Trabajo finalizado, era ya algo maniaco obsesivo terminar el relato. Siempre pienso que, cuando estoy a punto de finalizar un libro, va a ocurrir algo que podría impedirme temporalmente acabarlo, como morir o algo similar. Afortunadamente el texto ya está terminado.
Este es último fragmento del nuevo relato de la serie de “Alice Bossard: historias de una cibercriminal“, que sigue los hechos de Alice, probablemente la mejor amiga de Sandra, una de las dos protagonistas de la saga Aesir-Vanir. La primera parte puede leerse en este enlace.
Este relato está también disponible en Lektu y en Amazon, y pronto verá nuevas historias de Alice y Sandra complicándose la vida y armando líos allá donde van.
Este capítulo cierra la historia de «La cazadora y la presa». A todos los que la han seguido, muchas gracias por su interés.
La niña.
El aerodeslizador, con Sandra, Alice y Johan, llegó a la zona de las misteriosas segundas coordenadas enviadas por Dasha a Johan. Con el afán y la presión por liberarla de la prisión, aquella segunda fuente de información había quedado en segundo plano. Especialmente porque ni los mapas civiles, ni los de la GSA, mostraban ninguna característica especial. Eso había llamado poderosamente la atención de Sandra. Decidió que algo tan evidentemente sin sentido podría tener un gran sentido.
El aerodeslizador aterrizó en el punto de las coordenadas. Era una zona boscosa, con un pequeño claro, justo al anochecer. Los tres bajaron del aerodeslizador. Sandra lanzó su dron desde el brazo para reconocer la zona mientras decía:
—Si no vemos nada en quince minutos nos vamos.
—¿Y por qué Dasha mandaría estas coordenadas si no es por algún motivo? —Preguntó Alice. Johan respondió:
—Puede que fuese un problema con la situación. Estaba siendo detenida, y pudo mandarlo por error. Pero estoy de acuerdo con Sandra: merece la pena verificar en quince minutos la zona. Vamos a desplegarnos los tres unos cien metros. Mantened la comunicación abierta.
Los tres comenzaron a caminar en un ángulo de ciento veinte grados con respecto a los demás.
Alice vio una sombra que se movía a lo lejos. Caminó a paso ligero, y la sombra se trasladó. Alice se echó en el suelo en completo silencio.
Al cabo de unos segundos, notó una presencia que se acercaba. Se mantuvo inmóvil, quieta, como congelada, mientras la presencia se aproximaba. De pronto, se lanzó sobre aquella presencia.
—¡Te pillé! —Exclamó, solo para darse cuenta de que aquella presencia era la de una niña de unos cuatro años. Llevaba un sencillo vestido, y unos zapatos negros de tela.
—¿Qué haces tú aquí sola? —Preguntó.
—Me he perdido —susurró la niña con cara asustada.
—¿Y cómo llegaste aquí? ¿Con tus padres?
—No —respondió la niña sin decir más. Alice se comunicó con Sandra y Johan.
—Escuchad. ¿Habéis encontrado algo?
—Nada de interés —contestaron.
—De acuerdo. Yo sí he encontrado algo. ¿Podéis venir?
Sandra y Johan se acercaron hasta donde se encontraba Alice con la niña.
—La he encontrado dando vueltas por aquí —afirmó Alice—. Estaba merodeando sin rumbo por la zona. —Johan se acercó a la niña, y la observó. La palpó y midió sus constantes.
—¿Eres médico? —Preguntó Alice.
—No. Pero tengo conocimientos básicos de enfermería y primeros auxilios. La niña parece estar sana. ¿Puedes confirmarlo, Sandra?
—Así es. No parece tener ningún problema específico. Solo la desorientación, y una ligera deshidratación, que no ha de tener consecuencias.
Johan le dio agua a la niña de su cantimplora, la cual bebió con entusiasmo. Mientras tanto, Sandra observó el suelo.
—Vamos a seguir el rastro que ha dejado la niña. Lleva tú a la niña.
—¿Yo? —Preguntó Alice contrariada—. ¿Ahora tengo que hacer de madre? Llévala tú, que eres la seria y responsable del grupo, y le darás una educación superior, basada en la moral y la ética más escrupulosa.
—¡Alice! ¡Lleva la niña!
—Está bien… Siempre me toca a mí cargar con los paquetes.
Los cuatro comenzaron a caminar, mientras Alice llevaba a la niña de la mano. Al cabo de dos minutos, Sandra sentenció:
—He terminado mi análisis preliminar del ADN de la niña.
—Muy bien —afirmó Alice—. ¿Puedes compararla con la base de datos de ADN planetaria, para intentar localizar a los padres?
—No puedo. Mis sospechas se confirman.
—¿Qué sospechas? —Preguntó Johan.
—La niña también es un producto de la ingeniería de la GSA. No es humana, y ha sido creada, como aquella familia, con ADN artificial.
Alice miró a la niña. Esta a su vez la miró con miedo. Instintivamente, abrazó a Alice.
—¡No me dejes! —Suplicó la niña entre lágrimas. Alice respondió:
—No… no te preocupes. No te voy a dejar sola. Estarás conmigo. ¿De acuerdo?
—¿Me lo prometes? —Alice sonrió, y se emocionó ante aquel rostro aterrado. Respondió:
—Nadie te hará daño. Te lo prometo. ¿Cómo te llamas?
—Natasha.
—Es bonito. ¿Y recuerdas a tus padres, Natasha?
—No.
Sandra se acercó a la niña. Alice se volvió a ella, y le reprendió:
—¿Vas a hacerle un agujero en el pecho a la niña también? Porque te haré yo otro a ti en ese caso.
—Vaya, ahora ya no te parece un paquete. Y no. No lo voy a hacer. De momento. Tenemos que averiguar de dónde ha salido.
—¡Qué bien! Dejamos lo de liquidarnos para luego —Exclamó Alice. Johan intervino:
—No sé… La niña no es humana, de acuerdo. Pero tiene todas las cualidades de un ser humano. Dispararle a sangre fría, a una niña de unos cuatro años…
—Ha de hacerse —aseguró Sandra—. Es por su bien. —Johan negó.
—¿Por su bien? Mira, Sandra, no te niego que esta niña es el resultado de un experimento brutal de la GSA. Pero ahora es un ser vivo, consciente y con sensibilidad, que demuestra tener sentimientos.
—Son sentimientos artificiales —insistió Sandra—. No tenéis ni idea del peligro que podría suponer que esto se extendiera. Toda una raza de seres artificiales con aspecto humano controlados por la GSA para sus propósitos particulares. Ha de evitarse.
—No niego tu punto de vista —continuó Johan—. Pero no veo cómo esta niña en particular puede suponer un peligro para la Tierra y la humanidad.
—Esta niña no es un peligro para la humanidad; lo que representa, sí lo es.
—¿Y si lo discutimos luego?
—Estoy de acuerdo.
—¡Nadie tocará a esta niña! —terminó Alice. Sandra prefirió no decir nada.
Siguieron caminando, observando el rastro dejado por la niña, que acababa de pronto en un punto concreto. Sandra se acercó a ese punto, y examinó el suelo. Encontró una escotilla, que evidentemente había sido abierta hacía poco.
—La niña debió de salir de aquí —aseguró—. Es una escotilla que solo puede abrirse por dentro. Está controlada por un circuito de seguridad. Solo actúa desde el exterior.
Sandra trató de hackear el circuito. Finalmente, comentó:
—Me va a llevar varias horas abrir esto. Si abrimos la escotilla por la fuerza es muy probable que se conecten mil alarmas.
Alice se acercó a la escotilla. Colocó un pequeño instrumento a su lado, y extrajo su sistema móvil, que mostró los datos del sistema de seguridad de la escotilla.
—Es un sistema de seguridad cuántico de séptima generación —aseguró Alice mientras observaba los datos—. Un hardware muy caro y complejo para un simple escondite.
Alice estuvo cinco minutos manipulando la consola virtual, hasta que la escotilla se abrió.
—¿Cómo lo has hecho? —Preguntó Sandra asombrada.
—He reprogramado el software de control periférico que gestiona el mecanismo de la puerta, haciéndole creer que estaba abierta, cuando estaba cerrada. El mecanismo de cierre no tiene sistemas de seguridad por razones obvias, ya que cerrar la escotilla no es un peligro. Luego invertí la polaridad del sistema eléctrico, para que cerrar fuese abrir, y abrir fuese cerrar.
—Increíble —aseguró Johan—. ¿Siempre eres tan eficiente?
—Siempre, y en todos los campos. Si quieres, luego te lo demuestro.
—¡Alice! ¡Concéntrate! —Exclamó Sandra.
—Sí, mamá —respondió Alice con voz displicente. Johan se dirigió a la esclusa, pero Sandra le detuvo.
—Alto, héroe. Primero el dron. Luego yo. Y luego vosotros dos os arregláis cómo queráis.
El dron entró por la abertura, y conectó su sistema de visión ultravioleta e infrarrojos. Bajó hasta un pasillo estrecho, débilmente iluminado. Sandra bajó por la escotilla, luego pasó Johan, y finalmente Alice con Natasha, a la que llevaba en un brazo.
Una vez en el pasillo, fueron caminando hasta una apertura. En esta ocasión Sandra no tuvo problemas para abrir el portón. El dron entró.
—Cuatro guardias de la GSA en una sala de control. Fuertemente armados. Yo me encargo.
Johan iba a decir algo, pero Sandra irrumpió en la sala. Dos cayeron fulminados por el láser del dron. Los otros dos por el fuego del phaser de Sandra.
—Asunto arreglado —concluyó. Johan comentó:
—Podría haber usado mi jerarquía para despistarlos. Quizás sacarles información sobre lo que este lugar. —Sandra negó.
—No tenemos tiempo. Cada segundo cuenta. Terminaremos de ver de qué va todo esto, y nos iremos a la prisión. —Alice indicó:
—El objetivo de este subterráneo es algo que voy averiguar yo. Voy a hackear la computadora. Vosotros id a la sala anexa.
Alice se conectó a la computadora central de la instalación con ayuda de un pequeño receptor de señales portátil. Con esto consiguió acceso a la pantalla inicial, y comenzó a intervenir el sistema. Natasha, mientras tanto, se mantuvo detrás de Alice en todo momento.
Sandra y Johan pasaron por un largo conducto, con una flecha que indicaba «Almacén principal». Johan comentó:
—Impresionantes las cualidades y capacidades de Alice. —Sandra, sin dejar de caminar al frente, contestó:
—Sí. Muchas de sus características no son directamente explicables por la ciencia. Es evidente que nos queda mucho por conocer del ADN humano, y de la naturaleza en general.
—¿Es así con todo el mundo? Quiero decir, sus proposiciones…
—No, no con todo el mundo. Alice tiene que pagar un precio por sus cualidades innatas. Una de ellas es un metabolismo muy acelerado. Sus heridas curan en una cuarta parte del tiempo habitual, incluso menos. Su mente no trabaja por áreas, sino que está armonizada. El sexo no es más que una forma de escape de toda esa energía que almacena, y que tiene que procesar. Para ella no eres más que una fuente de gasto de energía vital que debe consumir.
—Vaya, pensé que lo nuestro iba en serio —dijo con voz temblorosa. Esta vez Sandra sí se volvió.
—No lo dirás en serio.
—Claro que no. No tengo nada en contra de ella. Es divertida. Y es capaz de romperme los brazos con un simple gesto. Y es atractiva. Pero, más allá de eso, no lo veo.
—Mejor para ti —aseguró Sandra, mientras seguía caminando—. Porque sus emociones son muy inestables en general. Aunque me ha sorprendido la pasión con la que defendía a la niña.
—Instinto de madre.
—Sí, es probable. Quizás sea una cualidad que tenga que explorar en el futuro, y que pueda darle cierta estabilidad emocional.
Ambos llegaron a una puerta cerrada magnéticamente. Sandra comprobó que no tenía alarmas, probablemente porque nadie esperaba que llegase allá, o porque Alice las había desactivado. En ese momento llegó Alice llevando a Natasha de la mano. Su cara era de gran preocupación.
—Creo que no nos va a gustar lo que hay tras esa puerta.
—¿Has desactivado cualquier alarma?
—Sí —confirmó Alice.
Sandra extrajo el phaser, e hizo un gran agujero en el portón de acero que daba acceso a la sala adjunta. Extrajo la pieza, y tiró de la manilla.
La sala.
Los cuatro entraron en una sala gigantesca. En cierto modo, a Sandra le recordó a aquella sala que había visto con Vasyl Pavlov en Canadá. Pero aquello era realmente distinto; muy distinto.
Colgados del techo, y con una estructura de acero sujetándolos, podían verse cientos de cilindros con cuerpos dentro. Se encontraban como congelados, e inmóviles. Alice habló.
—Según los datos que he podido ver en la computadora, este lugar es una granja de cultivo de seres humanos. Los traen aquí cuando han pasado la fase fetal. Los mantienen en suspensión mientras no son requeridos. Luego, cuando es necesario, los activan, los programan, y los mandan a la misión que se les haya encomendado. La familia de La Rochelle había salido de aquí hace poco, para un trabajo de campo con el fin de conocer hasta qué punto podría una familia pasar por real. Hasta ahora solo se habían usado individuos en solitario.
—Monstruoso —susurró Johan. Sandra añadió:
—Eso es exactamente lo que estoy intentando explicaros todo el rato. Esto ha de acabar. Y ha de acabar ya.
Caminaron por la sala, hasta que dieron con otra sala más pequeña. Entraron, y se llevaron una gran sorpresa.
Allá, atada a una camilla vertical, se encontraba Dasha. Su cabeza tenía conectada varias fibras ópticas, y sus brazos y piernas estaban sujetos por cintas de acero.
—Es Dasha, no hay duda —confirmó Sandra—. Puedo leer su serial, y este es irreemplazable. —Johan preguntó:
—¿Qué hace aquí? Todo el tiempo hemos pensado que estaría en la prisión. —Alice intervino:
—Quizás era el objetivo primario, y mandó esas coordenadas. Pero luego pudo ver, o leer, que iba finalmente a otro destino. Y por eso mandó estas segundas coordenadas.
—Es posible —asintió Johan. ¿Está muy dañada?
—No lo sé —dudó Sandra—. Habrá que llevarla a uno de nuestros laboratorios, examinarla, y ver si podemos recuperar sus funciones.
—Pues deprisa, porque esto se puede llenar de soldados de la GSA en un instante.
Sandra rompió las cintas con el láser del dron, y extrajo los cables de fibra óptica de la cabeza.
Salieron a la sala donde se encontraban los cuerpos artificiales.
La traición.
En ese momento, oyeron un gran ruido. Pronto, Sandra entendió lo que sucedía: el acceso a la sala se llenó de soldados de la GSA. Alice gritó:
—¡Estamos rodeados!
—Eso parece —aseguró Sandra—. No muevas un músculo. Esto va en serio.
—No pensaba moverme —aseguró Alice.
El que era sin duda el líder del grupo de la GSA que había entrado a la sala se acercó sonriente a los cuatro. Entonces Johan se acercó a aquel hombre. Se dieron la mano, y Johan, mientras se levantaba un escudo de energía entre ellos y Sandra y Alice, le dijo:
—Misión cumplida, señor. Están las dos en perfecto estado, como puede ver. Listas para ser retenidas.
—Excelente trabajo, oficial. Excelente. Tiene un ascenso asegurado, y un reconocimiento máximo por parte de toda la GSA.
—¡Maldito! —Gritó Alice—. ¡Sandra, mátalo! —Sandra negó.
—No puedo. El phaser podría romper el escudo, pero llevaría unos segundos, y acabarían con nosotras antes. Y le quité el nanoexplosivo de la médula espinal, por lo que no puedo acabar con él a distancia. —Alice puso una cara de enorme sorpresa.
—¿Qué? ¿Qué has hecho? ¿De verdad le quitaste el nanoexplosivo?
—Creía que era sincero. Al parecer, me equivoqué.
Johan se dirigió a Sandra y Alice. Sonrió, y dijo:
—Ya ves, Sandra. Al final tenías razón. No hay que confiar. Todas tus pruebas, toda mi palabrería, solo sirvieron para ablandarte. Ahora has caído en la trampa. Sabía que estas coordenadas te llamarían la atención. La trampa siempre estuvo aquí.
—¿Y por qué aquí?
—Porque te necesitamos. Como a Dasha. Sois androides con características muy especiales. Necesitamos averiguar qué os hace distintas a los demás androides. Y este es el lugar perfecto para estudiaros. Como hacemos con Dasha, y ahora haremos contigo. Evitamos peligrosos traslados. Y tenemos a las dos bajo control. En cuanto a Alice, hemos verificado sus capacidades para el ciberterrorismo, y analizado cómo actúa para entrar en nuestros sistemas. Ahora podremos crear defensas mejoradas para evitar futuras intrusiones. Ella, por supuesto, será convenientemente eliminada, cuando hayamos analizado su proceso evolutivo por completo. Y, en cuanto a la niña, era el elemento clave para atraeros a la escotilla. Una vez dentro, podríamos estar seguro de que ibais a estar rodeadas, sin posibilidad de escape. Ahora la niña será eliminada, una vez finalizada su función. Fin de la historia.
—Tú no tocarás a la niña —amenazó Alice.
—Yo haré lo que crea más conveniente. Además, tú yo teníamos una cita. ¿No es así?
Cambio de planes.
Alice iba a contestar algo no reproducible, cuando Johan se acercó a ella. Le guiñó el ojo de una forma muy rara, le lanzó un par de tapones de oído con una capa de grafeno protector y unas gafas, y le hizo una señal a un muro cercano.
—¡Sandra, detrás del muro! —Gritó Alice, mientras caía, y se ponía las gafas oscuras, y los tapones.
Al cabo de unos instantes, una fuerte explosión recorrió todo el lugar. Se trataba de bombas aturdidadoras de gran potencia, que dejaron a los soldados virtualmente sordos y ciegos durante varios segundos. Luego, comenzaron a oírse disparos.
Sandra y Alice salieron a la sala. Por varias escotillas podían verse soldados, también de la GSA, pero con un distintivo propio, disparando a los soldados que previamente habían capturado a ambas. El primero en caer fue el oficial superior que había felicitado a Johan.
Sandra extrajo el phaser, y comenzó a disparar, mientras gritaba:
—¡Fuego de cobertura! —Alice tomó un fusil de un soldado caído, y comenzó a disparar, mientras Sandra disparaba el phaser, y derribaba mortalmente a varios soldados de la GSA. En un lateral, tras una protección, vio a Johan, disparando también contra la GSA.
Pronto, la situación estuvo controlada. Las bombas aturdidoras habían sido muy efectivas. El ruido de fuego se calmó. Sandra se acercó a Johan, y le dijo.
—Prométeme que nunca juegue contigo al póker. —Johan rio, y contestó:
—¡Te lo prometo!
—Así que, al final, eras un agente doble.
—Era el único modo, Sandra. Teníamos que descubrir a los agentes y al oficial directamente encargados de esta operación. Y acabar con ellos. Todo tenía que parecer real. Tenía que hacer creer a mi superior que estaba decidido a cazaros. Solo así podrían atraparos, para que les pudiésemos atrapar a ellos. Siento las molestias y las manipulaciones, de verdad. Pero aquí hay mucho en juego.
—No me importa. Pero yo podría haber dejado en tu médula el nanoexplosivo.
—Lo sé. Y yo ahora estaría muerto. Pero eso no hubiese cambiado la situación. Mi grupo de combate habría actuado igual. Tenía que arriesgarme, Sandra. Esto es más importante que mi vida. O que la tuya, o la de Alice. Está en juego la humanidad. Supongo que estarás de acuerdo.
Sandra no pudo dejar de sorprenderse ante la frase de Johan. Este continuó:
—Aunque me hubiese matado el nanoexplosivo, el ataque de mis hombres que siguen nuestra causa contra la GSA se hubiese mantenido. Esa era mi prioridad. Hay que terminar con esta locura ya.
—Dasha me dijo que podría organizar un grupo de combate para situaciones así. Le dije que era mejor actuar solas las dos. Creo que Dasha tenía razón.
—Ambas tenéis razón, Sandra. Depende del momento, y del lugar.
—Es probable que tengas razón.
—Siempre la tengo.
—Ya empiezas a hablar como Alice.
Johan rio.
El jefe del grupo de asalto que había liberado a Sandra y Alice se acercó a Johan. Le saludó militarmente.
—Señor, todo el personal de la GSA ha sido eliminado. La zona está asegurada. Gracias a Alice tenemos los nombres del personal que conoce este experimento con el ADN artificial. Ahora podremos ir a por ellos. Podremos hacer públicos estos experimentos. Y detener a los responsables.
—»La zona está asegurada» —dijo Alice con sorna. Johan rio de nuevo.
—Clement, esta es Alice Bossard. La mente brillante que ha hackeado las computadoras, y la entrada. Algo increíble. Por no hablar de que ha sabido caer en la trampa como toda una profesional.
—Muy gracioso —le espetó Alice.
—Y esta es Sandra. También ha caído en la trampa. ¿A que es genial?
Clement se acercó a Sandra con gesto serio. Finalmente, dijo:
—Sandra, es todo un honor conocerte por fin. He sabido de ti, y te he admirado desde la distancia, desde hace mucho tiempo.
—Uy, eso suena a «¿quedamos para cenar?» —comentó sonriente Alice. Sandra la miró con cara de circunstancias, se volvió a Clement, y respondió:
—Gracias, Clement. El honor es mío. Gracias por sacarnos de esta situación.
—Ha sido un placer. Todo por ayudar a Dasha, y a Alice, y a ti. Habéis actuado de tal forma que hemos terminado, en muchos aspectos, con esta operación de la GSA. Tenemos que terminar con estos experimentos. —Sandra asintió.
—No podría estar más de acuerdo. Y lo vamos a hacer. Clement, dile a tus hombres que salgan a la superficie. Tú también, Alice. Y tú, Johan. —Este le preguntó:
—¿Qué vas a hacer?
—Precisamente lo que acabo de afirmar: voy a acabar con este experimento. Con fuego. —Johan asintió.
—Estoy de acuerdo. Pero lo que te dije de que son seres humanos, eso era verdad. Por eso, precisamente, hay que acabar con esta locura.
—Lo sé.
—¿Y… la niña? —Entonces intervino Alice.
—¡La niña no se toca, Sandra!
Sandra miró a Natasha que, asustada por todo lo visto, se escondía detrás de Alice. Finalmente, dijo:
—Alice, sube tú también con la niña. Y ponle algo de abrigo. Afuera hace fresco.
Alice asintió. Se llevó a la niña, y todos fueron saliendo.
Una vez despejada el área, Sandra llenó la sala con una solución pura de oxígeno. Luego, se acercó a la salida. Miró, antes de salir, a uno de los cilindros que tenía enfrente.
Era una mujer. Esta, de pronto, abrió los ojos. Miró a Sandra, con una cara de desesperación. Comenzó a golpear el cristal. Intentaba decir algo. Pero no se oía nada tras el cristal.
Sandra la observó unos instantes, mientras la mujer trataba de salir. Luego extrajo el phaser, y disparó al techo.
La atmósfera explosionó, y los cilindros comenzaron a arder, uno tras otro, y a caer al suelo. Sandra pudo ver cómo el cilindro de aquella mujer se desintegraba, mientras seguía intentando salir.
Pronto, cerró la esclusa, y salió corriendo a la superficie. Se escucharon varias explosiones, que cesaron al cabo de unos minutos.
El fuego consumió los cuerpos. Cualquier forense creería que eran cuerpos humanos. No podría distinguirlos del ADN artificial. Pero los datos ya estaban expuestos. Y, la operación de la GSA, acabada.
Sandra nunca terminó de olvidar el rostro de aquella mujer. Sus golpes. Y su desesperación… Tendría que vivir con ese recuerdo toda su vida.
Despedidas.
Los hombres de Clement y el mismo Clement se retiraron. Su seguridad estaba prácticamente garantizada. Sin embargo, en el caso de Johan, las cosas eran distintas.
—Bueno, ha sido una experiencia interesante.
—¡Ya lo creo! —Exclamó Alice.
—Mi carrera se ha acabado. Pero eso era previsible si todo terminaba bien.
—Encontrarás algo. Seguro.
—Sin duda.
—¿Y el topo?
—Fui yo quien le descubrió intentando acceder a la información. Teníamos que eliminarlo. Vendía cualquier tipo de información. Podría hacernos mucho daño en el futuro.
—Entiendo.
—¿Cómo está Dasha? —Sandra respondió:
—Tras un examen rápido, creo que se recuperará. Nos la llevamos en el aerodeslizador. No hay daños permanentes. Pronto podremos reactivarla. ¿Y tú? ¿Tienes alguna idea de lo que vas a hacer? —Johan sonrió, y contestó:
—Bueno, parece ser que, al final, mi vida de fugitivo se ha convertido en una realidad. Pero no os preocupéis. Desde el primer instante sabía dónde me estaba metiendo. Ahora marchad. La zona está «comprometida» —comentó, mientras guiñaba un ojo a Alice, en señal de un nuevo uso de «palabras de gente no normal». Alice no pareció muy alegre.
—Esperaba volver a verte —susurró. Johan asintió.
—Volveremos a vernos, Alice, te lo prometo. Y podrás llevarme por el aire como si fuese un saco de patatas.
—Eso espero.
Johan se acercó a uno de los aerodeslizadores militares armados que habían sido trasladados a la zona por los soldados de asalto.
—Me quedaré un rato, para controlar vuestra salida. Vamos, marchad.
Sandra se acercó a Johan. Le dio un abrazo, y luego un beso en los labios.
—Vaya, qué suerte, las dos chicas para mí.
—No te hagas ilusiones —advirtió Sandra—. Pero has sido todo corazón, y has evitado que un terrible experimento siguiese adelante. Al menos de momento. Y nos has ayudado, dando un golpe brutal a la GSA, que es siempre nuestro objetivo primario. No te olvidaré. Incluso yo podría tener una aventura sexual contigo. —Johan rio, mientras Alice, detrás, exclamaba:
—¡Eh, ponte a la cola, él es mío!
Johan le dio la mano a Sandra sonriente. Luego se volvió, y saludó, mientras Sandra, Alice, y la pequeña Natasha partían para un refugio, con Dasha detrás.
Al cabo de un par de minutos, mientras Johan pensaba en todo lo ocurrido, apareció una figura. Era una dama, de unos ochenta años, de pelo blanco. Se dirigió a Johan. Este se volvió. La dama dijo:
—Operación terminada con éxito.
—No ha sido fácil —aseguró Johan.
—Por supuesto. Pero estaba segura de que harías un trabajo excelente. Ni qué decir tiene que tu puesto en mi organización está asegurado.
—Es bueno saberlo.
La dama le dio una tarjeta con una imagen de un cubo rodeado de tres octógonos. Johan miró la tarjeta. Tenía su nombre. Sonrió.
—Gracias. Es un honor, señora.
—El honor es mío, Johan. Y puedes llamarme Leena.
—De acuerdo, Leena.
Ambos subieron al aerodeslizador, con un piloto que acompañaba a Leena, y que se había mantenido a cierta distancia.
—Vamos, Peter. Tengo prisa.
—Tú siempre tienes prisa —comentó el piloto.
Epílogo.
Sandra estuvo dos días trabajando sobre Dasha. Finalmente, esta abrió los ojos. Se encontraba en una mesilla de operaciones. Miró a Sandra. Esta comentó:
—Aún no puedes moverte. Pero es temporal. Unos minutos. —Dasha asintió.
—Gracias por salvarme, Sandra.
—Tú habrías hecho lo mismo conmigo. Pero no vuelvas a ocultarme nada.
—¿Ocultarte el qué?
—Ya lo sabes: Johan. —Dasha sonrió.
—Hizo su trabajo. Acabo de recibir su informe contándome todo lo que pasó. Impresionante.
—Sí. Lo que no entiendo es por qué tuvisteis que organizar todo ese lío. —Dasha asintió.
—Lo entiendo, Sandra. Era importante actuar de forma realista. Johan debía parecer un ambicioso oficial al servicio de la GSA, y no un doble agente. Llevábamos tiempo buscando una oportunidad de averiguar dónde se cultivaban a esos seres. Pero teníamos que hacerlo de una forma indirecta. Cuando me comentaste lo de esa familia, sabíamos que iban a intervenir fuerzas especiales de la GSA, que conocerían el paradero del centro de cultivo.
—Por eso te dejaste atrapar.
—Exacto. Que me atraparan era condición esencial. Johan sabía que teníamos que dar un golpe muy duro a la GSA. Cuando me llamaste, y me contaste el plan para analizar a aquella familia, supimos que esto preocuparía en gran manera a la organización. También sabíamos que buscan androides avanzados, para usarlos como materia de estudio para mejorar la programación mental que integran en esos seres. Yo era una pieza codiciada. Tú también. Eso, y el grupo de asalto de Johan, harían el resto. Alice y tú presentasteis una oportunidad de conseguir entrar en contacto con esa división de la GSA que estaba promoviendo los experimentos. Salió bien.
—Entiendo. Hiciste de cebo.
—Básicamente. Por eso te dije lo del equipo. Y sabía tu respuesta. No te podía contar que ya existía un equipo de apoyo para ti y para Alice.
—¿Y los dos códigos de localización?
—El primero era muy evidente: el centro de detención. El segundo no tenía sentido. Sabía que te llamaría la atención. Lo obtuve cuando informaron del lugar al cual me llevaban, que era el mismo centro donde cultivaban a esos seres. Las coordenadas eran un cabo suelto frente a una obviedad evidente. Eso te haría inclinarte por la opción de las coordenadas desconocidas.
—Podría haberlas ignorado.
—Sí. Pero no lo creía factible. Johan tampoco. Y es entonces cuando aparece Alice.
Alice, que escuchaba detrás, frunció el ceño.
—¿Yo? Yo no hice nada. —Dasha rio.
—¿Nada? Acabo de leer el resumen que me ha mandado Johan. Solo tú podías romper la seguridad y analizar los datos de la computadora de aquella sala, y darnos todos los informes de los experimentos. Fechas, nombres, etc. Todo para que aparezcan a la luz en todos los informativos con nombres y apellidos. Solo tú podías abrir la escotilla, y romper la seguridad del centro de cultivo. Sin ti, todo esto no habría sido posible. Y solo tú encontraste la señal del nodo a las computadoras internas de la GSA en aquella familia artificial. Sin eso, nunca habríamos podido iniciar el plan. Ahora dime si no eres protagonista de esta historia.
—Vaya, soy más importante y grande aún de lo que pensaba.
—Ya lo creo —asintió Dasha. Por fin pudo levantarse, y dijo con voz triste:
—Bueno, me voy ya. Gracias por todo, Sandra y Alice. Sois geniales.
—Cuídate, Dasha. Y no me vuelvas a meter en un lío como este.
—Ya veremos. No te prometo nada.
Dasha se dirigió a Natasha. Le hizo un gesto en el pelo mientras jugaba. Luego miró a Sandra, y preguntó:
—¿Cuánto tiempo le queda a la niña? —Sandra alzó los hombros levemente.
—Dos años. Puede que tres. —Alice preguntó:
—¿Tres años? ¿Para qué? —Sandra la tomó de los hombros, y respondió:
—Natasha no es un ser humano. Su proceso de crecimiento rápido la hará tener unos veinte años aparentes dentro de tres años. Para entonces, su cuerpo estará invadido por el cáncer. Morirá sin remedio. Y con una lenta, larga, y dura agonía.
Alice se quedó muda. Miró a la niña, que seguía jugando. Luego se volvió a Sandra.
—¿No se puede hacer nada? —Sandra negó.
—El ADN es artificial, con errores importantes. Esto provoca fallos en la replicación celular, fallos que dan lugar al cáncer. Todos esos seres seguirían ese curso, de dejar que vivan. —Alice asintió:
—La tendré mientras esté bien. Luego… —Sandra asintió.
—Claro. Estará con nosotras. Mientras sea posible. Llevará una vida feliz. Luego… no dejaremos que sufra.
—Estoy de acuerdo —comentó Alice, con un nudo en la garganta. Dasha, que estaba detrás, comentó:
—Es lo mejor. El tiempo que viva, será muy feliz. Estoy segura. Ahora debo irme.
Dasha se abrazó a Sandra, y luego a Alice. Marchó en un aerodeslizador.
Luego, Alice se sentó en la mesa. Miró a Sandra, y dijo:
—Al final acabaremos con la GSA. Lo juro.
—De momento les hemos dado un buen golpe.
—Con algo de ayuda. —Sandra asintió.
—Sí. A veces es bueno tener ayuda. Incluso cuando crees que no la necesitas.
—Sí. Pero no podemos abusar.
—Estoy de acuerdo.
Se hizo un silencio, que rompió Alice.
—¿Qué hay de cenar?
—Yo no soy tu esclava.
—Claro que no. Eres mi sirvienta.
—Te voy a dar yo a ti sirvienta.
—Sandra, no podremos volver a la casa de La Rochelle.
—Lo sé. ¿Te gusta Nueva Zelanda? Tengo una casita allí.
—Me encanta la idea. ¿Cuándo salimos?
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