Lara volvió de clase, para encontrarse con su madre. Por última vez. No entendía nada. No entendía por qué.
A los doce años, su intelecto había destacado en matemáticas, y en otras ciencias, con notas que sorprendieron a propios y extraños. Su mente lúcida y clara era un ejemplo de deducción y lógica. Y, precisamente por eso, no podía entender. No quería entender.
Entró en casa, y vio a su madre descansando. Parecía dormida, pero no lo estaba. La madre sonrió, y sin abrir los ojos, comentó:

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