cualquier posibilidad de encontrarle sentido a la vida. Todo era negativo, y todo lo que se le dijese solo iba a remarcar su idea de que la vida no merece la pena.
Esa mujer, naturalmente, no odia la vida. Se odia a sí misma. Y, en ese odio, confunde lo que es el recorrido por este mundo con su experiencia y con lo que ha visto: odio, violaciones, mutilaciones, guerra, hambre, dolor, sufrimiento.
Sí, sé de lo que habla. Hace ya años, cuando recogí a una chica que acababa de ser violada, con una vida destrozada, y cuya identidad se había perdido por la cloaca, y cuando comprobé que sus amigos la abandonaban y dejaban de lado, aquella chica quería morirse. Era algo lógico. Al parecer, era la responsable de que hubiese sido violada, por haberse ido en el coche de un amigo que la había prometido llevarla a casa. «No lo conocías bien, ¿por qué te fuiste con él? ¿Por qué no tienes cuidado? ¿Por qué no estabas en casa? Te mereces haber sido violada».
Ante comentarios como el anterior, me dispuse a ayudar a aquella joven, y me prometí ayudarla, y sacarla de aquel agujero. Era una amiga, no muy conocida, pero era alguien que siempre sonreía, y había dejado de sonreír. Quería ver la sonrisa de nuevo en aquel rostro.
La llevé a un centro especializado en ataques sexuales, con especialistas profesionales. Conocía allí ya a una doctora experta en el tema de los maltratos y violaciones. Le expliqué el caso, y aquella persona me miró, y me dijo: «vamos a sacar este tema adelante. Y lo vamos a hacer juntos».
Fueron meses muy duros. Mucho trabajo terapeutico, mucho ánimo, mucho cariño, y muchos pasos difíciles. Pero, eventualmente, un día, aquella joven volvió a sonreír. Y ese fue el día más feliz de mi vida. El proceso terminó, y aquella joven comprendió que lo que le había sucedido no era su responsabilidad. Había sido un brutal ataque, y había sido algo tremendamente traumático provocado por un monstruo. Pero aquella primera sonrisa abrió la puerta a un nuevo futuro, y, sobre todo, a valorarse como ser humano, como persona, y como mujer. Más tarde, perdí el contacto con aquella chica. Sé que se casó, y que tuvo un chico, y poco más. Una vida perdida, reencontrada de nuevo.
Hoy, cuando he visto a esa otra mujer, devorada en el odio, en la rabia, y en la ira, he podido entender que quienes desean superar cualquier reto pueden hacerlo, si disponen de un poco de ayuda y calor humano. Y quienes quieren persistir en la miseria, persisten, y se ahogan en su propia bilis, y en su odio eterno.
Toda esta historia formó luego la base de un libro que es, en ciertos aspectos, bastante autobiográfico. Ahí volqué aquellos sentimientos vividos esos días, y aunque el libro es en muchos aspectos ficción, tiene sin embargo mucho de mí y de aquella época. Son las experiencias las que nos incitan a llenar las páginas de un libro, y son las personas las que nos incitan a plasmar en un papel lo que sentimos.
Para eso escribimos. Y por eso vivimos. Si no, ¿para qué la vida? La vida no tiene sentido, es verdad. Pero toma sentido cuando superas una experiencia amarga, o ayudas a alguien a superarla. Entonces te das cuenta de que la vida ha merecido la pena vivirla. Es amarga, sí. Es dura, ciertamente. Pero es vida.
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