Este es un extracto del epílogo de «Sandra: relatos perdidos», Libro XII de la saga Aesir-Vanir.
Las crónicas de los Einherjar.
Y aconteció que la divina Atenea, la de los ojos claros, insufló de vida a la tierra protegida por el manto de Odín, y cubrió de vida los bosques, los valles, los mares, y las montañas…
Días más tarde, cuando ya Herman había llegado con los rescatados de Marte, y mientras Sandra intentaba organizar aquel caos de gentes, y poner orden, Michèle se acercó a Sandra.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —Sandra la miró un instante, y replicó:
—Entiendo que Jules ha hablado ya contigo.
—Sí. Me ha contado que cuentas con él para organizar este caos. Y conmigo.
—Cuento con los dos, Michèle. Pero quería que pasara un tiempo antes de que lo supieras.
—¿El qué? ¿Que vamos a ser la primera piedra de una nueva sociedad? ¿O que eres un androide?
—Ambas cosas. — Michèle asintió levemente, y comentó:
—Tenía que haberme dado cuenta de que había algo que no encajaba contigo.
—Yo creo que te diste cuenta. Pero la verdad era demasiado compleja de aceptar.
—Es posible. Se supone que ahora eres el único androide que queda en la Tierra.
—La Hermandad Androide se encontró en el fuego cruzado nuclear. Ayer estuve haciendo una inspección aérea por Australia. O están destruidos, o están desactivados. Algunos podrían repararse. Podrían ser útiles aquí. Pero eso significaría un importante factor de desestabilización, y una posible nueva guerra, aunque fuese con palos y piedras. Prefiero centrarme en crear una sociedad que sea autosuficiente, con los recursos que tenemos. La humanidad ya tendrá tiempo de volver a crear la tecnología necesaria, y de autodestruirse de nuevo.
—¿Y por qué nos has elegido a Jules y a mí?
—Jules tiene carácter. Tiene fuerza. Pero se precipita a veces. Es muy impulsivo. Eso es bueno a veces, y a veces es peligroso. Tú tienes templanza. Tienes criterio y eres muy metódica. Y tienes una energía inagotable por conocer, por saber. En eso os parecéis mucho. Creo que formaréis un buen equipo. Os complementáis muy bien.
—Yo me veo como un completo desastre —confesó Michèle. Sandra sonrió.
—Claro que sí. Tienes diecisiete años. Eres muy joven, Michèle. Pero he visto en ti un potencial enorme. Vas a ver cómo nace una nueva sociedad. Y tú vas a contribuir a dar forma a esa sociedad.
—Lo que temo es que la guerra se traslade aquí. A Nueva Zelanda. Empiezan las acusaciones entre los bandos.
—Lo sé. Y tendré que ser radical con eso. Los que vienen de Marte están afectados por una operación neuronal que ha destrozado sus mentes. Aquí tenemos mucha gente con síndrome postraumático por la guerra, y por haber perdido a familias, amigos, trabajos, y la vida en general.
—Yo soy una de esas.
—Sí. Y lo siento. Pero hemos de seguir adelante. No podemos parar ahora. — Michèle levantó la vista, y respondió:
—No lo haremos. Saldremos adelante. Puedes contar conmigo.
—Gracias, Michèle. Es un regalo para mí oír eso. De verdad. Saber que vas a estar ahí, colaborando, es una gran noticia.
Michèle se alejó, y se dirigió hacia Jules, que hablaba con sus padres. En ese momento pasó Natalie, con los tres niños. Natalie caminaba hacia el comedor infantil, y sonrió a Sandra. Esta le devolvió la sonrisa con un guiño. Las cosas eran desesperadas para todos. Pero ver esa sonrisa de Natalie era una prueba de que, a pesar de todo, aquella locura era una salida para la humanidad.
Durante tres semanas, Sandra estuvo organizando los escasos recursos para dar soporte a la población superviviente de la Tierra. Cuando llegó Herman con los refugiados, Sandra convocó una reunión en una sala de juntas del hospital de la isla de Arapawa. En la misma estaban presentes el mismo Herman, Sandra, Jules, Michelle, y Pierre. También se encontraban cuatro oficiales de la Coalición del Sur, y cuatro del Gobierno del Norte. O de lo que quedaba de esos gobiernos. Fue Sandra quien habló primero:
—Gracias a todos por venir. Estamos aquí reunidos para trazar un plan maestro para la humanidad. La situación es, como bien sabéis, desesperada, y necesitamos víveres, ropa, alojamientos, agua, y energía. Tenemos a nuestra disposición seis reactores de fusión que de momento nos permitirán mantener en marcha los sistemas hidropónicos, la potabilización del agua, y la generación de recursos básicos para la población. Pero hemos de entender que esos recursos no serán infinitos. Las pilas de fusión fuera del manto se han contaminado con la radiación nuclear, y no son estables. Tenemos, por lo tanto, que asumir un aspecto fundamental: debemos volver a una economía y a una sociedad preindustrial, donde la humanidad vuelva a cultivar la tierra, a la crianza en granjas, y al desarrollo de herramientas manuales. Hay reservas de grano para el cultivo, y animales que han sido traídos para crear nuevas granjas. Sin contar con los autóctonos de las islas.
—Estoy de acuerdo —comentó Pierre—. Yo puedo enseñar a la gente a construir sus propios recursos. Probablemente haya otros carpinteros, y especialistas en otras materias. Podríamos crear gremios.
—Eso suena bien —aseguró Sandra—. Quedas nombrado ministro de obras y servicios.
—¿Qué dices, Sandra? —Preguntó Pierre extrañado—. ¿Estás enferma?
—Estoy perfectamente. Tendremos que crear una estructura de gobierno nueva. ¿No te parece?
—Sí, pero los valores democráticos que siempre he defendido…
—Al diablo con la democracia. No podemos permitirnos esos lujos ahora. —Hubo algunas miradas y rumores. Pierre intervino:
—Sandra, perdona, pero precisamente eso suena a…
—A dictadura. Lo sé. Me da igual a lo que suene, Pierre. La humanidad está casi destruida. Probó con dictaduras, y con democracias, y en ambos casos fracasó. Los romanos nombraban a un dictador en tiempos de crisis. Ahora alguien tendrá que asumir ese papel. No es momento de democracias; es momento de decisiones rápidas y urgentes. Hay que salvar vidas, y no podemos establecer asambleas para cada decisión mientras la gente se muere de hambre, sed, y enfermedades. Hay bastantes niños que requieren cuidados importantes. Hay que establecer sistemas educativos nuevos, en nuevas escuelas, para los que están por venir o no han empezado los estudios. Hay que recopilar libros en papel de todo el planeta, y otros recursos materiales. Hay que crear un nuevo mundo. Y hay que hacerlo ya. Si lo hacemos bien, la democracia llegará por sí sola. Si no, podremos votar cómo extinguirnos. —Pierre se mantuvo en silencio unos instantes. Luego dijo:
—Estoy de acuerdo. Y cualquier te contradice, con ese carácter. —Sandra sonrió.
—Gracias, Pierre. Cuento contigo.
En ese momento, uno de los oficiales del Norte intervino:
—Bonito discurso. Ahora daremos nuestra opinión. Hemos estado hablando. Entre los miembros del Norte estamos organizando un grupo de gestión para esta crisis. El Norte prevalecerá. El Norte está primero, y esa es nuestra prioridad principal. No admitiremos injerencias externas, y tú desde luego no perteneces al Norte. Así que no estamos dispuestos a acatar ninguna instrucción que provenga de ti. —Un oficial de la Coalición del Sur intervino a su vez:
—Sandra es la responsable de que estemos vivos. Debemos prestarle nuestra confianza. Ella es la que ha dado sentido a un futuro de la humanidad.
—¡No estamos de acuerdo! —Exclamó el oficial del Norte—. ¡No permitiremos que una niña nos diga cómo hemos de gestionar nuestro futuro!
—¡Esta niña te ha salvado el cuello, estúpido! —gritó Herman.
—¡No la reconocemos! ¡Y queremos comenzar a separar a las familias del Norte que se encuentran con la del Sur, y organizar un grupo de trabajo propio que…
Sandra se levantó de un salto, y miró fijamente al oficial del Norte. Este calló. Sandra exclamó:
—¡No voy a permitir que se traslade la guerra a la última zona segura de la Tierra! Ni voy a permitir que se separen familias del Norte con las del Sur, ni que haya dos organizaciones que supervisen el desarrollo de los supervivientes. El Norte y el Sur ya no existen, ¿entiendes? ¡Ahora somos un solo pueblo! —Herman intervino. Miró al oficial del Norte, y comentó:
—Yo soy del Norte, si eso te preocupa tanto. He luchado mucho, y creo que ya está bien de guerras. Estamos vivos gracias a ella. Ella ha organizado todo esto. Ella ha hecho posible ese escudo de energía, que nos permite tener un halo de esperanza y de futuro. Y ella ha conseguido que el desastre evidente que era el fin de la humanidad se haya postergado. Como soldado del Norte, he odiado al Sur con todas mis fuerzas. Ahora, estoy dispuesto a olvidarlo todo, y crear un mundo nuevo, sin diferencias, sin bandos. Con Sandra al mando. Porque es la única que ha demostrado tener el coraje, la valentía, y la fuerza para hacerlo posible.
El oficial miró a sus compañeros. Luego miró a Sandra, y a Herman. Dirigiéndose a este último, sentenció:
—Lo repetiré una vez más: no vamos a reconocer a esta jovencita como líder de nada. Agradecemos lo que ha hecho aquí. Pero no le vamos a otorgar por ello ninguna confianza. Como éramos del Norte, tomaremos la isla del norte de Nueva Zelanda, como nuestro nuevo hogar. Y lo defenderemos con lo que tengamos.
El oficial saludó a Sandra, y terminó:
—Agradecemos lo que has hecho aquí. Pero ahora, seguiremos nuestro camino. Con nuestra gente. Podremos colaborar en aspectos puntuales, no lo niego. Pero nada más. Cada cual buscará su camino.
El oficial hizo un gesto a sus compañeros, y salieron de la sala de conferencias. Sandra se llevó las manos a la cara, en un claro gesto de desesperación. Luego miró a Herman, y a los demás, y dijo:
—No lo voy a consentir. No voy a permitir que volvamos, otra vez, a plantar la semilla de la discordia, y de la guerra. —Herman contestó:
—Yo estoy contigo.
—Yo también —añadió Jules.
—Y nosotros, por supuesto —intervino Pierre. Nadine comentó:
—En circunstancias normales, estaría de acuerdo con el oficial del Norte. Odín hizo mucho daño, muchísimo, a nuestro pueblo. Pero no son circunstancias normales, todo aquello ha acabado, y hemos de acabar con esta división. Además, me es imposible no estar al lado de Sandra.
—Gracias, Nadine. Vamos a terminar con esto. Pero antes tengo que preparar algo. Os convocaré para una reunión, mañana a primera hora. Podéis marchar.
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