Sandra es una androide diseñada específicamente para el espionaje y combate. Es, en muchos aspectos, una evolución de los sistemas de ataque y defensa de inteligencia artificial que se han ido desarrollando durante décadas, añadiendo una funcionalidad que le permite interactuar como si fuese humana. Su función: obtener información por cualquier medio, y sin importar aspectos secundarios.
En este fragmento, de su primera misión real, Sandra descubre que las cosas no son en blanco y negro, sino que existen mil formas de colores y puntos de vista sobre cada circunstancia, y sobre cada aspecto de la misión, y de la vida…
Fragmento del capítulo «Una amiga de la universidad».
Sandra abandonó el vehículo en Clement Street, hacia el norte de San Francisco, y entró en un edificio de una empresa de modas. Allí la esperaban un par de empresarios del sector del cine y una famosa directora de vestuario, con los que mantuvo una charla sobre negocios para acuerdos de venta de material muy diverso. Los empresarios de Hollywood eran reales, y el negocio era real.
Diego había ordenado verificar la coartada de Sandra, algo que siempre hacía con cada persona nueva conocida con la que pudiera tener cualquier contacto. Era el lema básico de su vida: nadie es quien dice ser hasta que se demuestra lo contrario.
Pero sentía que Sandra estaba limpia. Y sonrió cuando le dijeron que sus datos en Europa eran reales. Incluso habían hablado con su abuela, una tal Leena, una mujer muy simpática y muy extrovertida. También comprobaron que los empresarios del cine eran auténticos, y que sus llamadas hablando de la compra de material, y del aspecto físico de la francesa, eran totalmente reales.
Luego Sandra salió del edificio, e hizo una llamada.
—Héctor, soy Sandra.
—Cómo va todo.
—He cerrado el negocio con los empresarios del cine para una venta importante. Estaban entusiasmados con el muestrario virtual que les he llevado. Comprarán la mayor parte del muestrario, y solicitarán trabajos adicionales.
—Tendrías que dedicarte a los negocios, Sandra. ¿Qué más?
—He analizado la muestra de ADN que obtuve de Diego cuando me besó la mano. No hay nada concluyente en el análisis. No hay drogas, ni datos almacenados orgánicos, ni nanobots de control. Está limpio. —Héctor aspiró suavemente su pipa, y comentó:
—Eso es raro. Al menos debería tener nanobots de control. Para evitar infiltraciones de sondas espía en el torrente sanguíneo.
—Estoy de acuerdo. O es muy confiado, o está loco, o hay algo oculto en ese análisis que no he podido detectar.
—No creo que esté limpio —aseguró Héctor—. Ni creo que sea confiado. Y te aseguro que no está loco. Quizás deberías mandar una muestra orgánica al laboratorio. Lo examinaremos aquí.
—Lo haré.
—¿Cuál es el siguiente paso?
—Diego debe de tener una terminal oculta en el hotel, probablemente. Un acceso único con privilegios a sus computadoras, accesibles desde ese punto. Esta noche intentaré averiguar dónde se encuentra ese acceso. Probablemente su controladora de datos subcutánea debe servir como clave de acceso. Pero intentaré un acceso directo.
—Ten cuidado, Sandra. No te expongas demasiado.
—Lo tendré. Fin de la transmisión.
Sandra había ido caminando por la calle en sentido oeste mientras hablaba. De pronto, vio un rostro conocido. Era una mujer de unos treinta años, sentada en una terraza, en un café en una pequeña terraza con mesas.
Estaba leyendo una revista. Sandra se acercó, y se sentó en la mesa. El camarero le tomó nota. Pidió una cerveza, que llegó rápidamente. Cuando el camarero se hubo ido, Sandra susurró:
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo me has localizado? —La mujer, sin dejar de mirar la revista, contestó:
—Localizarte fue fácil. Tengo mis medios. En cuanto a qué hago aquí, me encanta San Francisco. Y este barrio es estupendo. Muy distinto a cómo era hace dos décadas. Estate tranquila, si te preocupa que nos estén vigilando. Mi ficha digital ciudadana indica que fuimos amigas en la universidad, y que compartimos un apartamento un tiempo. ¿A quién se le ocurren esos guiones absurdos? Supongo que a Héctor, probablemente.
—De acuerdo, somos antiguas compañeras de piso. Tampoco me parece tan absurdo. Se supone que nos llevamos pocos años.
—Puedo soportar muchas cosas Sandra, pero estas ridiculeces me superan.
—Delfina, por favor. Estoy metida en una misión. ¿Estás asignada tú a esta misión también? ¿Vuelves a ser mi sombra? —Delfina negó levemente con la cabeza.
—No. Me dieron un permiso tras lo que pasó en aquel agujero. Quieren que descanse y me relaje. Como si un permiso fuese a darme algo de descanso. O a hacerme olvidar.
—Lo hacen por tu bien, Delfina. —Ella sonrió.
—No seas ingenua, Sandra, por favor. Lo hacen porque se sienten culpables. Y creen que me ayudan dándome una patada, para que salga a tomar el Sol, y una paga especial para disfrutar. Pero eso no importa ahora. He venido a advertirte.
—¿Advertirme? ¿De qué?
—Tuviste tu charla sobre moral con Héctor, ¿no es así?
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Porque todos hemos tenido nuestra charla sobre moral con Héctor alguna vez, tras la primera misión real. Y quiero aclararte algo.
—¿El qué?
—Esos complejos dilemas morales y éticos que te carcomen las entrañas. Como el asunto de Cristina. Me da igual que seas humana o máquina. No te ayudarán. Deberás dejarlos tirados en cualquier esquina. Te lo dije aquella noche, y te lo repito ahora: deja la moral de lado. No te ayudará. Esa moral sobre el bien y el mal está bien para Héctor. No para ti.
—¿Por qué?
—Porque Héctor es un romántico. Es un soñador. Te habrá hablado del bien y del mal. Te habrá contado que luchamos por una causa. Que hay que vencer a las fuerzas del mal. Que hay que salvar a la humanidad.
—Es cierto.
—Al principio yo también me lo creí. Olvídalo.
—¿Que lo olvide?
—Sandra, por favor, no seas ingenua. Eres una máquina, pero no eres estúpida. Estamos en una guerra. Luchamos para defender unos intereses, que se contraponen a los intereses de otros. Matamos, extorsionamos, engañamos, y manipulamos información, personas y eventos para nuestro propio beneficio. Y nos protegemos diciendo que somos el bien, y ellos el mal. Desengáñate. Este es un trabajo más de supervivencia. Debemos cumplir las misiones, y llevar adelante lo que se nos ha pedido. Y nada más.
—¿Nada más? ¿Cómo puedes hablar así, Delfina?
—Porque, cuando has visto cómo muere tanta gente inocente, y cómo se pierde la vida de tantos compañeros, llegas a una conclusión. A la única conclusión: la moral, la ética, la justicia, son para los poetas y las novelas de justicieros y luchadores por la paz. Esto es el mundo real, Sandra. Que Héctor viva esto como una novela de buenos y malos es algo connatural a él. Lo hace con el corazón. Su intención es buena. Pero esto es una guerra. Y en las guerras no hay nobleza, ni justicia, ni ley. Solo unos que creen ganar. Y otros que llegan a perder. Nada más.
—Yo no lo creo —aseguró Sandra—. Creo que hacemos esto porque estamos en el lado correcto. A veces las cosas se pueden complicar. Pero el sentido de la responsabilidad y un criterio afinado son garantía de éxito. Y la moral es la base en la que se sostiene nuestro trabajo. Sin moral, sin ética, no seremos tan distintos de ellos. No podemos mezclarnos con ellos, compararnos con ellos, colaborar con ellos.
—Ah, ¿sí? ¿Y la misión?
—La misión es lo primero. Estoy de acuerdo con Héctor.
—Muy bien, Sandra. Veo que lo tienes muy claro.
—Sin duda. No digo que sea fácil de gestionar. Pero sí, lo tengo claro.
—Genial. Vamos a ver cuánto dura esa seguridad. ¿Qué tal Ana?
—Está con su padre. De vuelta en casa. Esta vez no será usada de nuevo de esa forma tan macabra.
—Claro que no. Pero no por las razones que imaginas. —Sandra alzó levemente las cejas. Preguntó:
—¿Por qué razones, entonces?
—La madre de Ana.
—¿Qué pasa con ella? Se llama Patricia.
—Patricia, eso es.
—¿Quieres decirme qué pasa, Delfina?
—Patricia descubrió que el rapto y desaparición de su hija fueron una maniobra de su marido. Hace tres días, Patricia huyó con la niña. Se han escondido en algún lugar secreto. Juan Velasco ha dado orden de buscarlas por todas partes.
—¿Y sabes qué piensa hacer con ellas si las encuentra?
—No lo sé. Pero probablemente haga lo que es habitual, que es acabar con ambas. Eso es lo normal cuando se abandona la familia. Están condenadas. Las dos. Es cuestión de tiempo que las detecten. Y las eliminen. Tendrán suerte las dos si acaban con ellas de un disparo. No suele ser tan rápido.
Sandra se mantuvo en silencio y pensativa unos instantes. Delfina, que seguía leyendo la revista, comentó:
—¿Has visto esto? ¡Menuda paliza le han metido otra vez a los Raptors! ¿Cuándo piensan cambiar al entrenador? —Sandra ignoró el comentario, y preguntó:
—Pero… tenemos que hacer algo, Delfina. No podemos dejar que Juan Velasco encuentre a Patricia, y a Ana. Y acabe con ellas. —Delfina cerró la revista, miró fríamente a Sandra, y preguntó:
—¿No? ¿Por qué no?
—Porque… son dos seres humanos inocentes. La niña…
—La niña y tú tenéis un lazo emocional. Corto, pero intenso. Tú te sientes responsable de ella.
—Puede ser. Pero eso no quita que… —Delfina la interrumpió:
—Escucha, y pon mucha atención, doña androide segura de sí misma y de sus principios morales. Yo estoy de vacaciones. Eso no solo implica que las disfrute. Estoy obligada a no actuar durante mis vacaciones. Precisamente porque son vacaciones. Todo lo que haga es a título personal. Y tú, por tu parte, estás en una misión con respecto a la empresa ThermalHel, y a ese individuo, ese tal Diego Rocha. Tu deber es investigar esa empresa, y ver cuáles son sus movimientos presentes y futuros, qué papel juega en sus acciones contra la competencia, y qué tienen entre manos con las armas.
—Veo que estás bien informada.
—Naturalmente. Porque yo ya he estado metida en estos asuntos con estos individuos. Te toca investigar a ti ahora. Y luego, te toca mandar esa información a Héctor, que la pasará a terceros, que la usarán en su beneficio. Y tus datos, obtenidos con esa moral que tanto te mueve, pueden acabar en vete a saber dónde, para conseguir vete a saber qué. ¿Comprendes? Pero a ti no te importa. Te importa la misión. Y sobrevivir. Todo lo demás es secundario. Todo lo demás es prescindible. Recuerda lo que te dijo Héctor, y lo que acabas de confirmar como correcto: la misión es lo primero. Por lo tanto, Ana, y su madre, Patricia, morirán. Y tú habrás cumplido con tu deber. ¿Cómo era aquello? Ah, sí: «perder una vida, en este caso dos, para salvar otras. Ceñirse a la misión. La misión es lo primero». Acabas de asegurar que eso es lo correcto. ¿No es así?
—Sí… —susurró Sandra en voz muy baja—. Yo no lo sabía.
—Claro que no lo sabías. También es una de las frases preferidas de Héctor: «nadie lo sabe todo». Te dirán solo lo que necesitas saber. Lo que ellos quieren que sepas.
—¿Y por qué me lo dices tú, Delfina? ¿Por qué pones este dilema frente a mí?
—¿Dilema? Perdona, Sandra. No hay ningún dilema. No pongas en mi boca palabras que no he dicho. No hay dilema, porque lo que importa es la misión. Y te lo he dicho porque estoy de vacaciones, y no estoy forzada a seguir ninguna norma ahora mismo. Tú te debes a la misión. La niña y su madre morirán. Quizás de un modo horrible. Y tú entenderás que es el precio que hay que pagar cuando se juega a este juego. Quizás puedas llevar flores a la tumba de Ana. Será tu única forma de confortar tu dolor y su memoria. Ellas están muertas ya. Acéptalo. Y sigue adelante, cargando con eso, como hacemos todos.
Se hizo el silencio. Delfina se levantó. Entró en la cafetería. Luego salió de nuevo.
—Antes he tomado un capuchino y un trozo de tarta de chocolate. Luego he tomado otro trozo de tarta de chocolate. La hacen deliciosa aquí. Le he dicho al camarero que pagas tú.
—Claro… Por supuesto.
—Cuídate, Sandra. Siento traer estas noticias. Pero creí que debías saberlo. Aunque sea duro, y aunque parezca que soy dura contigo, creo que es importante que comprendas la realidad de tu situación. Me caes bien, de verdad. Eres un pedazo de acero y fibras de grafeno, es cierto. Pero hay algo en ti que te hace especial. Diferente. Y te aprecio. Yo ahora me voy a pasar mis vacaciones lejos de aquí. Me voy a Nueva Zelanda. Es un lugar fantástico. Deberías ir allí algún día. Te gustará.
—Por qué no. Haré una visita algún día, ya que me lo recomiendas. Te agradezco que me hayas traído esta información. Y tu sinceridad. Adiós, Delfina. Cuídate tú también. Pero antes de irte, ¿tienes algún dato más sobre Ana?
—Sí. Pero no es relevante. Tú sabes lo que tienes que hacer: cumplir con la misión.
—No me hará daño disponer de esa información.
—Esperaba esa respuesta. De hecho, me hubieses decepcionado con lo contrario.
—¿Es tu pesimismo real? ¿O forma parte de alguna estrategia?
—¿Qué te dije aquella noche, Sandra? Cada misión es una prueba. Todo en la vida es una prueba constante. Decide tú qué hay de real en cada hecho, en cada palabra, en cada persona. Y qué pertenece al reino del engaño y la mentira. Ya nos veremos.
Sandra recibió un mensaje cifrado de Delfina. Contenía datos diversos sobre la madre de Ana. Delfina se fue caminando, y luego tomó un transporte que acababa de aparecer.

Sandra pagó la consumición. Luego llamó a Héctor.
—Dime, Sandra. ¿Todo bien?
—Todo bien. Acabo de enterarme de que Patricia, la madre de Ana y mujer de Juan Velasco, ha huido con la niña, y están desaparecidas. Y que las buscan. —Héctor se mantuvo en silencio un momento. Luego dijo:
—Es cierto. Pero tú no tenías que saber eso.
—Así es. Alguien me acaba de decir que nunca lo vamos a saber todo. Que nadie lo sabe todo. Fue lo que me dijiste, Héctor.
—Y es totalmente cierto. Entiendo tu preocupación por Ana y su madre. Tienes un cierto afecto por la niña. Te sientes cercana a ella después de lo que pasó. Estás implicándote emocionalmente en este asunto. Y eso es tremendamente peligroso, Sandra. No podemos dejar que nuestras emociones nos arrastren a actuar. Porque entonces estaremos perdidos.
—Si abandonamos las emociones, ¿qué nos queda?
—Es curioso que tú hagas esa pregunta, Sandra. En cualquier caso, nos queda el deber de cumplir con la misión asignada.
—Es lo que haré. Pero hasta las veintidós horas no tengo una misión concreta.
—No comprometas la misión por este asunto, Sandra.
—Tengo datos de ellas.
—¿Quién te ha dicho todo esto? ¿Quién te ha dado datos sobre ellas?
—No puedo decírtelo.
—Ha sido Delfina, ¿verdad? Está mentalmente rota. Y, por lo que veo, más de lo que pensaba. Está empezando a perder el control de la situación. Por eso hemos querido que deje esto un tiempo. Luego le haremos una evaluación psicológica para ver si es apta para seguir con este trabajo.
—Delfina es una víctima del sistema, Héctor. Como lo fue Babila. Y Cristina.
—Eso es algo que tendrá que decidir ella. Si quiere ser una víctima, o si quiere recuperar el control, y volver al mundo real.
—¿Al mundo real? Creo que es ella quien está en el mundo real ahora, Héctor. En todo caso, no comprometeré la misión. Pero no permitiré que Ana y su madre sufran una muerte injusta, y menos si esta va a ser cruel y brutal.
—Sandra, por favor…
—No te preocupes, Héctor. No romperé nada. O eso espero. Esta noche estaré lista, y llegaré a tiempo a mi cita con Diego. Hasta entonces debo hacer algo. No permaneceré impasible viendo cómo acaban con Ana y su madre. Adiós…
Héctor iba a responder, pero Sandra cortó la comunicación.