Este es un nuevo relato de la serie de “Alice Bossard: historias de una cibercriminal“, que sigue los hechos de Alice, probablemente la mejor amiga de Sandra, una de las dos protagonistas de la saga Aesir-Vanir. La primera parte puede leerse en este enlace.
Este relato estará también disponible en Lektu y en Amazon, y pronto verá nuevas historias de Alice y Sandra complicándose la vida y armando líos allá donde van.
Sin embargo, como habrán podido comprobar quienes hayan leído los dos primeros fragmentos, u otros relatos de Sandra y Alice, el humor y la comedia se combinan a veces con situaciones duras y difíciles. Estos relatos pretenden ser ligeros, pero solo hasta cierto punto. Siempre tendrán, como todo lo que intento escribir, cierta introspección y análisis social. Que lo consiga, eso ya lo dejo en manos del lector que, como siempre, tiene la última palabra.

Una visita inesperada.
Alice y Sandra comenzaron a removerlo todo en la casa, con la ayuda del dron, que con el láser abría los armarios como si fuesen de papel. Alice comentó:
—No sé si podré sacarme de la cabeza nunca esos cuerpos de esa familia, hundidos en su propia sangre.
—Lo entiendo —comentó Sandra con voz comprensiva—. Pero no debes culparte; Esos seres no eran humanos. Tú sí eres humana, aunque tu ADN esté alterado.
—Menos mal. ¿Me volarías el pecho con tu phaser si fuese una de esas… personas?
—Probablemente.
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho: porque no son seres humanos, Alice. Son producto de un experimento ilegal.
—Pero hablan.
—Los loros también hablan.
—No me tomes el pelo, Sandra. Lo digo en serio. Tú eres una máquina. Y hablas. Pero no te vuela el pecho nadie.
—¿Cómo que no? La GSA, en cuanto tenga la más mínima oportunidad, después de intentar sacarme todos los secretos sobre la Operación Folkvangr. Y repito una vez más: no son seres humanos. Lo parecen. Pero son seres artificiales, cultivados, con una sola misión: obedecer a sus creadores.
—¿No podrían esos seres ir más allá de esa obediencia, y convertirse en verdaderos seres humanos?
—No, Alice, no funciona así. Su ADN alterado es completamente artificial. Les permite crecer muy rápido. Pero es muy inestable. Generará diferentes tipos de cáncer en dos o tres años desde la edad adulta. No son humanos. Deja de pensar en ellos como personas. Te lo parecen, pero no son más que una monstruosidad de la GSA.
—Como yo —suspiró Alice.
—No quería decir eso, Alice. Tú, como he dicho, eres humana. Tienes toda una vida por delante. —Alice asintió.
—Solo espero que sea así. De verdad.
—Será así. Juntas lo conseguiremos.
Se hizo un silencio, que Alice rompió al cabo de dos minutos.
—Por cierto: no hemos «asegurado la casa» como te gusta decir en plan película de espías.
—No es necesario; ya la he revisado con el dron. No hay nadie. Y date prisa; tenemos menos de quince minutos.
—¿Por qué quince?
—Porque la GSA puede tener unidades cercanas, agentes especiales, pero no militares. Y saben que no pueden arriesgar a un agente contra mí. O contra ti. Las unidades militares con armamento pesado están acuarteladas, y por mucho que quieran, entre que se organizan, se despliegan, y llegan, tardarían unos veinticinco minutos desde el puesto más cercano, en Nantes. Diez minutos de seguridad para salir de aquí.
—¿Siempre lo tienes todo tan controlado?
—No siempre; por ejemplo, vivo contigo.
Alice asintió sonriente, mientras seguía buscando alguna pista.
De pronto, las dos se quedaron congeladas. Se oyó un ruido en la puerta. Sandra extrajo el dron, que salió por una ventana, se elevó, y se colocó en un lateral.
—Un oficial de la GSA militar —susurró Sandra, señalando con el dedo a la puerta. Alice, igualmente con un susurró, contestó:
—¿Y los quince minutos?
—Sería una unidad desplazada a esta zona previamente. Pero es muy raro. Aparentemente está solo. Hay que confirmarlo.
Ambas se colocaron en el lateral de la habitación en la que estaban. El oficial de la GSA entró. Sandra comprobó que estaba efectivamente solo, algo extremadamente raro. Un oficial militar de la GSA siempre llevaba como escolta al menos a cuatro hombres fuertemente armados.
Sandra lo vio demasiado fácil. El oficial de la GSA no llevaba escolta. No tenía más que un arma secundaria en el cinto. Y no tenía un seguimiento de seguridad por parte de drones externos. Así que decidió que era el momento de actuar. Extrajo el dron y el cañón phaser, y se colocó delante del oficial. Se lanzó sobre él, y lo derribó con un barrido en el pie, para luego colocarse encima, con el láser del dron apuntando a su frente. Finalmente, dijo:
—¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí, solo y sin escolta? ¡Habla! —El oficial, algo conmocionado por la caída, tardó unos segundos en contestar, mientras Alice observaba la escena detrás. Sandra repitió:
—¡Habla!
Finalmente, el oficial de la GSA habló:
—¿Sandra? ¿Eres tú? Y esa de atrás debe de ser Alice. Supongo, claro.
Alice y Sandra se miraron extrañadas. Esta le inquirió:
—¿De qué va todo esto? ¿Dónde están tus hombres de escolta? ¡Si esto es una trampa, te romperé el cuello!
—No, no es una trampa… Si dejases de apretarme la garganta con la rodilla…
Sandra rebajó un poco la presión. El oficial respiró pesadamente.
—Gracias. Esto de respirar es algo grande.
—No respirarás mucho más, si no hablas.
—No lo creo. No puedes matarme sin una causa justificada y clara. No la tienes, al menos de momento. —Alice intervino:
—Pero yo no necesito justificarme —aclaró.
—Ya. Pero tú no eres una androide de combate. Y tienes una ética, y una moral que quieres respetar. —Alice se sorprendió:
—¿Cómo pretendes saber tanto de mí?
—Porque es mi trabajo saberlo todo de vosotras. Mi misión es encontraros. Y destruiros. A las dos. Es mi primera prioridad, que me han asignado de forma prioritaria en la GSA.
Sandra se extrañó ante tal confesión. No era normal en un oficial. Al menos, no de forma tan rápida. El oficial continuó:
–Sandra, quítame el arma, y déjame levantarme. No podría nada contra las dos. O contra una de vosotras. Ya lo sabéis.
Sandra le quitó el arma, y la tiró lejos. Entonces permitió que el oficial se levantara. Este asintió ligeramente, y se presentó.
—Bien, ahora que ya nos hemos saludado, soy Johan Clement, oficial de primer grado de la Global Security Agency, asignado a la misión de localizar y destruir a una peligrosa ciberdelincuente llamada Alice Bossard, y a su amiga androide, Sandra. A cualquier precio, con cualquier medio disponible. Todas las demás prioridades son secundarias. Para tal objetivo, la pérdida de vidas civiles está permitida. La pérdida de bienes por cualquier valor está permitido. Ese es mi objetivo, acabar con vosotras, que me reportaría grandes beneficios y ascensos en mi carrera.
—Pues parece que no va a haber suerte —aclaró Alice.
—No. Porque yo soy, aunque os pueda parecer raro, amigo de Dasha. Y, aunque os suene más raro, soy un devoto seguidor de vuestras metas y objetivos contra la GSA.
Sandra y Alice se miraron de nuevo. Johan, mientras tanto, parecía imperturbable. Sandra insistió:
—¿Amigo de Dasha? No me lo creo. Vas a venir con nosotras. Probablemente estás esperando a tu equipo para capturarnos.
—Vamos, pues —respondió Johan—. De momento, estoy de acuerdo en que hay que salir de aquí. Este área está comprometida.
—¡Otro que habla como en las pelis de espías! —Se quejó Alice.
—Sí. Pero es la verdad. Llevadme a cualquier lado. Luego os contaré algo. —Sandra le colocó el phaser en la cabeza y exclamó:
—¡Nos lo vas a decir ahora! ¡Y no tengo que matarte para hacerte hablar, tengo otros trucos en mi cartera! —Johan respondió rápidamente:
—¡Está bien, está bien! ¡Soy amigo de Dasha, como ya os he dicho! Pero, mucho más importante: sé dónde está.
—¿Lo sabes? ¿Cómo?
—Lo sé, porque ella y yo nos conocemos, y tenemos plena confianza el uno en el otro.
—¿Se fía de ti? ¿Y por qué tendría que creerte?
—Porque lo que he dicho es cierto: soy un seguidor de vuestros principios y fines, y Dasha me avisó de que venía para aquí. Y quería que le diera cobertura encubierta. Es decir, vigilar que no le pasara nada. —Sandra asintió:
—Ya. La historia de siempre: el vigilante que vigila al vigilante. Y que ve cómo su vigilado se pierde.
—Eso es. Precisamente lo que ha ocurrido con Dasha. Yo estaba cerca, y pudo mandarme un mensaje en una frecuencia ultraalta que pude captar. Eran unas coordenadas: el centro de detención de la GSA, al sur de París. Y otras coordenadas, que desconozco, y no sé a qué refieren.
Alice se acercó a Johan. Este era algo más alto que ella, de cabello castaño claro, y ojos marrones.

—¿Tú eres amigo de Dasha? ¿De verdad?
—Sí. Colaboramos juntos en un par de misiones. —Alice alzó las cejas, sorprendida.
—¿Colaborasteis? ¿En dos misiones? ¿Dasha, con la GSA? ¡Eso es imposible! —Sandra intervino:
—No lo es, Alice. Recuerda que yo colaboré con la GSA tiempo atrás. De hecho, mi antigua superior, Leena, sigue colaborando con la GSA en algunas ocasiones. Cuando los intereses de ambas organizaciones, los de Leena y los de la GSA, son similares.
—¡Esto es increíble! —comentó Alice con ira—. ¡Colaboración con esos monstruos, que nos convierten en experimentos! —Johan asintió:
—Es cierto. Recuerda que la GSA es una organización gigantesca. Tiene divisiones cuyos objetivos son coherentes y con buenas intenciones. Pero su división de biotecnología, Genlife, es un monstruo que está llevando a cabo obras totalmente injustificables. Es ahí donde yo comencé a ver que todo eso debía acabar. Y fue cuando me dieron vuestra información para eliminaros. En el momento en el que entendí que vuestro trabajo era descubrir a la GSA y sus experimentos, fue cuando entendí que no debía trabajar contra vosotras, sino a favor de vuestra causa.

—Muy noble— aclaró Sandra—. Pero no me lo creo.
—¿Y por qué vengo solo? ¿Por qué inventarme toda esta historia?
—No lo sé. Pero de la GSA se puede esperar cualquier cosa. Ahora tenemos que irnos. Y no te importará que te trate como a un prisionero.
—Lo entiendo, Sandra —confirmó Johan—. Pero deberás confiar en mí. Liberar a Dasha en la prisión donde está es imposible sin un plan. Aquello es una fortaleza.
Alice se acercó a Johan. Lo observó un momento, y se volvió a Sandra diciendo:
—Creo que podemos confiar en él.
—¿Por qué?
—Es mono.
—¡Alice! ¡Te he dicho mil veces que no confíes en nadie hasta estar segura de que ha probado su lealtad!
—Ya, pero da pena. Tan solito en el mundo. Con esa carita triste…
Alice se volvió a Johan, lo sujetó de las solapas de la chaqueta, lo levantó en el aire con una fuerza que dejó helado a Johan, y le advirtió:
—Eso sí: dame un solo motivo para dejar de confiar en ti, solo uno, y yo misma te sacaré los intestinos por la boca con unos alicates. ¿Ha quedado claro? —Alice lo dejó de nuevo en el suelo. Johan tragó saliva, y contestó:
—Perfectamente claro.
El topo.
Sandra y Alice caminaron hacia el aerodeslizador de esta, que había llegado automáticamente a solicitud de Sandra. Subieron a bordo, salieron a toda velocidad hacia el este, con Sandra a los mandos, Johan a su izquierda, y Alice detrás. Johan dijo:
—Unidades de combate se han desplazado a la casa, y llegarán en pocos minutos. Saben que habéis huido, pero saben que no conocéis la naturaleza de esa familia artificial de la casa. Y que no habréis encontrado pistas.
—No había nada de interés —aseguró Sandra—. Solo lo habitual en una casa: facturas, deberes de los niños… parecía todo incluso demasiado normal, demasiado directo. —Johan asintió.
—Sí, ese es el problema de la GSA: todo es demasiado convencional en sus operaciones. Cuando nada se sale de lo normal, puedes concluir que eso en sí es una anormalidad.
De pronto Sandra sonrió, y puso la mano sobre la mejilla de Johan. Este la miró sorprendido, solo para caer en un profundo sueño en unos segundos. Sandra le había inyectado un tranquilizante, para que no pudiera reconocer el destino a donde se dirigían. Cambió de rumbo inmediatamente, mientras Alice susurraba:
—Sandra, tus caricias son siempre fascinantes e impredecibles.
El aerodeslizador aterrizó a unos ciento veinte kilómetros al este de París, en uno de los pequeños escondites que ambas tenían preparados para emergencias. Sandra inyectó otro compuesto a Johan para anular el efecto del tranquilizante.
El portón del aerodeslizador se abrió, y Alice sacó a pulso a Johan del asiento del copiloto. Luego le colocó bien la chaqueta, mientras decía:
—¡Venga, guapo, despierta! ¡Ahora nos vas a contar todo lo que sabes, o me voy a enfadar!
Johan ya sabía que Alice tenía una fuerza superior a la habitual, pero la anterior demostración, y aquella, levantarlo como si fuese un simple saco de arena, le dejó todavía más helado.
Los tres entraron en el refugio simulado, y pronto Alice estaba sirviendo un café a Johan, que estaba sentado en una silla, junto a una mesa. Mientras lo hacía, le sonrió, y le dijo:
—Espero que no te haya asustado con mi pequeño gesto de levantarte en el aire, cuando te saqué del aerodeslizador.
—Bueno, solo un poco —aseguró Johan con una media sonrisa.
—Eso está bien. Porque no has visto nada todavía. Por tu bien espero que no nos estés engañando.
Sandra se acercó a Johan. Este volvió a tragar saliva, mientras se sentaba a su lado, mirándole de frente.
—Bien, tengo para ti buenas y malas noticias.
—Qué bien —susurró Johan—. ¿Empezamos por las buenas?
—No creo, de momento, que nos estés mintiendo. Tus parámetros biomentales parecen estables y correctos.
—Genial. ¿Y las malas?
—Que esos parámetros no son precisos al cien por cien. Pero tenemos que sacar a Dasha de la prisión. Así que, mientras dormías, te he colocado un nanoexplosivo en la médula espinal.
—¿Qué?
—Es seguro, no te preocupes. No estallará de forma no premeditada. Pero está integrado con tu médula. Si se pierde el contacto, estalla. Si intentan extraerla quirúrgicamente, estalla. Si se intenta manipular, estalla. Y, si pasan más de seis horas sin que yo reinicie el contador que lleva integrado, estalla. El resultado es muerte instantánea. No pretendo hacerte sufrir si nos estás mintiendo.
—Genial —susurró Johan.
—No es nada personal, compréndelo. Pero hemos tenido nuestros grandes aliados, que luego nos quisieron vender al mejor postor. Tenemos que cuidarnos. —Alice añadió:
—Solo somos dos jovencitas desamparadas, ¿ comprendes?
—Perfectamente.
Alice se acercó a Johan. Le dijo:
—No te agobies, Johan. Sandra casi nunca hace explotar el nanoexplosivo al final de una misión. En general, suele liberar a sus víctimas. Es una buena chica.
—Es estupendo saberlo —confesó Johan, mientras notaba cómo el sudor le envolvía la frente.
—Buen chico —afirmó Alice sonriente. Sandra continuó:
—Bien, Johan, vamos a dejarnos de historias. Como digo, esto no es nada personal. Tú harías lo mismo en nuestra situación: asegurarte de que lo que dices es cierto. Y volarte el cráneo a la menor sospecha de que actúas contra nosotras es una medida de prevención oportuna. ¿No te parece?
—Estoy de acuerdo —confirmó Johan.
—Genial. Ahora cuéntanos tu plan de rescate. Si es que tienes uno. Sino, dime cómo podemos organizar un plan de rescate.
—La prisión es una fortaleza. Pero eso ya lo sabes.
—Sí, lo sé.
—Yo tengo cierta autoridad, pero es ridículo que pueda usarla para sacar a Dasha de allí.
—Eso también lo sé. Sigue.
—Lo importante, por lo tanto, es que podamos asegurar que no destruyen a Dasha. Para ello, hay que hacerles creer que lo sabéis todo de la familia de La Rochelle. Que sabéis qué hacían allá, cuál era su misión, y por qué estaban conectados mediante un enlace directo a las computadoras cuánticas internas de la GSA.
Sandra asintió. Sin embargo, fue Alice la que habló:
—Nosotras no tenemos ni idea de todo eso. No sabemos nada de esa familia artificial, ni por qué estaban allí… nada.
—Yo tampoco lo sé. Pero puedo hacerles creer que vosotras sí lo sabéis. Que habéis averiguado todo sobre la operación que llevaban a cabo en La Rochelle con esa familia. Y que lo publicaréis todo si Dasha no es liberada. —Alice preguntó:
—¿Cómo van a creer eso, si no sabes ni tú mismo lo que se pretendía con esa familia?
—Porque previamente averiguaré qué objetivo tenían, qué querían conseguir colocando a esa familia sintética en aquella posición, en aquella casa. Para ello, tengo un contacto en la GSA. Directamente no puedo consultar los datos de la operación. Pero alguien, desde dentro, puede pasarme esa información.
—Entiendo —comentó Alice—. Es un topo dentro de la GSA.
—Algo así. Es leal a la GSA. Pero tiene una debilidad por el dinero, y por llevar una vida de lujo. Obtener la información no va a salir gratis, al contrario; a cambio de un precio, consigue los datos que se le piden. Eso costará caro, os lo aseguro. Muy caro. Pero tendré los datos.
—¿El informador es de fiar?
—Sí. Como digo, es caro, pero se compensa con su fiabilidad como informador.
Sandra se mantuvo en silencio un instante. Luego dijo:
—Está bien. ¿Qué necesitas?
—Contactar y confirmar el precio. Ya había hablado con él previamente. Solo quedaba el precio.
—Qué previsor —indicó Alice.
—Procuro adelantarme a los acontecimientos. Siempre que sea posible.
—Llama a ese contacto —ordenó Sandra—. Y recuerda: monitorizaré cada bit de información de la comunicación.
Johan contactó con aquel topo de la GSA. Al cabo de unos instantes, miró a Sandra, y dijo:
—Dos millones —señaló Johan. Alice intervino:
—¿Dos millones? ¡Con eso podría montar yo mi propia revolución! —Sandra le hizo un gesto, y respondió:
—Medio millón. Y dos millones y medio más cuando Dasha esté liberada.
Johan se comunicó de nuevo con aquel topo.
—De acuerdo. Pero quiere una garantía.
—Dile que le mandamos una garantía en forma de bonos de la Sociedad Internacional de Bolsa. Y dile que, si intenta algo, me preocuparé de que cobre su familia el dinero del seguro de vida.
Johan habló de nuevo con el topo. Finalmente, cortó, y miró a Sandra.
—Está hecho. Nos pasará los datos en tres horas. —Sandra asintió.
—Muy bien. Descansad los dos ahora. Id a las habitaciones y procurad dormir… ¡Alice! ¡He dicho dormir! ¡Sabes perfectamente que hay dos habitaciones, no es necesario que ocupes la de Johan!
—¡Era para vigilarlo! —Se quejó Alice.
—¡Claro! ¡A dormir significa a dormir!
Al cabo de una hora y media, Johan se levantó. Salió a la sala, donde estaba Sandra revisando unos datos en una terminal. Sandra se volvió a él:
—¿Qué ocurre? —Johan miró con cara de circunstancias a Sandra antes de contestar:
—Mi contacto. El «topo».
—¿Qué ha pasado?
—Lo han… eliminado.
—¿Qué? ¿Cómo es posible? ¿Tan rápidamente?
—Es de suponer que sospecharían de él. Y, al intentar mandar la información, le han detectado. Y lo han liquidado.
—¿Ha podido transmitir la información?
—No.
En ese momento apareció Alice.
—¿Qué pasa? —Sandra contestó:
—Han matado al topo. No tenemos la información.
—Pues qué bien —comentó desolada Alice. ¿Y qué vamos a hacer? Hay que sacar a Dasha de ese agujero.
Johan parecía pensativo. Sandra le preguntó:
—¿En qué piensas?
—En el plan B.
—¿Tienes un plan B?
—Siempre hay que tener un plan B. Pero supone descubrirme. Y perder la ventaja de estar dentro de la GSA. —Alice asintió diciendo:
—Claro. Y serás un fugitivo. Como nosotras. —Johan la miró de reojo, y respondió:
—No es tan fácil. Tengo una vida. Tengo familia. Tengo amigos. Tengo mis aficiones. Y la GSA no es siempre el monstruo que nosotros estamos tratando.
—¿Tienes novia? —Preguntó Alice curiosa. Sandra intervino:
—¡Alice! ¡No es el momento! —Johan sonrió, y contestó:
—No, no tengo novia, en este momento. La tuve. Era de la GSA. Murió en una operación de combate, hace dos años.
—Vaya, lo siento —se lamentó Alice.
—Gracias. Pero la vida sigue. Y una chica que puede agarrarme y levantarme como si fuese un saco de arena no es mala idea del todo. Si no me matáis antes por vuestras sospechas, claro. —Alice indicó:
—No has de preocuparte por eso. Sería rápido e indoloro.
—Gracias. Es un alivio saberlo. Mirad, Sandra, y Alice: me estoy jugando la vida con esto. Y quiero terminar vivo. Y quiero sacar a Dasha de ese agujero. Protegiendo mi futuro, o arriesgándolo todo. Dasha es mi amiga. Y se lo debo. Esa es mi prioridad ahora, os lo aseguro. Luego, bueno, los dioses proveerán.
Sandra se puso de pie y se acercó a Johan. Le susurró:
—Ahora sí te creo. —Johan levantó la vista, y respondió:
—Gracias. Porque solo confiando los unos en los otros tendremos una oportunidad.
Sandra hizo un gesto y manipuló levemente el cuello de Johan.
—Esto ya no hace falta. Te he extraído el nanoexplosivo. Vamos a ir a por tu plan B, sea cual sea. Porque no podemos esperar más.
—¿Me has extraído el nanoexplosivo porque confías en mí? ¿O me has hecho creer que ha sido desactivado, sin haberlo hecho realmente, porque dices que crees en mí, y te guardas esa carta en la manga?
—De momento, tendrás que conformarte con proyectar tu propia teoría, Johan. Entiendo que, si nosotras sospechamos de ti, tú sospeches de nosotras en cuanto a nuestros actos. Lo cierto es que llega un momento, en toda relación, en el que hay que pasar de la conspiración a la verdad, y de la manipulación a la sinceridad. Yo he llegado a ese punto contigo, en base a tus palabras, tus actos, y también a las pruebas analíticas que te he practicado. Pero, en este juego de las dobles mentiras en el que vivimos, nunca podremos confiar del todo. Tendrás que vivir con la duda sobre si te he quitado el nanoexplosivo de la médula, o bien si te he hecho creer que sea así.
Alice se acercó a Johan, lo miró un instante, y movió el dedo índice alrededor de la cabeza de forma circular diciendo:
—No te preocupes; Sandra está un poco loca. A veces le da por filosofar, y hablar en un lenguaje que parece sacado de una tragedia griega.
—Bueno, al menos parece sincera. Y, como dice ella, tendré que crear mi propia conspiración sobre qué es verdad, y qué no es. ¿Tú que crees? ¿Me ha quitado el nanoexplosivo?
—Yo creo que aún llevas el nanoexplosivo insertado en la médula espinal. Y lo hará estallar a la más mínima duda. —Johan asintió.
—Ya veo. Cómo me tranquilizan tus palabras.
Johan se levantó, sonrió, y dijo:
—Muy bien. Estoy dispuesto y listo para lanzar mi vida por la borda, de una vez y para siempre. Solo espero que merezca la pena. ¿Estáis listas?
—Sí —respondieron Sandra y Alice.
—Pues vamos. Sacaremos a Dasha de allí. Y, si es posible, averiguaremos qué pasó en esa casa, y qué objetivos tenían. Os contaré el plan B de camino.
—¿Y las segundas coordenadas que te pasó Dasha? —Preguntó Sandra.
—No lo sé. Lo he revisado antes. No parece haber nada ahí. Claro que podría ser una zona oculta.
—O una trampa —aclaró Alice. Johan asintió.
—Por supuesto. Hay un ejército esperando por vosotras. Que no llevé a la casa porque soy muy torpe.
Sandra asintió, y dijo:
—Vamos primero a esas misteriosas coordenadas. A ver qué nos quería decir Dasha con ese dato. Quizás nos ayude a obtener información adicional. Y luego, pondremos en marcha el plan B. ¿Te parece bien, Johan?
—Me parece una estrategia acertada. —Alice comentó:
—Otra vez el lenguaje de espías. ¡Hablad como la gente normal alguna vez! —Johan rio, y contestó:
—¿Cómo la gente normal? ¿Pero vosotras os habéis visto?
Un comentario en “La cazadora y la presa (III)”
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